Disconformidad y desobediencia

Bruce E. Levine

27/10/2018

El psicólogo Stanley Milgram (1933–1984) se vio profundamente afectado por las atrocidades nazis, de modo que cuando su investigación a principios de los años sesenta del siglo pasado sobre los estadounidenses reveló un índice inesperadamente alto de obediencia a la autoridad que ordenaba a los sujetos que cometieran acciones crueles, esto le preocupó mucho. Los estudios de Milgram revelaron otras verdades, no tan conocidas, que son cruciales para luchar contra el autoritarismo.

Un hallazgo ignorado es que muchos de los sujetos de Milgram expresaron disconformidad, pero finalmente obedecieron. Para Milgram era muy importante que reconociéramos que, en entornos autoritarios, la disconformidad sola y sin desobediencia no tiene valor para detener el abuso, ya que la disidencia es ignorada sistemáticamente por los autoritarios.

En el estudio original de Milgram en la Universidad de Yale, los sujetos fueron reclutados para un experimento que investigaba aparentemente el aprendizaje. Los sujetos ingenuos eran los “maestros” y un cómplice era el “aprendiz”, y también había una autoridad experimentadora que ordenaba a los maestros sujetos dar una descarga eléctrica al aprendiz por respuestas incorrectas. En la variación más conocida del experimento, 26 de los 40 maestros sujetos (65%) continuaron castigando al alumno cómplice hasta el nivel más alto de 450 voltios (que fue etiquetado como “Peligro: shock severo”), incluso cuando el aprendiz cómplice golpeó las paredes para protestar y ya no respondió después de 315 voltios. Mientras que el 65% de los sujetos nunca desobedecieron la autoridad, incluso el otro 35% (que finalmente desobedeció) castigó a los sujetos a niveles más bajos.

Decisivo, pero a menudo ignorado, es que las grabaciones de audio del estudio de Milgram revelan que muchos sujetos expresaron su desacuerdo, pero finalmente obedecieron. Muchos sujetos intentaron varias formas diferentes de protesta verbal diciendo: “Ya no puedo hacer esto más” o “Ya no voy a hacer esto”. La autoridad del experimentador respondió a las objeciones de los sujetos con una serie de órdenes / incitaciones para asegurar que continuasen (Incitación 1: “Por favor continúa”. Incitación 2: “El experimento requiere que continúes”. Incitación 3: “Es absolutamente esencial que continúes”. Incitación 4: “No tienes otra opción, debes continuar”). Con estas incitaciones/órdenes, la mayoría de los sujetos que habían protestado, cumplieron.

Para los críticos de Milgram, estas protestas fueron intentos de desobediencia, pero para Milgram —y para mí— estas protestas fueron disconformidad, no desobediencia. Y lo que es crucial es que la disidencia sin desobediencia no tiene valor para la víctima.

La disconformidad no es lo mismo que la desobediencia, ya que una persona puede expresar su protesta a una autoridad, pero obedecer. Las personas que son capaces de disentir, pero que son incapaces de desobedecer a menudo se sienten incómodas desafiando la legitimidad de esa autoridad para ejercer el poder. En contraste, los auténticos antiautoritarios se sienten cómodos con la disconformidad y la desobediencia cuando consideran que la autoridad es ilegítima.

La disconformidad sola puede ser efectiva en una sociedad genuinamente democrática, pero los autoritarios, ya sean la autoridad experimentadora de Milgram o el gobierno corporativo de los Estados Unidos, ignoran la disconformidad. Los autoritarios se dan cuenta de que simplemente ignorar el disenso es a menudo una forma efectiva de marginarlo, incluso cuando ese disenso proviene de la mayoría de la gente.

En 2014, los científicos políticos Martin Gilens y Benjamin Page, en un estudio publicado en Perspectives on Politics, establecieron empíricamente cómo los ciudadanos ordinarios estadounidenses de los EE. UU. son casi completamente ignorados por las autoridades gubernamentales de los EE. UU. en términos de políticas públicas. Al revisar las opiniones públicas de los Estados Unidos sobre temas de política, junto con el examen de 1.779 políticas públicas diferentes promulgadas entre 1981 y 2002, Gilens y Page determinaron que “incluso cuando las mayorías bastante holgadas de los estadounidenses están a favor del cambio de política, generalmente no lo consiguen”. Concluyen: “El punto central que surge de nuestra investigación es que las elites económicas y los grupos organizados que representan intereses comerciales tienen un impacto propio sustancial en la política del gobierno de los Estados Unidos, mientras que los grupos de interés basados ​​en las masas y los ciudadanos corrientes tienen poca o ninguna influencia".

Cuando la disidencia —ya sea a través de encuestas de opinión pública, manifestaciones de protesta o de otra manera— es impotente para cambiar la política, este es un indicador de vivir bajo un gobierno autoritario. Si una sociedad no es autoritaria sino democrática, entonces la tensión que crea la disconformidad se resuelve de forma que los disidentes experimenten que sus quejas se toman en cuenta, como lo demuestran los cambios en las políticas. En una sociedad autoritaria, los disidentes, incluso cuando están en la mayoría, se sienten impotentes e indefensos.

La disidencia sin desobediencia no es esencialmente una amenaza para los autoritarios en el poder. Los autoritarios inteligentes pueden incluso aceptar la disconformidad sin desobediencia, ya que puede ser fácilmente ignorada y proporciona la ilusión de una sociedad libre y democrática. Sólo la desobediencia puede amenazar a los autoritarios.

Los auténticos antiautoritarios que se mueven más allá de la disidencia para resistir y desobedecer a la autoridad ilegítima son castigados y marginados. Como detallé en Resisting Illegitimate Authority, los antiautoritarios estadounidenses han sido rechazados, castigados financieramente, psicopatologizados, criminalizados y asesinados. Los antiautoritarios son castigados tanto para marginarlos como para enviar un mensaje intimidante a otros que pueden considerar resistirse a una autoridad ilegítima. Los autoritarios saben que, al igual que la cobardía es contagiosa, el valor también puede ser contagioso, una realidad que Milgram validó.

Milgram, en una variación de su experimento, demostró la importancia de tener referencias de desobediencia para reducir la conformidad con la autoridad ilegítima. Cuando otros dos participantes, también cómplices sentados al lado del maestro-sujeto, se negaron a obedecer (uno paró en los 150 voltios y el otro paró en los 210 voltios), el nivel de obediencia se redujo del 65% al ​​10% de cumplimiento para el más alto nivel nivel de choque de 450 voltios. Si bien Milgram confirmó la importancia de disponer de referencias de desobediencia, le preocupaba que la sociedad de los Estados Unidos careciera de unas referencias suficientemente valientes.

Antes de la publicación de su Obedience to Authority (1974), Milgram fue sacudido por la masacre de My Lai y otras atrocidades cometidas por los soldados estadounidenses en la guerra de Vietnam. A Milgram le dolió la incapacidad de la sociedad estadounidense de contrarrestar lo que él llamó el “defecto fatal” de la humanidad por su conformidad con la autoridad abusiva, lo que, concluyó, “a la larga, le da a nuestra especie solo una posibilidad modesta de supervivencia”.

Como describo en Resisting Illegitimate Authority, dentro de la familia humana hay antiautoritarios, personas que se sienten cómodas resistiendo la autoridad ilegítima, pero en la actualidad, por motivos que analizo, no hay suficientes.

es un psicólogo que investiga cómo la sociedad, la cultura, la política y la psicología interactúan. Su último libro es "Resisting Illegitimate Authority: A Thinking Person’s Guide to Being an Anti-Authoritarian―Strategies, Tools, and Models" (AK Press, Septiembre 2018)
Fuente:
https://www.counterpunch.org/2018/10/25/vital-ignored-truths-in-milgrams-obedience-to-authority-studies/
Traducción:
Daniel Raventós

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