El kirchnerismo y la izquierda. Dossier

Carlos Gabetta

Maristella Svampa

01/09/2013

Este
Dossier está compuesto por los dos siguientes textos:

1)    
Carlos Gabetta:
Desafío para la izquierda

2)    
Maristella Svampa:
Hacia una caracterización general del kichnerismo: populismo de clases medias y
revolución pasiva

1) Carlos Gabetta:
Desafío para la izquierda

Si algo aparece claro después de las PASO (elecciones primarias abiertas
y obligatorias) , es que el peronismo K confirmó su declive y que la oposición,
tanto de derechas como de izquierdas, aparece fragmentada y sin líderes ni
opciones claras para ofrecer.

Con raras excepciones, el conjunto de la clase política argentina es hoy
un puñado de personas con antecedentes y posturas políticas e ideológicas más o
menos perceptibles, pero dispuestas a casi cualquier trasvase. Un grupo de
personajes en busca de autor, flotando en el polvo de la fragmentación del
radicalismo y el peronismo; de un liberalismo exhausto y un nacionalismo sin
programa ni escrúpulos. Buenas personas en el mejor de los casos, que no atinan
más que a expresarse con consignas, frases hechas, eslóganes; atentos a las
encuestas. La política por la política misma. Los medios de comunicación entran
en el juego, cuando no lo organizan. Con alguna excepción mediática, o algún
raro personaje que intenta hablar de cosas serias, es inútil esperar debates u
opiniones sobre economía, situación regional y mundial, o cualquier otro tema
crucial en estos tiempos de crisis.

Cuando se trata de discutir situaciones como la política argentina de
hoy a la luz de crisis económica, política y social en el país y en el mundo,
la metáfora de la orquesta del Titanic es inevitable. De cara al futuro, tanto
el derrotado gobierno peronista “K” como la fragmentada oposición cantan a coro
para una sociedad cada vez más inquieta, mientras el país va a la deriva.

En términos electorales, para octubre próximo y 2015 todas las
posibilidades están abiertas. Del plantel de retazos actual puede surgir una
alianza liberal-peronista disidente y otra de centro-izquierda, hegemonizada
por radicales y socialistas. Dependiendo de cómo vengan las cosas, hasta es
imaginable un repliegue peronista sobre sí mismo, con los descabezamientos,
componendas, olvidos y pases de facturas de costumbre.

Así, es probable que en 2015 el peronismo K sea desplazado por una
alianza liberal-peronista o liberal-socialista. O por un “nuevo” peronismo.
Cualquiera sea el caso, el problema a elucidar es la propuesta y los medios
para concretarla. Porque no será solo cuestión de reemplazar a un gobierno de
patanes incompetentes, corruptos y canallas por otro, en el mejor de los casos,
de buena gente con buenas intenciones. Cualquiera resulte su color, el próximo
gobierno se encontrará con un Estado hipertrofiado y corrupto; incompetente.
Con la caja de jubilaciones quebrada o casi; las reservas disminuidas; una
inflación y una factura energética altísimas; la producción nacional dislocada;
multinacionales incompetentes y sin control y cuasi quiebra de las empresas del
Estado. Alto desempleo y niveles de pobreza y un sindicalismo corrupto también
fragmentado; mafias policiales y otras; el crimen organizado y la corrupción
extendida a buena parte de la sociedad.

Dando por sentado, vista la experiencia nacional y mundial, que ninguna
derecha ha aportado soluciones a la crisis, cabe preguntarse qué es lo que
nuestra izquierda tiene para proponer. Y aquí viene el dilema para el
socialismo, la izquierda socialista. Porque la experiencia local y mundial
muestra asimismo que el reformismo socialdemócrata lleva décadas cantando en el
coro de las buenas intenciones y fracasando en política.

De aquí a 2015, la izquierda argentina deberá proponerse algo más que
alianzas para ganar elecciones. Sin un programa de cambios estructurales e
institucionales profundo aprobado por sus aliados; algo que sea “otra cosa”
capaz de entusiasmar realmente a la sociedad, la izquierda acabará por fracasar
aplicando políticas liberales, como viene ocurriendo en Europa.

Una deriva posible es que aparezca una extrema derecha populista,
mazorca new age incluida, tal como hoy hay en muchos países. Pero ése sería
otro escenario. En democracia, el desafío para la izquierda argentina será
formular su programa y encontrar los aliados para aplicarlo.

Carlos Gabetta es un reconocido analista político argentino, exdirector
de Le Monde Diplomatique en Cono Sur.

Fuente: Perfil,18 agosto 2013

2) Maristella
Svampa: Hacia una caracterización general del kichnerismo: populismo de clases
medias y revolución pasiva

Al cumplirse una década de kirchnerismo, quisiera presentar un
ensayo  de interpretación del
mismo, tomando como punto de partida un análisis de sus diferentes fases o
momentos. Por cuestiones de espacio, me será imposible hablar de modo más
general del rol de las izquierdas y los intelectuales, algo que espero
concretar en un próximo artículo.

La tensión y combinación entre continuidades y rupturas, los dobles
discursos y ambivalencias, constituyen desde el comienzo un hilo articulador
del kirchnerismo. Así, éste nació al calor de las movilizaciones de 2001-2002 y
en un contexto de postconvertibilidad; en un momento de cuestionamiento del
consenso neoliberal y de emergencia de gobiernos progresistas en América
Latina, y en el marco de un nuevo ciclo económico mundial centrado en el boom
de los commodities.

 A lo largo de la década, es
posible distinguir tres fases: el momento fundacional, con la asunción de
Néstor Kirchner (2003-2008), que podríamos caracterizar como la fase de
revalorización del progresismo; un segundo período entre 2008 y 2011, que
ilustra la actualización de un estilo político populista; y un último momento
que arranca en 2011 y da cuenta de la profundización de dicho estilo populista,
aunque anclado en el protagonismo cada vez mayor de las clases medias. Este
último momento nos abre a una comprensión plena del orden social dominante, en
términos de revolución pasiva.

Desde el inicio el kichnerismo apuntó a definirse como una fuerza
progresista. [1] Es cierto que en la
Argentina de esa época el término había sido vaciado de todo contenido, luego
de la experiencia desastrosa de la Alianza, pero la asunción de Kirchner
coincidió, como ya anticipamos, con un cambio de época a nivel latinoamericano,
luego de la crisis y la escalada de movilizaciones anti-neoliberales en varios
países de la región. Los primeros gestos de Kirchner apuntaban a confirmar el
clima de cambios: entre ellos, los reemplazos en la Corte Suprema de Justicia,
la asunción de una política de derechos humanos respecto de lo sucedido bajo el
terrorismo de Estado, la opción por una política económica heterodoxa y un
incipiente latinoamericanismo.

Si bien Néstor Kirchner tuvo un intento tímido de construcción de una
fuerza transversal progresista, por fuera del partido Justicialista,
prontamente optó por apoyarse sobre los sectores del peronismo tradicional. Por
un lado, desde 2004, tendría como aliado a Hugo Moyano, líder de una CGT
recientemente unificada, en quien conviven las apelaciones típicas a la
tradición nacional-popular con un sindicalismo de corte empresarial (un
sindicalismo empresarial plebeyo). Por otro lado, a partir de 2005, y en pos de
desplazar territorialmente al duhaldismo, el kirchnerismo se apoyó en la vieja
estructura del PJ, sellando una alianza con los barones del Conurbano
Bonaerense y los gobernadores peronistas. Por último, tanto la devaluación
asimétrica que benefició a sectores concentrados de la economía, la generosa
política de subsidios a las empresas de servicios, como la reactivación
postconvertibilidad de la industria, fueron forjando alianzas con grupos
importantes de la burguesía local. 

El segundo momento se abre con el conflicto entre el gobierno nacional y
las patronales agrarias (2008), cuyo carácter recursivo y virulento actualizó
viejos esquemas de carácter binario que atraviesan la historia argentina.
Paradojas de la historia, el kirchnerismo se vio enfrentado a aquellos sectores
a los cuáles había beneficiado: desde las patronales agrarias, convertidas en
motor del modelo sojero, hasta el Multimedios Clarín. En este período el estilo
de construcción del kirchnerismo adoptaría rasgos más específicamente
populistas. Entendemos por populismo una determinada matriz político-ideológica
que se inserta en la “memoria media” (las experiencias de los años 50 y 70),
que despliega un lenguaje rupturista (la exacerbación de los antagonismos) y
tiende a sostenerse sobre tres ejes: la afirmación de la nación, el estado
redistributivo y conciliador, y el vínculo entre líder carismático y masas
organizadas. Pese a que existen diferentes figuras, tal como sostenían Emilio
De Ipola y J.C. Portantiero, la tendencia del populismo es “a recomponer el
principio de dominación, fetichizando al Estado (“popular” ahora) e
implantando, de acuerdo a los límites que la sociedad ponga, una concepción
organicista de la hegemonía”. [2]

El conflicto por la ley de medios audiovisuales y, finalmente, la muerte
inesperada de Néstor Kirchner terminaron de abrir por completo las compuertas
al giro populista, montado sobre el discurso binario como “gran relato”,
sintetizado en la oposición entre un bloque popular (el kirchnerismo) y
sectores de poder concentrados (monopolios, corporaciones, gorilas,
antiperonistas).

Si durante el momento inicial, el kirchnerismo había generado una suerte
de consenso progresista pasivo dentro de las filas intelectuales, a partir de
2008, sobre todo luego de la ley de medios audiovisuales, su defensa
suscitará pasiones y planteos más aguerridos. Desde Carta Abierta, hasta un
conglomerado de artistas y periodistas movilizados y luego los jóvenes de La
Cámpora, constituirán las bases de la rápida creación de un aparato
propagandístico, una estructura mediática-cultural, que llevará la llamada
batalla cultural. Ese proceso tuvo sin embargo sus paradojas: si, por un lado,
potenció el costado de las afinidades progresistas entre el gobierno y sectores
de clases medias provenientes de la cultura, también produjo una brecha con
otros sectores de las clases medias, tanto urbanos como rurales, que cuestionaron
la política económica y el estilo autoritario del gobierno. Por otro lado, el
conflicto agrario pondría en claro cuál era el lugar central de la acumulación
del capital en la Argentina de la postconvertibilidad: lejos de ser la
industria rediviva, como pregonaban industriales y sectores sindicales,
buscando mirarse en el espejo del viejo modelo populista, ésta se asentaba en
la nueva economía del agronegocios, cuyo complejo perfil y sus diferentes
actores iban asomando como protagonistas plenos de la política argentina. Por
último, con el corrimiento y ampliación de las fronteras del conflicto, no sólo
hacia lo sindical y las diversas formas de la precariedad, sino también hacia
lo territorial y ambiental, las denuncias acerca de la asociación entre gobierno
y grandes agentes económicos, entre ellos las corporaciones transnacionales
(desde Monsanto hasta las multinacionales mineras) comenzarían a avanzar en
progresión aritmética.

Sin embargo, el progresismo continuaba desplegándose en progresión
geométrica, mostrando gran productividad política: así, pese a perder las
elecciones parlamentarias de 2009, éste demostró capacidad para superar la
adversidad, dejando atrás la crisis política de 2008/2009, gracias a una
combinación de crecimiento económico con políticas públicas de gran alcance,
como la asignación universal por hijo, la ley de matrimonio igualitario, la
estatización de las AFJP y, en un contexto de crisis internacional, una
política de subsidios orientada a ciertos sectores de la producción y el consumo.
La presidenta comenzaría así su segundo mandato con un gran capital político y
simbólico, después de arrasar con el 54% de los votos, recuperando la mayoría
parlamentaria perdido en 2009.

Un tercer momento se abre entonces 
en octubre de 2011. ¿Qué es lo propio de este período? Desde mi
perspectiva, hay tres elementos mayores que van a contribuir a la erosión de la
imagen del kirchnerismo: el primero, su vertiginoso encapsulamiento sobre
sectores de las clases medias, completamente obsecuentes a la presidenta; el
segundo, el deterioro de la situación económica (inflación, precarización,
política impositiva regresiva, cepo cambiario, entre otros); el tercero, la
profundización incontestable de la alianzas con las grandes corporaciones
económicas: desde el agronegocios, pasando por la megaminería, los
hidrocarburos y transportes. Preso de un discurso épico, sobreactuado hasta el
hartazgo, el kirchnerismo no podrá ocultar más sus contradicciones, frente a la
cruda realidad de los índices económicos y la manifiesta alianza con las
corporaciones, las cuales se aparecen abiertamente como los grandes
jugadores/actores de la sociedad argentina actual.

Recordemos que, al romper la alianza con Hugo Moyano, el gobierno
abandonó la vía del populismo clásico (la pata sindical como columna
vertebral), para concentrarse sobre sus aliados provenientes de las clases
medias. Así, la base de apoyo sindical del kirchnerismo quedó reducida a un
sector de la CTA, vinculado a sectores medios (maestros y empleados estatales).
A su vez, este encapsulamiento coincide con un nuevo quiebre del gobierno con
otros sectores de las clases medias, con los cuáles parecía haberse
reconciliado, según los resultados electorales de 2011. Así, las masivas
movilizaciones realizadas entre septiembre de 2012 y abril de 2013 mostraron
que uno de los frentes principales de conflicto del gobierno es la puja
ideológica intraclase: si desde el oficialismo se arrogan el monopolio del
progresismo y la representación de las clases subalternas, en nombre de “un
modelo de inclusión social”, desde la oposición, otros sectores medios
movilizados critican el creciente autoritarismo del régimen y denuncian la
“corrupción”.

Por último, fiel a la tradición personalista de la política
latinoamericana, el fuerte encapsulamiento del poder ejecutivo fue configurando
un modelo extremo de presidencialismo, poco afecto al debate democrático. En
este contexto, que muestra el cierto copamiento del aparato del Estado por
parte de La Cámpora y un estrechamiento de las alianzas sociales, el
kirchnerismo terminó por convertirse en un populismo de clases medias que
pretende monopolizar el lenguaje del progresismo en nombre de las clases
populares, vía por la cual también busca descalificar a otros sectores de
clases medias movilizados.

Como consecuencia, la Argentina se embarcó en un proceso de polarización
política, aunque diferente al de otros países latinoamericanos. Uno, porque más
allá del progresismo, el modelo kirchnerista es profundamente peronista, capaz
de combinar audacia política y un legado organizacional tradicional, que revela
una concepción pragmática del cambio social y de la construcción de hegemonía,
basada en el modelo clásico de la participación social controlada, bajo la
tutela estatal y la figura del líder. Dos, porque el kirchnerismo nunca tuvo el
afán de impulsar dinámicas de democratización, como si sucedió con los
gobiernos en Bolivia, Venezuela y Ecuador, que encararon procesos
constituyentes de carácter participativo, lo cual conllevó –al menos bajo los
primeros mandatos- la ampliación de las fronteras de derechos. Tercero, a
diferencia de los gobiernos de Venezuela y Bolivia, que pueden ser considerados
como populismos de clases populares pues, más allá de sus limitaciones,
apuntaron a la redistribución del poder social y al  empoderamiento de los sectores subalternos, en Argentina, lo
más destacable es la vocación estelar de las clases medias, su empoderamiento
político, en un marco de consolidación generalizada de los grandes actores
económicos. Esto no significa empero que las clases populares estén ausentes:
asistencializadas, precarizadas, sin relegar sus tradiciones sindicales,
abriendo nuevos frentes de conflicto y de lucha, las clases subalternas son
cada vez más los convidados de piedra de un modelo cuya clave de bóveda son las
clases medias autodenominadas “progresistas”.

Asimismo, a diferencia de las primeras fases, los conflictos propios del
segundo mandato de Cristina Fernández colocaron al desnudo las alianzas
económicas del gobierno, las cuales, lejos de ser un “costado débil” o
“asignaturas pendientes”, constituyen un núcleo duro del modelo kirchnerista,
en el marco del Consenso de los Commodities: allí donde se expresa la dinámica
de desposesión acelerada propia del extractivismo, que el oficialismo promueve
activamente en términos de políticas públicas, al tiempo que se empeña en negar
o minimizar en sus efectos expoliadores. Hagamos un breve resumen:

1-Agronegocios: A la criminalización y represión de poblaciones
campesinas  e indígenas, hay que
sumar los nuevos convenios con Monsanto, el Plan Estratégico Agroalimentario
2010-2020 y el proyecto de la nueva Ley de semillas, que avanza en el sentido
de la mercantilización. 2-Megaminería: con escasos pronunciamientos al
respecto, pero con una política estatal de apoyo a la actividad desde 2003,
luego de la pueblada de Famatina, en 2012, el gobierno nacional finalmente
blanqueó su posición, reconociendo a la megaminería como parte esencial y
legítima del modelo. 3-Hidrocarburos: luego de un reverdecimiento de la épica
nacionalista, el gobierno transitó rápidamente de la falsa estatización de YPF
a la entrega del yacimiento de Vaca Muerta a la multinacional Chevron, mientras
avanza de modo ciego en la explotación de hidrocarburos no convencionales con
la técnica del fracking. 4-Transporte: el crimen social de Once, con 52
víctimas, terminó por desnudar las continuidades con el modelo neoliberal que,
desde otro ángulo había puesto de manifiesto el asesinato de Mariano Ferreyra,
en 2010. 5-Demanda de Tierra y Vivienda: el aumento de los asentamientos tiene
como correlato el acaparamiento de tierras así como la especulación
inmobiliaria en las ciudades. 6- Derechos Humanos: la sanción de la ley
antiterrorista, el Plan X de espionaje, el avance de  la criminalización, la terciarización de la represión y las
muertes difusas (la expresión es de Mirta Antonelli), señalan un umbral de
pasaje en términos de violaciones de los derechos humanos.

Cambio y, a la vez, conservación. Progresismo Modelo realizado en clave
nacional-popular y con aspiraciones latinoamericanistas y, a la vez, Modelo de
expoliación, asentado en las ventajas comparativas que ofrece el Consenso de
los Commodities, de la mano de los grandes capitales. De este modo, el
kirchnerismo fue consolidando un esquema cercano a lo que Gramsci denominaba la
revolución pasiva, [3] categoría que
sirve para leer la tensión entre transformación y restauración en épocas de
transición, que desemboca finalmente en la reconstitución de las relaciones
sociales en un orden de dominación jerárquico.

En suma, a diez años de kirchnerismo no ha sido fácil salir de la trampa
de la “restauración-revolución” que éste propone, pues fueron las clases medias
progresistas, con un discurso de ruptura, en su alianza no siempre reconocida
con grandes grupos de poder, las encargadas de recomponer desde arriba el orden
dominante, neutralizando y cooptando las demandas desde abajo. Sin embargo,
todo parece indicar que ingresamos a una nueva fase en la cual la dialéctica
entre cambio y restauración –y su nivel de visibilidad- se han invertido
notoriamente. Pues si antes las políticas de cuño progresista avanzaban en
forma geométrica y las fronteras del despojo y la precariedad lo hacían en
progresión aritmética, hoy la relación es inversa, poniendo al desnudo los
límites de esta estrategia restauradora, sus orientaciones centrales y sus
consecuencias, frente al resto de la sociedad.

NOTAS: [1] En sus orígenes, el término progresista
remitía a la
Revolución Francesa, e incluía aquellas corrientes ideológicas que abogaban por
las libertades individuales y el cambio social (el “progreso”). En la
actualidad, bajo la denominación genérica de progresismo convergen corrientes
ideológicas diversas, desde la socialdemocracia al populismo, que proponen una
visión reformista y/o posibilista del cambio social. [2] De Ipola, E. y J.C.Portantiero, (1994), “Lo nacional-popular y los
nacionalismos realmente existentes”, en C. Vilas (comp.) La democratización fundamental. El populismo en América Latina,
México, Consejo nacional para la cultura y las artes. [3] Retomadas,
entre otros, por Néstor Kohan, Massimo Modonesi y Adam Morton.

Maristella Svampa es socióloga y escritora, profesora de la UNLP,
Investigadora Principal del Conicet y miembro de Plataforma 2012.

Fuente: Ideas de Izquierda. N. 2,
agosto de 2013, Buenos Aires.

 

Subscripción por correo electrónico
a nuestras novedades semanales:

El responsable de tratamiento de tus datos es Asociación SinPermiso y la finalidad del tratamiento es hacerte llegar nuestras novedades. Puedes ejercer tus derechos en materia de protección de datos contactando con nosotros*. Para más información consulta nuestra política al respecto (*ver pie de página).