Africa: escenario de las tragedias del siglo XXI

Francisco Carlos Teixeira

15/01/2006

 

EL CONTINENTE africano, particularmente entre el sur del Sahara y Suráfrica, surge en el siglo XXI como el escenario para las  “guerras sin fin”. Entre conflictos locales y el avance del SIDA, el hambre se extiende sobre el pueblo desprotegido. ¿Cuáles son los orígenes históricos de esta gran catástrofe?

Descolonización y neocolonialismo

Pasada la gran marea imperialista y las múltiples subdivisiones posteriores a la II guerra mundial (siendo el principal acontecimiento el fin del imperio colonial italiano, principalmente a favor de los Ingleses), el movimiento anticolonial se tornó dominante en África. Se trataba, para las potencias coloniales, de asegurar la presencia occidental en el continente aun en la precaria situación en la que se encontraban las metrópolis.

Tanto Francia como Inglaterra percibieron que no podrían detener el proceso de emancipación de los países homogéneamente negros, principalmente en el África ecuatorial. Eran áreas densamente pobladas, con grandes reservas de materias primas y minerales –café,  cacahuetes, cacao, aceites,  fibras,  algodón, cobre, oro, diamantes, y, poco después, petróleo-  y con escasa presencia blanca, mas con una importante elite negra formada  en universidades europeas y americanas, convencidas por los ideales de africanidad y negritud y, mas o menos, tocadas por formas variadas de socialismo.

Así , Senegal y Gana fueron casos paradigmáticos de independencia nacional, formando las bases  para un profundo sentimiento de africanidad. Pero los otros grupos de países, al norte y al sur de África,  presentaban condiciones bien diferenciadas de acceso a la independencia. Al norte, en especial en Argelia, una fuerte minoría blanca se oponía ferozmente a cualquier proyecto de autonomía, incluso enfrentándose a una mayoría islámica cada vez mas organizada, movilizada ideológicamente y con fuerte apoyo exterior (en este caso, procedente del Egipto nacionalista de Gamal Abdel Nasser).

Al sur, por razones semejantes, los colonos exigían su independencia. Presionados por la experiencia de Suráfrica, que evolucionó de la condición de estado autónomo en el interior de la comunidad británica de naciones, que se le reconoció en 1910, hasta la condición de estado soberano a partir de 1948, los colonos blancos de la llamada Rodesia (hoy Zimbabwe) articularon su independencia como una forma de impedir que el proceso descolonizador se orientara a la creación de un estado negro en el que inevitablemente habrían de perder sus condiciones privilegiadas.

De la misma forma, la permanencia del colonialismo portugués -con su aspecto paternalista, autoritario y culturalista, que dio pie a hablar de “ultracolonialismo”-, qe abarcaba las grandes colonias de Mozambique y de Angola, sumada al régimen racista de Rodesia  y al dominio surafricano sobre el antiguo suroeste Africano Alemán (actual Namibia), crearon al sur del continente un poderoso bloque colonial, pro-occidental  y enteramente dependiente de la economía y de las inversiones americanas, inglesas y holandesas.

La guerra fría en África

La gran novedad era, sin duda, el hecho de que el centro de gravedad de esa inmensa superficie Neocolonial se desgajara de Europa, continentalizándose, para acabar pivotando, sobre todo a partir de 1958 (con la administración del primer ministro Hendrik Venwoerd, 1958-1966), en la propia Suráfrica. Con una numerosa población –en torno de los 40 millones de habitantes, de los cuales a penas el 12% eran blancos-, vastas reservas minerales de oro, plata, diamantes, cobre y uranio, más allá de una  próspera agricultura y una poderosa industria, la república Sudafricana se aprovechó del clima de la guerra fría para construir una poderosa panoplia militar que llegóa hasta el control y la fabricación de armas nucleares, químicas y biológicas.

Con la división bipolar del mundo entre EE.UU y la URSS, Sudáfrica asumió un nuevo papel geoestratégico central. El relajamiento de cualquier movimiento reformista y la consiguiente expansión de los movimientos de liberación nacional, en especial en el sur del continente -muchos de cuño marxista-, arrojaba a los regímenes autoritarios y racistas en vigor en el Sur de África, directamente en brazos del llamado occidente, contra una pretendida y nueva estrategia africana de la URSS.

El régimen colonial portugués y racista en África del Sur, Rodesia y Namibia se mostraron absolutamente contrarios a cualquier posibilidad de reforma, recusando sistemáticamente todas las recomendaciones de las Naciones Unidas y de la organización para la unidad africana (OUA).

La iniciativa de organizar los imperios coloniales sobre una forma más leve y dinámica tocó inicialmente a los ingleses, preocupados con el potencial independentista de sus colonias consideradas “blancas” (Canadá, Nueva Zelanda, Australia y África del Sur), capaces de imitar el comportamiento de los ex-súbditos norteamericanos. Fue así como surgieron las llamadas “conferencias imperiales”, desde 1911, que culminaron en 1926 con la creación de la comunidad británica de las naciones.

El nuevo modelo organizativo del imperio debería valer exclusivamente para las colonias de población europea. Con todo, después de 1945 el partido laborista, principal fuerza organizadora de la descolonización en Inglaterra, decidió transformar la comunidad británica en herramienta básica de mantenimiento de los lazos económicos políticos y estratégicos del antiguo imperio.

Los franceses, al contrario, se opusieron más tenazmente, intentando mantener el imperio –tanto en Asia como en África- por más tiempo, y generando conflictos sangrientos en Indochina, en Argelia y en Madagascar. Fue, con todo, en la antigua África occidental francesa y en el África ecuatorial donde consiguieron los mayores éxitos en el mantenimiento de los antiguos lazos de dependencia con las nuevas naciones que emergían del proceso de descolonización.

El episodio de Biafra

En algunos momentos, el proceso de descolonización derivaba claramente hacia crisis de extrema gravedad, con la tentativa de las potencias ultracoloniales y racistas del sur de África en garantizar puntos de apoyo y mantener una presencia más actuante en África occidental. Fue así, a través del apoyo de Portugal y de Sudáfrica a la secesión de los ibos, cristianos y occidentalizados frente a la mayoría islámica de Nigeria, como la guerra civil en el país, denominada guerra de Biafra (1967-1970) se transformó en una terrible catástrofe humana en el continente. Así, la riqueza petrolífera del país ibo, la gran esperanza de desarrollo de toda Nigeria, genera dos campos de fuerza opuestos: Francia, Portugal, África del Sur y Rodesia apoyan a la república de Biafra, en tanto Inglaterra y EE.UU sustentan a la federación nigeriana.

La guerra de Biafra, con casi millón de muertos, deja una lección para el conjunto de África: la intangibilidad de las fronteras heredadas del peróodo colonial. Con el apoyo de la OUA, la mayoría de los estados africanos acuerda que las fronteras existentes, por más artificiales e injustas que sean, representan una expectativa de paz y de convivencia común, en tanto que cualquier tentativa de alteración del mapa colonial podría lanzar a las jóvenes naciones a una espiral de destrucción mutua.

Al mismo tiempo, el África del Sur obtenía una amplia libertad de acción para preservar los intereses occidentales en la llamada “ruta del Cabo”. Particularmente después de 1967, cuando en virtud del conflicto árabe-israelí el canal de Suez fue cerrado al tráfico internacional, la ruta al sur del continente, llamada ruta del Cabo, volvió a adquirir un inmenso valor estratégico, conociendo un inmenso flujo de superpetroleros, indispensables para el abastecimiento de las grandes economías industriales del Atlántico Norte.

De igual forma, las líneas aéreas en demanda del cono sur, de América del Sur, de la India, Australia y de la llamada Insulindia –Malasia, Filipinas, Indonesia— dependían de las condiciones de seguridad y abastecimiento de Pretoria, Johannesburgo o del Cabo, lo que hizo que la OTAN instalase un poderoso sistema de detección aeroespacial en Simonstown (junto a Ciudad del Cabo).

La URSS y África

Con la caída del imperio colonial portugués a partir de 1974, el gran cinturón de seguridad en torno de Sudáfrica pierde su invulnerabilidad. Angola y Mozambique dejan de ser escudos protectores,ya fuera sólo en calidad de suministradores de mano de obra dócil y de recursos naturales para Pretoria; el movimiento de liberación de Namibia – Swapo- y la resistencia negra en la Rodesia colonial aumenta, en tanto un movimiento simultáneo exterior e interior cuestionan el régimen de apartheid en la propia Sudáfrica.

Los soviéticos, a su vez aprovechándose del relajamiento provisional de los EEUU, aceleraron la penetración en Somalia  y en Etiopía. Con un régimen marxista ya establecido en el Yemen, a la otra margen del estrecho de Bab el Mandeb, los soviéticos construyeron amplias bases aéreas y navales en Massua, en Etiopía y en la isla de Dhalak, en el mar Rojo, colocando la estratégica región del cuerno de África fuera del control occidental. Por primera vez desde su creación en el siglo XIX, el canal de Suez estaba en riesgo real de estrangulamiento, en tanto el acceso al Océano Índico y al golfo Pérsico se abría, expedito, a los soviéticos.

Al poco, la guerra fría, en su última fase –la llamada segunda guerra fría, a partir de 1979—, se instala en el corazón de África. Los EEUU, hasta entonces poco envueltos en los negocios africanos –dada la acción francesa y sudafricana– se vuelcan directamente en el continente, procurando tapar la creciente presencia soviética en el continente.

A través de la CIA y del ejercito de sudafricano, los norteamericanos, de consuno con la China popular, apoyan a los movimientos más reaccionarios del continente, como la Unita, en Angola, a Charles Taylor, en Sierra Leona, y a innumerables grupos terroristas en Zaire y en Mozambique, además, claro está, de al racista National party en Pretoria. Cuando esos enfrentamientos desembocan en guerra abierta, como en Zaire, Angola o Etiopía, los soviéticos echan mano de tropas expedicionarias cubanas, que actúan ampliamente en el continente.

En algún momento, en el final de los años 70, la URSS parece haber adquirido una posición permanente y privilegiada en África, con puntos de apoyo en Libia, en Etiopía por algún tiempo, en Somalia, en Guinea, en el Congo/Brazzaville, en Angola, en Mozambique, aparte de atraerse una gran simpatía en lo países de la llamada “línea de frente” en la lucha contra el apartheid, como  Zambia y Tanzania.

África y las nuevas amenazas

Entretanto, a partir de 1985, con la crisis general del sistema soviético, se inicia el comienzo de la retirada soviética, que trae consigo la retirada de la acción cubana y el colapso de varios regímenes prosoviéticos, siendo Etiopía el mejor ejemplo. El vacío estratégico creado por la retirada de los soviéticos y cubanos acabó generando dos movimientos opuestos.

En algunos países, como Etiopía y Somalia, se abren períodos de crisis, inestabilidad y guerra civil, culminando, en el caso de Etiopía, con la secesión de Eritrea.

En el caso de Somalia, tan complejo y dramático, se llega al colapso completo  de las estructuras estatales existentes, lo que significa la pulverización del estado–nación y la hegemonía de los “señores de la guerra” locales, muchas veces apoyados por organizaciones terroristas como Al Qaeda y Ansar-el-Islam.

En otros países, como Angola y Mozambique, la desaparición del clima de enfrentamiento Occidente/Oriente acaba por abrir camino, no sin mucho dolor y destrucción, a procesos de paz de frágil densidad. Con todo, la situación se vuelve más favorable a la consolidación de regímenes estables y al inicio de la construcción de estructuras del estado – nación.

En Rodesia y en Sudáfrica, por su parte, la conversión de los partidos de la resistencia, como el Congreso Nacional Africano, a las normas de la representatividad, sumada a la intensidad de la resistencia local y de la condena externa, acaba por llevar a la reforma de los regímenes, en especial a partir de 1990, con la legalización del CNA, el fin del Apartheid en 1991 y, finalmente, a la elección de Nelson Mandela en 1994.

Pero otros países no tuvieron la misma suerte: el desmoronamiento de las dictaduras sostemidas por las potencias neocoloniales, como en Congo/Kimsahas, en Ruanda o en Liberia, entre otros, acabó por inducir una gran inestabilidad política, generando un estado continuo de guerra trufado de genocidios brutales, como en Ruanda en 1992 y 1994.

Paralelamente con la expansión de las guerras locales y de los genocidios, el hambre reaparece en vastas regiones asoladas por tragedias climáticas, como en el largo cinturón del Sahel, el Níger y Sudán, y por la guerra permanente, como en Etiopía y en Somalia. En Sudáfrica, lo mismo que en el África Oriental, las epidemias de tuberculosis y sida abarcan parcelas terriblemente amplias de la población local, en tanto en el África Ecuatorial la malaria, el dengue y el virus del ebola son las razones de las elevadas tasas de mortalidad.

En la posguerra fría se abrió un nuevo ciclo de expansión de los intereses occidentales en la región, en especial una nueva expansión angloamericana teniendo como países-eje, en África oriental y austral, a la nueva Uganda, post-Idi Amim y a la nueva Sudáfrica. Los objetivos, en este momento, se orientan a la dominación del Congo/Kinshasa, con sus riquezas minerales, y a la eliminación de la hegemonía francesa local. Cabinda, con sus riquezas petrolíferas, es un blanco secundario, pero bastante importante.

Un segundo vector de la continuidad de la expansión angloamericana se reorienta hacia los países del África occidental: Sierra Leona /Liberia/ Costa de Marfil/ Gana: todo lo que significaría la seguridad del Golfo de Guinea, el control de las fuentes petrolíferas desde Nigeria hasta Santo Tomé y Príncipe, además de los ricos yacimientos de oro y diamante de la región.

La desestructuración de las instituciones estatales, después de 1989, bajo el impacto de la democratización de varios regímenes locales y la imposición de un brutal recetario liberal y antiestado patrocinado por el FMI, acaba por dar un nuevo aliento a las soluciones militares. El antiguo ciclo de dictaduras militares en África, entre 1961 y 1989, parece retornar al escenario político local a partir del golpe de Estado en Costa de Marfil, en 1999, seguido de golpes y tentativas por toda el África occidental y ecuatorial.

De la misma forma, la norma férrea de la intangilibidad de las fronteras parece haber sido abandonada con la fragmentación de Etiopía, de Somalia, con las amenazas que pesan sobre Gambia y Senegal, además de con la continuidad de la guerra en el Congo/Kinshasa y en Sudán.

En suma, en el amanecer del siglo XXI, el continente africano es aún más pobre, complejo y postergado por los sufrimientos de la guerra, del hambre y de las dolencias  que al inicio del proceso de descolonización en la década de los 60 del siglo XX.

 

Francisco Carlos Teixeira, es profesor de historia moderna y contemporánea en la Universidad Federal de Río de Janeiro.

         Traducción para www.sinpermiso.info : Alexandre Carrodeaguas

Fuente:
Carta Maior, 4 enero 2006

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