A 30 años del golpe militar en la Argentina

Emir Sader

26/03/2006

El pasado 24 de marzo se cumplieron 30 años del golpe militar en la Argentina, cerrando el círculo de regímenes de terror que dominaron la América del Sur. Una alianza entre el gobierno de los EEUU y las elites militares y del gran empresariado de los países de la región impuso los mayores sufrimientos de que han sido víctimas nuestros pueblos desde los tiempos de las masacres de las poblaciones indígenas y de la esclavitud.  Un análisis de Emir Sader

En esta semana pasada, el día 24 se cumplieron 30 años del golpe militar en la Argentina. Se cerraba así el círculo de regímenes de terror que dominaron la región, desde los golpes militares en Brasil y Bolivia en 1964, pasando por los realizados en Chile y en Uruguay en 1973.

Fue el período más oscuro de la historia del continente. Una alianza entre el gobierno de los EEUU y las elites militares y granempresariales de los países de la región impuso los mayores sufrimientos de que hayan sido víctimas nuestros pueblos desde los tiempos de las masacres de indígenas y de la esclavitud. Varios millares de personas fueron ejecutadas, centenares de miles, encarceladas y torturadas sin mandato legal; y otras tantas, exiliadas de sus países. Se cometieron crímenes monstruosos –torturas, secuestros, desapariciones y ejecuciones— en nombre de una “Doctrina de Seguridad Nacional” pionera de las doctrinas bélicas del gobierno Bush.
Fueron atacados todos los vestigios de democracia social y política; los partidos y los sindicatos fueron destruidos; los movimientos estudiantil, obrero y campesino, perseguidos con saña; las universidades y toda forma de pensamiento crítico e independiente, reprimidas sin clemencia. Las economías de la región fueron sometidas a la dominación del capital extranjero; las empresas, desnacionalizadas; el patrimonio público, privatizado; desarticuladas las formas de integración regional; puesta en almoneda y mercatilizada la prensa. Se impuso definitivamente el monopolio en los sectores industrial, comercial, bancario, agrario y mediático.

En la historia de la región, hay un antes y un después de las dictaduras militares. Las elites dominantes buscaron, por medio de esos regímenes de terror, que las clases populares pagasen muy cara la avilantez de haberles disputado el poder en nuestras sociedades. Buscaron reducirlas a “su lugar” de clases subalternas, explotadas, humilladas, discriminadas, preparando con un indecible alarde represor cebado en ellas el camino para los gobiernos neoliberales. 

El golpe argentino fue el más sangriento de todos, porque tuvo que enfrentarse con una oposición que, además de fuerza de masas, logró construirse una imponente fuerza militar. Contando con las tenebrosas experiencias de tortura de la dictadura brasileña –el “palo de ararᔠfue una de las mercancías de exportación de la dictadura— y de las ejecuciones sumarias de la dictadura pinochetista, la dictadura argentina aprendió también, como la chilena, que no valía la pena detener a las personas. Pinochet dijo a Videla que la experiencia del Estado Nacional era negativa, que se sucedían campañas por la liberación de los presos que desgastaban al régimen. Había que “desaparecerlos”.

A partir de aquí, los presos que habían sido interrogados a cara descubierta sabían que serían ejecutados para que no pudieran reconocer luego a sus torturadores. Millares de personas acabaron con sus cuerpos lanzados sobre el Río de la Plata desde los vuelos bisemanales conocidos como vuelos de la muerte, acompañados y bendecidos siempre por un cura castrense de la Iglesia católica argentina.  

Tal fue probablemente el destino de Tenorinho, el pianista de Vinicius que se encontraba de visita en Buenos Aires cuando fue detenido por error, confundida su barba con la de  un dirigente montonero. Como había sido torturado a rostro descubierto –porque al montonero le aguardaba una ejecución segura—, Tenorinho fue asesinado para que muriera el testigo de torturas y torturadores. 

Fueron dos décadas de horror para la región, que aún no se ha recuperado de sus devastadores efectos. Muchos de los políticos que participaron activamente en las dictaduras –en Brasil, y sólo por mencionar algunos nombres que proliferan hoy en los medios de comunicación, gentes como Antonio Carlos Magalhães, Jorge Bornhausen, Marco Maciel,  mayoritariamente del PFL [Partido del Frente Liberal]– continúan impunemente ocupando cargos públicos.

Las amnistías dieron cobijo a los criminales y a sus cómplices. Al menos, Videla y Pinochet tienen que enfrentarse con algunas de las consecuencias de sus crímenes. Pero las raíces que los regímenes de terror echaron –incluida la desapoderada promoción de algunos grupos económicos— siguen bien arraigadas en nuestras sociedades.

Emir Sader, profesor en la Universidad del Estado de Río de Janeiro y coordinador del Laboratorio de Políticas Públicas de esa misma Universidad,  es miembro del Consejo Editorial de SINPERMISO.

Traducción para www.sinpermiso.info: Casiopea Altisench

Si le ha interesado este artículo, recuerde que sinpermiso electrónico se ofrece semanalmente de forma gratuita y considere la posibilidad de contribuir al desarrollo de este proyecto político-cultural con una DONACIÓN

Fuente:
Carta Maior, 23 marzo 2006

Subscripción por correo electrónico
a nuestras novedades semanales:

El responsable de tratamiento de tus datos es Asociación SinPermiso y la finalidad del tratamiento es hacerte llegar nuestras novedades. Puedes ejercer tus derechos en materia de protección de datos contactando con nosotros*. Para más información consulta nuestra política al respecto (*ver pie de página).