El populismo y la economía política del Brexit. Dossier

Matthew Goodwin

Ben Little

Duncan Exley

Stephen Bush

Lisa McKenzie

26/06/2016

Los votantes tradicionales del laborismo ya no comparten sus valores progresistas

Matthew Goodwin

Hacia finales de la década de los 90, algunos enterados del Partido Laborista empezaron a darse cuenta de que los votantes económicamente desafectos de clase trabajadora se estaban deslizando hacia la apatía política. Tras el subidón de las elecciones ganadas en un triunfo aplastante por Tony Blair en 1997, el voto laborista se desplomó en tres millones en 2001 (aunque ganara de nuevo por goleada) y otro millón más en 2005. Un pequeño número de estos votantes desafectos se sintió atraído por el  BNP [British National Party, una formación neofascista], pero las conexiones racistas de este partido les quitaron a muchos las ganas.

Pero a partir de 2010, a medida que el BNP empezó a deshacerse, estos votantes se convirtieron en objetivo de Nigel Farage. El UKIP había sido anteriormente un partido de los condados conservadores, pero empezó a aparecer como una fuerza considerable en muchas zonas laboristas tradicionales. El UKIP empezó a ganarse a los votantes británicos relegados que se sentían intensamente inquietos por la inmigración y que veían la causa de la misma en la pertenencia de Gran Bretaña a la UE y detestaban a la élite de Westminster que parecía no interesarse por sus preocupaciones.

El referéndum de la UE marca el último episodio de esta historia ya larga de la fragmentación de la coalición laborista y de su fortuna electoral cada vez más deteriorada. Mientras que la mayoría de sus diputados ha pasado semanas apelando a los votantes para que respaldaran quedarse, muchos votantes de estos escaños laboristas, en cambio, le habrán otorgado un fuerte apoyo al Brexit.

El ascenso del UKIP fue una razón clave por la que no pudo volver el laborismo a Downing Street en las elecciones del año pasado. La raíz del atractivo del UKIP fue mal diagnosticada por los diputados laboristas, que se negaron a aceptar que tenía tanto que ver con la identidad como con la economía: un sentimiento abstracto de que la UE, la inmigración y un rápido cambio social amenazaban una identidad, una comunidad y un conjunto de valores muy preciados.

El UKIP, que sacó la mayoría de sus votos de británicos de más edad, de clase trabajadora y autónomos, emergió de las elecciones generales de 2015 como oposición principal en 120 escaños, 4 de los cuales tienen diputados laboristas. A escala nacional, el UKIP llegó a una media de casi el 13%. Pero en las tierras del norte tradicionalmente seguras para el laborismo, esta cifra dio a un salto hasta el 19%.

La división social que explica el avance del UKIP guarda relación con la clase social, la generación y la geografía. Y entra de lleno en el electorado laborista. El referéndum de Gran Bretaña situó a una clase media profesional, más joven, con formación universitaria y urbana contra un sector de la sociedad que tiene dificultades económicas, mayor, con poca formación y que se ha quedado atrás. Un grupo se siente ampliamente a gusto con la pertenencia a la UE, la libertad de movimientos y un rápido cambio social, el otro se siente fundamentalmente amenazado por todas estas cosas.

El laborismo depende de ambos grupos. Y es el segundo, el de los que se han quedado atrás, es el que habría visto a Jeremy Corbyn llevar a cabo la defensa de la libertad de movimientos en las últimas semanas con profunda incomodidad.

A lo largo de la campaña del referéndum, entre un quinto y un tercio de los partidarios del laborismo declararon que querían abandonar la UE; y se preveía que un 59% del electorado de todos los escaños laboristas votara ayer a favor del Brexit. Los mayores niveles de apoyo se dieron en aquellos lugares que más les están empezando a costar al laborismo y a Corbyn: escaños laboristas del norte, de los que han quedado relegados,  tradicionales, como Blackpool Sur, Dudley Norte, Walsall Norte, Rotherham, Doncaster Norte, y West Bromwich Oeste. En realidad, tenemos ya la prueba de cómo se ha ido debilitando el atractivo del laborismo para los votantes en estas áreas tradicionales.

Por contraposición, en otros escaños laboristas se preveía parte del apoyo laborista más intenso a la UE, tales como los escaños de barrios residenciales de Londres, Hornsey y Wood Green o Hampstead y Kilburn, o los de Bristol Oeste, Cambridge y Manchester Withington, jóvenes y con movilidad social.

Algunas figuras experimentadas, como John McDonnell [ministro de Economía en la sombra y diputado por Hayes y Harlington] y Chuka Umunna [diputado por Streatham], sostendrán que al mantenerse a favor de la posición de quedarse, están defendiendo y promoviendo sus valores progresistas, y tienen razón al obrar así. Pero esos valores difieren de modo fundamental de los que estima la clase trabajadora tradicional, cuyos conceptos de comunidad, solidaridad y pertenencia son más exclusivos y tribales que el internacionalismo de los federalistas europeos.    

Algunos argüirán incluso que el laborismo no ha tenido éxito a la hora de presentar un argumento persuasivo acerca de los méritos de pertenecer a la UE. Durante la campaña, tanto sindicalistas como diputados laboristas me dijeron que, en su opinión, la nueva dirección no estaba haciendo gran cosa. Desde luego, uno de cada dos declaró a YouGov [empresa de sondeos] que no estaban seguro de dónde se ubicaba el laborismo – el partido de Tony Blair y Peter Mandelson, que querían llevar al país a la moneda única – en relación a la UE.

Pero es más profundo que eso. El euroescepticismo es un problema complejo para el laborismo, pero el escepticismo respecto a la inmigración está más extendido entre los votantes laboristas tradicionales que el sentimiento anti-UE. Casi dos tercios de los partidarios del laborismo dicen sentirse descontentos por cómo se gestiona la inmigración.

No todos los votantes consideran el Brexit como la respuesta, pero el 38% tiene la sensación de que el gobierno debería tener un control total sobre quién viene a Gran Bretaña y el 30% cree que Gran Bretaña debería frenar que los ciudadanos de la UE entraran en el país para vivir y trabajar, aunque eso restrinja nuestro acceso al mercado único.

Corbyn ha mostrado hasta ahora escasa comprensión de lo que impulsa a esta angustia identitaria. Ha dicho poco que tuviera eco entre estos tránsfugas del laborismo al UKIP. Y no cabe duda de que estas tensiones conservan su potencial de tirar del laborismo en diferentes direcciones y hacer prácticamente imposible su retorno al poder, desde luego en 2020 y acaso más allá de esa fecha. Todavía no está claro que el laborismo pueda conciliar esta profunda división, pero caben pocas dudas de que se tratará de su mayor desafío en decenios.    

Traducción para www.sinpermiso.info: Lucas Antón

The Guardian, 23 de junio de 2016

 

El referéndum perdido de los laboristas

Ben Little

Sea el que vaya a ser el resultado del referéndum, da la impresión de que el laborismo habrá perdido. Si bien podemos tener la esperanza de que en los días que restan de campaña, se acumule un nuevo hálito de impulso y las conversaciones del país pasen de discutir qué facción de los “tories” quedará por encima el 24 de junio a cómo podemos construir un futuro europeo que sitúe el cosmopolitismo igualitario y las concepciones radicales de ciudadanía en el centro de la institución democrática más compleja del mundo, en estos momentos parece improbable que suceda eso.

Las citas y discursos que les escuchamos a Corbyn y McDonnell tienen de manera general el tipo de contenido correcto, pero se dirigen mayormente a una izquierda dividida, no a una opinión pública confundida y engañada.  Y a esa izquierda no podemos dirigirnos del mismo modo que la campaña convencional aborda su campaña para “quedarse”, estando aquella insegura del proyecto europeo, desgarrada entre el impulso de resistirse a la burocracia neoliberal que está destruyendo Grecia y nos lleva como sonámbulos hacia el TTIP y el deseo de apoyar las tendencias socialdemócratas que promueven los derechos de los trabajadores, las libertades civiles y las formas de protección ambiental. Esta suerte de cobertura preventiva  - deberíamos quedarnos en la UE y reformarla  –constituye la política correcta y es lo que mejor comunica con las inquietudes de izquierda, pero para un público más amplio, machacado por la guerra civil intestina entre los conservadores, con gestos hacia los medios, no hace más que ahondar la confusión.

Siguiendo la argumentación elaborada por Anthony Barnett [“The long history of Labour´s ooomph” en Open Democracy el 26 de mayo] ], si gana el voto a favor de ‘quedarse’, la cantinela será que esta ‘victoria’ se produjo pese a los débiles esfuerzos del laborismo. Y en caso de victoria del Brexit, el laborismo quedará en el bando de los perdedores y la impresión de un tibio esfuerzo por parte de los perdedores no dejará resquicio a superioridad moral alguna. Una campaña positiva, enérgica, que ampliara el diálogo político y sembrara la semilla del futuro debate (a la manera de la campaña del ‘Sí’ en Escocia), sería la única manera en que podría salir el laborismo de ésta luciendo buen aspecto….y no es esto lo que ha sucedido. Los mejores esfuerzos de Compass, con su proyecto Good Europe y la campaña Another Europe is Possible, bien armada, han sido admirables, pero estas campañas no han tenido repercusiones de importancia en el debate nacional, que por el contrario ha adoptado la forma de una dieta diaria de datos cuestionables y en conflicto por parte de ministros antagonistas de la bancada mayoritaria. Puede que el Partido Conservador no luzca muy bien, pero domina por completo.

¿Qué ha pasado para que la izquierda parezca tan moribunda a la hora de responder a tan crucial cuestión? Creo que en su conjunto eso se remite al corazón mismo de la estrategia de la izquierda y a la división originaria, nunca resuelta, y reconstituida en cada desplazamiento de coyuntura, en torno a reforma o revolución. Tiene que ver, en resumen, con nuestra comprensión del capitalismo contemporáneo y cómo y con qué reemplazarlo.

Los argumentos revolucionarios a favor del Brexit son numerosos, pero los más explícitos, que provienen de la extrema izquierda, sugieren que el Brexit y el caos consiguiente del Partido Conservador crearían las condiciones en las que podría derrocarse al Estado burgués británico e instituirse el socialismo. Una de sus líneas señala que sin las regulaciones de mercado de la UE y su agenda neoliberal de competencia, sería posible nacionalizar sectores clave y establecer algún tipo de Estado de los trabajadores con un gobierno de Corbyn. Pero otro argumento, de la escuela miserabilista de pensamiento marxista, afirma que liberada de las restricciones de la reglamentación de la UE y combinada con una inmensa expansión del trabajo excedente (es decir, desempleo y empobrecimiento de una porción substancial de la población), los capitalistas británicos llevarían a los trabajadores a tal extremo que un desplazamiento general a la izquierda, por no decir una revolución inmediata, sería inevitable, pues la clase obrera se organizaría y pondría en tela de juicio las iniquidades del capitalismo.

Estas posturas pierden de vista, de nuevo, que la crisis de David Cameron no significa necesariamente la crisis del Partido Conservador, con un popular y populista [Boris] Johnson que aguarda esperando entre bambalinas, que la miseria engendra extremismo por la derecha así como solidaridad en la izquierda (y en este país parece actualmente más probable que la derecha se quede con los despojos) y malentiende además la complejidad del capitalismo contemporáneo, ofreciendo una mediocre visión del socialismo que pudiera reemplazarlo.

El capitalismo contemporáneo resulta significativo para la estrategia socialista, no sólo como sistema político o social, sino como disposición logística entre toda clase de agentes – estados, grandes empresas, trabajadores, inversores y consumidores – para los que no tenemos listos nada que los reemplace. Un sitio por el que podemos empezar a pensar esto es advirtiendo que el 40% neto de nuestros alimentos es importado, buena parte de ellos de países de la UE. Una inmensa concurrencia de granjas, transporte y almacenamiento de alimentos, supermercados, más los mercados físicos y virtuales y las leyes que los regulan, acuerdos comerciales e inspecciones de calidad, determinan de qué modo entran los alimentos en nuestros hogares y cuánto cuestan.  

La economía capitalista y las relaciones sociales en el marco de la Unión Europea desempeñan una parte vital en el suministro de los requisitos materiales de la vida social que nos dan a su vez la libertad de actuar como ciudadanos (en lugar de hacerlo simplemente como consumidores), aun cuando como tal sistema constriñan las posibilidades que hay en el seno de esa libertad. Al tratar de encontrar un sistema social y económico mejor, el desafío consiste en encontrar una logística mejor para reemplazar al capitalismo tanto como en vencer en la argumentación política.

Este podría ser un enfoque gradual, podría exigir experimentación y llevar largo tiempo, pero podría igualmente empezar lentamente y cambiar luego de golpe. En resumen, esa brecha del 40 % entre los alimentos producidos en el Reino Unido y los alimentos que aquí se consumen es un indicador útil en el debate entre revolución y reforma.  

Y esto es lo que tiene el Brexit, que sólo amenaza la logística del capitalismo, no la política, y no ofrece nada en su lugar. Nadie sugiere que los británicos se vayan a morir de hambre fuera de la UE, pero informes consistentes de fuentes creíbles sugieren que el Brexit pondría efectivamente al Reino Unido en situación de desventaja dentro de las estructuras de las que depende para sus bienes básicos.

En todo el mundo, los bloques comerciales se han convertido en pasto del internacionalismo, muchos con agresivas características contrarias a los trabajadores y antidemocráticos, pero entre ellos la UE ofrece una verdadera rendición de cuentas democrática en forma de un parlamento elegido directamente y una serie, bien que compleja, de instituciones vinculadas para garantizar el equilibrio entre funcionarios nacionales y continentales, y una interconexión entre culturas políticas distintas.  Esa complejidad es esencial para un espacio democrático tan diverso, pero que a menudo se desdeña como su contrario.  

Hay mucho de justificado ruido y furia en la izquierda del Brexit, pero el socialismo no tiene que ver con vencer en una argumentación moral, o castigar a instituciones por sus acciones (por ejemplo, la troika en el caso de Grecia). Se trata de encontrar un modo de vida mejor para cuanta más gente sea posible. El laborismo ha luchado para que se le escuche en esos términos, y para tratarse de un partido socialista que cree en la democracia, la igualdad y el internacionalismo, debería estar llevando a cabo una resonante defensa de la UE como un espacio importante en el que se abogue por estos valores.

Traducción para www.sinpermiso.info: Lucas Antón

Lawrence & Wishart, blog, 9 de junio de 2016  

Por qué merecimos perder el referéndum

Duncan Exley

Hace seis meses, un experto me dijo que era “absolutamente claro” que el Reino Unido no iba a abandonar la Unión Europea. Con “experto” quiero decir uno formado en Cambridge y ahora jefe de un think tank  al que consultan ávidamente políticos y periodistas. Muy probablemente, el hombre ni siquiera conocía a nadie dispuesto a votar en favor del Brexit. No es exagerado decir que las cosas han terminado siendo un pelín menos claras de lo que él presumía.

Hace un mes, siendo yo un activista en favor de permanecer en el UE, un coordinador de campaña me dijo que el local al que iba a hacer proselitismo estaría atestado de partidarios de la permanencia, porque el grueso de los allí presentes eran votantes del Partido Laborista y, por lo tanto, partidarios de seguir en la UE. Con lo que me encontré es con una gran mayoría de la audiencia partidaria del Brexit.

Odio decirlo, pero lo cierto es que estas dos anécdotas son parte de una imagen de conjunto que viene a confirmar el mensaje de Nigel Farage, según el cual la campaña de la permanencia estaba dirigida por una “élite metropolitana” incapaz de entender a la gente normal.

Una y otra vez, la campaña por la permanencia en la UE lanzó mensajes que carecían de todo sentido para la gente del común:

  • Decir a la gente que sus puestos de trabajo están amenazados no es ninguna novedad para quien se halla constantemente bajo la amenaza de que su contrato no sea renovado, de no tener horas de trabajo la semana que viene, y cuyo empleo apenas le deja un poco mejor que si viviera del paro.
  • Decir a la gente que los precios podrían dispararse no es ninguna novedad para gentes que han visto dispararse sus alquileres hasta niveles totalmente desproporcionados en relación con sus ingresos.
  • Decir que los derechos de los trabajadores están amenazados no dice nada nuevo a quien, de todas formas, ha visto ya convertidos sus derechos en papel mojado.
  • Y decirle a la gente que los líderes empresariales, los dirigentes políticos, los mejores economistas y las grandes celebridades quieren seguir en la UE no es sino avalar el relato de que los ricos y los poderosos son quienes se han beneficiado de estar en la UE a expensas del resto de nosotros.

A veces me entrenía observando a mis compañeros de campaña, esos activistas de clase media que no conseguían persuadir a las gentes de la clase obrera. Y no podía evitar acordarme de la célebre canción Common People de los Pulps: esas gentes del común que “jamás entenderán cómo se siente uno viviendo la propia vida, una vida sin sentido y sin control, y sin tener adonde ir”.

A veces, esa incomprensión les llevaba al enojo: como aquellos, cuyo esnobismo educativo y cultural en Twitter puede apreciarse en el hashtag “#cosasqueestanbienbrexit”, destinado a burlarse  de la gente que “dice que los inmigrantes deberían ´hablar inglés’, cuando ellos ni siquiera pueden expresar o construir una oración correctamente”. A burlarse del ”Expresso, de los carteles decorativos sobre vinos y/o amigos, de las fotografías impresas, del queso chédar suave y de[l programa basura televisivo] This Morning”.

Millones de gentes del común tienen buenas razones para creer que las élites empresariales, políticas y mediáticas los ven con desprecio. Quienes,  desde la izquierda política, se ven a sí mismos como los campeones de la clase obrera y hablan de “falsa consciencia” (que se traduce por: “estupidez y prejuicio que yo he conseguido superar”) no hacen sino revelar su propia estupidez y sus propios prejuicios. Hay una ubicua cultura empresarial que distingue entre “la gente que cuenta, el talento superior”, y el resto de la fuerza de trabajo, clientes y comunidad. Pero en las pasadas semanas las élites han demostrado una vez más que no siempre disciernen mejor: que el talento superior no siempre es superior. Ha llegado la hora de que las élites metropolitanas abandonen sus prejuicios, presten oídos, cierren el pico y se comprometan con la “gente normal y corriente” como iguales. Como si contaran.

Traducción para www.sinpermiso.info: Ventureta Vinyavella

https://thatduncanexley.wordpress.com/32-2/

 

Cómo el referéndum dejó al descubierta la nueva guerra  cultural

Stephen Bush

El referéndum sobre la UE ha dejado al descubierto una nueva línea de falla cada vez más ancha. Y no es la que separa derecha de izquierda.  

Hay calles de Hampstead, el opulento barrio residencial del norte de Londres, en el que la cantidad de carteles a favor de la UE supera al número de coches. Uno rojo de  “Vota por quedarte” en uno. Un “Sí Verde” en otro. La bandera roja, blanca y azul de la campaña oficial se acomoda feliz al lado de un cartel de la campaña de izquierdas “Otra Europa es posible”, que proclama que el mundo ya tiene demasiadas fronteras.

Si buscásemos una calle equivalente en Hull, en el norte de Inglaterra, habría que buscar durante mucho tiempo. En el centro de la ciudad, que visité una mañana de hace poco tiempo, la única prueba externa de que hay un referéndum en marcha era la edición especial del  Wetherspoon News que cubría los muros del pub William Wilberforce en el Trinity Wharf [Muelle de la Trinidad]. La mayoría de los clientes estaban de acuerdo con el mensaje del fundador de la cadena, Tim Martin: Gran Bretaña estaría bastante mejor fuera de la Unión Europea.

“Demasiado de Hampstead y no lo bastante de Hull”, esa era la acusación de Andy Burnham [diputado laborista por Leigh y responsable de Interior en la sombra] dirigida a la campaña para permanecer en las semanas finales de la campaña. No hablaba de geografía; la voz del “quedarse” resulta persuasiva para los residentes de Newland Avenue en Hull, donde me tomé un café con leche mientras escuchaba disimuladamente a una pareja inquieta por si los “racistas” votarían por sacar a Gran Bretaña de la UE.

Burnham hablaba más bien de una idea, el “Hampstead” que ocupa un lugar especial en la demonología de derechas como refugio de progresistas ricos que tienen la temeridad de votar en interés de los pobres. El autor teatral y novelista Michael Frayn los llamaba, en su ensayo de 1963 sobre el Festival de Gran Bretaña, “los herbívoros”:

“. . . las clases medias radicales, los que hacen el bien, los lectores del News Chronicle, el Guardian y el Observer, los que firman peticiones, la columna vertebral de la BBC. . . los que miran desde las frondosas praderas que son su lugar natural en la vida con ojos llenos de pena por las criaturas menos afortunadas, culpablemente conscientes de sus ventajas, aunque sin dejar habitualmente de comerse la hierba”.

Donde decimos Hampstead, léase franjas de Islington, Hackney, Brighton, Bristol, Cambridge, Edinburgo y Oxford hoy en día, áreas todas ellas que estaban absolutamente a favor de quedarse y en las que es popular Jeremy Corbyn. Pero ese “permanecer” nunca dio con un tono que persuadiera a la otra mitad de la Inglaterra laborista; la campaña sonaba a inútil entre el grupo decreciente de pensionistas de las viviendas municipales que quedan en Hampstead, igual que en Orchard Park en Hull.

La hendidura entre “Hampstead y Hull”, en el sentido que daba a entender Andy Burnham, es  la que ha dividido a Gran Bretaña durante años, pero que se ha convertido en nítido centro de atención a causa del debate sobre Europa.

Los especialistas académicos utilizan diversos tipos de claves para eso: bebedores de cerveza contra bebedores de vino, cosmopolitas contra “relegados”. “No se trata solo de que [Gran Bretaña] esté dividida entre gente que compra orgánico frente a gente que compra marcas blancas”, afirma Philip Cowley, profesor de política en la Queen Mary University de Londres, “sino entre gente que nunca entendería cómo hay quien compra marca blanca y gente que no compraría orgánico aunque le pusieras una pistola en la cabeza”. Emparejar las preferencias políticas con los hábitos de compra puede sonar a frivolidad, pero el 21 de junio la empresa de investigación de mercado al por menor  Verdict estimaba que “la mitad de los compradores de Waitrose [cadena de supermercados de alimentos de calidad y orgánicos] respaldaba el voto por permanecer, contra sólo un poco más de un tercio de clientes de Morrisons [cadena de supermercados populares]”.

El referéndum ha demostrado que existe otro abismo en la política británica, más allá de izquierda y derecha, más allá de conservadurismo social contra liberalismo, y más allá de los argumentos acerca del volumen del Estado. La nueva guerra cultural tiene que ver con la clase, la renta y la formación, pero también con la cultura, la raza, el nacionalismo y el optimismo acerca del futuro (o la falta del mismo). Esta division explica por qué el mensaje del UKIP ha resultado seductor para antiguos votantes laboristas y para los “tories”, y por qué Boris Johnson, un antiguo alumno de Eton [exclusiva escuela de pago para la clase alta] dirigió una campaña que pretendía despreciar a las “élites” y a los “expertos” y hablaba de “querer que nos devuelvan nuestro país”.

***

Al inicio de la campaña, la pregunta que predecía con más exactitud si una persona respaldaría “quedarse” o “irse” era: “¿Es usted licenciado?” (los que contestaban que sí  tenían muchas más probabilidades de votar en favor de permanecer en la UE). La campaña “más fuertes dentro” nunca encontró el modo de cambiar eso y ganarse a los que dejaron de formarse a los 18 o antes. Los encuestadores sugerían también que el tan cacareado euroescepticismo de los votantes mayores es reflejo de generaciones en las que sólo una de cada diez personas fue a la universidad.

Esta fisura se ha ido haciendo mayor durante la mayor parte de un decenio y medio, pero el sistema mayoritario británico, que disuade a los principiantes y mantiene a los partidos afianzados, ha proporcionado al laborismo un grado de aislamiento del que han carecido sus primos europeos. Sin embargo, hasta aquí en el Reino Unido vimos a mediados de la primera década del siglo el breve ascenso del British National Party, alimentado por la deserción de los votantes del laborismo en sus baluartes del este de Londres y Yorkshire, así como la elección del primer diputado de los verdes sobre la ola de la desilusión progresista de Tony Blair y Gordon Brown.

Estando en el gobierno, tanto Blair como Brown calcularon, erróneamente, que el núcleo del voto laborista “no tenía lugar adónde ir”. En la oposición, con Ed Miliband, el partido calculó, de nuevo erróneamente, que el descontento con la inmigración y el ascenso del UKIP, alimentado por ese descontento, era un problema solamente para el Partido Conservador.

En un folleto de 2014 para la Fabian Society, ­Revolt on the Left, el activista Marcus Roberts, el especialista académico Rob Ford y el analista Ian Warren avisaban de que el laborismo tenía “pocas razones para jalear a la rebelión del UKIP y mucho por lo que preocuparse”. Cuando se hizo el recuento de los votos de las elecciones generales del año siguiente, esa predicción resultó ser desalentadoramente exacta. Las deserciones del laborismo al UKIP llevaron a los laboristas a perder escaños frente a los conservadores en Gower, Southampton Itchen, Telford y Plymouth Moor View.

En su mayor parte, no obstante, el sistema electoral mayoritario corrió un velo sobre las grietas de la amplia coalición del laborismo: grietas que, a la cruda luz del referéndum de la UE, se han convertido en evidentes. La división no es simplemente una división de clase, o de rentas. El perfil social y la cultura de los votantes de Cumbria no son diferentes de los de los votantes del otro lado de la frontera, pero los escoceses de las zonas limítrofes respaldaron permanecer con su voto, mientras que su congéneres ingleses de esas zonas fronterizas optaron por el Brexit. La hostilidad hacia el Brexit demostró ser una indicación más firme del estatus de ciudad que el tener catedral: el voto del “sí” se encontró por lo general que las grandes ciudades  eran un terreno más difícil que las ciudades pequeñas y el campo.

El problema de la fracturación del voto resulta particularmente agudo para el Partido Laborista, que durante buena parte del siglo XX pudo confiar en los “herbívoros”. En consonancia con las “criaturas menos afortunadas”  de Frayn, han sido suficientes para garantizar al laborismo cerca de 250 escaños en la Cámara de los Comunes y aproximadamente un tercio del voto popular, hasta en años difíciles. Pero el referéndum sobre la UE en Gran Bretaña ubicó por vez primera a Hampstead y Hull en lados opuestos en la historia política británica moderna.

Fue Tony Blair quien, en su discurso final a los sindicatos [Trades Union Congress] como líder laborista en septiembre de 2006, declaró que en política el nuevo debate ya no era el de izquierda contra derecha sino el de “abierto contra cerrado”: apertura a la inmigración, a la diversidad, a la idea de Europa. Llevados por su compromiso con la apertura, los pioneros de Blair soñaron con remodelar el laborismo como espejo de los demócratas norteamericanos, aunque irónicamente, fue Ed Miliband, que repudió buena parte del enfoque y la política de Blair, el que logró esto.

En las elecciones de 2015, la coalición del laborismo salió de los jóvenes, las minorías étnicas y la gente de formación superior: los grupos que impulsaron las dos victorias erlectorales de 2008 y 2012. El Partido fue repudiado en las Midlands, retrocedió en Gales y solo le faltó ser barrido en el este de Inglaterra (Escocia es otra cuestión completamente distinta). Sus mejores resultados se dieron en las grandes urbes y en las ciudades universitarias.

La campaña por quedarse le proporcionó al laborismo un atisbo de cómo le podría haber ido al programa de Miliband sin el tranquilizante visto bueno de una escarapela roja. 

El “Gran Bretaña, más fuerte en Europa” [lema de la campaña a favor del “no”] ha sido rechazado en las Midlands y ha tenido que luchar en el este de Inglaterra. Pero también fracasó a la hora de inspirar pasión en Sunderland, Oldham y Hull, zonas todas ellas que, de momento, eligen diputados laboristas.

En apariencia, el centro urbano de Hull está construido con sangre y piedra caliza, punteado por conmemoraciones de un imperio perdido y edificios de postguerra que reemplazan a los que fueron bombardeados, todos ellos rodeados de barrios residenciales construidos por el sector privado en los años 30 y el Estado en los 50 y 60. Podría ser Bristol sin sus desmedidas colinas o un Glasgow más pequeño con distinto acento. Sin embargo, a diferencia de Glasgow o Bristol, los habitantes de Hull se muestran en buena medida hostiles a la Unión Europea. A diferencia de Glasgow y Bristol, Hull es una ciudad post-imperial que tiene todavía que experimentar una segunda vida postcolonial.

El William Wilberforce se llama así por un hijo del lugar que contribuyó a destruir el tráfico de esclavos británico, motor de la prosperidad de Hull en el siglo XVIII. La destrucción de otra industria local – la pesca – infunde resentimiento entre la añosa clientela del pub, que estaba allí para desayunar y disfrutar de un poquito de compañía el día en que hice yo mi visita. Culpan directamente a la UE de su desaparición.

Aunque al Partido Laborista sólo le queda hoy un diputado en Escocia, la trastienda del movimiento laborista alberga a un enorme contingente  escocés. Por esa razón – y por la incesante amenaza que la pérdida de los escaños laboristas en Escocia plantea a las posibilidades de lograr una mayoría en Westminster – el referéndum sobre la independencia de Escocia se cernía de modo destacado sobre el laborismo a lo largo de la campaña de la UE.

Desde un principio, “Una Gran Bretaña más fuerte dentro”  se debatió por reproducir el éxito de la campaña escocesa por el “No” [a la independencia], en parte porque el precio de la victoria era algo que el laborismo consideraba demasiado alto como para pagarlo una segunda vez. En Glasgow, en la semana anterior al referéndum escocés, todo el mundo sabía dónde se situaba el laborismo en relación a la independencia, y por consiguiente muchos votantes estaban ya planeando su venganza. El propietario de un café me dijo que el laborismo estaba “acabado en esta ciudad para siempre jamás”.

Previsiones de este género escaseaban en Hull. Alan Johnson, director de la campaña laborista sobre la UE, es uno de los tres diputados laboristas que Hull envió a Westminster en 2015. Pero hasta ya tarde en la campaña, en su propio distrito, lo que encontré fue incertidumbre acerca de la postura oficial del partido sobre el referéndum. Por esa razón, si no por otra, no daba la impresión de que se tratara de una ciudad a punto de romper con más de medio siglo de dominio laborista, como Glasgow en 2014. En Escocia, la mayoría de la gente con la que yo hablé creía estar en vísperas de la independencia, lo que convirtió el resultado final en un golpe contundente.   

Sólo entre la minoría proeuropeísta de Hull pude encontrar alguna convicción de que Gran Bretaña podría dejar de veras la UE. En septiembre de 2014, Kenneth Clarke hizo notar que los partidarios del UKIP eran “en buena medida . . .los ancianos decepcionados, los viejos gruñones, gente que lo ha tenido duro en la vida”. Escuchar a los votantes del “sí” en Hull era escuchar historias de ese mismo potencial frustrado: tienen la impresión de que los políticos de todos los colores llevan una vida completamente apartada de la suya. Dicho sea en su defensa, no les falta razón: solo un 4 % de los diputados proviene de un entorno de clase obrera.

Por lo que respecta a Ken Clarke, se ha labrado una segunda carrera como “tory” preferido de todo izquierdista, pero ese tono de indiferencia hacia las “vidas desilusionadas” de las víctimas de la globalización recuerda sus días más jóvenes como estrella ascendente del gobierno de Margaret Thatcher.

Los habitantes de Hull han sido dejados de lado, primero como consecuencia lamentable pero inevitable de la economía thatcheriana y hoy como mezquinos adversarios del progreso social y la diversidad racial. Como era de esperar, la gente que tiene la impresión de que se han ignorado sus deseos, y de que en algunos casos estos deseos han sido en efecto aplastados por sucesivos gobiernos de izquierda y derecha, no esperaba levantarse la mañana del 24 de junio y descubrir que esta vez sus votos habían cambiado algo.

Igualmente como era de esperar, los avisos de la campaña del “no” acerca del derrumbe económico carecían de fuerza para aquella gente para la que el fin del mundo ya se ha visto venir.  

En Glasgow en 2014, la independencia escocesa era una cuestión de identidad en si misma, mientras que en Hull, la hostilidad hacia Europa es un subproducto de otras identidades que se sienten acosadas o amenazadas: el sector pesquero, lo que es ser inglés y ser blanco en su mayor parte.

En Hampstead, votar a favor de quedarse parece más una declaración sobre el mundo tal como uno lo ve. Una mujer, que se marcha antes de que pueda sondearla más, me dice: “Pues claro que voy a votar por quedarme. Yo compro Comercio Justo”.

***

La inmigración, y no la Unión Europea, es la cuestión que mueve a los votantes en  Hull. “Gran Bretaña está llena” fue la explicación más frecuente que daban para el voto favorable a la salida. Sabiendo que la inmigración, más que la abstracta cuestión de la soberanía, sería crucial para ganar la disputa, la campaña partidaria de marcharse trató desde el principio de convertirlo en un referéndum sobre el control fronterizo. Tema principal de la campaña de irse: la amenaza de que Turquía ingrese en la Unión Europea y con ello, la perspectiva de que los 75 millones de turcos accedan al derecho a vivir y trabajar en Gran Bretaña.

Aunque las oportunidades de Turquía de ingresar en la Unión Europea son sólo un poco más probables que su esperanza de lanzar una misión tripulada a Marte, la táctica funcionó: según ­un sondeo de Ipsos MORI publicado en la mañana del 16 de junio, el 45 % de los británicos creía que Turquía entraría en la Unión por la vía rápida.

Esa misma mañana, Nigel Farage posó delante de un cartelón que mostraba a refugiados – la mayoría de Siria, y la mayoría de ellos, no blancos – en la frontera entre Croacia y Eslovenia, con un lema que avisaba de que la inmigración sin control estaba llevando a Gran Bretaña a un “punto de ruptura”. Pero la bronca sobre el cartelón llegó a su desgradable fin sólo unas pocas horas más tarde cuando empezó a difundirse la noticia de que a Jo Cox, diputada laborista por Batley and Spen, le habían disparado y apuñalado a la salida de una reunión en su distrito electoral. Murió a causa de las heridas poco más de una hora después. El 19 de junio, Thomas Mair, detenido en relación con el asesinato, dio su nombre en el tribunal de primera instancia de Westminster con un “Muerte a los traidores, libertad para Gran Bretaña”.

Las circunstancias del asesinato resultaban familiares. Poco después de la medianoche del 5 de junio de 1968, Robert Kennedy volvía exultante al Ambassador Hotel de Los Angeles. Acababa de conseguir una victoria crucial en las primarias de California y estaba bien situada para asegurarse la designación a la candidatura demócrata en las elecciones presidenciales de ese año. Pasando por la cocina para evitar a la multitud que lo aclamaba y dirigirse directamente a su rueda de prensa, un hombre emboscado, de nombre Sirhan Sirhan, le disparó seis tiros de revolver. Kennedy fue llevado al hospital a toda prisa, donde murió a la mañana siguiente.

Cinco meses después, Richard Nixon resultó elegido presidente. La derecha norteamericana se agarró a la Casa Blanca durante veinte de los 25 años siguientes. El asesinato de Jo Cox, entre los aullidos ultranacionalistas de Farage y compañía, parecía el comienzo de un capítulo semejante del avance derechista en el Reino Unido.

El problema del laborismo, y el de sus primos socialdemócratas a lo largo y ancho de Europa, es el mismo de la izquierda norteamericana en los años 60.  Su coalición fundacional – entre los sindicatos, las clases medias con preocupaciones sociales y las minorías, étnicas y culturales – está unida (apenas) en cuestiones económicas pero irrevocablemente hendida en cuestiones de identidad. Fuera de Grecia y España, golpeadas por la crisis, la izquierda parece atrapada en la oposición permanente, sin un político capaz de volver a consolidar su vieja base y tomar de nuevo el poder.   

***

Cuando llego a Hull, están marcha los preparativos para una vigilia en honor de Jo Cox, pero es la nación de Turquía la que sopesan las mentes de los votantes indecisos. En Park Street, los habitantes están divididos. Los que han ejercido su derecho de compra [sobre su vivienda] y se preocupan por su hipoteca coquetean con votar “sí”, pero están aterrados por el patrimonio negativo. Los que siguen en viviendas sociales o en el sector privado de alquiler no se sienten afectados por las historias de hipotecas que se disparan. A muchos habitantes las graves advertencias del Tesoro les parecen preocupaciones de gente de un planeta distinto, no sólo de otra parte del país. Como dice Rachel, una mujer ya más que entrada en los cincuenta que vive sola: “Dicen que perdería cuatro mil al mes. No sé quiénes se creen que ganan cuatro mil al mes, pero desde luego no soy yo”.

Como sabía la campaña del marcharse, la promesa de que votar por salir permitirá que la gente “tome el control” tuvo siempre particular atractivo para la gente que tiene poquísimo control: de su alquiler, del turno laboral de la semana próxima, o de si podrán permitirse o no encender la calefacción la semana que viene. No importa que el control que contempla la campaña del “sí” lo ejerza la derecha conservadora,  la campaña encontró un mensaje que llegó a calar a través de clases y regiones, al menos en una medida que podría crear una fuerza con la que contar en la Gran Bretaña dl sistema electoral mayoritario.

Cuatro mil [libras] al mes no es mal salario, hasta en el Hampstead residencial, pero en esa próspera esquina del norte de Londres los temores de un voto de salida, y lo que vendrá después, hicieron su agosto. La preocupación se emparejaba también al resentimiento por lo que sucedería en caso de que triunfaran los partidarios de salir.  

El gran riesgo para la izquierda es que el resentimiento de los herbívoros ya está cuajando en desprecio por la gente de Hull y los demás bastiones del Brexit. Ese desprecio amenaza la materia prima a la que el laborismo se ha atenido para hacer que Hull y Hampstead voten y trabajen juntos: la solidaridad. El referéndum deja a los conservadores divididos dentro de Westminster. Eso le concederá un magro consuelo al laborismo si el resultado a largo plazo del voto supone dejar a sus propias filas divididas fuera.

Traducción para www.sinpermiso.info: Lucas Antón

The New Statesman, 23 de junio de 2016

 

El Brexit es la única forma en que la clase trabajadora puede cambiar algo

Lisa McKenzie

He vivido toda mi vida en comunidades de clase trabajadora, y ahora que escribo e investigo como especialista académica de la clase obrera, mi motivación ha consistido siempre en que la auténtica voz de una mujer de clase trabajadora cuente nuestras historias.

Las voces de la gente de clase trabajadora rara vez se escuchan fuera de su comunidad y casi nunca en la esfera política o de los medios. Sin embargo, el debate del referéndum sobre la UE ha abierto una caja de Pandora de ira y frustración de la clase trabajadora. Está claro que los politicos de Westminster se sienten bastante desconcertados con esto. Yo misma estoy sorprendida hasta qué punto el referéndum ha captado la atención y la imaginación de la misma gente que el año pasado, sin ir más lejos, me decía que no tenía interés en las elecciones generales “porque son todos ‘ellos’ lo mismo”.

Unos trece meses después me preguntan qué es lo que pienso y debaten conmigo acerca de las razones más sutiles del Brexit. En las comunidades de clase trabajadora, el referéndum sobre la EU se ha convertido en un referéndum sobre casi todo. En los cafés, pubs y bares del este de Londres donde yo vivo y donde durante tres años he estado realizando mi labor de investigación, la conversación rara vez suele referirse a otra cosa (aunque el fútbol acaba de hacer recientemente su aparición). En la zona este de Londres tiene que ver con la vivienda, los colegios y los bajos salarios. Las mujeres están preocupadas por sus hijos y sus padres ya mayores: ¿qué les pasará si suben otra vez los alquileres? La falta de vivienda asequible es aterradora.

En la ciudad minera de la que yo provengo, el debate se centra de nuevo en el Brexit, y hasta los antiguos mineros huelguistas están por votar a favor de marcharse. Las comunidades mineras también están preocupadas por la falta de empleo remunerado y seguro, el cierre de los pubs y la pobreza que ha vuelto al norte. No se habla de forma tan preponderante de la inmigración ni destaca tanto en la lista de miedos como a ciertos sectores de la prensa les gustaría hacernos creer. Las cuestiones en torno a la inmigración siempre forman parte del debate, pero rara vez de forma exclusiva.  

A juzgar por mis investigaciones, yo sostendría que el debate del referéndum en el seno de las comunidades de clase trabajadora no tiene que ver con la inmigración, pese a la retórica. Tiene que ver con la precriedad y el miedo. Tal como me dijo un grupo de mujeres del este de Londres: “Estoy harta de que me llamen racista porque me preocupo de mi madre y de mi propio hijo”, y “No le envidio a nadie que necesite un techo y no se lo pueda permitir tampoco”.

En los últimos treinta años ha habido un ataque sostenido a la gente de clase trabajadora, a sus identidades, a su trabajo y a su cultura por parte de la política de  Westminster y de la burbuja mediática que lo rodea. Como consecuencia de ello, han dejado de escuchar a los politicos y a Westminster y están haciendo lo que todo politico teme: utilizan su propia experiencia para juzgar qué es lo que opera a favor suyo y en su contra.  

En las últimas semanas de la campaña, la retórica ha subido de tono y ha empezado el juego de las culpas. Si dejamos la UE, será por culpa de la clase trabajadora “estúpida”, “ignorante” y “racista”. Cada vez que la gente de clase trabajadora ha intentado hablar de los efectos de la inmigración en su vida, gritarles “retrógrado” y “racista” se ha convertido en un pasatiempo de clase media.

La gente de clase trabajadora del Reino Unido puede otear una posibilidad de que algo cambie para ellos si votan por irse de la UE. Las mujeres del este de Londres y los hombres de las ciudades mineras me cuentan todos que lo peor es que las cosas siguen igual.. El referéndum se ha convertido en una forma de hacer oír su voz, y están diciendo colectivamente que sus vidas han sido mejores de lo que son hoy. Y tienen razón. Gritarles “racistas” e “ignorantes” más alto no va a servir de nada: han dejado de escuchar.

Para ellos, hablar de inmigración y temerla tiene que ver con la precariedad que supone ser de clase trabajadora, cuando ya no están seguras las necesidades básicas de la gente, y quieren cambio. El referéndum ha abierto un abismo de desigualdad en el Reino Unido y los monstruos de una sociedad profundamente dividida e injusta han salido arrastrándose. No desaparecerán fácilmente, sean cuales sean los resultados del referéndum.

Traducción para www.sinpermiso.info: Lucas Antón

The Guardian, 15 de junio 2016
 

profesor de Ciencias Políticas en la Universidad de Kent e investigador de Chatham House (el Royal Institute of International Affairs). Su último libro es Revolt on the Right: Explaining Public Support for the Radical Right in Britain (Routledge).
codirector de Soundings, revista teórica de izquierdas fundada por Stuart Hall, y miembro de Lawrence & Wishart, editorial radical británica que acaba de publicar en inglés Podemos, In the Name of the People, el libro de conversaciones entre Iñigo Errejón y Chantal Mouffe. Little fue uno de los redactores del Kilburn Manifesto, un detallado manifiesto contra el neoliberalismo también promovido por Stuart Hall.
sociólogo, exdirector del @EqualityTrust británico.
Corresponsal político de la revista británica New Statesman.
socióloga de la London School of Economics y autora de Getting By: Estates, Class and Cultures in Austerity Britain.
Fuente:
Varias

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