América Latina, Europa y el futuro de la izquierda. Entrevista

José Luis Fiori

12/09/2005

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José Luis Fiori es uno de los más prominentes intelectuales de América Latina. Con 19 años, el golpe de los militares brasileños en 1964 lo forzó a exiliarse en Chile, en donde estudió ciencia política y economía. Actualmente enseña economía internacional en la Universidad Federal de Río de Janeiro. En su ensayo En busca del disenso perdido, se quejaba Fiori en 1995 de la influencia neoliberal en las izquierdas. En 2004 publicó un análisis de la geopolítica estadounidense, en donde, entre otras, criticaba las tesis de Antonio Negri y Michale Hardt: su concepción del nuevo imperialismo de impronta básicamente supranacional sería falsa. Sin el formidable poder de imponerse que tiene la superpotencia subsistente, no habría globalización neoliberal. Stefan Fuchs lo entrevistó la semana pasada para el semanario alemán Freitag.

FREITAG: En todo el globo padece la política de una patente pérdida de poder, convirtiéndose en las sociedades democráticamente constituidas en un ritual huero. Mientras que para los ciudadanos de los centros de la economía mundial esto representa una relativamente nueva experiencia de impotencia, en los del Sur debe verse como repetición sin fin de lo mismo: una continuación del colonialismo por medios continuamente renovados. ¿Cómo se vive desde el Brasil eso que eufemísticamente se llama "asimetría del poder"?

JOSE LUIS FIORI: Yo soy muy escéptico respecto de esa ideas del fin de la historia y del fin de las ideologías que aparecieron en los años noventa. No hay duda de que ha habido cambios en el espacio político que han llevado a una crisis de la democracia parlamentaria. Pero la pérdida de núcleo de la democracia tiene que ver, principalmente, con la historia de la izquierda política.
        Para los partidos conservadores y de la derecha los Parlamentos nunca fueron el verdadero terreno de batalla de la política. Esos partidos siempre dispusieron de otras posibilidades, extraparlamentarias, de influir. Finalmente, lo que querían era mantener el statu quo social, lo que podía conseguirse mucho mejor a partir de redes sociales de influencia. De aquí que los Parlamentos hayan ofrecido en el sigo XX un espacio visible de actuación política sobre todo a quienes buscaban la transformación política tratando de articular los intereses de los estratos sociales no privilegiados. El Parlamento fue el lugar en el que esas fuerzas lograban que sus asuntos ingresaran en la política. Así pues, el vaciamiento de la democracia es una de las consecuencias del vaciamiento de una izquierda socialdemócrata, que ha dejado de desarrollar proyectos alternativos. De modo que hoy con lo que nos las tenemos que ver no es con un vaciamiento de la política como tal, sino  con la pérdida de la capacidad de hacer introducir en el Parlamento proyectos de reforma política y social. Naturalmente, eso resulta mucho más notorio en América Latina que en Europa.

¿Han usurpado hoy los conservadores el páthos revolucionario? ¿No se presentan ahora esas fuerzas como los verdaderos motores del cambio, mientras que se desacredita la responsabilidad social de la política como algo que viene del pasado?

Los partidos socialdemócratas y socialistas –incluso viejos partidos comunistas como el italiano y el francés— se han adaptado en las pasadas dos décadas al ideario programático del nuevo conservadurismo, ligado emblemáticamente a los nombres de Thatcher y Reagan. Eso ha llevado a que proyectos regresivos, que llevan infundadamente el nombre de reformas, aparezcan hoy como proyectos a los que no puede ofrecérseles alternativa alguna. Eso es en buena parte el resultado de un camino histórico en el que los partidos de izquierda se han venido embarcando hasta ahora, y que los ha llevado a un callejón sin salida, como lo muestra el ejemplo de la socialdemocracia alemana o el de los profundamente divididos socialistas franceses.  También podría señalarse al partido de los trabajadores brasileño, sumido en la parálisis. Esa desorientación es el punto final de un largo procesos histórico, que empezó a comienzos del siglo XX con una utopía, una vaga utopía, pues nadie sabía exactamente cómo habría de ser la sociedad ideal del futuro.
        Las primeras experiencias prácticas con el poder las cosechó la izquierda en Rusia y en Alemania después de la primera guerra mundial, bajo circunstancias catastróficas. Sobre esa izquierda recayó la responsabilidad de gobernar una sociedad atrozmente atormentada por una guerra que había sido responsabilidad de otros. No podía ni pensarse en reformas sociales; todos los esfuerzos debían dirigirse a la reconstrucción. Ese era un reto para el que la izquierda estaba muy mal preparada. Se había pensado en una revolución social, no en el gobierno del capitalismo. Cuando el socialdemócrata Rudolf Hilferding fue Ministro de Finanzas de la República, tuvo que ocuparse por lo pronto de combatir la inflación. No le quedó otra cosa a la izquierda, que adoptar los instrumentos de la ortodoxia económica.
        De esas experiencias de la primera postguerra, la socialdemocracia alemana sacó en Bad Godesberg, después de la II Guerra Mundial, las consecuencias. Se despidió de la utopía, y se planteó la cuestión de cómo gobernar el capitalismo. Crecimiento y pleno empleo fueron los dos puntos programáticos centrales. Ingresos fiscales crecientes debían posibilitar la creación de mecanismos de protección del Estado social. Y en efecto, el capitalismo europeo-occidental de los 60 y los 70 llegó a ser una success stoty:. La edad de oro de la economía social de mercado.

Como muy tarde a comienzos de los 80 se vió golpeado ese modelo por las consabidas crisis...

... y de Nuevo volvió la izquierda, a falta de ideas propias, a adoptar el recetario político-económico de la ortodoxia dominante, el neoliberalismo. François Mitterand fue en Francia el precursor, luego vinieron Felipe Gónzalez en España y Bettino Craxi en Italia, hasta que, finalmente, el Labour Party trató de ennoblecer esa política con la etiqueta de "tercera vía". Pero cuando la izquierda hace suya una política liquidadora de un Estado social que ella misma ha creado, pierde ineluctablemente su fuerza visionaria y movilizadora.  Entretanto, se han repetido hasta la saciedad tres o cuatro lugares comunes de política económica.  El actual debate en Europa sobre posibles modelos de sociedad es de una inepcia increíble, y carece de cualquier idea innovadora. Y precisamente eso es lo que transmite esa desagradables sensación de vacío.

¿También la crisis del gobierno del presidente Lula en Brasil tiene que ver con el hecho de que las líneas directrices de la política económica vengan de fuera y la asimetría de poder en el Norte y el Sur esté fortificada?

Diré para empezar que, aun con todo, el Partido de los Trabajadores brasileño consiguió colocar en la presidencia de la república, por vez primera tras 200 años de independencia, a un trabajador, y esto, en una República fundada en la extrema desigualdad y en la represión autoritaria, no es poca sosa. Ahora, tenemos una sociedad que está dominada por un sentimiento de no tener salidas. Entonces resulta bastante irrelevante si el crecimiento económico de Brasil es del tres o el cuatro por ciento. El gobierno sigue una estrategia pragmática de cambio, que toma en cuenta cautelosamente las supuestas restricciones objetivas del mercado mundial, a fin de evitar una fuga vehemente de capitales. Como ocurre siempre en América Latina, en cuanto un candidato de la izquierda llega al poder. A pesar de todas las cautelas, las cifras del desempleo están por las nubes, llegando en las ciudades al 19%, mientras que la economía sólo experimenta un crecimiento mínimo.

¿Pero no es el desencanto con el gobierno de Lula un síntoma claro de la falta de soberanía a la que se ha expuesto a sí mismo un país de la magnitud del Brasil?

Siempre vivimos bajo una dominación extremadamente asimétrica. Quien diga que la soberanía se ve hoy todavía más limitada por la influencia de la globalización, olvida los efectos de la Guerra Fría en América Latina. Entre 1950 y 1992, casi todos los Estados del Subcontinente tuvieron que padecer, directa o indirectamente, intervenciones militares de los EEUUU. Todas las dictaduras fueron consecuencia de las más graves violaciones de soberanía por parte del gran vecino del Norte. Es una ironía de la historia que en aquella época de extremada limitación de la soberanía por causas de política exterior el espacio de juego macroeconómico fuera incomparablemente mayor que ahora. El tratado de Bretón Woods y el consiguiente apoyo a las distintas monedas nacionales daba mucha más independencia político-económica.
        Ese espacio de maniobra se ha perdido hoy. La pérdida de soberanía económica ha llevado a la apatía del gobierno brasileño de izquierda, un gobierno que tenía que generar un verdadero shcok redistributivo –poniendo la distribución del producto social brasileño sobre sus pies—, que tenía que probar creatividad y, sobre todo, coraje. En vez de eso, desarrolla una política pusilánime y reacciona como todo el mundo a las señales del FMI.

¿Constituye esto para Usted un indicio de que las democracias del Sur no tienen, a fin de cuentas, ninguna posibilidad de desvincularse de la economía mundial neoliberal?

El primer año del gobierno de Lula estuvo, sin duda, ensombrecido por el miedo. Absolutamente comprensible. Lo cierto es que las elites dominantes de San Pablo sólo estaban esperando un pretexto cualquiera para liquidar el experimento. Una situación completamente distinta a la de la Venezuela de Hugo Chávez, cuya economía sólo depende de un petróleo disparado al alza. También es distinta la situación de la Argentina, en donde el presidente Néstor Kirchner heredó un país ya en la ruina. Pero, prescindiendo de eso, lo decisivo fue que el partido de Lula llegó al poder sin haber desarrollado una verdadera alternativa al modelo neoliberal. Eso vale menos para la política exterior. Aquí se intenta aprovechar el espacio que se ha ganado luego del fin de la Guerra Fría. Brasil quiere promover una auténtica integración latinoamericana. Y aquí hay una cierta oportunidad a largo plazo para aflojar un tanto el prieto corsé neoliberal.

¿En qué medida?

No hay que olvidar que la distribución geoestratégica de fuerzas es decisiva, también para la globalización. Como puede verse perfectamente en la guerra de Iraq, la potencia militar sigue desempeñando un papel fundamental para la expansión a escala planetaria de la creación capitalista de valor. La mundialización sin potencial de violencia imperial es impensable. Esa es la gran debilidad de las concepciones de Antonio Negri y Michael Hardt, que entienden la globalización como proceso totalmente ahistórico, como un fenómeno postnacional. Sin embargo, en las fases decisivas de la mundialización siempre estuvieron detrás Estados nacionales triunfantes, capaces de imponer a regiones enteras del mundo sus sistemas finacieros y económicos.  Lo novedoso es sólo el modo en que consigue hoy el capital extender su alcance. Precisamente la específica conexión entre el capital y el poder político nacional es lo que hace posible el actual vuelo a las alturas. No es simplemente que el capital cada vez se mundialice más, escapando así  a los controles políticos nacionales.

En las sociedades del Sur hay una elite, cuyos intereses se solapan completamente con los del capital transnacional. Eso quiere decir que la presión para que se desarrolle una determinada política no viene solamente de fuera, sino también de dentro. ¿Se podría hablar de algo así como unas elites dominantes transnacionales extendidas por el mundo entero y cortadas respecto de sus propias culturas de origen?

Sin duda, solo que ahora esos grupos transnacionalizados han cambiado en lo que hace a su composición, a su tamaño y a los métodos de que se sirven. Pero los ha habido desde los tiempos coloniales, siempre estuvieron integrados en el sistema transnacional de dominación. Nuestros militares recibían su formación en los EEUU, y constituían una pieza imprescindible de la hegemonía estadounidense. Nuestros expertos financieros –los teólogos del dogma actualmente reinante— han estudiado en universidades norteamericanas y están plenamente integrados en el sistema financiero mundial. Son ubicuos, dominan la política económica de nuestros países y dirigen los bancos centrales. Siempre se topa con los mismos nombres. A esas elites transnacionales corresponde el capital transnacional, cuyo volumen ha alcanzado dimensiones colosales gracias a la desregulación de los movimientos de capitales y a la apertura de los mercados. Dólares sacados al extranjero ha habido siempre, claro, pero con la globalización esa sangría financiera ha cobrado unas dimensiones insospechadas, dotando a los propietarios de capital latinoamericanos de un poder político adicional. Sus transferencias financieras tienen un extraordinario peso político. La benevolencia del gobierno de Lula con los mercados financieros tenía presente ese capital nacional volátil. A la desesperada, trató de moverlo de regreso.

¿Cómo percibe todo eso la población de su país?

Desde los tiempos de la Independencia de nuestros países, las elites dominantes transnacionales en América Latina nunca se han identificado con los intereses y con el sentir vital de la mayoría. La dominación de las elites nunca estuvo en cuestión, ni por una amenaza interna, ni por una amenaza externa. Debido a que nunca hubo más de un poder hegemónico, nunca pudo una guerra poner en peligro la estructura de dominio. A fin de cuentas, en Europa, fueron las innúmeras guerras las responsables de coagular internamente a los Estados nacionales. El sentimiento de pertenecer a una comunidad de destino no existe en América Latina, particularmente en Brasil. Vivir juntos, sí, pero como si fuera en planetas distintos. Sólo ahora empieza a desarrollarse en las ciudades –por causa de una criminalidad en rápido crecimiento— algo así como una amenaza a esa dominación fortificada. Eric Hobsbawm ha llamado a la violencia urbana "Rebelión de los Bárbaros". La división esquizofrénica de la sociedad es tan profunda, que es prácticamente imposible encarar esta situación con las instituciones –importadas de Europa— de la democracia de partidos, por no hablar de la dificultad de que la acción estatal alcance a aquellas partes escindidas y fantasmagóricas de la sociedad.

Traducción para www.sinpermiso.info : Amaranta Süss

Fuente:
Freitag, 10 septiembre 2005

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