Cuba: Memorias del oportunismo

René Fidel González García

16/10/2016

                                                                                                                                Para Lisandra y Alberto

Los amorosos andan como locos

porque están solos, solos, solos,

entregándose, dándose a cada rato(…)

Les preocupa el amor.

Jaime Sabines

 

 

Si reinventar la política en Cuba implica oponer decididamente a las viejas formas de hacerla unas nuevas y originales, que reposicionen y valoricen al ciudadano como su actor fundamental, ello es quizás, una frase vacía a menos que se asuman algunos puntos de la complejidad del proceso que hemos estado viviendo en los últimos veinticinco años como sociedad y los condicionamientos que generan en la praxis política nacional.

El segmento histórico que se expande desde los inicios de los años noventa hasta la actualidad está lleno de la instrumentalización gubernamental de cambios sociales, económicos y políticos que impactaron y transformaron la formación de valores en Cuba. Formulados e implementados en escenarios definidos por la coyuntura y la crisis como replanteos tácticos, no pocas veces provisionales e indeseados, acabaron por perpetuarse y reconfigurar a largo plazo la realidad nacional.

La mayoría de dichos cambios fueron lo suficientemente estables y hasta hoy continuos en éstas tres áreas como para convertirse ellos mismos, en sincronía con sus derivas y contradicciones y las influencias de la última marea neoliberal, en agencias de producción y reproducción de valores que no sólo eran en muchos casos antitéticos con el sistema de valores que el Socialismo había logrado en Cuba, sino que fueron también lo suficientemente efectivos - en diversos grados y formas- como para conectarse con zonas de los imaginarios y la conciencia social, y con ello, activar la secuencia inicial de la formulación de una contra hegemonía.

También se recodificaron y solaparon con algunas de las deformaciones más terribles y perversas que pervivieron como tales en el Socialismo en Cuba como el oportunismo, el dogmatismo, el individualismo, el despotismo, la corrupción y la intolerancia, que si bien no se manifestaron de inmediato como un turgente desafío contra el sistema político, económico y social institucionalizado, infiltraron progresivamente lo social.

Que una de ellas, el oportunismo, ha sido además un código fuertemente encriptado en nuestra cultura política es una desagradable y amarga verdad que ha sido demasiadas veces ocultada históricamente a favor de la urgencia de un discurso nacionalista, que en su facturación y divulgación simbólica, privilegió altos estándares y sentidos de altruismo, nobleza, desinterés, sacrificio, junto a la poderosa idea de una comunidad de destino.

El oportunismo, sin embargo, fue el duro correlato de la sublevación independentista cubana del siglo XIX, pero sobre todo, e inmediatamente, el de la post independencia; lo fue también de la Revolución del 30 y las posteriores luchas por construir un orden político republicano signado por lo democrático y lo social después de promulgada la Constitución de 1940; fue, desde luego, junto a sus actores: los oportunistas, un fardo de la insurrección contra la dictadura de Batista y del prólogo de la Revolución, una costra conductual irremovible de su desarrollo.

Militantes de sí mismos y de sus intereses, es verdad que han sabido adversar también a la Revolución desde posiciones contrarias y resueltas – y no deja de haber decisión y valor en ello – pero no les ha faltado tampoco resolución y cálculo – la cobardía administrada – para ser sobre todo parte de ella, y sus peores adversarios.

De su florecimiento en cada segmento de peligrosidad histórica, en cada contradicción y retroceso, o yerro experimentado por el proceso social en Cuba dan fe los hechos y la memoria trasmitida de individuos a individuos, de generación a generación.  Moviéndose durante ya más de medio siglo casi siempre a la sombra, ha trabajado por defraudar con paciencia infinita cada acto de generosidad, de valor y entrega, esa urgencia de dignidad, ese estallar ante la injusticia que es la conducta revolucionaria cuando es verdadera; o más general e inclusivamente dicho, la conducta cívica, la sencilla y elemental decencia.

Hija de la  mezquindad, de la más visceral envidia y de la incapacidad original para la virtud – y éste es un dato al que no se puede renunciar, porque ahí radica su filiación con la tristeza y la irrealización personal –  fue y ha sido capaz siempre de alabarla en público mientras adora en privado el resultado de obtener ventajas y utilidades sin reparar en medios, su paradigma de éxito.  

Soberbia a la hora de su triunfo pasajero, tildó de locos, soñadores, enfebrecidos, ilusos, aventureros, idealistas, inmaduros, románticos e ingenuos a sus contrarios éticos. En ese listado están un tal Aponte, una tal Carlota, un Heredia, un tal Carlos Manuel, un Ignacio, un tal Martí, o un Mella, Villena, Guiteras, Pablo, Jesús, o un Sandalio, Eduardo René,  José Antonio, Frank, Fontán, una Clodomira, una Fe, un tal Ernesto, o tú, o yo.

La ciudad desde la que escribo, Santiago de Cuba, tiene una carretera que en su ruta al litoral está completamente escoltada de nombres a los que le fueron adjudicados tales epítetos en su momento, pero José Miró Argenter, a inicios del siglo XX, dejó unas crónicas que expiden constancia de ser Cuba entera el camposanto sin memoria y lápida de las osamentas de mujeres y hombres que merecieron igual trato, casi condescendiente, si no hubiese tanta rabia detrás, tanto odio, desatado.

Valdría la pena pensar las causas que alimentan al oportunismo en la Cuba de hoy, cómo se aprende, lo que tiene de redituable para quienes lo practican, cómo corrompe, su carácter esencialmente político, también sus consecuencias, no ya porque es, para la utopía del Socialismo y muchos de nuestros esfuerzos personales, un fracaso íntimo, escandaloso, desolador y frustrante, y un peligro real, actual e inminente, sino porque esa reflexión quizás nos permitiría detectar y valorar cuánto de responsables somos nosotros mismos como individuos, sociedad y sistema político en su proliferación y éxito, cuánto se ha cobijado en nuestros proyectos de vida y cotidianeidad.

Mañana será demasiado tarde para evitar los resultados de las alianzas y complicidades políticas – sociales que ya se tejen firmemente en todos los niveles y contextos de desarrollo de la sociedad cubana entre los oportunistas y sectores de población estadanizados concienzudamente por procesos de ritualización política y de anomia social. Si éstos últimos han hecho de la simulación, la apatía, el acatamiento aparente, el no buscarse problemas y el desencanto un mantra de la desmovilización silenciosa en torno a la Revolución, tal como se puede apreciar sin mayores pretensiones en la vida diaria de cualquier lector o lectora, serán sin dudas los oportunistas los que le aporten un liderazgo oscuro y la mayor parte de las veces invisible en la restauración del Capitalismo.

¿Será capaz, finalmente, esa connivencia de acorralar y aislar socialmente las conductas revolucionarias y a los revolucionarios? ¿De estigmatizar y devaluar la honestidad como un acto de nostalgia de quienes ya llaman hoy, con disimulado desdén, coprófagos? ¿De montar la cresta de la oleada conservadora que se alza sobre el país para desarticular las nociones y las prácticas colectivas e individuales de igualdad y solidaridad, el pensamiento crítico, los procesos de emancipación humana y social, la participación, la ética política ciudadana y la propia civilización cubana? ¿Impedirá la cada vez más urgente expansión de una comprensión liberadora y republicana del Estado y del espacio público como zonas de consecución y defensa del bien común que tan nociva le es? ¿Logrará hegemonizar y recolonizar mediante la incertidumbre, el miedo y el hedonismo a las próximas generaciones de ciudadanos hasta convertirles en apacibles consumidores?

Puede que lo único que en nuestras condiciones podemos enfrentarle a todo ello sea la política. Democratizarla, hacerla desde la libertad, la transparencia, el respeto irrestricto a la opción personal, la deliberación, el acuerdo y el control público, y desde esas raras cualidades que son la vergüenza, el decoro y la honestidad no será – nunca lo ha sido – un exorcismo final contra el oportunismo y los oportunistas, pero albergo toda la confianza y la esperanza en que por lo menos servirá para engrosar entre nosotros esa promesa aplazada de nuestra modernidad que es aún en Cuba la ciudadanía.

Desde su perspectiva y en su realidad de intelectual y militante consecuente Rodolfo Walsh alguna vez afirmó que un revolucionario que no comprendiera lo que pasaba en su tiempo y en su país era una contradicción andante. Recuerdo ahora que alguna vez un maestro de nuestra generación, que todavía nos acompaña vital y lúcido, nos dijo que mientras más débiles fuéramos más debíamos apegarnos a los principios. Esa sigue siendo, a pesar de los pesares, la guardarraya ética de la Revolución en Cuba, aunque se deba arriesgar todo personalmente a esa idea. Hacer esto último, acaso haya sido siempre ser revolucionario.  

Doctor en Ciencias Jurídicas, profesor titular de Historia del Derecho en la Universidad de Oriente, Cuba.

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