El modo de pensar medieval contra el Islam sigue vivo

Karen Armstrong

24/09/2006

Los comentarios del Benedicto XVI fueron peligrosos, y convencerán a  muchos más musulmanes de que occidente es  incurablemente islamofóbico. 

En el  siglo XII, Pedro el Venerable, Abad de Cluny, comenzó un diálogo con el mundo islámico. "No me acerco con armas sino con palabras”, escribió a los musulmanes  a quienes imaginó leyendo su libro, "no con la fuerza, sino con la razón, no con el odio, sino con el amor”. Aún así, su tratado se tituló Sumario de la Completa Herejía de la Secta Diabólica de los Sarracenos, cayendo repetidamente en farfullante  intransigencia. Le faltaron palabras a Pedro cuando  contempló la "crueldad  bestial" del Islam que, según él exclamaba, se había establecido por la espada. ¿Era  Mahoma un verdadero profeta?". Seria peor que un asno si lo creyera", aún más, "¡peor que el ganado si asintiera!” 

 

Pedro estaba escribiendo en el momento de las Cruzadas. Incluso cuando los cristianos intentaban ser justos, su aborrecimiento cerrado del Islam hizo imposible para ellos acercarse objetivamente a él. Para Pedro, el Islam era tan evidentemente maligno, que no se le ocurrió que los musulmanes a los que se acercó con tal "amor" podrían sentirse ofendidos por sus comentarios. Este modo de pensar medieval todavía está vivo. 

 

La semana pasada, el Papa Benedicto XVI citó sin calificar y con aparente aprobación, las palabras del emperador bizantino del siglo XIV Manuel II: "Muéstreme lo que Mahoma trajo de  nuevo, y sólo encontrará cosas malas e inhumanas, como su orden de extender por la espada la fe que él predicó". El Vaticano parece aturdido por el ultraje musulmán ocasionado por las palabras del Papa, mientras sostiene que el Santo Padre había pensado "cultivar una actitud de respeto y dialogo hacia las otras religiones y culturas, y evidentemente también hacia  el Islam". 

 

Pero las buenas intenciones del Papa parecen todo menos obvias. El odio al Islam es tan ubicuo y está tan profundamente arraigado en la cultura occidental que reúne a personas que normalmente están en posiciones opuestas. Ni los caricaturistas daneses que publicaron las caricaturas ofensivas de Mahoma el pasado febrero, ni los fundamentalistas cristianos que lo han calificado como pedófilo y terrorista, harían causa común con el Papa normalmente; pero, en el asunto de Islam, están por completo de acuerdo. 

 

Nuestra islamofobia se remonta al tiempo de las Cruzadas, y se entrelaza con nuestro antisemitismo crónico. Algunos de los primeros Cruzados empezaron su viaje a la Tierra Santa haciendo una matanza en las comunidades judías a lo largo del valle de Rin; los Cruzados acabaron su campaña en 1099 matando a unos 30.000 musulmanes y judíos en Jerusalén. Siempre es difícil  perdonar a las personas que sabemos les hemos hecho mal. Los judíos de Thenceforth y  los musulmanes se volvieron la propia sombra de la Cristiandad, la imagen especular de todo lo que esperábamos ser y no éramos  —o temíamos ser y éramos.

 

Las temerosas fantasías creadas por los europeos en aquel momento duraron siglos y revelan una ansiedad soterrada sobre la identidad y el comportamiento cristiano. Cuando los papas requirieron una Cruzada a Tierra Santa, los cristianos persiguieron a menudo las comunidades judías locales: ¿por qué marchar 3.000 millas a Palestina a liberar la tumba de Cristo, y dejar indemnes las personas que, según los Cruzados equivocadamente habían asumido, realmente mataron a Jesús? Se creía que los judíos mataban a los niños pequeños y mezclaban su sangre con el pan de Pascua: este “libelo de la sangre”  regularmente inspiraba pogromos en Europa, y la imagen del judío como asesino de niños, manifestaba un terror casi edípico a la fe paterna. 

 

Jesús les había dicho a sus seguidores que amaran a sus enemigos, no  que los exterminaran. Fue cuando los cristianos de Europa estaban luchando  en las brutales guerras santas contra los musulmanes en Oriente Medio, cuando el Islam se conoció en occidente como la religión de la espada. En ese momento, cuando los papas estaban intentando imponer el celibato en un  clero renuente, Mahoma fue retratado por los estudiosos monjes de Europa como un libertino, y el Islam, con enfermiza e indisimulada envidia,  era condenado como una fe que animaba a los musulmanes a complacer  sus instintos sexuales más bajos. En un momento en el que el orden social europeo era profundamente jerárquico, a pesar del mensaje de igualdad del evangelio, el Islam fue condenado por respetar en demasía a las mujeres y criados. 

 

En un estado de enfermizo rechazo, los cristianos proyectaban una subterránea inquietud sobre sus actividades ante las víctimas de las Cruzadas, creando enemigos fantásticos a su propia imagen y semejanza. Este hábito ha persistido. Los musulmanes que han objetado tan a gritos la denigración por el Papa del Islam, lo han acusado de " hipocresía ", mientras señalan que la iglesia católica no tiene crédito para condenar la violenta jihad, cuando ha sido culpable de violencia impía en las cruzadas, persecuciones e inquisiciones y, bajo  el Papa Pío XII, tácitamente perdonó el Holocausto Nazi. 

 

El Papa Benedicto XVI entregó su  polémico discurso en Alemania el día después del quinto aniversario del 11 de septiembre. Es difícil creer que su referencia a la inherente tensión violenta en el  Islam era completamente accidental. Desgraciadamente, ha abandonado las iniciativas interconfesionales inauguradas por su predecesor, Juan Pablo II, en el momento en que más desesperadamente se necesitaban. Con la crisis de las caricaturas danesas como antecedente, sus comentarios eran sumamente peligrosos. Convencerán a más musulmanes que occidente es incurablemente Islamofobico y está comprometido en una nueva cruzada. 

 

No podemos permitirnos el lujo de este tipo de fanatismo. El problema es que inconscientemente, demasiadas personas en el mundo occidental comparten este prejuicio, convencidos de que el Islam y el Corán se entregan a violencia. Los terroristas  del 9/11 que de hecho violaron los principios islámicos esenciales, han confirmado esta percepción occidental profundamente arraigada y han sido vistos como los musulmanes típicos en lugar de los desviados que realmente eran. 

 

Con perturbadora regularidad, esta convicción medieval aparece cada vez que hay un problema en Oriente Medio. Aún en el siglo XX,  el Islam era una fe más tolerante y pacífica que el cirstianismo. El Corán prohíbe estrictamente cualquier coerción en la religión y contempla todas las religiones correctamente guiadas como  derivadas de  Dios; y a pesar de la creencia occidental en contrario, los musulmanes no impusieron su fe por la espada. 

 

Las conquistas tempranas en Persia y Bizancio después de la muerte del Profeta estaban inspiradas por aspiraciones políticas más que religiosas. Hasta la mitad del siglo octavo, judíos y cristianos en el imperio musulmán eran desanimados a convertirse al Islam, ya que según el Corán enseña, ellos habían recibido las revelaciones auténticas de su propio Dios. El extremismo e intolerancia que han aparecido en el mundo musulmán en nuestros días, son una respuesta a los problemas políticos (el petróleo,  Palestina, la ocupación de tierras musulmanas, la prevalencia de regimenes autoritarios en el Oriente Medio, y las “dobles morales” percibidas en occidente) y no un imperativo religioso inculcado. 

 

Pero el viejo mito del Islam como una fe violenta persiste, y aparece  en los momentos más impropios. Como una de las ideas recibidas de occidente, y parece imposible erradicarla. De hecho, podemos estar fortaleciéndola incluso proyectando en ellos nuestros viejos hábitos. Cuando vemos la violencia, en Irak, Palestina, Líbano, de la cual en parte somos responsables, existe la tentación de culpar de todo al "Islam". Pero si alimentamos nuestro prejuicio de esta manera, estamos incrementando nuestro propio riesgo. 

 

Karen Armstrong es una especialista en asuntos religiosos. Es profesora en el Leo Baeck College for the Study of Judaism and the Training of Rabbis and Teachers. En castellano, entre otros libros, Paidós ha traducido Una historia de Dios.

Traducción para www.sinpermiso.info: Paco Ramos

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Fuente:
The Guardian, 18 Septiembre 2006

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