Colombia: soñando con la paz

María Luisa Rodríguez Peñaranda

04/10/2015

Alentados por la calidez caribeña del presidente Raúl Castro,  una semana atrás, un emocionado Timoleón Jiménez, en calidad de jefe de la delegación de las FARC, y un dispuesto pero pausado presidente Juan Manuel Santos, se apresuraron a darse el histórico apretón de manos que solemnizaría el acuerdo alcanzado en el punto 5 de justicia transicional, como gesto de no retorno sobre lo que en un término de seis meses será el acuerdo final de paz. Desde entonces, un desconocido ambiente de optimismo, al que no estamos habituados los colombianos, empezó a respirarse en nuestras calles, y una nueva jerga jurídica transicional ha venido a instalarse en los medios y foros académicos.

Si bien el contenido del acuerdo todavía no ha sido divulgado, lo cual ha comenzado a generar incertidumbre sobre las verdaderas condiciones pactadas, en las ruedas de prensa que se dieron a continuación por las delegaciones del gobierno y en la memorable entrevista que alias Timochenko, (blanco y con acento paisa, el mismo de Uribe Vélez) le concedió a la exsenadora Piedad Córdoba en Telesur, se ha venido desgranando el gran desafío que significará no solo llegar a la firma del anhelado acuerdo final de paz en la fecha anunciada, el 23 de marzo de 2016, sino la entrega definitiva de armas en los subsiguientes 60 días.

El inconmensurable valor del acuerdo consiste en que ambas partes fueron derrotadas en aras de conseguir la paz. La guerrilla entendió que una paz con impunidad no era sostenible para tejer una reconciliación nacional y que los estándares internacionales con los cuales está comprometido el estado, tampoco la harían perdurable.  El gobierno por su parte entendió que las penas que pagarían los victimarios no serían ejemplarizantes ni necesariamente con privación efectiva de la libertad, sino meramente simbólicas, de 5 a 8 años si existe colaboración en la confesión de los crímenes y con restricción de la libertad en territorios en donde además podrán participar en política; pero el gran triunfo común, inicialmente de las víctimas, pero en últimas de todos, es que el acuerdo busca esclarecer la verdad: dar a conocer las causas de la confrontación, quienes colaboraron en su mantenimiento, como se financió y que crímenes se realizaron.  En suma, construir una verdad que explique lo que sucedió, repare a las víctimas y establezca garantías para la eficacia de los DDHH como mecanismo de no repetición.

Considero que tras el “permitido soñar” que protocolizó el acuerdo existen varios aspectos que no se pueden soslayar: i) ¿cómo garantizar la seguridad de los futuros desmovilizados guerrilleros, en un país donde las supuestas bandas emergentes siguen siendo columnas paramilitares? La principal desconfianza de los guerrilleros tiene cimientos en un pasado no tan lejano en el que tras las negociaciones, los líderes de izquierda y las bases de los desmovilizados han sido asesinados. Aquí unas renovadas fuerzas de seguridad, con una también renovada doctrina militar deberá agotar todas sus energías en hacer realidad la convivencia segura de todos; ii) la negativa de Timochenko de pedir perdón a las víctimas por crímenes atroces como el de Bojayá o el secuestro y asesinato de los diputados del Valle no le hacen ningún servicio a la reconciliación, por lo tanto las FARC deberán reconocer sus errores para que la paz sea creíble; iii) los militares responsables de los falsos positivos y que también podrán beneficiarse con el Tribunal especial para la Paz y de penas ínfimas, deben contribuir a que el país conozca la verdad sobre quien impartió las ordenes y cómo se validaron dichos asesinatos en las fuerzas militares, lo que de ser cierto, contribuirá enormemente al esclarecimiento de los hechos, la gran pregunta es si los altos mandos militares estarán dispuestos a aceptar lo sucedido; iv) el gran motor de la guerra ha sido las altísimas tasas de desempleo y la falta de oportunidades en el campo,  sin una política de pleno empleo la pretensión de la paz no dejara de ser papel sobre mojado; y el último gran desafío es v) cómo preparar a los y las colombianas para superar la cultura del pensamiento único que tanto daño nos ha hecho. Aprender a convivir con la diferencia ideológica y a resolver los conflictos mediante la tolerancia es quizá el mayor reto al que nos enfrentamos. Sin duda el país necesitara no solamente un cambio de lenguaje, además se requerirá disponer de una nueva caja de herramientas para relacionarnos en comunidad mediante  una verdadera pedagogía de la paz y la reconciliación, que nos ayude a tender puentes entre los ciudadanos, que enfatice la igualdad real y la empatía con el que sufre, y que elimine de tajo la tradición de asesinar al que piensa distinto,  todos ellos son mínimos, dentro de muchos más, indispensables para aterrizar el sueño de la paz.

Profesora asociada de la Facultad de Derecho, Ciencias Políticas y Sociales de la Universidad Nacional de Colombia.
Fuente:
www.sinpermiso.info, 4 de octubre 2015

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