Brasil: La crisis del gobierno del PT y sus consecuencias. Dossier

Vladimir Safatle

Raúl Zibechi

Fábio Nassif

20/03/2016

El suicidio de Lava Jato

Vladimir Safatle

El juez Sergio Moro consiguió lo increíble: volverse indefendible tanto como aquello que procura juzgar. Contrariamente a lo que patrocinara en los últimos días, sus últimas acciones son simplemente una afrenta a cualquier idea mínima de Estado democrático. No se lucha contra bandidos utilizando métodos de bandidos.

La divulgación de las conversaciones de Lula con su abogado constituye una transgresión al secreto profesional y un crimen grave en cualquier parte del mundo. No hay absolutamente nada que justifique la falta de respeto a la inviolabilidad de la comunicación entre cliente y abogado, independientemente de quien sea el cliente.

Todavía más absurdo es la divulgación de un espionaje telefónico involucrando a la presidenta de la República, por un juez de primera instancia, teniendo en vista simplemente la convulsión de una crisis política.

Algunos consideran que el fin justifica los medios. Sin embargo, hay que recordar que quien se sirve de medios espurios destruye la bondad de los fines.

Pues podríamos comenzar por preguntarnos qué país será éste en el cual un juez de primera instancia cree tener derecho a divulgar a la prensa nacional la grabación de una conversación de la presidenta de la República en la cual, es siempre bueno recordar, no hay nada que pueda ser ilegal o criminoso.

Al final, el argumento de obstrucción de la justicia no se sostiene. Dilma tiene el derecho de nominar a quien quiera y Lula no es un reo procesado. Si las pruebas contra él se muestran sustanciales, Lula será juzgado por el mismo Tribunal que puso a varios miembros de su partido, de manera merecida, en la cárcel, como fue el caso del mensalão.

Recordemos que “obstrucción” de la justicia es una situación en la que el individuo, de mala fe e intencionalmente, pone obstáculos a la acción de la justicia para inhibir el cumplimiento de una orden judicial o diligencia policial. Nombrar a alguien ministro, llevándolo a ser juzgado por el Superior Tribunal Federal (SFT), sólo puede ser “obstrucción” si pensamos que el Supremo Tribunal no forma parte de la “justicia”.

La fragilidad del argumento es patente, así como es frágil la intención de usar una escucha ilegal cuya interpretación ofrecida por el juez Moro es, como mínimo, pasible de cuestionamiento.

En realidad, hay muchas personas en el país que temen que el señor Moro haya dejado su función de juez, responsable por la conducción de un proceso sobre las relaciones incestuosas entre la clase política y las mega-constructoras, para tornarse en un mero incitador de la caída de un gobierno.

La Operación Lava Jato ya había sido criticada no por aquellos que temían su extensión, sino por los que querían verla ir más lejos. Hay tiempos, ella más se parece a una operación de manos limpias manca.

Incluso con denuncias exageradas, una parte de la clase política hasta ahora pasó ilesa. No hay “fugas” contra la oposición, aunque todo el mundo sabe de nombres y esquemas vinculados al gobierno de FHC (Fernando Henrique Cardoso) y  su partido. Sólo ahora ellos comienzan a aparecer, como Aécio Neves y Pedro Malan.

Reitero lo que escribí en esta misma columna la semana pasada: no debemos tener solidaridad ninguna con un gobierno involucrado hasta el cuello en casos de corrupción. Pero no se trata aquí de solidaridad a los gobiernos. Se trata de rechazar la naturalización de prácticas espurias, que no serían aceptadas en ningún Estado mínimamente democrático.

No quiero vivir en un país que permite a un juez sentirse autorizado a faltar el respeto a los derechos elementales de sus ciudadanos por haber sido incitado por un circo mediático compuesto de revistas y diarios, que apoyaron, hasta el final, a dictaduras y por canales de televisión que pagaron salarios ficticios a ex amantes de presidentes de la República con el propósito de protegerlos de los escándalos.

El Ministerio Público ganó independencia en relación al Poder Ejecutivo y Legislativo, pero parece que ganó también una dependencia viciosa en relación a los humores peculiares y a la moralidad selectiva de los sectores hegemónicos de la prensa.

Pasan los días y queda más claro que la conmoción creada por el Lava Jato tiene como único blanco al gobierno federal.

Por eso, es muy probable que, derribando al gobierno y encarcelando a Lula, la operación Lava Jato desaparecerá paulatinamente de los noticiarios, la prensa será sólo sonrisas para los días venideros, el dólar bajará, la bolsa subirá y volverán al comando los mismos corruptos de siempre, ya que ellos fueron esquivados de manera sistemática durante toda la fase caliente de la operación.

Lo que podría haber sido el ejemplo de cómo la democracia brasileña sólo funcionó hasta ahora bajo la corrupción, precisando ser cambiada radicalmente, habrá sido sólo una farsa grotesca.

Traducción: Carlos Abel Suárez

Folha de S. Paulo 18 de marzo de 2016

 

Sin izquierda y sin rumbo

Raúl Zibechi

Una de las principales características del caos sistémico es la opacidad y la imprevisibilidad de los escenarios geopolíticos y políticos, globales y locales, fruto en gran medida de las transiciones en curso y de la superposición de diversos actores que influyen/desvían el curso de los acontecimientos. En suma, una realidad hipercompleja en la que es posible visualizar las grandes tendencias, pero no es tan sencillo comprender la coyuntura. En todo caso, una realidad resistente a las simplificaciones.

Los recientes sucesos en Brasil, la detención de Lula y su posterior nombramiento al frente del gabinete ministerial, y las manifestaciones del pasado domingo, parecen precipitar los acontecimientos. Sin embargo, no será sencilla la destitución de la presidenta Dilma Roussseff para poner fin al gobierno del Partido de los Trabajadores (PT), ya que la oposición también está afectada por la falta de credibilidad. Lo que se terminó en Brasil fue un periodo más o menos prolongado de estabilidad política y económica, ya que no existe una coalición capaz de estabilizar el país.

Veamos las que creo que son las tendencias principales, con sus respectivas contratendencias.

La primera es que resulta evidente que existe una potente ofensiva destituyente contra el gobierno y el PT, por parte de las derechas: los grandes medios, el capital financiero brasileño e internacional, Estados Unidos y, según parece, una parte del aparato judicial. La operación Lava Jato (Lavado Rápido) sería parte de esta ofensiva que se acentúa a medida que el escenario global se polariza.

Sin embargo, diversos analistas cercanos a la izquierda opinan lo contrario y no miden la actuación de la justicia por los impactos políticos. El sociólogo Luiz Werneck Vianna sostiene que “la naturaleza de la operación Lava Jato es republicana y su función es denunciar el contubernio entre la esfera pública y la esfera privada” (http://goo.gl/XnMEDo). Agrega que quienes denuncian al Lava Jato como maniobra de la derecha defienden pequeños intereses y que la relación entre lo público y lo privado había llegado a extremos que clamaban una intervención.

La segunda tendencia es la disolución de las izquierdas. Hay personas que dicen cosas que parecen de izquierda, pero no existe fuerza social y política con valores y actitudes de izquierda. El más importante intelectual de izquierda brasileño, el sociólogo Francisco de Oliveira, sostiene que no hay lucha de ideas y de posiciones políticas, apenas desfiles callejeros, y que la izquierda no tiene capacidad de convocatoria. “La izquierda está sin rumbo –dice–. Yo mismo soy de izquierda y estoy sin rumbo” (http://goo.gl/67nxKq).

Un síntoma de la inexistencia de izquierda es la incapacidad de autocrítica, no sólo por los políticos y dirigentes, sino también por los llamados intelectuales que, en su inmensa mayoría, culpan de todo a la derecha y a los medios y son incapaces de tomar en cuenta los datos que contradicen su análisis. El pasado domingo los manifestantes, que se supone son de derecha, abuchearon y echaron a los principales dirigentes de la oposición, el gobernador de Sao Paulo, Geraldo Alckmin, y el senador Aecio Neves, del Partido Social Demócrata Brasileño, al grito deladrones y oportunistas.

¿Cómo encajan estos hechos en el análisis simplista de los intelectuales de izquierda? Las denuncias más demoledoras contra Lula y Dilma (y buena parte de los políticos de derecha) provienen de Delcidio Amaral, senador por el PT, elegido por Dilma para liderar el Senado. Antes había sido ministro de Minas y Energía bajo Itamar Franco (1994 y 1995) y director de Petrobras bajo Fernando Henrique Cardoso (2000 y 2001), y es considerado experto en negocios turbios (Página 12,16/3/16). Este es el tipo de personas que el PT recluta desde que ocupa el gobierno.

No hay izquierda porque el PT se encargó de aniquilarla, política y éticamente. Lula fue durante años el embajador de las multinacionales brasileñas. Entre 2011 y 2012 visitó 30 países, de los cuales 20 están en África y América Latina. Las constructoras pagaron 13 de esos viajes, la casi totalidad Odebrecht, OAS y Camargo Correa (Folha de Sao Paulo, 22/3/13). Es apenas una cara del consenso lulista. La otra es la domesticación de los movimientos.

Es cierto que hay una contratendencia desde abajo marcada por un nuevo activismo social, que se manifestó en 2013 con el Movimento Passe Livre, luego con las ocupaciones de los sin techo, el nuevo activismo feminista y más recientemente con la ocupación de cientos de colegios secundarios. Pero estos movimientos ya no obedecen a la vieja lógica (correa de trasmisión de los partidos), sino a nuevas relaciones sociales, entre las que destaca la autonomía de los partidos y los sindicatos, la horizontalidad y el consenso para tomar decisiones.

La tercera tendencia es el fin de la hegemonía de los diversos actores políticos o sociales. Una sociedad sin hegemonía quiere decir una sociedad caótica, desordenada, en la que ninguna instancia tiene legitimidad ni capacidad para determinar los rumbos que se toman. Para la izquierda institucional y electoral, y para los profesionales del pensamiento, esto es un horror, un peligro del que se debe huir. Para quienes apostamos al autogobierno de pueblos y comunidades, es una posibilidad real de expropiar a los expropiadores, ya que es la antesala de un colapso sistémico.

Con dos condiciones. Una, que no se crea que el viejo mundo caerá sin afectarnos. Seremos parte del naufragio, estaremos en peligro, tanto como los sectores populares. Esto no es ni bueno ni malo, es el precio a pagar para tener la posibilidad de crear un mundo nuevo.

La otra es que no existe la menor certeza. Lo previsible es el Estado, las instituciones, las multinacionales. El colapso es una apuesta, pero no un juego, en el que ponemos el cuerpo y nos arriesgamos a perderlo todo, para imprimirle un cambio de rumbo a la humanidad.

La Jornada, 19 de marzo 2016

 

Lula en la Casa Civil: ¿en qué afecta a la izquierda?

Fábio Nassif 

La presidenta Dilma Rousseff (PT) decidió este miércoles nombrar al ex presidente Luiz Inácio Lula da Silva ministro de la Casa Civil. Las consecuencias no son todavía evidentes. La entrada de Lula podría tanto dar un nuevo aliento al gobierno Rousseff, como implicar aun más a la presidencia en las investigaciones de corrupción. Pero exige una reflexión: ¿en qué afecta a la izquierda?

La primer cosa que veremos serán suspiros de alivio y hasta la satisfacción de parte de la sociedad que sintió el impacto de las manifestaciones reaccionaria muy masivas del día 13. Tiene sentido para quienes insisten que hay un golpe de Estado en curso, con una gran conspiración que implica a las instituciones de Justicia, la Policía Federal, los grandes medios, las Fuerzas Armadas y hasta Obama, para derribar a Dilma.

Otros sectores, más entusiasmados -inclusive por estar mucho más acorralados- van más allá: pretenden rescatar el discurso de que la entrada de Lula puede significar un giro a la izquierda del gobierno. Para creerlo es necesario una buena dosis de amnesia, capitulación o de creencias mitológicas absurdas. O las tres a la vez.

La fuerza política de Lula es incuestionable. Es tan grande que demostró tener la capacidad de domesticar a buena parte del movimiento social y establecer alianzas con buena parte de la burguesía y sus representantes. Tardó, pero hoy cualquier cabeza pensante comprende que el proyecto de poder del PT  se vio limitado por la conciliación de clases y por la coalición con parte de la derecha tradicional y sectores del gran capital, especialmente la triada constructoras, agronegocios y capital financiero (recuerden: hubo gente que afirmó hace 13 años que esta política conciliatoria no serviría para vertebrar un proyecto de izquierda...El PSOL (Partido Socialismo e Liberdade) surgió justamente en contraposición a ese proyecto.

Los sectores que celebran la entrada de Lula en el gobierno, tienen aún que decidir si significa un giro a la izquierda del gobierno o si el ex presidente intentará restablecer el pacto de clases que sustentó sus gobiernos, para que apoye al gobierno de Dilma. Si unimos estos dos aspectos en una misma pregunta, tendremos una respuesta implacable: ¿es posible un gobierno de izquierda que recicle y al mismo tiempo recomponga la política de conciliación de clases? La respuesta que tenemos por la experiencia es: ¡no!

Vale la suposición, con el único objetivo de hacer un análisis coyuntural, de que Lula tenga la intención de hacer un guiño a la izquierda (recuerden: hay gente que lo espera hace más de 13 años, argumentado que los gobiernos petistas siempre estuvieron “en disputa” por la izquierda).

Evidentemente, es preciso considerar ante todo la actual correlación de fuerzas en la sociedad, los desdoblamientos de la Operación Lava Jato, la reacción de los grandes medios, las maniobras de Cunha, del PMDB y del Congreso e, irónicamente, si es realista la esperanza de los petistas de que el Supremo Tribunal Federal (el mismo que juzgó el “mensalão”) pueda “juzgar justamente” a Lula, en caso de que lo impute, que el juez Sérgio Moro. Hay que tener en cuenta que la coyuntura internacional que favoreció el modelo exportador de materias primas brasileño cambió bastante en relación al período de auge del lulismo.

Desde ese punto de vista, Lula estaba en mejores condiciones para aplicar el proyecto petista en 2002, cuando fue elegido por primera vez, que ahora como ministro. No vivíamos una crisis política, económica, social y ambiental como la que sufrimos ahora. Era el auge del pacto de clases. Muchas cosas cambiaron desde entonces. Principalmente porque en medio del camino se cruzó junio de 2013, que hizo explotar a las masas y a los pactos corruptos de la República. Dilma, a pesar de defender el proyecto de conciliación, no tuvo éxito.

La crisis económica es la más grave de los últimos 25 años. El nivel de desempleo creciente, la inflación exorbitante y la desconfianza de los mercados –que no deben ser ignorados, porque condicionaron los gobiernos de Lula- es enorme.

A nivel político el escenario tampoco es fácil, ni para el proyecto petista, ni para la clase trabajadora (dos cosas bien diferentes). Hace pocos días, el PMDB dio pasos para alejarse del gobierno y, consecuentemente, se aproximó más a la oposición de derechas. Cunha, a pesar de enfangar más que ayudar al proceso de impeachment de la derecha tradicional, debe también apoyarse en ella para mantenerse en el cargo. Y la operación Lava Jato sigue creciendo en imputados, no solamente petistas, sino también grandes figuras del PMDB y del PSDB.

El análisis sobre la capacidad de Lula de resucitar el difunto proyecto petista no se puede reducir a la cuestión del privilegio de aforamiento del que disfrutará el ex presidente. El escándalo provocado por la entrada de Lula en el gobierno, alimentado tanto por los grandes medios como por los petistas, por motivos diferentes, acrecienta una insoportable falsa polarización y empobrece el debate sobre el futuro del país. Para los primeros es un forajido al que persigue la justicia, para los segundos es un exiliado político.

Buena parte de las políticas que dieron sustento a los gobiernos petistas también están en jaque ahora. Comenzando por los grandes proyectos de construcción que fueron fundamentales para la existencia del PAC (Programa de Aceleración del Crecimiento) y del Mí Casa, Mi Vida, por ejemplo. El BNDES (Banco Nacional de Desarrollo Económico y Social) les dedicó aproximadamente la mitad de sus recursos en los últimos años. Y, no por casualidad, fueron las grandes constructoras las principales donadoras de las campañas electorales. O sea, son la base fundamental del proyecto de conciliación. Pero no podrán reunirse con Lula en estos momentos, porque sus principales directivos están en la cárcel. Algunas de esas empresas han visto caer sus beneficios y ya están despidiendo en masa.

¿Qué podrá hacer Lula, por ejemplo, para salvar a los empresarios de la educación que se han beneficiado con la contrarreforma universitaria y que hoy asisten a una caída de matrículas? ¿Qué hará Lula para calmar a la FIESP (Federación de las Industrias del Estado de San Pablo) y revertir la desindustrialización del país? ¿Qué hará para agradar a los mercados y convencer a la clase trabajadora que su pérdida de derechos valdrá la pena?.

Quienes han olvidado que la lucha de clases existe y solo se han acordado de ella el último 13 de marzo, no pueden engañarse ni engañar a la población asegurando que la “vuelta” de Lula bloquea ese motor de la Historia. su verdadero objetivo es ayudar a Lula para que el gobierno Dilma sobreviva, recomponiendo unas negociaciones más amplias todavía con las elites y las oligarquías más retrogradas del país, con los banqueros, mega-empresarios y los agronegocios. Y también con los grandes medios de comunicación, que necesariamente tendrán que formar parte de ese acuerdo (como lo hicieron en los gobiernos petistas anteriores).

Para considerarlo un giro a la izquierda, Lula tendría que, en primer lugar, romper la Carta al Pueblo Brasilero. Tendría no solo que frenar la Reforma de la Previsión Social de Dilma, sino deshacer su propia Reforma. Tendría que romper con las elites y las oligarquías. Tendría que hacer una reforma política que democratizara radicalmente el poder y los medios de comunicación. Tendría que hacer la auditoría de la Deuda Pública y dejar de pagarle a los banqueros. Tendría que hacer una Reforma Agraria y Urbana de verdad. Tendría que demarcar tierras y comunidades indígenas. En fin, tendría que hacer exactamente lo opuesto de lo que hizo como presidente. Y no hay el menor indicio, ni por la coyuntura ni por la correlación de fuerzas, de que vaya a hacerlo.

Casi todo es incierto. Lula puede o no ayudar a frenar el impeachment de Dilma, puede o no ayudar a traer más estabilidad política y económica, puede o no rescatar parte de la popularidad del gobierno. Lula hasta puede hacer que Dilma se vista con la camiseta de los movimientos sociales. Pero es totalmente increible considerar que Lula hará de este gobierno un gobierno de izquierda, por el simple hecho de que ese no es el proyecto lulista de poder.

El proyecto lulista de poder presupone el mantenimiento del engranaje de la democracia condicionada por las elites económicas. Su esencia es exactamente lo que amplias capas de la sociedad rechazan categóricamente, sobre todo la nueva generación de activistas que salió a las calles en junio de 2013, y de la clase trabajadora sin esperanza. El oxígeno que Lula daría al gobierno podría significar el aceleramiento de la muerte estratégica de ese proyecto. Y lo que queda de la izquierda socialista debe ser utilizado para organizar en las calles los anhelos de transformación radical de la sociedad, verdaderamente a la izquierda.

Traducción: Enrique García

Correio da Cidadania, 17 de marzo 2016

profesor del Departamento de filosofía de la USP (Universidad de São Paulo)
periodista uruguayo, escribe en Brecha y La Jornada. Integrante del Consejo de ALAI.
Periodista y activista político brasileño.
Fuente:
Varias
Traducción:
Carlos Abel Suárez
Enrique García

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