Brasil: La izquierda genuflexa (y pragmática)

Roberto Amaral

22/09/2013

Olivio Dutra ennoblece la política brasileña. Probo, coherente (sostiene una extraordinaria armonía entre la vida privada y la pública, lo que dice y predica es lo que hace), culto (y entonces se convierte en una  rara avis de la política brasileña actual) y de izquierda, formado en la militancia y en la vida. Olivio está lejos de las disputas electorales – gracias a los errores rotundos de su partido – pero no abandonó la política como un espacio para la reflexión. Esto puede ayudar a nuestro país, si la política lo escucha.

En una reciente entrevista con el Correio do Povo (01 de septiembre de 2013), aparentemente refiriéndose a su partido (PT), el ex gobernador de Rio Grande do Sul en realidad nos está advirtiendo a todos nosotros, especialmente - a los pocos, poquísimos dirigentes de izquierda - sobre el trágico fracaso del sistema partidario brasileño: "Necesitamos un partido que no se mezcle con las prácticas tradicionales de toma y daca, del pragmatismo, las mañas, que hacen  de la política esa cosa que no transforma nada en sus raíces, que acomoda fingiendo que cambia, moviéndose en la superficie”.

Es el diagnóstico redondo de la crisis de los partidos, madre de la crisis de la política, que no encuentra  en el Parlamento (éste que, entre otras payasadas, absuelve a Donadon (1), dando lugar a la figura  de diputado presidiario) espacio para lo que quiera que sea.

De ahí a la explosión de las calles. Explosión que no puede ser excusa, mera  válvula de escape en el momento de mayor presión, y que también no puede desinflarse en una agenda negativa, un nihilismo absoluto que niega todo, pero niega principalmente la política – el campo de la crisis, es cierto, pero también y sobre todo, el único espacio de la solución.

La política de tierra arrasada del nihilismo,  la nada contra la nada y  - pretendiendo lo contrario – vasalla de los que minan la política destruyendo los partidos por dentro, como carcoma y, en consecuencia, minan la democracia.

En lugar de nada, tenemos en las calles que disputar todo, comenzando por las transformaciones estructurales. Pero esta tarea no puede ser dirigida por un gobierno condicionado por una coalición partidaria caleidoscópica que no comulga con sus proyectos, como también no puede ser dirigida por partidos de izquierda que vienen paulatinamente pero sistemáticamente saltando de una a la otra margen del río.

Ni con aquel gran partido cuya misión es asegurar que todo quede como está, en cualquier momento y en cualquier gobierno.

Vuelvo a Olivio Dutra: “Tenemos políticas de gobierno importantes,  que deben ser hechas, pero necesitamos de políticas de Estado, transformadoras y duraderas. Debe existir un compromiso de la izquierda. El campo popular democrático precisa ser más nítido en su formación ideológica, y los partidos que lo componen más comprometidos entre sí en diferentes mandatos, con alternativas entre ellos”.

El gobierno, nuestro gobierno, esquiva la institucionalización de las conquistas y no les da el significado político ideológico y así ellas se consumen como proyectos burocráticos, no sirven ni a la sustentación del gobierno ni a la politización de las masas.

La base aliada (alquilada con fidelidad, que cobra una tarifa extra por cada votación significativa) es conducida por un PMDB cuya supervivencia depende de la inexistencia de cambios, porque su fuente de poder es la inercia social: dejemos todo como está para que él siga gobernando los lugares más distantes y las casas legislativas, comenzando por el Congreso Nacional.

Dice Olivio Dutra que “en las últimas décadas, el PT secundarizó el vínculo con los movimientos sociales. Hay un proceso de burocratización que hace a ese partido de transformación, poco a poco, entrar en acomodación, lo que lo ubica también como objeto de la crítica de las calles. La gente quiere cambios más profundos y de largo alcance, para que el Estado funcione bien y mejor, no sólo para algunos. El PT necesita ser sacudido de abajo hacia arriba”.

Me voy más lejos: todos los partidos de izquierda necesitan ser pasados en limpio. La verdad es que, liderados por el PT, los partidos del campo popular han adherido a ese “pragmatismo”;  adoptando la misma política y practicando los mismos métodos y vicios se confunden con los partidos conservadores, principalmente en sus métodos y, en realidad, se transforman en partidos (y sindicatos) del orden.

Es hasta admisible que en el gobierno y apenas sostenidos, esos partidos renuncien al ideario revolucionario, pero nadie les pidió que renunciasen hasta al reformismo de los años 60 cuando las calles de entonces pedían reforma agraria, reforma universitaria, reforma tributaria, reforma política, etc.; a saber las reformas de hoy, en su conjunto, piden más Estado.

En una entrevista a Daniela Pinheiro (El Comisario. Piauí, Septiembre de 2013, p. 26), el historiador Lincoln Secco vaticina el futuro del partido de Lula, "convirtiéndose en un partido totalmente electoral”, a pesar de que Brasil, agrega, tiene todavía muchos pobres “que pueden ser alcanzados por las acciones de asistencia social”, donde concluye que, según su opinión, el PT depende del asistencialismo tradicional que depende de  la sobrevivencia de la pobreza que nuestros gobiernos tienen el deber programático y ético de eliminar.

Pienso que este fenómeno debe ocurrir en el mediano plazo – si la conservación del poder se constituye en el fin que justifica casi todos los medios - y estoy convencido de que se tratará de un proceso colectivo: bajo las largas alas del PT gobernante y pragmático volarán todos los partidos del campo de la izquierda con, tal vez, la excepción de los partidos de la extrema izquierda que todavía se consideran revolucionarios, al menos hasta tanto no puedan tener grandes expectativas electorales.

La pequeña política termina venciendo a la gran política. Así es aquí,  así fue en Europa.

La tendencia de los partidos de izquierda, conquistando el gobierno o para conquistarlo, es transitar hacia la socialdemocracia y los originalmente socialdemócratas tienden hacia el centro y el centro va a la derecha introvertida, como la brasileña actual.

En este proceso fuimos precedidos por la práctica europea. Allí, la izquierda sucumbió ideológicamente, con sus partidos transitando de sus posiciones originarias – oriundas de la lucha antifascista de la Segunda Guerra Mundial, de la lucha obrera y de las calles - por lo tanto la identificación con el socialismo y los movimientos sociales, hacia la socialdemocracia y varios concordatos con la derecha.

Compárese la primera presidencia de Mitterrand con el gobierno de Hollande, ambos en el mismo Partido Socialista Francés; el laborismo de Clement Attlee y Harold Laski con la degeneración ético-política de Tony Blair. Los sucesivos fracasos de los partidos socialistas portugués, español, griego e italiano, que enseñan que no vale la pena ganar electoralmente si el partido está dispuesto a hacer el gobierno de los adversarios.

En esta Europa decadente, museo de imperios vaciados por la pérdida de las colonias explotadas, la decadencia ideológica estuvo acompañada de derrotas electorales consecutivas: Inglaterra, España, Suecia, Portugal, Grecia, Hungría, Polonia.

A diferencia de la lamentable lección europea, en América del Sur las dictaduras y los gobiernos neoliberales fueron reiteradamente sustituidos por formaciones progresistas, populares e incluso de izquierda como en Venezuela, Uruguay, Bolivia, Ecuador, Brasil y los controvertidos gobiernos de los Kirchner.

En Brasil, sin embargo, las victorias electorales no fueron acompañadas por avances ideológicos.

La cuestión de fondo – y la separación entre causa y consecuencia me parece claro – está entre nosotros: la quiebra del pensamiento de izquierdas, la ausencia de reflexión y producción teórica, la renuncia al socialismo (por lo menos a su defensa), donde cuadros pocos preparados para el embate, desmotivados para la lucha, presas fáciles del pragmatismo, a un paso de la reducción de la revolución social a “la revolución personal” y el nihilismo que absuelve a todo, del silencio al acatamiento de la orden.

Tal vez todo esto y más que yo no sé, pueden explicar la sorpresa de nuestras izquierdas frente a la irrupción de las calles, que deberían estar ocupadas y lideradas por ellas, si ellas, nuestras izquierdas, no estuvieren silenciadas frente a los problemas más graves del país y nuestros partidos olvidados de esa vieja lección que decía que su papel era estar a la izquierda del gobierno.

El apoyo que ofrecemos para el gobierno es puramente política, conservadora y tradicional, y por tradicional, alimentada por el asistencialismo despolitizante.

Se da así entre nosotros aquella maldición que Secco atribuye a los partidos, en su marcha de la oposición al gobierno, de la izquierda hacia derecha: primero la acción extraparlamentaria, la prioridad de la lucha sindical, la huelga  y el socialismo; después el ejercicio del papel de oposición de masas y la formación del bloque parlamentario y, por fin, al final, la conquista del gobierno. Donde para mantenerse se adoptan las prácticas antes condenadas.

Los avances electorales han servido para encubrir la derrota ideológica de WO, porque su trágica característica es exactamente esa, la renuncia de la izquierda al debate de las tesis que la justifican, pues para esos avances electorales paga el precio de su auto descaracterización.

En plena crisis del capitalismo, el movimiento socialista mundial se niega a formular sus críticas y renuncia a la posibilidad de construir un sistema alternativo. En Brasil quedamos en la ventana, mirando la banda pasar.

Las continuas y saludables derrotas electorales de la derecha, notablemente las de 2006 y 2010, llevaron a muchos de nuestros “estrategas” a decretar el fin del papel manipulador de los grandes medios de comunicación y de la capacidad de la clase media, de ellos rehenes ideológicos, influir en la formación del pensamiento político nacional, acentuando su lado más prejuicioso, conservador y reaccionario.

Pasados diez años de gobiernos progresistas, simplemente se acentuó el monopolio de la (des) información, controlado por unas tres o cuatro familias, propietarias de tres o cuatro empresas comerciales que entre sí controlan lo que la población brasileña puede leer, oír y ver, sin ningún tipo de contradicción.

La historia cobrará un precio muy alto por nuestra excesiva tolerancia.

Nota: 1) Nathan Donadon, diputado brasileño condenado por malversación de fondos públicos a 13 años de prisión. Al plantearse la revocación de su mandato en la Cámara de Diputados no se alcanzó la mayoría necesaria.

Roberto Amaral militante de la izquierda, académico, fue ministro de Ciencia y Tecnología entre 2003 y 2004.

Traducción para www.sinpermiso.info: Carlos A. Suarez

Fuente:
Carta Capital, 10 de septiembre 2013

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