Arthur Laffer: el hombre que liberó al Partido Republicano en EEUU

Paul Waldman

19/06/2019

Cómo enseñó Arthur Laffer a los republicanos a gobernar sin restricciones.

Entre los horrores que emanan de la Casa Blanca a diario, hay uno que se les puede haber pasado por alto. Donald Trump decidió hace poco conceder la Medalla Presidencial de la Libertad a Arthur Laffer, acaso el economista más desacreditado de Norteamérica. He aquí cómo lo describía el anuncio:

Arthut B. Laffer, “Padre de la Economía de Oferta”, es uno de los economistas más famosos de la historia norteamericana, renombrado por su teoría económica de la “Curva de Laffer”, que establece los sólidos efectos de incentivo de rebajar los tipos  fiscales que espolean la inversión, la producción, el empleo, los salarios, el crecimiento económico y el cumplimiento fiscal. 

Esto es básicamente verdad si se define “renombrado” como “tristemente célebre” y “establece” como “asevera erróneamente”. Pero respecto a la influencia de Laffer no cabe duda. Por sus servicios al Partido Republicano, merece ciertamente cualquier galardón que puedan brindarle los republicanos. Pues lo que realmente les dio fue la capacidad de gobernar de un modo completamente distinto de lo que hubieran podido imaginar que era posible ellos o cualquier otro.  Lo que Laffer vino a decirles a los republicanos, aunque les hizo falta algo de tiempo para hacerse una idea de las implicaciones, es que eran libres de obrar sin constricciones. Fue gloriosamente liberador, y sus consecuencias siguen reverberando a día de hoy.

Antes de que lleguemos a cómo evoluciona esto en la era de  Trump, un poquito de historia. Según se dice, Laffer esbozó su curva en una servilleta durante una cena en Washington en 1974, entre cuyos asistentes se encontraba el influyente director del  Wall Street Journal, Jude Wanniski (que seguiría difundiendo este evangelio) y dos funcionarios de la administración Ford, Donald Rumsfeld y Dick Cheney. La curva tenía como objetivo mostrar que si, teniendo un tipo fiscal del 100 %, nadie se molestaría en trabajar y los ingresos fiscales se reducirían a cero, entonces rebajar el tipo fiscal a casi cualquier punto debe producir inevitablemente un incremento en los ingresos fiscales.  

Era una idea que, pese a ser idiota en su núcleo, mostraba un potente atractivo. ¿Podemos recortar impuestos y elevar la recaudación? ¿Reducir el déficit sin tener que tomar opciones difíciles? ¡Qué forma tan espectacular de que ganen todos!

El regalo de Laffer a los republicanos era una aseveración, un argumento, una justificación con la que podían consagrar las fantasías de sus medidas políticas. Nunca más tendrían que preocuparse de las consecuencias fiscales de hacer lo que ya querían hacer. Se sintieron liberados.

Por supuesto, era algo absoluta y totalmente erróneo, como demuestra hasta un somero vistazo a la historia. Con la curva de Laffer en la mano, declaró Ronald Reagan que podía recortar impuestos, aumentar de modo ingente el gasto militar y reducir el déficit. El déficit aumentó cuando llevó a cabo las primeras dos cosas, tal como predijo su adversario en las primarias de 1980, George H.W. Bush, cuando denominó la idea “economía de vudú”.

El principal asesor económico de Bush al convertirse en presidente, un economista de Harvard,  Greg Mankiw, se refirió, según es fama, a aquellos correligionarios suyos que creían que los recortes de impuestos se pagan solos como “charlatanes y tíos raros”. Pero hubo poca paciencia en el Partido para esa clase de negación. Cuando Bill Clinton subió los impuestos en 1993, los republicanos predijeron una recesión, y el resultado fue una bonanza que eliminó el déficit. Luego George W. Bush recortó los impuestos, con la predicción concurrente de que el déficit descendería de acuerdo con la teoría de  Laffer; el déficit se disparó de nuevo.

Pero Laffer no se sintió nunca desalentado, ni tampoco los republicanos que encontraban tan atractiva su teoría. Al fin y al cabo, si yo les dijera que comerse medio kilo de helado todas las noches les hará perder peso, sentirían la tentación de prestarme oídos, ¿verdad? Esa es la razón por la cual Laffer, junto al “economista” televisivo Stephen Moore, fue contratado en 2012 por el entonces gobernador de Kansas, Sam Brownback, para mostrarle al estado cómo lograr esa magia de los recortes fiscales. Brownback pregonó el plan, una reducción espectacular de los impuestos de sociedades, como manera de potenciar la economía del estado. Por el contrario, resultó un desastre, logró que se desplomaran los ingresos fiscales y obligó a recortes brutales de servicios mientras el estado se desempeñaba con un rendimiento menor al de la economía nacional. Al final, la asamblea legislativa, de mayoría republican, rescindió la mayor parte de los recortes.   

Nada de esto redujo la estimación con la que se consideraba a Art Laffer en el Partido Republicano, por la sencilla razón de que todos saben que es un timo. La cuestión no estriba en elaborar buena teoría económica y resultados fiscales, estriba en que te recorten impuestos.

Llegó luego la presidencia de Donald Trump y, una vez más, los republicanos empezaron a prepararse para un recorte a los ricos y las grandes empresas, utilizando la argumentación de Laffer de que recortar impuestos tendrá como resultado un déficit menor. El asesor económico de Trump, Gary Cohn, declaró que “podemos pagar el recorte de impuestos entero por medio del crecimiento”. El secretario del Tesoro, Stephen Mnuchin, estuvo de acuerdo en ello. “No solamente se pagará por si solo el plan, sino que saldará la deuda”. Paul Ryan insistió en que “nos encontramos en el punto óptimo, con un crecimiento económico que nos proporciona más ingresos allí donde los necesitamos”. No sólo no creo que incremente el déficit, creo que irá más allá de no tener impacto fiscal”, afirmó Mitch McConnell. “Dicho de otro modo, creo que producirá más que suficiente para colmar esa diferencia”.

Probablemente ya saben lo que sucedió a continuación. El déficit aumentó en 2018 después de que se aprobaran los recortes de Trump, y lo aumentaremos de nuevo en 2019; la Oficina Presupuestaria del Congreso ofrece proyecciones de que este año será de 896.000 millones, el doble de lo que era en fecha tan reciente como 2015. Mientras tanto, el tipo efecto del impuesto de sociedades —la cantidad que de veras pagan— ha caído a un mero 7 %. Y de acuerdo con un informe reciente del Servicio de Investigación del Congreso, el recorte fiscal no tuvo casi impacto sobre el crecimiento económico. 

Pero para los republicanos, nada de esto importa en absoluto. Desde luego, les habría encantado ver que se disparaba el crecimiento, que bajara el déficit, y que la prosperidad la compartieran todos. Pero aunque no sea así, les parece perfecto. No les preocupa si están equivocados respecto al efecto de los recortes fiscales, o siquiera con qué frecuencia se equivocan. Tanto les encanta la falsedad de  Laffer que la sacan a pasear cada vez que están en condiciones de gobernar, porque cuando lo hacen, se abre todo un mundo de posibilidades.  

¿Creen ustedes que gente como Mnuchin, Ryan y McConnell van a decir: “Bueno, creo que aprendimos la lección: los recortes de impuestos a los ricos y las grandes empresas no se pagan solos. ¿Quién lo iba a suponer?” O que llegará alguna vez un momento en el que decidirán no hacer algo que quieran hacer porque vaya a elevar el déficit? Por supuesto que no.

Y a buen seguro deben mirar a los demócratas con conmiseración. Siempre tan preocupados por si se realizarán sus predicciones económicas, siempre obligados a decir cómo pagarán sus propuestas, los demócratas recortan sus ambiciones y levantan vallas en torno a su capacidad de actuar. Si fueran como los republicanos, dirían: “Mi propuesta de guarderías no costará nada; de hecho, nos dará dinero”. Pero no dicen eso, el resultado es que prometen, y cumplen luego, con su parte al menos de un cierto grado de esfuerzo con cada prestación.

El resultado son dos estilos distintos de gobernar, uno limitado y el otro descontrolado. Y pueden estar seguros, la próxima vez que el poder cambie de manos, los republicanos  chillarán de inmediato que no podemos hacer nada de lo que los demócratas proponen porque será demasiado costoso. Luego se volverán a sus despachos y se reirán a carcajadas.

columnista de la revista “The American Prospect”, es también colaborador de “The Week” y “The Washington Post”. Analista de medios de comunicación y autor de varios libros sobre las estrategias de la derecha norteamericana, fue investigador del Annenberg Public Policy Center y entre 2004 y 2009 trabajó para Media Matters for America.
Fuente:
The American Prospect, 10 de junio de 2019
Traducción:
Lucas Antón

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