Arnold Wesker, bardo radical de la Gran Bretaña trabajadora

Michael Billington

18/04/2016

Arnold Wesker formó parte de una generación de dramaturgos, entre ellos John Osborne, Harold Pinter y John Arden, que ayudó a cambiar el rostro del teatro británico. En The Kitchen (La cocina), fue pionero de la idea de dramatizar el mundo del trabajo. En la que vino a ser conocido como la Trilogía de Wesker (Chicken Soup With Barley [Sopa de pollo con cebada], Roots [Raíces] y I’m Talking About Jerusalem [Hablo de Jerusalén]) ponía en relación la suerte de su familia con los acontecimientos del mundo. Y en Chips with Everything [Papas fritas y todo lo demás] ofrecía una de los análisis más astutos que se hayan escrito de la capacidad del establishment británico de absorber y neutralizar la protesta.  
 
Aunque muchas de las obras más perdurables de Wesker se vieran entre 1958 y 1962, siguió escribiendo para el teatro con inamovible tenacidad y autoconfianza. Uno de sus puntos fuertes fue su capacidad de sacarle partido a su propia experiencia. Tras haber trabajado en un restaurante de París, reunió sus recuerdos en La cocina para captar tanto la naturaleza repetitiva de su tarea diaria como el frenesí casi como de ballet de la hora punta de las comidas. También resulta difícil no ver elementos de Wesker en Ronnie Kahn, el joven y elocuente socialista que aparece en Sopa de pollo con cebolla y que se desilusiona a causa de la invasión soviética de Hungría de 1956.
 
Pero lo que conmueve de la obra es la reprimenda de la madre a su hijo cuando le dice: “Ronnie, si no te preocupas, te vas a morir”.
 
Wesker fue un realista que nunca perdió su sentido de las aspiraciones humanas. Es precisamente esto lo que hace de Raíces, estrenada en 1959, su obra más frecuentemente repuesta. Wesker, que a lo largo de su carrera escribió excepcionalmente bien para mujeres, creó una heroína icónica en la figura de Beatie Bryant. Se presenta en la casa de su familia en el campo, de Norfolk, parlotea sobre las ideas de su novio ausente acerca del arte y la vida con un entusiasmo que intimida. Pero el gran momento llega cuando, al darse cuenta de que la han plantado, habla sin otra ayuda que la de su propia voz. Ya fuera que la interpretara Joan Plowright, en la primera producción, o Jessica Raine, en una reciente reposición en el [teatro] de Donmar, el autodescubrimiento de Beatie siempre consigue ponernos un nudo en la garganta.
 
Si los primeras obras de Wesker tenían orígenes personales, tuvieron también profundas resonancias políticas y sociales. Papas y todo lo demás se basó en la experiencia de Wesker en su servicio militar y muestra a un grupo de reclutas a los que anima a rebelarse el hijo de un oficial, Pip, que pone en tela de juicio su origen social. Lo que hace la obra tan espeluznante es la visión del gradual alistamiento de Pip en la clase de los oficiales a la que ha traicionado: un caso clásico de lo que Marcuse denominó “tolerancia represiva”. Pero lo que hace a la obra teatralmente tan emocionante es el espectáculo de un grupo de aviadores sin coordinación que se convierte en una unidad bien entrenada en el desfile de graduación con que culmina.
 
Las obras posteriores de Wesker rara vez repitieron el éxito de las primeras, pero muchas de ellas merecen atención. Their Very Own and Golden City [Ciudad dorada] (1965) es un relato fascinante de un utópico programa arquitectónico atormentado por la realpolitik: irónicamente, un sueño de arquitectos visionarios de un movimiento revitalizado que iba a llamarse “nuevo laborismo”.
 
The Journalists [Periodistas] (1971) ofrece un collage caleidoscópico acerca de un diario dominical y sostiene que el periodismo refleja el deseo de la sociedad de poner a todo el mundo en su sitio. The Merchant (retitulado luego Shylock, 1976) fue la respuesta de Wesker, enormemente original, a El mercader de Venecia, de Shakespeare, y mostraba a Shylock y Antonio como amigos unidos en su desprecio por las ley veneciana, tan antisemita.
 
Wesker escribió muchas otras obras, entre ellas tres excelentes monólogos titulados Annie Wobbler, creados específicamente para Nichola McAuliffe, pero a menudo se encontró con que su trabajo era mejor recibido fuera que en Gran Bretaña. Pero, aunque estaba preparado para poner en solfa a los críticos y se ganó fama de peleón, siempre que tuve la suerte de encontrármelo en una mesa almorzando, le consideré una compañía encantadora y amable. Tenía también sus defensores entre la generación más joven, y ninguno mayor que Stephen Daldry durante su estancia en el [teatro] Royal Court. Tal como afirma Daldry says: “Con su fallecimiento y el de Bill Gaskill, recientemente, estamos empezando a perder las voces de una generación que dio forma al teatro tal como hoy lo entendemos. El dialecto judío de clase trabajadora al que prestó expresión Arnold era único, sentido y radical”.
 
Me da la impresión de que son sabias palabras acerca de un dramaturgo que, aun cuando registrara el fracaso de sueños sociales y políticos, nunca perdió su fe en el perdurable potencial de la humanidad.

crítico teatral del diario británico The Guardian.
Fuente:
The Guardian, 13 de abril de 2016
Traducción:
Lucas Antón

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