Cuba: el regreso de los palos

Alfredo Prieto

08/06/2017

Los palos de golf no tienen una conexión edificante con Cuba. En abril de 1959, a tres meses de establecido el poder revolucionario, Fidel Castro viajó a Estados Unidos invitado por la Sociedad Norteamericana de Editores de Periódicos, lo cual fue entendido como un acto de “singular mala conducta” en una reunión del Consejo de Seguridad Nacional por no haberlo consultado con el Departamento de Estado.

El presidente Eisenhower, que llegó a considerar negarle la visa al imprevisible y herético joven barbudo, finalmente decidió no recibirlo y en su lugar ponerlo al habla con el vicepresidente Richard Nixon. La historia arrancó mal desde el principio. Eisenhower había resuelto irse a jugar golf.

Poco después el golf funcionaría como una especie de boomerang cuando el propio Fidel, el Che Guevara y Antonio Núñez Jiménez jugaron un partido en los terrenos de Colinas de Villarreal, al este de La Habana, pero no ataviados con la tradicional indumentaria de short o pantalón blanco, zapatillas deportivas y espejuelos oscuros, sino con sus respectivos uniformes verdeolivo y botas negras. El hecho sin precedente fue testimoniado por el lente de Korda, el fotógrafo que pasaría a la posteridad por obturar una de las imágenes más famosas del mundo. Cualquiera hubiera dicho que los tres líderes guerrilleros estaban aplicando una clásica y efectivísima institución republicana: el choteo, algo que nadie le haría jamás a un presidente, y menos estadounidense.

El golf fue no solo la expresión de un deporte aristocrático y elitista sino también símbolo de la presencia norteamericana en Cuba, asociada entre otras cosas con mafias, casinos, prostitución y enajenación. Por buenos motivos, las revoluciones funcionan a menudo como péndulos, lo cual explica la decadencia de la casi totalidad de los campos en muy poco tiempo.

Antes de 1959 Cuba era uno de los países caribeños con más instalaciones para ese deporte de origen escocés (ocho en total, cuatro en La Habana). Una de ellas, en el Country Club, dio paso a una escuela de arte, emblemática no solo por su arquitectura sino también por recibir a muchachos y muchachas de orígenes sociales varios, pero sobre todo a quienes nunca hubieran podido entrar al exclusivísimo club. Al final quedaron solo tres: una en Capdevila, cerca de la carretera de Rancho Boyeros; otra en Jaimanitas –el antiguo Havana Biltmore Yatch and Country Club, actual Club Habana–; y otra en Varadero, construida en los predios de la familia Dupont.

En los años 90, cuando el turismo fue la locomotora que haló a la economía –según la horripilante metáfora de sabor futurista– desarrollar campos de golf no estuvo entre las prioridades. Sin embargo, a partir de 2010, con la actualización del modelo cubano, se dio un paso más allá intentado atraer cierto tipo de visitantes, más de élite y por consiguiente menos de paquete y rastacuero. Turismo de alto consumo, dicen los técnicos.

Los Lineamientos de la Política Económica y Social del Partido y la Revolución,aprobados en abril de 2011, establecen en su punto número 289 “considerar la creación de empresas especializadas de alcance nacional en las funciones de los proyectos y de construcción para programas como: campos de golf, delfinarios, marinas, Spas, parque temáticos y acuáticos, que están estrechamente vinculados a la infraestructura del turismo y otros sectores que lo requieran”.

Los campos de golf comenzaron a negociarse mediante algo que sí venía de aquella década: las joint ventures. Y con un elemento inédito, además de una nueva Ley de Inversión Extranjera (abril de 2014): la modificación del Código Civil que establece el derecho de superficie hasta por 99 años, antes limitado a un máximo de cincuenta (Ley 59, 1988). También el derecho de superficie a perpetuidad para la construcción de viviendas o apartamentos dedicados al turismo.

“El golf se está convirtiendo en una realidad en Cuba este año. El momento clave fue un cambio en la ley de propiedad cubana (…) dirigido a hacer mucho más atractiva la propiedad extranjera”, declaró un ejecutivo inglés involucrado en uno de los proyectos.

Hasta no hace mucho, dos eran las entidades más sonadas en materia de palos de golf e inmobiliarias: la primera, la británica Esencia Hotels & Resorts, asociada con el Grupo Empresarial Extrahotelero Palmares para construir un campo de golf, 650 apartamentos, un hotel, canchas de tenis, un centro comercial, un spa y un club náutico a unos pocos kilómetros del balneario de Varadero, en un área de 170 hectáreas. Para ello se constituyó, a principios de 2014, la firma mixta The Carbonera Gulf & Country Club, con unos 350 millones de dólares puestos en el lomo. La principal inversión británica en la Isla, según el ex embajador Tim Cole.

“Llevamos siete años trabajando en eso”, declaró Andrew Mc Donald, ejecutivo de Esencia Hotels & Resorts, a la cadena CNN. “Este nuevo campo de golf cumplirá con todos los requerimientos técnicos (…) y servirá para explotar el segmento de golfistas que hoy no estamos en condiciones de promover, y que daría más ingresos al país”, dijo por su parte Ivis Fernández, delegada del Ministerio de Turismo en Matanzas.

La segunda no es occidental sino asiática: la Beijing Enterprises Holdings Limited se encabalgó con el propio Grupo Palmares para construir otro campo de 18 hoyos con marina, condominios y hoteles en la zona de Bellomonte, Guanabo, al este de La Habana. Esta información se dio a conocer durante la visita a Cuba de Wang Dang, presidente de la mencionada corporación, en mayo de 2015, un año después de la estancia del presidente chino Xi Jiping en la capital de todos los cubanos. Ya se encuentra en ejecución.

Sobresalen en el mapa, además, proyectos como el de Punta Colorada, en Pinar del Río que fue noticia en la última Feria de Turismo en Holguín. Este involucra a la firma española La Playa Golf & Resorts SL en asociación con Palmares e incluye una academia de golf, una marina, siete campos de juego, tres hoteles boutique y un considerable número de propiedades inmobiliarias entre apartamentos, casas y villas de lujo. Va a estar ubicado cerca del Parque Nacional homónimo, reserva mundial de la biosfera. Un área con 30 kilómetros de costa virgen, de las cuales 16 son de playa.

Para Cienfuegos también se han anunciado dos polos en la costa sur: Rancho Luna-Pasacaballos y Playa Inglés-La Tatagua. En el primero, a unos 20 kilómetros de la capital provincial, se construirían seis campos de golf de 18  hoyos y más de 16 mil facilidades entre hoteles, apartamentos y villas. En el segundo, a 60 kilómetros del mismo sitio, tres campos de golf con más de 5 000 habitaciones. Nueve en total.

De algunos no ha habido mucha información pública. En Guardalavaca, Holguín, se negociaba uno promovido por un consorcio de indígenas canadienses. Graham Cooke, un arquitecto de campos de golf, declaró en 2011: “Nos dijeron que esta incursión es la máxima prioridad en inversión”. Otros más se ubicaban en la playa Santa Lucía, al norte de Camagüey; en Covarrubias, Las Tunas; en Cojímar, La Habana; en Bacunayagua (límite Mayabeque-Habana); en El Salado (Artemisa, cerca del Mariel); en Jibacoa  (Santa Cruz del Norte, Mayabeque). Y uno en la isla de más abajo: el Colony.

A inicios de mayo, durante FITCuba 2017, celebrada en el Hotel Playa Pesquero, Holguín, se anunció que la empresa Cubagolf SA, hasta ahora apenas conocida pero seguramente integrada por los mismos cuadros y expertos del Grupo Palmares, había firmado cartas de intención con dos compañías de China y Alemania siguiendo la rima de inmobiliarias, campos de golf y marinas.

Con la alemana CON-IMPEX Touristik se anunció un proyecto en Punta Gorda, Cienfuegos, que en su primera etapa contará con quinientos apartamentos, una marina de trescientos atraques y un hotel de cinco estrellas de trescientas habitaciones. Y un número no precisado de hoyos. Con la de China, la Yantai Golden Mountain Limited, se edificará otro complejo hotelero-habitacional en Loma Linda, Guardalavaca, presumiblemente el mismo de los canadienses ya mencionado, que por alguna razón del reino de este mundo no prosperó. De este no se han ofrecido datos específicos.

Durante una Feria de La Habana, el periódico Juventud Rebelde publicó con asepsia que los campos de golf eran “una de las alternativas con vistas a diversificar las ofertas turísticas del país”. Más recientemente, durante el Primer Foro de Negocios Turísticos Cuba-México, el ministro de Turismo, Manuel Marrero, insistió en que entre las actividades priorizadas de su sector estaban la operación de hoteles y los desarrollos inmobiliarios con campos de golf. Pero en la prensa cubana siguen campeando por su ausencia los artículos de opinión sobre este tema.

Un informe disponible en la web identifica uno de los problemas fundamentales de estos proyectos: el agua. Un campo de golf consume 2,3 millones de litros diarios, lo que equivale a 244 millones de litros anuales. Si la cantidad de campos de golf intencionada –18– se llega a materializar, eso significaría un consumo de entre 13 993 millones de litros y 20 991 millones anuales.

Evidentemente, la frase atribuida al General Máximo Gómez –“los cubanos o no llegan o se pasan”– vuelve a cabalgar. Hay varias preguntas maestras implicadas en este hecho. La primera es si el regreso de los palos nos dejará pidiendo agua por señas en una isla que tendría demasiados hoyos, por arriba y por abajo. El informe antes aludido señala que existe un 80 por ciento de riesgo de que en La Habana, Varadero y Holguín haya una gran escasez del líquido en el año 2025. Y la NASA concluyó que nos estamos quedando sin agua a nivel planetario.

La segunda es cómo manejar de manera efectiva esos complejos faraónicos globalizantes en un país afectado por problemas como las sequías –ahora mismo una está azotando, y duro–, el cambio climático, el deterioro de los suelos y la disminución de las reservas acuíferas. Por decir lo menos importante, la imagen de Tiger Woods en Guanabo, con sus palos de golf en una mano y un cubo de agua en la otra, no se me borra de la mente.

Los expertos y directivos de Cubagolf tienen entonces la palabra.

Profesor, investigador, escritor, ensayista y editor cubano. Licenciado en Lengua y Literatura Hispánicas por la Universidad de La Habana, en 1981. Entre otras responsabilidades, fue Jefe de Redacción de la revista Cuadernos de Nuestra América(1983-1991); investigador de los Departamentos de América del Norte y de Relaciones Interamericanas, del Centro de Estudios sobre América (CEA) (1989-1996); editor-jefe de la revista Temas, (1997-2008); y subdirector editorial de Ediciones UNIÓN, (2007-2008). Ha impartido clases y conferencias en distintas universidades estadounidenses, entre ellas Harvard, Johns Hopkins, Tulane y Hampshire College. Es autor de los libros La prensa de los Estados Unidos y la agenda interamericana (1995) y El otro en el espejo (2004)
Fuente:
http://oncubamagazine.com/sociedad/el-regreso-de-los-palos/

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