Don Pedro Casaldáliga, santo y héroe

Frei Betto

21/07/2005

El Brasil es un país de santos y héroes, aunque pocos alcancen reconocimiento público. Quizás sea efecto de nuestra baja autoestima, tan evidente que, hoy, induce al gobierno federal a promover una campaña publicitaria para que nuestro pueblo sienta orgullo de lo que es y de lo que hace.

Por siglos, de espaldas a América Latina, nos miramos en el espejo de los blancos europeos y norteamericanos. Lo que veíamos no era nuestro rostro indígena, negro, mestizo, sino la imagen paradigmática del colonizador convenciéndonos de que somos atrasados, feos, improductivos e inferiores. Por eso, nuestros abuelos anhelaban "purificarse" de esa fétida brasilidad contrayendo matrimonio con inmigrantes blancos, exterminando a pueblos indígenas en nombre de la civilización y manteniendo a los negros esclavos en un galerón y, después de la abolición de la esclavitud (1888), en la miseria y en la pobreza.

¿Cuántos blancos hay casados con negras? ¿Cuántos negros de las clases A y B casados con negras? Impedidas por el prejuicio y la pobreza de frecuentar la escuela, las negras sirven para trabajos domésticos, donde el látigo es sustituido, en general, por un salario ínfimo. Y las mestizas, identificadas con las mulas, tratadas de mulatas, se convirtieron en símbolo del hedonismo carnavalesco y de los atractivos turísticos orientados a la prostitución abundante y barata.

En Brasil mantuvimos el mayor período de esclavitud de las tres Américas (358 años) y todavía cerramos el proceso de la abolición con la exclusión de los negros libertos del derecho de acceso a la tierra, entregada a los colonos europeos que llegaron aquí empujados por el desempleo causado por la revolución industrial del siglo 19 y la acelerada urbanización del continente europeo.

Los pueblos indígenas, calculados en una población de 5 millones en el siglo 16 y reducidos hoy a 700 mil, fueron masacrados, desaldeizados, contaminados por las enfermedades de los blancos, por el aguardiente de los blancos, por la voracidad mercantil de los blancos, por la ambición de minerales y de maderas de los blancos. Expulsados de su ambiente natural y de los libros didácticos, se convirtieron en sinónimo de "primitivos" y "salvajes", no en el sentido de primeros habitantes de esas tierras o de moradores de la selva, sino de atrasados y brutales.

Restringida la nación a ser vagón de carga de primera clase, perdimos de vista a nuestros santos y héroes, aunque proliferen entre nosotros tantos artistas, atletas, intelectuales y también inventores como Santos Dumont. Sin embargo las cosas no existen a partir del momento en que las conocemos. No dependen, felizmente, de nuestra ignorancia. La realidad no es lo que pensamos de ella. Trasciende nuestras limitaciones.

No tan conocido como merece, hay un Brasil un santo y héroe: Pedro María Casaldáliga: Santo por su fidelidad radical (en el sentido etimológico de ir a las raíces) al Evangelio, y héroe por los riesgos de vida enfrentados y las adversidades sufridas.

Catalán de Barcelona, donde nació en 1928, el 16 de febrero, Casaldáliga ingresó en la Orden Claretiana, consagrada a las misiones, donde fue ordenado sacerdote en 1943. Impregnado de la espiritualidad de los Cursillos de Cristiandad, vino a Brasil y en 1968 recaló en la Amazonía. En 1971 lo nombraron obispo de una prelatura amazónica, a orillas del suntuoso río Araguaia: São Félix do Araguaia. Adoptó como lema principios que habrían de orientar literalmente su actividad pastoral: "No poseer nada, no llevar nada, no pedir nada, no callar nada y, sobre todo, no matar nada". En su dedo, como insignia episcopal, un anillo de tucum, que se hizo símbolo de la espiritualidad de los adeptos a la Teología de la Liberación.

São Félix es un municipio amazónico del Mato Grosso, situado frente a la isla del Bananal, en un área de 36,643 km2. En la década de 1970 la dictadura militar (1964 - 1985) amplió a sangre y fuego las fronteras agropecuarias del Brasil, devastando parte de la Amazonia y atrayendo hacia allá empresas latifundistas empeñadas en derribar árboles para abrir caminos a los rebaños bovinos. Casaldáliga, pastor de un pueblo sin rumbo y amenazado por el trabajo esclavo, tomó su defensa, chocando con los grandes terratenientes, con las empresas agropecuarias, mineras y madereras, con los políticos que, a cambio de apoyo financiero y votos, amparaban la degradación del medio ambiente y legalizaban la dilatación fundiaria sin exigir respeto a las leyes laborales.

Don Pedro ha sido blanco de innumerables amenazas de muerte. La más grave en 1976, en Ribeirão Bonito, el día 12 de octubre, fiesta de la patrona del Brasil, Nuestra Señora Aparecida. Al llegar a aquella localidad en compañía del misionero e indigenista jesuita João Bosco Penido Burnier, se enteraron de que en la delegación dos mujeres estaban siendo torturadas. Fueron hasta allí y entablaron una fuerte discusión con los policías militares. Cuando el padre Burnier amenazó con denunciar a las autoridades lo que allí ocurría, uno de los soldados lo abofeteó, le dio un puñetazo y a continuación un tiro en la nuca. En pocas horas el mártir de Ribeirão Bonito falleció. Nueve días después, el pueblo invadió la delegación, soltó a los presos, rompió todo, tiró las paredes y las quemó. En ese local se levanta ahora una iglesia.

Cinco veces reo en procesos de expulsión del Brasil, Casaldáliga vive en São Félix en una casa sencilla, sin otro aparato de seguridad que lo que le aseguran tres personas: el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Calzando unas sandalias abiertas y una ropa tan vulgar como la de los peones que circulan por la ciudad, Casaldáliga amplía su irradiación apostólica a través de una intensa actividad literaria. Poeta renombrado, lleva el alma sintonizada con las grandes conquistas populares en la Patria Grande latinoamericana. Levanta su pluma y su voz en protestas contra el FMI, la ingerencia de la Casa Blanca en los países del continente, la defensa de la revolución cubana y, años atrás, en solidaridad con la revolución sandinista o para denunciar los crímenes de los militares de El Salvador y de Guatemala. Hoy le inquietan la demora del gobierno Lula en realizar la reforma agraria y el lastre de miseria y destrucción que el agronegocio deja en las tierras del Mato Grosso.

Don Pedro se convirtió también en pastor de los negros y de los indígenas, introduciendo sus riquezas culturales en las liturgias que celebra. En su prelatura viven los indios tapirapé, salvados de la extinción gracias a los cuidados tomados por el obispo.

Citado a las visitas periódicas (ad limina) que todos los obispos deben hacer al Vaticano para rendir cuentas, Casaldáliga faltó a varias, por considerar los gastos de viajes incompatibles con la pobreza de su gente. Entretanto, remitió a los papas cartas proféticas, exhortándolos a la opción por los pobres y al compromiso con la libertad de los oprimidos.

En cierta ocasión hizo un largo viaje a caballo para visitar la familia de un jornalero que se encontraba preso. Llegó sin previo aviso. Ante un plato de arroz blanco y otro de bananos, la hija mayor, apenada, se disculpó a la hora del almuerzo: "Si hubiéramos sabido que llegaba el señor obispo hubiéramos hecho otra comida". La pequeña Eva, de siete años, reaccionó: "¡Usted, obispo, no es mejor que nosotros!". Fue una buena lección que recordó siempre. Y que siempre practicó, evitando privilegios y regalías.

Fundador de la Comisión Pastoral de la Tierra y del Consejo Indigenista Misionero, Casaldáliga admite que la sabiduría popular ha sido su gran maestra. Le preguntó una vez a un peón qué esperaba él para sus hijos. El hombre respondió: "Sólo quiero más o menos para todos". Pedro guardó la lección, luchando por un mundo en que todos tengan derecho al "más o menos". Ni de más ni de menos.

En septiembre de 1985 viajé a Cuba con los hermanos y teólogos Leonardo y Clodovis Boff. Hablamos con Fidel que don Pedro se encontraba en Managua, participando de la Jornada de Oración por la Paz, y el líder cubano insistió para que lo llevásemos a La Habana. Tan pronto como desembarcó en la capital de Cuba, el 11 de septiembre, el obispo fue conducido directamente al gabinete de Fidel. Éste se mostraba interesado en la literatura sobre la Teología de la Liberación. Don Pedro observó con su fina ironía:

- Para la derecha es preferible tener al papa contra la Teología de la Liberación que a Fidel a favor.

Esa misma noche Casaldáliga pronunció un discurso en la apertura de un congreso mundial juvenil sobre la deuda externa:

- No es sólo inmoral cobrar la deuda externa, también es inmoral pagarla, porque, fatalmente, significará endeudar progresivamente a nuestros pueblos.

Al fijarse en que los zapatos del obispo estaban en pésimo estado, el secretario de Fidel le ofreció un par nuevo de botas.

- Dejo mis zapatos al Museo de la Revolución, saltó don Pedro.

Fuimos juntos para Nicaragua el día 13. Allí don Pedro participó en innumerables actos contra la agresión del gobierno de EE.UU. a la obra sandinista y bautizó al cuarto hijo de Daniel Ortega, Mauricio Facundo.

En su segundo viaje a Cuba, en febrero de 1999, Casaldáliga declaró en público, en Pinar del Río:

- El capitalismo es un pecado capital. El socialismo puede ser una virtud cardinal: somos hermanos y hermanas, la tierra es para todos y, como repetía Jesús de Nazaret, no se puede servir a dos señores, y el otro señor es precisamente el capital. Cuando el capital es neoliberal, de lucro omnímodo, de mercado total, de exclusión de inmensas mayorías, entonces el pecado capital es abiertamente mortal.

Y enfatizó: - No habrá paz en la Tierra, no habrá democracia que merezca rescatar este nombre profanado, si no hay socialización de la tierra en el campo y del suelo en la ciudad, de la salud y de la educación, de la comunicación y de la ciencia.

En el 2003, al cumplir 75 años, Casaldáliga presentó su renuncia a la prelatura, como exige el Vaticano a todos los obispos, excepto al de Roma, el papa. Sólo ahora, en el 2005, el Vaticano le nombró un sucesor. Antes, sin embargo, le envió a un obispo que, en nombre de Roma, le pidió que se alejase de la prelatura, de modo que no obstaculizara al nuevo prelado. A Don Pedro no le gustó la advertencia y, coherente con su esfuerzo de hacer más democrático y transparente el proceso de selección de los obispos, rehusó aceptarla. El nuevo obispo, fray Leonardo Ulrico Steiner, puso fin a la situación al declarar que don Pedro es bienvenido a São Félix.

Traducción de José Luis Burguet.

(*) Frei Betto es miembro del Consejo Editorial de SINPERMISO

Fuente:
Alai, 13 julio 2005

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