El 68 alemán II: Tesis sobre la transformación de la democracia y la oposición extraparlamentaria

Johannes Agnoli

17/02/2018

“El deber de todo demócrata es luchar contra las leyes de emergencia”. Protestas del 11 de mayo de 1968 en Bonn (Alemania) contra el estado de emergencia decretado por la primera Gran Coalicióny conocido como Notstandsgesetze.

 

Johannes Agnoli (1925-2003), uno de los pensadores más importantes del 68 alemán, tuvo una vida cuanto menos desconcertante. Joven fascista italiano, voluntario en la Wehrmacht en la lucha contra los partisanos yugoslavos, tras la guerra estudió filosofía en la Universidad de Tubinga gracias a una beca para veteranos de la RFA, haciendo su doctorado sobre la filosofía del derecho de Giambattista Vico. Miembro del SPD desde 1957, fue expulsado por su pertenencia a la SDS en 1961, después de ver su contrato de profesor asistente cancelado en 1960 en la Universidad de Colonia por pedir el reconocimiento de la RDA. Fue Wolfgang Abendroth quién le recomendó a Ossip K. Flechtheim, catedrático de ciencias políticas de la Universidad Libre de Berlín, de la que sería profesor titular de 1972 a 1991.

Su libro La transformación de la democracia, escrito junto al psicólogo social Peter Brückner, se convirtió en “la Biblia” del movimiento estudiantil alemán y sigue siendo un libro fundamental para comprender la evolución del estado en Europa Occidental después de la Segunda Guerra Mundial y una crítica acerada del “cretinismo parlamentario”. Además del artículo que reproducimos, traducido por primera vez al castellano, los lectores interesados pueden consultar su larga entrevista a Ernest Mandel, publicada con el título Marxismo Abierto.

Fue Toni Domènech, poco antes de su muerte, el que volvió a recuperar para sus amigos este texto, que le había influido en su época de joven investigador en Alemania. SP

 

Estas tesis sirven como suplemento de mi libro La transformación de la democracia y como corrección de algunas citas erróneamente hechas en la notable conferencia de delgados del SDS (Sozialistischer Deutscher Studentenbund o Unión Socialista de Estudiantes alemana). Generalmente soy de la opinión de que, más que interpretar textos, los revolucionarios deberían impulsar cambios en las condiciones[1].

Teniendo en cuenta las verdaderas relaciones de poder del Estado y las relaciones reales de dominación en la sociedad, la expresión común del Estado burgués moderno (la “democracia parlamentaria”) representa en sí una paradoja. Hace un tiempo William Borm preguntó a la dirección del Club Republicano[2] si éste todavía defendía la “democracia parlamentaria clásica”. La dirección del Club solo pudo dar una respuesta vaga e incierta, aunque políticamente inteligente: “Nosotros, por supuesto que sí, pero los partidos parlamentarios ya no”. La democracia parlamentaria clásica ha desaparecido ya hace tiempo. No se trata simplemente de que su función social y su estructura institucional correspondan a un periodo pasado en la historia, sino que el Estado liberal era la forma de organización social y legal de control sobre una sociedad que mantenía un modo de producción capitalista (de ahí que algunas de sus instituciones todavía se conserven), pero que dependía del poder de la máquina de vapor. Nuestra sociedad, que produce y producirá con energía atómica, no necesita ese Estado. Además, la naturaleza del parlamentarismo clásico del Estado burgués anterior, en lo que se refiere a la supremacía del parlamento, con su autoridad política y legislativa, ha sido superada por la propia ley constitucional. La Ley Fundamental[3] supone la supremacía del poder ejecutivo sobre el legislativo, tanto en la cuestión de la autoridad política como en el control del parlamento por parte del gobierno.

Nuestra sociedad, sin embargo, poco puede hacer con las formas e instituciones convencionales del sistema parlamentario de gobierno. En 1922, Pareto[4] aconsejó a Mussolini que, con el fin de estabilizar el poder, diese continuación al parlamento con algunos cambios formales: las masas que se inclinan por los sentimientos democráticos son neutralizadas más eficazmente a través de un órgano que le da la ilusión de participar en el poder estatal. No es la abolición del parlamento lo que hace fuerte al nuevo Estado, sino la transferencia de su autoridad política a círculos cerrados de “élites”.

En este punto reside, de acuerdo con Pareto, el significado histórico y el objetivo de la clase burguesa de la transformación fascista del Estado.

I

Tras la derrota del fascismo, el restablecimiento del sistema de gobierno parlamentario en Europa occidental se enfrentó a los mismos problemas que históricamente el fascismo no había podido resolver: cómo contener a las masas subalternas, que ya habían empezado a movilizarse, en una condición de dependencia para prevenir una emancipación que comenzaría por una revolución en las relaciones de producción.

La dificultad yace, y continúa yaciendo, en el carácter ambivalente  que el parlamento puede asumir en determinadas circunstancias. En una sociedad burguesa cada vez más dinámica, caracterizada tanto por el antagonismo de la esfera productiva como por la pluralidad de la distribución de intereses, el órgano representativo puede transformarse en un instrumento que expresa el antagonismo a través del Estado y, por tanto, eleva la lucha (social) de clases a un conflicto político sobre el poder.

Visto de este modo, el parlamentarismo solo podrá garantizar el poder de la burguesía y proteger el capitalismo en la medida en que consiga rechazar esa ambivalencia. Debe funcionar como un mecanismo que haga políticamente irrelevantes los conflictos del antagonismo de clases y que controle y pacifique los conflictos de intereses. En este respecto, la concepción desarrollada por Friedrich Engels se invierte; la “República burguesa” (que de acuerdo con Engels era la forma más favorable y, en ciertas circunstancias, pacífica para el desarrollo de la lucha de clases y los conflictos de poder) intenta mantener su carácter y transformarse en la forma más favorable a la integración de las clases subalternas en el sistema capitalista de producción y el sistema político burgués. El “pueblo” es degradado a una mera pieza de negociación en la rivalidad entre los grupos políticos dominantes. Para otros países con sistemas “parlamentarios”, el modo en que se consiguió esta transformación en la República Federal de Alemania es ejemplar.

II

Entre los aspectos más importantes de este intento de estabilizar y asegurar el capitalismo en el ámbito político, se incluyen:

La disolución de las clases subalternas en un sistema plural de categorías laborales. Ya en su forma fascista, esto se probó adecuado para contrarrestar la polarización objetiva de la sociedad en las esferas subjetiva, organizacional e ideológica. En este sentido, el capitalismo organizado cuenta con medios más efectivos a su disposición que el capitalismo concurrencial anterior, y de los errores del pluralismo fascista también ha aprendido a llamarse democrático.

Dado esto, la expresión de la sociedad a través del Estado deviene en la articulación de una pluralidad de partidos. Esto significa que mientras diferentes partidos (aunque, desde el punto de vista de las tendencias dominantes, dos tienen supremacía) compiten por el reparto de poder, estos mismos se parecen entre ellos significativamente. Renuncian a representar grupos concretos o intereses de clase, y se hacen parte de un equilibrio general. Superficialmente reúnen a todos los grupos reales y todas las posiciones políticas ideales en una relación de intercambio indiscriminado y excluyen a cualquier grupo con ideas revolucionarias o con interés en cambios estructurales. Estos partidos se separan de su propia base social y se convierten en parte de asociaciones políticas estatales; se convierten en funcionarios encargados de sostener el equilibrio del Estado.

Los partidos, habiéndose convertido en parte del Estado, desarrollan una cualidad social nueva que está relacionada con sus propios intereses materiales: mantener las relaciones que les hacen posible acaparar el poder en tanto que parte del Estado y de la élite. Por lo tanto, se alinean  (sean o no partidos de masas) con los intereses de aquellos grupos sociales más tendentes a conservar tales estructuras. En este sentido, la antigua cuestión de si los partidos de gobierno son títeres de las clases dominantes o si representan una clase social independiente (la clase política) es superflua. Ellos mismos son partes de la clase política dominante. En concreto, son una función del Estado. De esta forma, el antagonismo social no se ve reflejado en el sistema de partidos; todo lo que sucede en el aparato de poder político es la reproducción de un polo de la sociedad, que de otro modo, se vería hostilmente cuestionado. Esto quiere decir que la separación de los partidos de su base social no afecta a todas las clases y grupos del mismo modo. Solo los grupos que potencialmente querrían cambiar las relaciones son excluidos de la representación a nivel del Estado: las masas subalternas. No tienen voz en la toma de decisiones políticas fundamentales, aunque sientan predilección por uno u otro partido en cuestiones marginales de la práctica política.

Estos mismos partidos, que han alienado al conjunto de las clases populares, se identifican en términos ideológicos como Volksparteiten[5] (partidos del pueblo). Los esfuerzos de su propio liderazgo llevan a estos partidos a desarrollar un nuevo mecanismo de dominación, en el que centros de poder autoritarios entran en un ciclo de competición entre ellos. Esta relación competitiva está organizada oligárquicamente, puesto que tiene poco que ver con el principio político de libre competencia, al igual que el mercado de valores organizado de la oligarquía capitalista moderna tiene poco que ver con la libre competencia económica. Este ciclo abierto de rivalidad entre los grupos políticos que se combaten y excluyen será sustituido por un ciclo de asimilación que en última instancia lleva a su autoliquidación; una constante integración de posturas entre partidos aparentemente enfrentados y una participación mutua en el empleo coercitivo del Estado (que se hace patente en la cooperación de las facciones mayoritarias y minoritarias y el mecanismo por el que se turnan el poder, o en la forma de gran coalición). De esta manera, los partidos luchan entre ellos por el poder de gobernar pero forman, sin embargo, una unidad simbólica, en cuya esfera se encuentra un conflicto abstracto de liderazgo. Forman una versión pluralista de un partido único (Einheitspartei)[6].

III

La transformación en el sistema de partidos está relacionada con los cambios funcionales y estructurales que el propio parlamento ha experimentado en las últimas décadas. De entre estos cambios, hay uno que no debe ser olvidado, no sea que corramos el peligro de mistificar la “pérdida de utilidad” del parlamento en relación a las anteriores formas de parlamentarismo: en tanto que factor de poder social, el parlamento ha venido representando históricamente para la sociedad burguesa la ficción de la libertad del pueblo a través de la puesta en práctica de la representación popular. “De todos estos elementos específicos… para la idea de libertad y por lo tanto de democracia, la de mayor importancia es el parlamentarismo… Parecería como si la idea de libertad democrática encontrase su expresión perfecta en el parlamentarismo. A este propósito sirve la ficción de la representación” (Kelsen)[7].

De hecho, el principio de la representación parlamentaria (el mandato representativo, libre de la voluntad de los votantes, pero no de las directivas y órdenes del partido político; la irrevocabilidad del mandato durante el periodo legislativo, etc.) resulta ser un método eficaz para mantener a las masas lejos de los centros de poder y (a través de la mediación del Estado y la ley) de los centros de decisión de la sociedad. Con certeza, ningún representante individual, en tanto que no pertenezca a los centros internos de liderazgo, acumula poder alguno a partir del principio de representación. A la ficción parlamentaria también pertenece la concepción ideológica propia de Leibholz[8] de que el representante es el maestro del pueblo, y no su siervo.

Sin embargo, si debido al monopolio político de los partidos parlamentarios (y con esto concordaría Pareto) la población se orienta por un lado hacia la política parlamentaria y la cooperación gubernamental con el parlamento  y, por otro lado, hacia la confrontación del gobierno con la oposición que encuentra la esperanza en el parlamento, resulta de esto una ficción que expresa un verdadero elemento de dominación. El Parlamento (Bundestag) de Alemania Occidental no es ni un maestro, ni un legislador que representa del pueblo.

En lugar de eso, el parlamento sirve como instrumento constitucionalmente indispensable para hacer publicidad de las decisiones tomadas mediante la cooperación entre el aparato del Estado y los grupos sociales de presión. Actúa así como la correa de transmisión para las decisiones de los grupos oligárquicos. Estos grupos (los grupos dominantes de la esfera de producción, u oligopolio, pero también de las esferas culturales, como la iglesia) se encuentran detallada y concretamente representadas en el parlamento, en la medida en que el parlamento funciona y actúa como la representación de la dominación. Tan solo así puede el parlamento servir y ser aceptable para la sociedad burguesa capitalista. Cuando sirve para la incursión de poderes emancipadores, es decir, cuando la transformación no tiene éxito, la clase dominante toma para sí la representatividad con medios más severos. Véase, como ejemplo, Grecia[9].

IV

Esto significa que la perspectiva de una evolución que emana del sistema parlamentarista falla debido su propia tendencia a la involución, que se determina sistémicamente por su función de dominación. El desarrollo de las sociedades todavía desintegradas muestra como a largo plazo, esta tendencia hacia la involución es más eficaz que el potencial para explotar el parlamentarismo para la función de representación. Los partidos que fundamentan la oposición en el juego parlamentario, más que tomar parte en la lucha extra-parlamentaria como método esencial para el combate de la dominación, están amenazados por el riesgo de perder su cualidad emancipadora y de transformarse en aparatos burocráticos de integración. En otras palabras, la debacle política y, por qué no señalarlo, moral de la socialdemocracia (una traición histórica para la liberación humana) es una señal de alarma para los partidos socialistas y comunistas de los países capitalistas.

Ninguna reforma parlamentaria realizada en Estados orientados a la involución sirve para expandir la posibilidad de las masas de participar en los procesos de toma de decisiones, sino que contienen la posibilidad de intensificar la función de dominación del parlamento. Incluso donde existe la articulación política de una esfera pública libre, éste no puede emplear el parlamento como herramienta para la puesta en práctica de sus propuestas.

Esto se aplica no solo a la esfera pública antagonista, sino también a veces a la esfera pública crítica. Ambas deben buscar su mediación política en organizaciones y formas de organización extraparlamentarias y, en el transcurso más amplio de la reestructuración del parlamento, anticapitalistas. Pertenece al debate de si la transformación de la democracia puede ser revertida. Hoy, la mayoría de los grupos extraparlamentarios de la oposición tienden a tomar este tipo de posturas.

No obstante, debemos considerar dos aspectos importantes:

  1. Un análisis detallado de la Ley Fundamental debe, ante todo, esclarecer si y hasta qué punto la involución de la democratización de la República Federal ya era una intencionada desde su propia constitución.
  2. Ni la voluntad de dominación, ni la corruptibilidad de los políticos ni la despolitización de las clases populares son las causas de la transformación. Se trata, más bien, de la necesidad de un capitalismo que busca su propia salvación mediante la organización a través de medios estatales. El retorno al origen de la ley fundamental sería un retorno a las condiciones iniciales de la propia transformación. Quizás la recuperación de la defensa de los derechos básicos constituye un prerrequisito esencial para el combate contra la dominación y la explotación. Los derechos fundamentales, sin embargo, no emancipan a las masas mientras  exista una sociedad burguesa y un modo de producción capitalista cuyo Estado no defiende precisamente el ejercicio emancipador de tales derechos.

En tales condiciones de capitalismo organizado, pacificado e integrado por el Estado, sería la recuperación política del antagonismo (lo cual significa la realización de la lucha de clases y la desintegración de la sociedad) el primer paso hacia la materialización de la democracia.

V

La recuperación política del antagonismo es la tarea actual de la oposición extraparlamentaria. Llegados a este punto son necesarias ciertas aclaraciones:

1-La oposición extraparlamentaria no es fundamentalmente (tanto en términos prácticos como conceptuales) antiparlamentaria. Es, mejor explicado, la forma normal de participación de los grupos insatisfechos con la vida política de la democracia parlamentaria y un apoyo y extensión de los partidos parlamentarios de la oposición. Representa, por lo tanto, el poder social de los frentes parlamentarios: en la media en que existan, es decir, en la medida en que los frentes parlamentarios, por su parte, representen frentes sociales.

2-Dado que los grupos sociales de la oposición y la representación parlamentaria no coinciden en detalle, en cualquier momento pueden surgir conflictos entre las oposiciones extraparlamentaria y parlamentaria (tanto como, incidentalmente, pudieran surgir entre grupos de poder y una determinada mayoría parlamentaria, en términos prácticos, con el gobierno). Tal conflicto puede extenderse al parlamento entero cuando lleva  a confrontaciones entre la esfera pública y los órganos del Estado. En estos casos excepcionales, la esfera pública, como oposición total a los órganos constitucionales (a los que pertenecen también los partidos), ejerce una presión que puede funcionar como “coerción parlamentaria”. Por ejemplo, en el escándalo Spiegel, no fue el Bundestag el que forzó al ministro Strauss dimitir, sino que fue la esfera pública movilizada la que causó la deshonrosa despedida del ministro.

3-En el transcurso de ciertos procesos políticos, no obstante, puede darse una transición en la lucha extraparlamentaria. El hecho de que la oposición, que en este sentido se ha convertido en anti-parlamentaria, sea tachada de antidemocrática es debido en parte a la identificación injustificada de la democracia con el formalismo parlamentario, y en parte al método por el cual los partidos parlamentarios se nombran los únicos fundamentos del Estado democrático. Más bien, en la medida en que los parlamentos funcionan de manera antidemocrática, a pesar de las elecciones democráticas, la lucha por la democracia debe ser llevada a la praxis extraparlamentaria. Esta quizás pueda ir dirigida a aspectos parciales de los partidos parlamentarios: el parlamento debe ser criticado en su conjunto, atacado en caso de pasividad, cuando por ejemplo el presidente miente públicamente sin rendir cuentas en el parlamento. En este sentido resulta evidente, de manera incidental, que la transición a una posición antiparlamentaria está estrechamente relacionada con la derrota de la oposición parlamentaria.

4-Si la involución del sistema parlamentario de gobierno hacia una forma de dominación autoritaria ya se ha extendido considerablemente (tal como en la República Federal), también la oposición extraparlamentaria gana una nueva cualidad que resulta del conflicto con la nueva naturaleza del parlamento. Esto consiste, en un sentido negativo, en la falta de provisiones constitucionales para la representación popular y en la falta de control y de una esfera pública. En un sentido positivo, esta nueva cualidad consiste en la transformación del parlamento en un órgano de dominación representativo. El pueblo, que ya no es representado, o en el último de los casos los grupos y clases que ya no están representados, deben tomar el control sobre sus propios asuntos por el bien de la democracia. Es su derecho participar en los procesos políticos de toma de decisiones. Si el parlamento se convierte en un instrumento para restringir este derecho, la oposición extraparlamentaria, como derivado del parlamentarismo que todavía es capaz de ser democrático, constituye así un contrapeso al parlamentarismo antidemocrático.

5-Las posibilidades de la práctica política por parte de la oposición extraparlamentaria difieren entre las sociedades. Véase el peso y la significancia de los clubs políticos en Francia, que se han convertido en opositores reconocidos de los órganos oficiales, o el Club Republicano en Alemania Occidental, que representantes de cuerpos oficiales (y el poder semioficial de la prensa) han tachado de organizaciones de “terror” y, más recientemente, como centros de espionaje. En muchos países occidentales se ha convertido en un principio rector de la oposición extraparlamentaria la realización de campañas que representan objetivos e ideas políticas que son ignoradas o combatidas en los parlamentos. Una campaña central del futuro quizás sea conseguir el reconocimiento oficial para la República Democrática de Alemania.[10]

No obstante, estas campañas centrales tienen debilidades: propagan ideas generales y solo se dirigen y movilizan a intereses políticos generales. Por tanto, solo tendrán éxito y constituirán un contrapoder concreto contra las tendencias involutivas antidemocráticas si se comprometen con la representación de los intereses materiales particulares de las clases subalternas. Otra vez más, la forma de las ideas concuerda con la forma de las necesidades. Mientras algunos grupos de la oposición extraparlamentaria todavía se orientan a las tesis de Marcuse sobre los grupos marginalizados y han dado por desaparecida a la clase proletaria, la Agencia Federal de la Industria de Alemania (Bundesvorstand der Deutschen Industrie o BDI) demanda, como condición a las inversiones, que el senado de Berlín Occidental impida la solidaridad entre trabajadores y estudiantes.

6-Por último, una nota sobre los métodos de la oposición extraparlamentaria. Si consigue su objetivo de movilizar a las masas y de este modo irrita o paraliza parcial y temporalmente el aparato del Estado, será acusado de querer movilizar “las calles”. Es una idea extendida la que describe la “presión de la calle” dirigida a parlamentos elegidos libremente como una ofensa severa contra la constitución y la democracia. La cuestión es simplemente cuándo la presión es permisible y parece aceptable. Cada segmento de la población debe buscar sus propios medios para ser oído. Si la oposición extraparlamentaria escribe una carta al alcalde de Berlín Occidental, será ignorada. Nadie presta atención a los estudiantes que demandan acciones parlamentarias y reformas educativas mediante peticiones. Una carta de Fritz Berg[11] o un informe del BDI, sin embargo, recibe siempre atención y respuesta. Con todo, en términos políticos la presión del informe del BDI sobre el Parlamento de Berlín Occidental es desproporcionadamente mayor y más incisiva que una petición de una docena de estudiantes y agitadores varios. Parte de la traición del mecanismo de dominación es que representa la presión de las clases dominantes como una recomendación válida y la presión de los grupos subalternos como una coerción popular.

La “presión de las calles” son los medios legítimos de la oposición extraparlamentaria, cuyas peticiones que siguen el curso del orden social terminan desechadas y menospreciadas por el parlamento y el gobierno.


Notas:

[1] Nota del traductor: del alemán Verhältnisse, relaciones [sociales, de producción, de propiedad, de poder, etc.]. Todas las notas siguientes fueron realizadas por los traductores Michael Shane Boyle y Daniel Spaulding, autores de la traducción al inglés del texto original.

[2] El Club Republicano, fundado en 1967 en Alemania Occidental por Agnoli y otras figuras clave como Hans Magnus Enzensberger y William Borm, fue un espacio clave de discusión y debate en el movimiento estudiantil y en el ámbito de la izquierda extra-parlamentaria.

[3] El Grundgesetz o Ley Fundamental es la constitución de la República Federal de Alemania que entró en vigor el 23 de mayo de 1949. Dio lugar a la creación de Alemania Occidental como nación soberana independiente de los poderes aliados ocupantes y de la República Democrática de Alemania.

[4] Vilfedo Pareto (1848-1923) fue un economista italiano cuyas teorías influyeron las políticas fascistas.

[5] En Alemania, el término Volkspartei describe un tipo de partido político cuya adhesión trasciende fronteras sociales como la clase o la religión. La transformación del SPD con el programa Godesborg de 1959 en un Volkspartei todavía estaba fresca en la memoria de la izquierda de Alemania Occidental cuando Agnoli escribió este ensayo.

[6] El Partido de gobierno de la República Democrática de Alemania (Alemania Oriental) era conocido como el Sozialistische Einheitspartei, o Partido Socialista Unitario. Fue creado en la zona de ocupación soviética del país en 1946 como una rama del Partido Socialdemócrata de Alemania (SPD)  en el Partido Comunista Alemán (KPD).

[7] Esta cita de Hans Kelsen no aparece en el ensayo original de Agnoli. Proviene de Hans Kelsen, Vom Wesen und Wert der Demokratie (Tübingen: Mohr, 1929), 25;30.

[8] Agnoli se refiere a Gerhard Leibholz (1901-1982), un influyente jurista alemán que sirvió en la reforma del tribunal constitucional de Alemania Occidental entre 1951 y 1971.

[9] En referencia a la Dictadura de los Coroneles que comenzó el 21 de abril de 1967 y que duró hasta el 24 de julio de 1974.

[10] La República Democrática de Alemania no tenía ningún estatus oficial en la República Federal de Alemania en la época en que Agnoli escribió este texto. La normalización de las relaciones con Alemania oriental se realizó bajo la tutela del llamado Ostpolitik (política oriental) del Canciller Willy Brandt, que ocupó el cargo entre 1969 y 1974.

[11] Fritz Berg fue un importante empresario industrial y primer presidente del BDI.

 

(1925-2003), fue uno de los pensadores más importantes del 68 alemán, catedrático de ciencias políticas de la Universidad Libre de Berlín, de la que sería profesor titular de 1972 a 1991. Coautor de La transformación de la democracia, escrito junto al psicólogo social Peter Brückner, que se convirtió en “la Biblia” del movimiento estudiantil alemán.
Fuente:
https://www.viewpointmag.com/2014/10/12/theses-on-the-transformation-of-democracy-and-on-the-extra-parliamentary-opposition/
Traducción:
Jose Manuel Sío Docampo

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