EE UU: Demócratas Atari

Lily Geismer

29/11/2016

Mientras el movimiento obrero organizado perdía fuerza, el Partido Demócrata giró hacia los votantes de clases profesionales para apuntalar su base. Los calificados "demócratas atari" [1]

A finales de 1992, el Consejo de Liderazgo Demócrata (DLC)[2] publicó un “proyecto por unos nuevos EEUU” llamado Mandato para el Cambio. Publicado mientras el ex jefe del grupo se preparaba para asumir la presidencia, el documento pretendía ser una “guía para las ideas y temas progresistas que animaron la campaña ganadora de Bill Clinton” y un contorno de “una nueva agenda gubernamental para la nueva época de la política estadounidense.”

Animando aquella agenda había varios núcleos principales: “el crecimiento económico generado en el libre mercado como prerrequisito para que haya oportunidades para todos”, “igualdad en términos de oportunidad, no de resultados”, y un rechazo tanto del “énfasis liberal[3] sobre la redistribución en favor de las políticas de crecimiento que generan una prosperidad amplia” como de “la noción derechista de que los ricos inversores dirijan la economía.”

El propio Clinton publicitó el libro, alabando la “nueva filosofía gubernamental basada en la oportunidad, la responsabilidad y la comunidad” de los autores. Al final, el presidente electo declaró que el Partido Demócrata se estaba moviendo “más allá de los viejos debates izquierda-derecha del pasado.”

Mandato para el Cambio contenía además un relato de historia política que validaba los propios esfuerzos del DLC para rehacer al partido. Los autores dibujaban una coalición demócrata “partida en dos” a finales de los 60 “sobre los temas de la raza, la guerra y la alienación cultural.” Era Clinton, se entusiasmaban los autores, quien había rescatado al partido del caos y el olvido. El fundador del DLC, Al From, recicló el relato “Clinton como salvador” en sus memorias, argumentando que la filosofía y estrategia de los nuevos demócratas habían rescatado a los demócratas del “desierto.” A pesar de que el partido había sido transformado en realidad desde finales de los 60, el cuento heroico del renacimiento oscureció una reestructuración mucho más compleja.

Estos cambios no deben ser vistos ni como la traición a los propósitos del Partido Demócrata de finales de los 60 ni como producto del genio político del DLC. Más bien, reflejan un desplazamiento más amplio en la balanza de poder dentro del partido. Desde los años 60, los profesionales suburbanos del conocimiento y las corporaciones de alta tecnología han suplantado a las poblaciones urbanas y los sindicatos obreros como núcleo constituyente del partido. Esta base de desplazamiento intensificó la desigualdad estructural y constriñó la capacidad del partido para implementar reformas progresistas.

Aunque los profesionales suburbanos del conocimiento forman una pequeña parte del electorado e incluso un porcentaje menor de la población nacional, han acabado manteniendo una desproporcionada cantidad de poder político –especialmente en el Partido Demócrata–. Esta base de población tiende a votar en gran número, financia las campañas electorales, se implica en la propaganda y recibe una atención mediática desmesurada.

Ingenieros, ejecutivos del sector tecnológico, científicos, abogados y académicos de los enclaves posindustriales de alta tecnología a lo largo del país –desde la Autopista 128 hasta el Triángulo de la Investigación y Silicon Valley– comparten ampliamente una agenda política que combina los temas culturales y económicos. Generalmente están a favor de la protección medioambiental, los bajos impuestos, la libertad de elección, la promoción de la industria de alta tecnología, la educación como medio de progreso, y los expertos como solución para los problemas sociales. Richard Florida, que acuñó originalmente el término “clase creativa” para describir a este grupo, caracteriza su política como “generalmente de mentalidad liberal.”

Por encima de todo, argumenta, los profesionales del conocimiento son “firmemente meritocráticos” y se oponen a la “desigualdad de oportunidades.” Aunque ese compromiso les ha llevado a veces a favor de remedios colectivos a problemas sociales, en otros puntos, ha provocado una aguda antipatía hacia los sindicatos obreros.

Esa oposición a uno de los principios fundamentales del New Deal confirma una cosa: aunque el liberalismo estadounidense no se ha desintegrado desde los años 60, ha sufrido una clara metamorfosis, remodelando su hogar en el Partido Demócrata por el camino.

Las raíces del crecimiento de las clases profesionales van mucho más allá de lo que es inmediatamente evidente. De hecho, se remonta al propio New Deal. Representado a menudo como el apogeo de la socialdemocracia en los Estados Unidos, el New Deal consistió en iniciativas como la Ley Nacional de Relaciones Laborales, la Ley de Seguridad Social y el programa de empleo Work Progress Administration, que llevaron a los obreros industriales bajo el paraguas demócrata.

Pero al mismo tiempo que el New Deal consolidó el apoyo de generaciones de obreros industriales, también inició una serie de políticas e ideas que finalmente empoderaron a los profesionales suburbanos del conocimiento otorgándoles privilegios y recursos sustanciales. Estas políticas exacerbaron las formas de desigualdad estructural que han definido y plagado la sociedad estadounidense desde siempre.

En el esfuerzo de crear seguridad económica y oportunidades para estabilizar las fuerzas del mercado, los burócratas de Franklin Roosevelt y Harry Truman desarrollaron una gama de políticas públicas para estimular la vivienda unifamiliar en propiedad para blancos en las afueras de las principales ciudades. Las familias negras y mestizas no recibieron tales privilegios. Como los historiadores y otros investigadores han documentado cuidadosamente, el resultado –la suburbanización– fue la segregación residencial sistemática por raza y clase.

A pesar de la creación de una intervención estatal, las consecuencias odiosas de estas políticas se enmarcaron en un discurso de libre mercado por parte de la industria inmobiliaria, la cultura popular e incluso el Gobierno. Este oscurecimiento de las causas reales de la continua segregación animó a los suburbanos blancos a entender sus decisiones sobre donde vivir como derechos y elecciones individuales. Era menos probable que viesen como sus propias acciones se beneficiaban de los subsidios estatales que perpetuaban las formas de desigualdad económica y racial.

La agenda del New Deal también situaba ideas tecnocráticas en el corazón de sus programas. Los defensores de estos mecanismos de gobierno aparentemente apolíticos poblaron las agencias estatales, contribuyendo a los posteriores giros en el Partido Demócrata y en la dinámica espacial y económica de la nación. La Administración Roosevelt incrementó sustancialmente los fondos para las investigaciones científicas en universidades como el MIT, Harvard y Stanford para propósitos militares. Durante la Guerra Fría, el Gobierno promovió esta financiación en forma de becas federales de desarrollo e investigación, lo que incrementó el tamaño de las universidades y engendró los numerosos avances tecnológicos a lo largo del tiempo.

Más allá de la torre de marfil, el creciente gasto alimentó la explosión de compañías tecnológicas y electrónicas en parques empresariales y laboratorios en la periferia metropolitana de las ciudades, que transformaron socialmente zonas que van desde Boston y Nueva York hasta Atlanta, Los Ángeles y la Bahía de San Francisco. El crecimiento de estos nuevos negocios y laboratorios sentó las bases para la revolución tecnológica.

Estos desarrollos también precipitaron un giro en las políticas laborales. Los profesionales del conocimiento, no obreros manufactureros, se convirtieron en el sector ocupado que crecía más rápido en esta “sociedad posindustrial”, como es conocido que patentó Daniel Bell al panorama económico post-II Guerra Mundial. A pesar del hecho de que más de un tercio de todos los trabajadores pertenecía a un sindicato a comienzos de los años 50, las tecnologías que ahorraban mano de obra, el traslado de muchas empresas a los estados sureños del “derecho al trabajo”[4] y la supresión del activismo sindical iniciaron una caída en curso de las tasas de sindicación a lo largo del país durante los 50 y 60. A lo que se añadió una creciente divergencia política entre los dirigentes sindicales y las bases. Esta combinación de factores llevó a los sindicatos a perder gradualmente su influencia en el Partido Demócrata.

Al mismo tiempo, una nueva forma de políticas demócratas y liberales empezaba a emerger en los parques empresariales suburbanos y las viviendas unifamiliares. Los profesionales de cuello blanco del conocimiento eran empleados en ámbitos abrumadoramente no sindicados como la ingeniería, la abogacía y la academia, que enfatizaban los principios meritocráticos de la especialización y el progreso a través de las habilidades individuales –principios que algunos vieron como antitéticos al sindicalismo–.

Este rechazo del ideal socialdemócrata de la negociación colectiva no implicó un rechazo del liberalismo. Los ingenieros, científicos, académicos y otros profesionales que se mudaron al tipo de racimos suburbanos de los cuales la Autopista 128 de Boston es un arquetipo, a menudo desafiaron la típica imagen de posguerra de los suburbanos conservadores, blancos, de clase media, que se oponían activamente a los derechos civiles y la integración. Los residentes en estas comunidades ricas y altamente formadas apoyaban, y a menudo se organizaban, en torno a los temas sobre derechos civiles.

Tendían, sin embargo, a defender causas como la “vivienda justa”, que estaban basadas en el ideal meritocrático de que cualquiera con medios suficientes merecía el derecho a vivir donde eligiese. Favorecían las políticas que creaban “igualdad de oportunidades” y fomentaban los “derechos individuales”, en lugar de aquellos llamados a erradicar los cimientos estructurales de la segregación racial y la desigualdad económica. De hecho, estos suburbanos se oponían habitualmente a la construcción de viviendas para rentas bajas en sus propias comunidades. Y muchos rechazaban apoyar la integración escolar metropolitana, que era un anatema para su abstracta fe en la igualdad de oportunidades y generaba una amenaza potencial a sus valores de propiedad y educación de los hijos.

A finales de los 60 y principios de los 70, las prioridades de los profesionales suburbanos del conocimiento comenzaron a recibir una atención más fuerte por parte de los políticos demócratas –especialmente de George McGovern–. Aunque la derrota infligida por Richard Nixon a McGovern en las elecciones presidenciales de 1972 suele servir como símbolo del desorden en el partido tras los tumultos de finales de los 60, el senador de Dakota del Sur fue uno de los primeros demócratas en reconocer el creciente peso de este grupo social y de los amplios cambios en la balanza de poder del partido.

Esta conciencia surgió, en parte, del papel desempeñado por McGovern supervisando las reformas en el proceso de selección de delegados del Partido Demócrata tras las elecciones de 1968. La Comisión McGovern-Fraser estableció un conjunto de directrices diseñadas para promover la representación justa de las posiciones minoritarias y asegurar que los acuerdos a puerta cerrada en habitaciones llenas de humo entre dirigentes electos, liberados del partido y líderes sindicales no pudiesen seguir dominando el proceso de selección de delegados.

Algunos investigadores han sugerido que estos cambios contribuyeron a la fragmentación de la representación política del movimiento obrero, y pusieron fin el papel de los dirigentes sindicales como poderes en la sombra y brokers del poder en las políticas del Partido Demócrata (como ejemplificó el líder de la AFL-CIO[5], George Meany; otros sindicatos, como el del automóvil UAW, apoyó las reformas). Estos cambios exacerbaron las tensiones entre los políticos demócratas y segmentos del movimiento obrero organizado, con la AFL-CIO de Meany decidiendo no respaldar electoralmente a McGovern. Simultáneamente esto le dio más influencia política a los profesionales posindustriales.

En su campaña para la presidencia, McGovern participó en actividades concertadas con los ingenieros y otros profesionales científicos. Se apoyó en políticas de captación, llamando a la concentración del gasto en investigación y desarrollo para mejorar el medio ambiente, la educación y los sectores tecnológicos (especialmente las pequeñas start-ups) en lugar de la defensa.

Los llamamientos funcionaron. McGovern fue el primer candidato presidencial demócrata en tener mejores resultados entre los votantes de cuello blanco que entre los de cuello azul, ganando el 42% entre los profesionales del conocimiento de todo el país y consiguiendo considerables avances en los suburbios periféricos. Precursor de la estrategia y el programa de los nuevos demócratas, las elecciones de 1972 marcaron un momento crucial en el movimiento del centro de gravedad del partido de la tradicional base urbana sindical hacia los suburbanos de clases profesionales.

En los siguientes años, los políticos demócratas refinaron cada vez más la estrategia de McGovern. Liderando esta banda estaba la cohorte de políticos demócratas conocidos como los Watergate Babies, que incluía al gobernador de California, Jerry Brown, los senadores por Colorado, Gary Heart y Tim Wirth, al congresista por Massachusetts Paul Tsongas y al gobernador de dicho estado, Michael Dukakis.

Todos estos políticos obtuvieron el apoyo de una base suburbana blanca a través de programas reformistas orientados a temas concretos, y todos buscaban distanciarse de la “vieja política” del New Deal. Su programa compartido combinaba posiciones liberales en política exterior, derechos civiles, feminismo, y especialmente medio ambiente, con el cometido de estimular el emprendimiento y el crecimiento del sector privado.

En los años 80, con el creciente eclipse de la tradicional base del New Deal, muchos de los Watergate Babies empezaron a poner un énfasis incluso mayor en el sector privado –particularmente en la industria de alta tecnología–, obteniendo la etiqueta de Demócratas Atari.

Este grupo se expandió, incluyendo al senador por Tennessee, Al Gore, y al gobernador de Arizona, Bruce Babbitt, que se unieron a otros Demócratas Atari para pregonar la importancia de la colaboración público-privada y el desarrollo de mejores relaciones entre Gobierno y empresas, especialmente las tecnológicas. Aunque muchos de estos demócratas tecnológicos creían en la extensión de las oportunidades, pensaban que los programas de privatización y aumento del mercado eran más efectivos en la economía posindustrial que los remedios de estilo New Deal. “Las soluciones de los treinta”, afirmaba su mantra, “no resolverán los problemas de los ochenta.”

Centrarse en expandir el sector de las altas tecnologías y mantener los impuestos bajos hizo a los Demócratas Atari populares entre los votantes profesionales suburbanos. Este planteamiento, sin embargo, produjo una distribución del crecimiento económica y geográficamente sin precedentes que privilegió a los profesionales de clase media y aumentó las desigualdades estructurales.

El énfasis en crear empleos en empresas de alta tecnología y del sector de los servicios relacionados con ellas, hizo al empleo demasiado dependiente de los ciclos de boom y quiebra de la economía posindustrial. Y aunque la industria de las altas tecnologías creó una gama (generalmente no sindicada) de empleos bien pagados, estas oportunidades a menudo demandaban un alto nivel de especialización, experiencia y cualificación.

Como respuesta, muchos críticos acusaron al partido de haber abandonado las cuestiones de clase. Habiendo patrocinado los valores suburbanos e individualistas de calidad de vida y economía de alta tecnología, los Demócratas Atari habían echado por la borda las políticas de clase. Simplemente defendían políticas que reflejaban los intereses de clase de la base del partido, que había girado de los obreros del automóvil a los profesionales del conocimiento.

Pocas figuras como Michael Dukakis personificaron mejor la nueva orientación. Como gobernador de Massachusetts, hizo propuestas explícitas a los dirigentes del sector de las altas tecnologías, enfatizando el emprendimiento como algo central para fomentar un clima económico saludable. Su administración trabajó para alcanzar acuerdos entre las empresas de alta tecnología y las firmas de capital riesgo con base en Boston, llevando al surgimiento de nuevas corporaciones de software, procesamiento de datos y fabricación de ordenadores en el estado, y ayudando a girar alrededor de su economía.

En 1985, Massachusetts tenía el porcentaje más alto de trabajadores del sector servicios y la tasa más alta de renta per cápita de todos los estados del país. Dukakis, afirmaban radiantes sus partidarios, había creado el “Milagro de Massachusetts.”

En 1988, Dukakis se subió a la ola del crecimiento de las altas tecnologías para optar a la nominación presidencial demócrata, haciendo del renacimiento exitoso de la economía de Massachusetts el eje central de su campaña. Lanzó promesas sobre estimular el crecimiento de las altas tecnologías a lo largo de todo el país basándose en el modelo de la Autopista 128 con preocupación por los temas de calidad de vida como el tráfico y la contaminación, el desaforado crecimiento urbano y los crecientes problemas de las drogas y la criminalidad.

Aunque perdió las elecciones tras ser difamado en el infame anuncio de Willie Horton y ridiculizado como la “quintaesencia del liberal de Massachusetts”, su programa le hizo ganar apoyos entre los profesionales de cuello blanco de las áreas metropolitanas del Cinturón del Sol, el Oeste y el Noreste. Cuatro años más tarde, el chico de oro del DLC, Bill Clinton, situó el crecimiento de las altas tecnologías y a los profesionales suburbanos como el frontispicio de su visión política en su propia campaña presidencial.

Ahí han permanecido desde entonces. En las elecciones presidenciales en particular, el énfasis en estimular el crecimiento de las altas tecnologías y expandir las oportunidades para ganarse a los profesionales formados persiste como eje de la estrategia electoral del Partido Demócrata. Este enfoque, sin embargo, ha alejado a los votantes de rentas más bajas, muchos de los cuales no ven razones para participar el día de las elecciones. El resultado es una brecha de ingresos y clase aún mayor entre los abstencionistas –que tienden a ser más partidarios de los sindicatos y del gasto público en empleo y seguridad social– y los votantes de rentas más altas, que son menos favorables a estas posturas.

Estos patrones de voto, en cambio, conforman la estrategia del Partido Demócrata –amplificando en última instancia el poder de sus votantes ricos y formados–. Por ejemplo, aunque la campaña de Obama hizo del registro de nuevos votantes[6] una prioridad, concentró la mayor parte de su atención y recursos en ganarse el apoyo de los profesionales del conocimiento de clase media-alta.

Tanto en 2008 como en 2012, en los campos de batalla electoral como los suburbios del norte de Virginia, Denver y el Triángulo de la Investigación de Carolina del Norte, Obama combinaba rutinariamente mensajes de igualdad y oportunidades con promesas de estimular el empleo y el emprendimiento de alta tecnología, prometiendo bajadas de impuestos a la clase media y mejorar la educación.   

A lo largo de su presidencia, ha solido fusionar los ideales del individualismo meritocrático con nociones interclasistas de igualdad de oportunidades, acentuando que los Estados Unidos deben sostener sus ideales fundacionales que prometen que “si trabajas duro y asumes tus responsabilidades, puedes salir adelante, sin importar de donde vienes, cual es tu aspecto o a quien amas.”

Estas posiciones enmascararon los obstáculos estructurales que hacían ese tipo de objetivos difíciles de lograr para la mayoría de estadounidenses de clase obrera y pobres y demostraban la distancia entre el mensaje del Partido Demócrata y la realidad cotidiana de sus vidas. Sin embargo ese tipo de retórica se probó crucial en la popularidad de Obama entre los profesionales del conocimiento en los enclaves suburbanos de la clase creativa a lo largo del país.

En ambas elecciones, Obama ganó fácilmente zonas con una alta concentración de diplomados en estudios avanzados y se aseguró el apoyo de los profesionales de las altas tecnologías por un margen abrumador a nivel nacional. Obtuvo, en tasas asombrosamente altas, los votos y la financiación de campaña de profesionales de empresas como Google y Microsoft, construido sobre las relaciones forjadas entre las empresas tecnológicas y el Partido Demócrata.

Una vez en la presidencia, Obama desarrolló estrechos y personales vínculos con muchos de los magnates dirigentes de Silicon Valley, prestando sus oídos cotidianamente a figuras como Reid Hoffman de LinkedIn, un conocido promotor de redes de emprendimiento basadas en internet presentadas como soluciones a los problemas económicos del país.

En su oferta de campaña de 2016, Hillary Clinton ha fortalecido estos vínculos, sobrepasando a los candidatos de ambos partidos en donaciones individuales de profesionales de las diez empresas con mayor nivel de beneficios de Silicon Valley, incluidas Google, Facebook, Apple y eBay. Sin embargo, estas relaciones se están comprobado crecientemente complicadas de navegar. Muchos estadounidenses ya no ven a Silicon Valley como símbolo de las oportunidades y la democracia sino como un bastión del elitismo. 

Esta actitud ha contribuido al éxito de la oferta de Bernie Sanders. Sanders ha situado el tema de la desigualdad económica en el centro de la agenda del Partido Demócrata por primera vez en generaciones. Aun así, aunque el programa populista y los discursos de campaña de Sanders expresan apoyo al movimiento obrero organizado, son los profesionales formados (o aspirantes a ello) –no los obreros de cuello azul– los que han participado mayoritariamente en sus mítines y han financiado su campaña. [Nota del editor de Jacobin: recientes pruebas sugieren que Sanders está atrayendo a votantes de rentas bajas en gran número.]

Queda por ver si la candidatura de Sanders constituye el comienzo de un resurgimiento final del progresismo económico en el partido. Pero lo que es cierto es que la base de clase del Partido Demócrata continua conformando sus políticas y cometidos. Tal y como está, el Partido Demócrata es mucho más que un almacén de los valores liberales. Es un partido que favorece consistentemente a su base de clase media-alta tanto en los programas para las campañas presidenciales como en su agenda gubernamental.

Aquellos comprometidos con el cambio transformador, por tanto, deben ser escépticos sobre la capacidad de los demócratas para aplicar algo más que tibias reformas sin un cambio sustancial en la composición de clase del partido. No se puede esperar que un partido sin un núcleo de clase obrera mejore las perspectivas de la clase obrera.

Notas:

[1] Con el término Atari Democrat fueron conocidos durante las décadas de los 80 y 90 los dirigentes demócratas que argumentaban que el apoyo al desarrollo de las nuevas tecnologías y el mercado relacionado estimularía la economía y crearía empleo. El término utiliza la famosa marca de videojuegos y máquinas recreativas Atari, puntera en los años 80. [Nota del traductor]

[2] El DLC fue una corriente política organizada en 1985 con el objetivo de alejar hacia la derecha al Partido Demócrata respecto a las posiciones que había mantenido durante las dos décadas anteriores. Sus seguidores eran conocidos como nuevos demócratas. Fue disuelta en 2011. [N. del T.]

[3] Téngase en cuenta que en los EEUU el término liberal tiene un significado amplio, más allá del liberalismo como ideología política y económica, cuya equivalencia europea sería la de progresista o de centro-izquierda. [N. del T.]

[4] Concepto bajo el cual varios estados de los EEUU legislaron contra los derechos de los trabajadores y en favor de la desregulación en las relaciones laborales en contraposición a los avances legales obtenidos por aquellos en otros estados del país, promoviendo el dumping social. [N. del T.]

[5] La Federación Americana del Trabajo-Congreso de Organizaciones Industriales (conocida por sus siglas en inglés, AFL-CIO) es la principal confederación sindical de los EEUU. [N. del T.]

[6] En los EEUU, para poder ejercer el derecho a voto, el elector debe inscribirse previamente en el censo electoral. [N. del T.]

 

es profesora asociada de Historia en la Universidad McKenna de Claremont (California) y autora de Don’t Blame Us: Suburban Liberals and the Transformation of the Democratic Party.
Fuente:
Jacobin, núm. 20
Traducción:
Adrián Sánchez Castillo

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