Brasil: La política económica conciliadora y la frustración del ajuste fiscal

Fabrício Augusto de Oliveira

02/08/2015

Me impresiona como algunos analistas de izquierda todavía tratan de justificar la actual política económica y ver, aunque con dificultad, algún compromiso del gobierno con un proyecto de sociedad  en que continúen preservadas y protegidas algunas banderas progresistas. Esto  porque no es una tarea fácil, incluso mirando con una lupa, encontrar algo que  haya quedado de un proyecto que,  promisorio en su propuesta inicial para el pueblo brasileño, comienza a decir adiós  - si es que eso ya no ocurrió - de forma melancólica.

No hay mucho que se pueda hacer en este momento en que el Estado está prácticamente quebrado, incapaz de administrar con equilibrio su cuentas primarias, generando un déficit nominal de alrededor del 8% del PIB, lo que impide continuar haciendo locuras con el presupuesto para no  agravar aún más la ya delicada relación deuda bruta/ PIB.  Menos aún, con un déficit en las cuentas externas superior al 4% del PIB, que sólo ha sido controlado por tener al país sumergido en un proceso recesivo que, combinado con la recuperación de la tasa de cambio, en un escenario de creciente inestabilidad,  derrumbó las importaciones, redujo los viajes de los brasileños al exterior y disminuyó las remesas de ganancias  de las empresas extranjeras a sus casas matrices.

Si este cuadro no es suficiente para demostrar el fracaso de la política económica, a él se pueden agregar los ingredientes que tal situación ha provocado: no muy pronto el país conseguirá liberarse del torniquete de la recesión que se profundiza, reduciendo el nivel de empleo, los ingresos y viendo, poco a poco, como retroceden los logros que fueron arduamente conquistados en relación a la reducción de las desigualdades sociales, sobre todo considerando que la financiación de las políticas públicas, en este contexto, se está convirtiendo cada vez más problemática.

Ahora no es el momento para continuar buscando virtudes que ya no existen o que sólo permanecen por no haber atravesado el camino de quien detenta el comendo del barco. El momento es de autocrítica y de reflexión para saber dónde y por qué se erró, si este fuere el caso, con el fin de extraer lecciones que puedan iluminar futuras oportunidades que se presenten y para no se pierdan nuevamente.

El hecho es que, aunque muchos no lo admitan, se equivocó mucho desde el inicio del gobierno Lula, quien se proponía combinar un proyecto de crecimiento económico con inclusión social.  Durante su primer mandato, adoptando un recetario ortodoxo, el crecimiento vino prácticamente  “gratis” con el auge de la economía internacional y con el “efecto China”, catapultando las reservas  externas y los ingresos públicos; pero desde el punto de vista de la política económica, no fue realizada ninguna reforma importante para fortalecer la industria, aumentar la inversión y la productividad del trabajo y reducir el costo-Brasil, para hacer consisten este crecimiento.

Habiendo recibido el crecimiento prácticamente sin esfuerzo,  se abrió el espacio, con el aumento de las reservas y de la recaudación, para que el país fuese menos vulnerables a las crisis externas y pudiera avanzar y fortalecer las políticas redistributivas – Bolsa Familia, fondos para el financiamiento de los estudiantes, aumentar el salario mínimo etc., pero sin intentar, en algún momento,  eliminar o reducir el peso que ocupa el capital financiero en el presupuesto que, por cierto, continuó aumentando con el tiempo.  La frase de Lula que “los ricos nunca consiguieron tanto dinero como en mi Gobierno” es emblemática de esta situación.

Una combinación que sólo podría funcionar, en ausencia de reformas estructurales, mientras que hubiere suficiente oxígeno para mantener a la economía en crecimiento. Esto, sin embargo, sufriría serios estremecimientos, primero con la crisis de las subprime de 2007-2008 y posteriormente con la deuda soberana europea, pero con todo eso,  nada debilitó la disposición del gobierno para continuar en la aventura de una combinación exitosa durante la etapa más dorada del crecimiento mundial, en la que cosechó políticamente abundantes frutos, para llevarlo a revisar la estrategia y crear las condiciones de continuidad para un crecimiento más consistente y sostenido.

Obstruidas las fuentes “más fáciles” del crecimiento, la estrategia se desarticuló para sustentarlo en políticas anticíclicas  de estímulo al consumo, lo cual, si  justificadas para mitigar los efectos de una crisis, como se hizo con éxito en el caso de las subprime, con el objetivo de proteger y defender los ingresos y el empleo del trabajador hasta su recuperación, no podían mantenerse indefinidamente, si no eran acompañadas  por reformas que fortalezcan y dinamicen el lado de la oferta. Por las inevitables tensiones que terminan provocando en el campo presupuestario, en las cuentas externas y en la inflación.

 Como estas reformas fueron, en general, solemnemente ignoradas, creyendo que el consumo sería capaz de estimular la inversión privada y ampliar la oferta,  en una economía prisionera de graves problemas estructurales, con el Estado que lleva el mayor peso de las políticas redistributivas y mantiene la hostilidad, por esta carga, de las capas más ricas de la sociedad, no habría manera de escapar, en el mediano plazo, de un deterioro gradual de las principales variables macroeconómicas. A la necesidad de reformas, el gobierno sólo reaccionaba incentivando a la población a gastar más, manteniendo para ello el tipo de cambio estancado, expandiendo el crédito, ampliando las transferencias directas  de renta y reduciendo y eximiendo algunos sectores de impuestos  para abaratar los precios de los productos. Una ecuación que, para muchos, no era sostenible.

Durante algún tiempo, sin embargo, este experimento funcionó, produciendo ilusiones, como si el país hubiese encontrado una nueva receta de política económica redentora en la que la economía sólo dependería de la demanda, a ella ajustándose automáticamente la oferta. Beneficiado por el fuerte crecimiento del consumo, con la expansión de una “nueva clase media” el desempleo prácticamente desapareció en gran parte por la creación de nuevos puestos de trabajo en sectores de baja productividad, tales como el de los servicios; los salarios aumentaron año tras año por un mayor calentamiento del mercado laboral, contribuyendo -¡Y mucho! - junto con las políticas redistributivas, a reducir las desigualdades de ingresos.

Esas ilusiones encubrían, sin embargo, lo que ocurría por el lado real de la economía: con los efectos del aumento del consumo que se escapa hacia el exterior, frente a la impotencia de la industria brasileña para competir  con los productos importados y satisfacer la demanda adicional, los déficits del comercio exterior retornaron y la industria de transformación entró en una trayectoria de declinación persistente, con caídas en las exportaciones, en el empleo industrial y la reducción de su participación en el PIB, configurando un proceso de desindustrialización precoz y de reprimarización de la pauta exportadora. Con el tipo de cambio estancado para contener las presiones inflacionarias, los déficits de la balanza de pagos corrientes se han vuelto crecientes, recolocando al país en la ruta de la vulnerabilidad externa, principal  obstáculo para crecimiento económico en las décadas de 1980 y 1990. Con el Estado pagando la mayor parte de los costos del aumento del consumo, en un proceso de inclusión social criticado e insostenible, manteniendo preservadas las ganancias y la riqueza de los sectores dominantes, los desequilibrios presupuestarios se han convertido en inevitables, apenas encubiertos por la práctica de una “contabilidad creativa”, que se ha convertido en una rutina para sostener, en tanto fue posible, esas ilusiones.

Una política que, al fin  y al cabo, terminó proporcionando argumentos y razones para el retorno de la ortodoxia al comando de la política económica y que, incluso si alguien no está de acuerdo, tiene responsabilidad en el esquizofrénico ajuste actualmente en curso, que está condenando al país a pasar algunos años en el “infierno del estancamiento”, y del desempleo y a devolver al menos parte de las ganancias que se han logrado en términos de la reducción de las desigualdades para “ajustar” la economía, de acuerdo a los cánones neoliberales, en los cuales no cabe ninguna contemplación con lo social.

Iniciativas importantes, pero tardías, como los programas de inversión en infraestructura y estímulos a las exportaciones, no suavizarán la política de “tierra arrasada” de un ajuste letal para la economía y la sociedad, el cual, fracasado este año por una arquitectura totalmente inconsistente y por la oposición política oportunista en el Congreso, continuará y aumentará la inestabilidad en los mercados financieros, agravará la situación de  endeudamiento del país y exigirá más y más ajustes de la misma naturaleza en los próximos años para satisfacer las aves de rapiña de la riqueza financiera. No será la simple reducción del superávit primario del 1,2% al 0.15% del PIB  lo que traerá de vuelta el crecimiento, como se ha visto en algunos análisis.

De todos modos, el hecho es que la política económica fue reprobada en el examen realizado y el modelo que se ensayó fracasó por razones que deben ser consideradas en esta evaluación: i) por haber intentado hacer una política redistributiva conciliadora, manteniendo intactos, al mismo tiempo, e incluso beneficiados en este proceso, los titulares de la renta y de la riqueza; II) se han dejado de crear las condiciones estructurales para asegurar un crecimiento económico consistente, necesario para el soporte de políticas de esa naturaleza; III) no se han creado mecanismos sustentables de financiación de las políticas sociales, priorizando la inclusión social por un mayor acceso a los bienes de consumo; y iv) por haber ignorado las reglas del capital y saber aprovechar las alternativas y diferencias que han surgido, en este periodo, para implementar políticas más coherentes dirigidas a mejorar las condiciones de vida de la población brasileña. Son lecciones que no pueden ser olvidadas en las nuevas oportunidades que surgirán.

Fabrício Augusto de Oliveira es doctor en economía por la Unicamp, miembro de Plataforma de Política Social y autor del libro Política económica, estancamiento y crisis mundial: Brasil, 1980-2010.

Traducción para www.sinpermiso.info : Carlos A. Suárez

Fuente:
http://plataformapoliticasocial.com.br/a-politica-economica-conciliadora-e-o-malogro-do-ajuste-fiscal/

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