Argentina: la tragedia de otro 2 de abril

Carlos Abel Suárez

07/04/2013

Las largas mini vacaciones, por el puente de Semana Santa con el feriado conmemorativo de la trágica aventura de la dictadura militar en Malvinas, donde muchos argentinos  aprovecharon para viajar o para disfrutar del ocio en un otoño encantador, culminaron abrupta y pavorosamente. Una gran  tormenta, perfectamente  prevista por los especialistas, se trasformó en tragedia. En los primeros instantes son los golpeados por el fenómeno –mejor dicho en este caso: los sobrevivientes— quienes pueden advertir sobre su gravedad o magnitud, hasta que los medios de comunicación hacen lo suyo. Por cierto que su alcance fue limitado, pues gran parte del área metropolitana, donde vive o malvive más del 40 por ciento de los habitantes del país, se quedó sin energía eléctrica. Pareciera también que los últimos en enterarse fueron los funcionarios nacionales y locales, porque  todos estaban disfrutando del largo feriado, lo más relajados posible. Ciertamente nadie podría objetar el derecho que tienen los presidentes, ministros, intendentes, diputados, senadores, concejales, comuneros, burócratas y punteros a viajar a Río de Janeiro, o a Europa, o pasar unos días en un paradisíaco Med, o  elegir un destino local en los bellos parajes del sur argentino. El problema es que el servicio público es su responsabilidad, y para que funcione hay que hacer todas las cosas necesarias antes, no después. “Dirigir es prever”, decía el joven Trotsky a los suyos cuando él mismo estaba aprendiendo a construir el Ejército Rojo.

Al enterarse de lo que estaba pasando, lo primero que hicieron estos anómalos “dirigentes”  es mentir. Porque la mentira está entre las primeras reglas de este catecismo al que suelen llamar “modelo”. Se miente en el índice de precios, en la tasa de desocupación, en el número de pobres e indigentes, en el grado de extranjerización de la economía, en la tasa de mortalidad infantil, en el bosque nativo que desaparece, en el relevamiento de los glaciares para beneficiar a la megaminería, en obras que se anuncian tres veces y nunca comienzan, en otras que se pagan y no se hacen, en trenes destartalados que chocan y matan, en el escandaloso estado de la población carcelaria, en la cantidad de niños que todavía no acceden a la asignación llamada universal, etc. etc. ¿Cómo extrañarse de que el intendente de la Plata pueda presentarse en las redes sociales como si estuviera en primera línea de fuego, ayudando a los inundados, mientras disfrutaba de las playas de Río? ¿O de que el jefe de gobierno de la ciudad de Buenos Aires, Mauricio Macri y buena parte de su gabinete llegara al país, ya consumada la tragedia, en vuelos privados, esquivando los fotógrafos incómodamente apostados en en los aeropuertos?

A partir de allí las operaciones de prensa acrecientan las mentiras, espurios substitutos de las verdaderas acciones de defensa civil. Todo se improvisa, no hay el más mínimo protocolo de socorro.  Versión devaluada de otras burocracias o aparatos políticos más acaso más refinados –el PRI durante el terremoto de México, pongamos por caso–, se ponen a discutir sobre la cantidad de muertos (son muchos). Que si fueron 400 milímetros (en lugar de los 282 registrados oficialmente), que desde 1906 no llovía tanto: ahora se acuerdan del calentamiento global y el cambio climático, cuando a diario se ciscan en los “fundamentalistas ecológicos” y hacen todo lo posible para acrecentar la emisión de gases. Citando la incomparable afirmación de Mike Davis sobre el huracán Katrina que destruyó Nueva Orleans, también aquí puede decirse que “ésta es la menos natural de las catástrofes”.

Solamente contabilizando la última década, La Plata se inundó en enero de 2002, marzo de 2005 y febrero de 2008: distintos fallos de la justicia reconocieron la culpabilidad de los funcionarios, y existe una sentencia de la Corte Suprema sobre esos mismos casos. Un plan maestro hidráulico no fue ejecutado por los sucesivos intendentes (alcaldes). Todo eso en un distrito gobernado ininterrumpidamente por el mismo partido desde hace 27 años, gozando en los últimos diez de un superávit fiscal sin precedentes en este siglo (ni en el pasado).

La naturaleza o el azar no fueron responsables de los muertos por la inundación del 2 de abril, ni de los muertos del 22F en el Once, ni de Cromañón y tantos otros. Hay nombres y apellidos. Y hay un móvil: la corrupción y la idiocia de esta clase gobernante.  Porque como recordaba Antoni Domenech en la charla que dio en el local de la CTA de Buenos Aires el pasado enero  “el neoliberalismo no sólo ha corrompido en sentido idiotizador la consciencia de amplios estratos de la población trabajadora, sino también la de los estratos socialmente dominantes”.

Este capitalismo “serio” al que aspiraba el kirchnerismo en un sentido progresista está terminando en más de lo mismo: monocultivo sojero, megaminería salvaje, extranjerización y concentración de la economía, saqueo de los recursos naturales y los bienes comunes, viento en popa a los negocios financieros y a la especulación inmobiliaria, urbanización caótica en beneficio de unos pocos y planes sociales, a lo más, mejor focalizados, como siempre prescribió el Banco Mundial.  En esto no hay una diferencia con Macri y los suyos; son socios en lo importante y se pelean por la letra chica del contrato.

No me extenderé en el análisis concreto de la inundación del 2 de abril, en La Plata, Buenos Aires, y otros barrios también afectados en menor medida: lo hacen ya estupendamente Ernesto Salgado y el equipo del Foro Río de la Plata en el trabajo que publicamos en esta misma entrega de SinPermiso. Este nuevo 2 de abril tendrá un profundo impacto político y social que debe ser discutido después de ayudar a sacar el lodo, tratar de recuperar algo de lo perdido -tanto más difícil, cuanto más pobre se es–, enterrar a los muertos y hacer el duelo.

En la primavera de 1976, tiempos de terror en Buenos Aires, unos inolvidables amigos mendocinos, entre ellos el extraordinario actor Aldo “Tano” Braga y el periodista y viejo militante de izquierda Alejandro Bazán, me presentaron al famoso psiquiatra socialista Enrique Pichón Riviere. La charla en un viejo café discurría sobre las tragedias cotidianas que el conocimiento de cada uno aportaba de esos momentos: amigos que “desaparececían”, detenciones, pérdidas en todo sentido, exilios. Pichón, que ya estaba muy mal por el cáncer, hablaba despacio, con dificultad, comparaba ese momento que vivíamos con las escenas de su infancia en el Chaco, en una zona azotada por las inundaciones. Recordaba con angustia ese tipo de tragedias donde a veces una niña perdía la vida por salvar una muñeca, o una mascota. Para los que tienen muy poco o casi nada, lo que para muchos sería irrelevante, para ellos es los más importante o lo único que tienen.

Carlos Abel Suárez es miembro del Comité de Redacción de SinPermiso.

Fuente:
www.sinpermiso.info, 7 abril 2013

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