"El miedo a la Revolución rusa condiciona todo el siglo XX". Entrevista

Josep Fontana

23/02/2017

Josep Fontana (Barcelona, 1931) es sin duda uno de los historiadores más lúcidos y críticos de nuestra época. Profesor emérito de la Universidad Pompeu Fabra, doctor honoris causa por la de Valladolid y la Rovira i Virgili de Tarragona, ha sido distinguido con la Cruz de San Jordi, con el premio de la Generalitat a toda una trayectoria profesional y con la medalla de la ciudad de Barcelona. Desde 1971 hasta hoy ha publicado más de una docena de importantes obras y ensayos. El antiguo alumno de Jaume Vicens Vives acaba de publicar en Crítica 'El siglo de la revolución. Una historia del mundo desde 1914', donde desgrana las claves de la contemporaneidad entre la Primera Guerra Mundial y la victoria electoral de Donald Trump con la Revolución Rusa como el gran factor que condicionó el desarrollo del siglo XX.

Fontana ha articulado un libro sencillo por su claridad, útil desde la consulta y válido por su visión inconformista, una joya que entre otras virtudes explica a la perfección el largo proceso que nos ha conducido al momento actual con su incertidumbre, desde el nacimiento y triunfo de las socialdemocracia hasta el desguace del Estado del Bienestar y el irrefrenable aumento de la desigualdad.

PREGUNTA. ¿Hasta que punto condiciona la Revolución Rusa la Historia del siglo XX?

RESPUESTA. La Revolución Rusa como gran miedo condiciona todo el siglo XX, la prueba es que si les molesta alguna cosa o no saben por donde salir, los poderosos siguen llamando la atención con eso de que vienen los comunistas. El miedo como argumento para defenderse de cualquier cambio perjudicial sigue vivo hoy. He puesto el ejemplo de la Segunda República española porque me parece claro. Era un régimen reformista moderado, se puede comprobar con los miembros de sus primeros gobiernos, y de repente el embajador norteamericano empieza a decir que si no van con cuidado llegará el comunismo. En 1936 el gobierno del Frente Popular, compuesto íntegramente por republicanos, es abandonado por ese miedo.

P. Un miedo que ya tuvo precedentes en la Historia.

R. En realidad el miedo de los que tienen a perder lo que han conseguido reunir ha sido un factor muy importante en la Historia, lo fue ya con la Revolución Francesa, que inspiró mucha parte de la Historia Mundial en la primera mitad del siglo XIX. La contrapartida es que este miedo suele tener dos respuestas, una es la represión y otra es la del reformismo del miedo, lo que Gustav von Schmoller señaló al decir que la revolución puede evitarse haciendo reformas. La desaparición de ese miedo o cualquier otro de subversión social a partir de los años setenta de la pasada centuria nos puede ayudar a entender porque ahora no tenemos reformismos de ese tipo.

P. Tras la Segunda Guerra Mundial se crea el Estado del Bienestar, que se mantiene sólido durante los treinta gloriosos. ¿Por qué a partir de los años setenta desaparece el miedo al comunismo?

R. El miedo al Comunismo era miedo a su capacidad para subvertir las sociedades de los países desarrollados, no tanto temor al poder soviético.

P. Un miedo de consumo interno.

R. Sí, un miedo a que el comunismo pueda repetir en otros países un movimiento revolucionario que altere el orden social existente. En principio el miedo al poder soviético como enemigo que puede conquistar el mundo, una absoluta falacia sin ningún fundamento, desaparece a medida que la URSS se debilita como potencia. Después del 68 se dan cuenta que el comunismo no tenía ni capacidad ni voluntad de promover movimientos revolucionarios internos. En el 68 los estudiantes llaman a cambiar el mundo mientras el PCF cierra las puertas de la fábrica de la Renault. En los USA el movimiento contra la Guerra del Vietnam y el movimiento hippie tienen un límite. Por otra parte el fracaso de la Primavera de Praga demuestra que el régimen soviético sólo aspira a sobrevivir y no está capacitado para transformar su propia sociedad.

P. Además a partir de ese momento los partidos comunistas europeos optan por una vía que difiere de la soviética.

R. Al terminar la Segunda Guerra Mundial Stalin tiene una visión ingenua del mundo existente al creer que la situación creada tras el conflicto permitirá que los partidos comunistas accedan al poder a través de las elecciones y su presencia en los parlamentos. Y los primeros comicios tras la paz abonan esa esperanza. Sin ir más lejos en Francia el PCF es el partido más votado en 1945. Stalin frena, tanto en Italia como en Francia, cualquier posibilidad de emprender un movimiento revolucionario, porque cree que se puede llegar al socialismo por una vía pacífica, incluso en Inglaterra. No tenían esa voluntad revolucionaria. A finales de los sesenta los partidos comunistas europeos han perdido mucha de su dinámica, voluntad y capacidad de cambiar la sociedad. El único activo es el Partido Comunista italiano, pero su vía es la del compromiso histórico asociado con el poder.

P. Cifra más o menos el fin de los años del bienestar en la decisión de Nixon en 1971 sobre el dólar.

R. Esto afecta al desarrollo de la economía, pero no es una medida que tenga una intención social. Nixon se encuentra con que los compromisos de responder a su moneda con la reservas de oro de los USA son muy superiores a las reservas que tiene y se ve obligado a cerrar la ventana porque la situación ha cambiado desde los acuerdos de Bretton Woods. Ya no puede atender las reclamaciones que, por ejemplo, le hace Gran Bretaña pidiendo oro a cambio de su moneda. Toma la decisión por razones económicas y lo presenta como un freno a la especulación. Nixon no se atreve en absoluto, y lo mismo había pasado con Eisenhower, a enfrentarse a los avances sociales de Roosevelt en adelante. Su guerra es diferente, pero aún respeta los avances sociales que se habían conseguido.

P. En 'El siglo de la revolución' los presidentes norteamericanos parecen Césares de Suetonio, algo que se nota más a partir de Nixon, hombres con poca inteligencia pero con una increíble capacidad de tomar medidas muy negativas.

R. He enfocado la parte del libro que versa sobre el mundo después de la Segunda Guerra Mundial bastante en ese sentido. Los presidentes que tienen mandatos duraderos, Truman es un caso muy claro, como lo es Eisenhower y hasta Carter aunque dure poco. Estos mandatarios marcan la Historia de la Humanidad. Quise esperar hasta las elecciones de noviembre pasado porque las entendí absolutamente vitales. Si ganaba Hillary Clinton era una continuación de la era Obama pero tal vez con un aumento de la corrupción. Está perfectamente claro en estos momentos que la función de Trump afecta la economía y la política mundial.

P. Al terminar el mandato de Obama, quizá ante la inminencia de Trump, muchos sacaron a relucir su lado más positivo, mientras usted advierte sin tapujos sobre sus múltiples sombras.

R. Lo han canonizado y él la preparó durante la última etapa justificándose y explicando que había intentado luchar contra todas las presiones que se le hacían para emprender una guerra contra el mundo islámico, pero se le olvidó decir que mientras hacía estas declaraciones bombardeaba Irak, Siria, Libia o Somalia provocando muchas víctimas civiles y generando un sustrato de odio que durará mucho tiempo. El problema con el caso Obama es que al ganar las elecciones se presenta con un programa que no cumple en absoluto. El programa le da, encima, el Nobel de la Paz, pero en el futuro habrá que valorar algunos elementos positivos, como el Obamacare, que hay que apuntarlo a las enormes dificultades que siempre se han presentado en los Estados Unidos para hacer nada que se parezca a un seguro médico. Fracasó Truman y Johnson fue el que llegó más lejos aun encontrándose muchos frenos. Obama tenía que vencer muchas resistencias y ahora intentan desmontarlo.

P. Obama también entra en el juego de desguace de esta sociedad abierta que paulatinamente pierde la igualdad conseguida.

R. Las raíces están en la negativa de Carter de seguir apoyando a los sindicatos, algo que se amplía con Reagan, quien dice que el Estado no es la solución sino el problema, cuya acción comparte en Gran Bretaña Margaret Thatcher. En los ochenta esta tendencia no cuajó del mismo modo. El desguace de los sindicatos es clave para entender el auge de la desigualdad.

P. Me acuerdo un día en que fui al quiosco y todos los periódicos impresos habían cedido su portada a la publicidad de una entidad bancaria.

R. Esto es muy importante. Los resultados electorales están influidos por la forma en que se trabaja sobre la opinión pública, y es evidente que el papel de los medios de comunicación, aunque cada vez menos la prensa impresa, tienen mucha importancia, sobre todo la radio y la televisión, que están en manos de grupos empresariales ligados a la marcha de la gran economía. En la propia prensa impresa nadie se atreve a publicar nada que vaya en sentido contrario a los intereses de los grandes anunciantes. En este sentido la prensa digital se diferencia del papel por eso, porque la publicidad no es tan importante, lo que permite publicar una serie de informaciones que la prensa impresa nunca publicaría.

P. Ahora que habla de la prensa impresa recuerdo que durante los primeros días del 15M ciertos periódicos publicaban cuatro líneas sobre el tema, minusvalorando su importancia. Al final de tu libro señala un miedo creciente del poder a que el fin de la clase media pueda ser el primer paso para una revolución.

R. El creciente aumento de la desigualdad y el hecho de que no hay ningún mecanismo que la atenúa no preocupa a los que tienen responsabilidades en la gestión de la economía a medio o corto plazo. La preocupación fundamental de un director de empresa es garantizar los resultados que va a poder presentar el año próximo y prever más o menos que tiene unos pocos años en que todo irá bien. Lo que pase después no importa. En cambio los que tienen una perspectiva a largo plazo se empiezan a angustiar. Son conscientes que a lo largo de la Historia si las situaciones se extreman producen explosiones sociales. Muchos se preocupan, pero no saben cómo resolverlo. El caso de Davos es paradigmático. Especulan mientras toman vino y pastas y se vuelven a casa sin hacer nada, probablemente porque no tienen capacidad para hacerlo por mucho que les preocupe. Además ahora mismo no hay una alternativa amenazadora. Para explosiones puntuales hay medios de represión y contención. La capacidad de penetración de la información de los mecanismos estatales es considerable a partir del espionaje, por ejemplo, del correo electrónico.

P. Desde mi punto de vista un gran problema del siglo XXI es que la izquierda no ha logrado reconstruirse tras la caída del muro de Berlín.

R. Sí, o que habría que saber cuales son las soluciones a aplicar. La socialdemocracia hizo aguas a partir de la presidencia de Clinton, la etapa de Blair en Reino Unido o la de Felipe González aquí a partir de una acomodación sistemática y de una renuncia a cualquier papel de transformación social. El problema que se les presenta en estos momentos, lo que llaman Populismo, es que la continuidad de este sistema netamente bipartidista se está erosionando. Lo vimos con el Brexit. La gente decía que todos son iguales y se apuntaron al referéndum para hacerse oír. Perdieron los que lo convocaron. Este descontento con el sistema inexistente no encuentra más que los partidos de extrema derecha, pero estos grupos no tienen programa ni capacidad para atender este malestar. No creo que exista una dinámica parecida a la que permitió el ascenso del Fascismo, que se presentaba con unos matices revolucionarios.

P. Una retórica y una estética.

R. Los partidos de extrema derecha sólo tienen una retórica conservadora, de defensa. Está claro que el sistema, tal como estaba funcionando, lo supo ver Tony Blair, se está erosionando mientras pierde credibilidad día tras día.

P. Y con la izquierda, lo hemos visto la pasada semana en el congreso de Podemos, llega el momento de las decisiones. O se opta por un punto más radical o por una propuesta más transversal que reinvente o refunde la socialdemocracia.

R. Pues sí, en el fondo es esto. Lo que ocurre es que la socialdemocracia está muy desgastada, no queda casi nada de lo que fue en el pasado, donde tuvo un papel positivo por mucho que frenara soluciones extremas. La movilización de Podemos está relacionada con una cosa nueva, muy importante a escala mundial: el papel creciente de los movimientos sociales, surgidos de la autoorganización de la gente antes sus problemas y necesidades que no resuelven los grandes partidos con su retórica acomodaticia. Esto se ha registrado aquí, y parte del éxito de Podemos viene de recoger este malestar, pero como digo creo que es algo a escala mundial, como los movimientos campesinos y el activismo de estos grupos en América Latina que defienden el derecho a la tierra y el agua y son combatidos mediante asesinatos en Honduras, México o Guatemala. Este movimiento campesino tiene una configuración global con Vía Campesina. Esa esperanza ahora procede del renacer desde abajo a partir de unos movimientos sociales capaces de plantear exigencias nuevas.

P. El municipalismo sí puede generar políticas alternativas.

R. Claro, por el factor de proximidad de la gente. En cambio no te puedes hacer escuchar a distancias mayores. Me eduqué con el principio gramsciano del pesimismo de la razón y el optimismo de la voluntad y creo que debemos tener la cabeza clara para ver que la situación no es halagüeña, pero las cosas pueden cambiar y, ya lo dijo Eric J. Hobsbawm, el mundo no cambiará solo. Alguien que se considere de izquierdas debe tener la capacidad de denunciar lo que no está bien y la voluntad de proponer lo que hay que arreglar.

P. ¿Y ese debería ser el papel del intelectual, una figura muerta en nuestra época?

R. No sé si el intelectual debe ser muy importante. Soy más un ciudadano que un intelectual. No me veo en una comunidad de intelectuales, pero sí en una de ciudadanos. Los momentos más entusiastas que he vivido ha sido al salir a la calle a manifestarme viendo a familias de todo tipo en movimientos, donde los partidos no tuvieron ninguna implicación, como el contrario a la guerra de Irak. Ya veremos qué pasa, en todo caso mi intención final al organizar este libro era centrar todo lo posible la atención ante el aumento imparable de la desigualdad. Como historiador lo que me correspondía era explicar cómo se ha producido para ayudar a entender al lector en que momento nos encontramos. La propuesta de soluciones corresponde a otros.

miembro del Consejo Editorial de Sin Permiso, es catedrático emérito de Historia de la Universitat Pompeu Fabra de Barcelona.
Fuente:
http://www.elconfidencial.com/cultura/2017-02-18/josep-fontana_1333717/

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