El vallado del conocimiento

Fernando Broncano

31/01/2020

La era del neoliberalismo como ideología del capitalismo tardío ha inducido cambios sustanciales en todos los órdenes de la sociedad, desde lo más íntimo a lo más público, desde lo personal a lo social en los niveles económico, político y cultural y en todos los espacios locales y globales. La mayoría de estos cambios se conocen bien no solamente porque hayan sido analizados con cuidado en una inmensa literatura, sino porque los sufrimos diariamente. La degradación del carácter, de los lazos familiares y sociales, la precarización del trabajo y el hundimiento de los sistemas públicos (sanidad y educación son los que aparecen en la película) son efectos bien conocidos y padecidos en diversos grados. Otros son menos vividos en la experiencia cotidiana, aunque los conozcamos por los muchos informes expertos, como es la insostenibilidad creciente del sistema económico. Por último, algunos no son sentidos directamente y no siempre son conocidos por el público no implicado, por más que tengan un efecto tan pernicioso como estructural. Uno de ellos es la mercantilización o vallamiento del conocimiento, un proceso más profundo que el que se suele notar cuando hablamos de la crisis de la universidad y su, también, mercantilización.

El sistema universitario español ha sufrido cambios muy similares a los que han transformado el resto de los países, y se resumen en la transformación de la universidad liberal, que había sido el modelo vigente hasta hace una década, al menos como ideal, por la universidad gerencial. Algunos de estos cambios iluminan lo que querría sacar a la luz: sus efectos estructurales sobre ese recurso común de las sociedades democráticas que es el conocimiento. La universidad produce conocimiento a través de la investigación y lo reproduce y transmite a través de la enseñanza. Por otra parte, produce y reproduce la mano de obra experta, así como las élites que, a su vez, serán las encargadas de reproducir el estado presente de la sociedad. La universidad liberal había llegado a una suerte de balance en equilibrio entre estos dos objetivos que generalmente compiten entre sí. Había superado así el desequilibrio a favor de la formación de élites que había caracterizado a la universidad decimonónica, en la que la investigación, y la enseñanza basada en la investigación, apenas tenía relevancia.

Las dos guerras mundiales del siglo pasado y sus secuelas trajeron como consecuencia la conciencia de que el desarrollo tecnológico y la preparación de amplias capas de la población eran un bien estratégico de los estados, particularmente en la etapa de la Guerra Fría, por lo que nació un modelo de universidad, al tiempo que investigadora, orientada a la educación de amplias capas de la población. La extensión de la educación universitaria ha ido creciendo de forma sostenida desde el siglo pasado, hasta el punto de que una parte sustancial de la juventud en edad universitaria accede a esta forma terciaria de educación (poco más del 30% en España, hasta el 50% en algunos países europeos). El acceso a la universidad se entendía como una plausible oportunidad de mejora y movilidad social, al menos comparativamente respecto a los padres y la generación anterior.

Esto es uno de los cambios que ha producido el nuevo sistema universitario: la movilidad social no se produce, a lo largo y ancho del mundo hay una enorme deuda social destinada a pagar los estudios universitarios, y el trabajo obtenido al final de ellos no cumple las expectativas. Dentro de la universidad se han producido una serie de transformaciones que se resumen en la imposición de un modelo cada vez más homogéneo de universidad que trata de imitar a los imaginarios de “excelencia”, que se sitúan en la famosa Ivy League, en Oxford y Cambridge y un circuito pequeño de universidades bien conocidas por estar en lo alto de la pirámide de los sueños. Paradójicamente todas estas grandes universidades han entrado también en la misma lógica que aquellas que las imitan. Los cambios son muy complejos pero se resumen en tasas cada vez más altas, relacionadas con el puesto en unos rankings elaborados de forma privada y poco controlados; en un dominio cada vez mayor de métodos gerenciales similares a los de las empresas, lo que lleva a trayectorias como las de concentrar los medios en una nueva clase administrativa y en un pequeño núcleo privilegiado de personas expertas en conseguir fondos de investigación a través de su prestigio profesional, y una cada vez mayor precarización de los trabajadores de la investigación y la enseñanza.

Hay ya una amplia y densa bibliografía que estudia estos procesos que están, repito, homogeneizando las universidades en titulaciones nuevas, formas de enseñanza similares y, en lo que respecta a la investigación, orientando el sistema hacia una competencia entre los investigadores por muy pocos puestos a través de una loca carrera por publicar papers en una nueva ecología de revistas creadas más para acoger esta carrera que para difundir el conocimiento. Se calcula un número aproximado de treinta y cinco mil revistas “peer review”, ordenadas a su vez por rankings basados en discutibles indicadores y poseídas por un pequeño número de multinacionales del nuevo modelo del “publish or die”.

No voy a hablar de algunas consecuencias psicológicas y sociales ya notorias en el mundo de la investigación y la enseñanza, como es la extensión de una ansiedad cada vez mayor entre jóvenes investigadores que llegan a edades avanzadas sin haber conseguido expectativas de un empleo estable, con su secuela de depresiones y de efectos perniciosos sobre sus vidas afectivas y familiares. En lo que respecta al conocimiento, el problema es que la universidad está abandonando lentamente su tarea de producción y reproducción para emprender otro camino que tiene que ver más con el de una empresa de papers y de títulos.

¿Qué vende la universidad? No conocimiento, pues este no puede existir sino como una inmensa red de actos de cooperación colectivos y personales, guiados por una suerte de caos organizado hacia la búsqueda de nuevos descubrimientos, de explicaciones profundas, de interpretaciones originales. No se trata, como alguien pudiera objetar, de que la universidad no entre en contacto con las empresas. Al contrario: el invento de la universidad liberal, básicamente de origen alemán, fue crear una tupida red de cooperación entre empresas basadas en la investigación y departamentos universitarios. La universidad de la segunda mitad del siglo pasado en los países más avanzados pudo equilibrar bien la investigación, la enseñanza y los proyectos aplicados. Tampoco vende educación: la educación es un proceso complejo, también cooperativo, basado en una larga serie de actos comunicativos que llevan la investigación al aula y crean trayectorias y expectativas muy variadas en un alumnado que en buena medida se autoeduca, en el marco de una ecología variada que combina la crítica con la transmisión de conocimientos. No, la nueva universidad no vende ni ciencia, ni hermenéutica, ni reflexión crítica, ni educación: vende privilegios.

Son privilegios basados en la reputación de los centros, de las titulaciones, de las expectativas asociadas a ellas, del capital social creado por los nuevos inventos de los másteres profesionales. A escala mundial, las universidades se orientan en una competencia loca por el prestigio que, a su vez, está asociado a las demandas de privilegio que esperan los alumnos encontrar en ellas por haber pagado las altas tasas de su enseñanza. A escala local, las universidades viejas, liberales, públicas, orientadas a la investigación ordenada por el árbol cada vez más ramificado de la ciencia, ordenadas a la educación de amplias masas de estudiantes, entran en competencia con una barroca lista de centros de nombres variopintos cuya aspiración es ganar la carrera por la venta de privilegios, no de descubrimientos ni de altura de la enseñanza; ni siquiera por ganar los mejores alumnos, sino por ganar los alumnos de las mejores familias. Pues las élites económicas y políticas han captado muy bien la idea y prefieren ya la nueva oferta de privilegios que da esta nueva ecología de centros comerciales de títulos. Es un proceso que, paradójicamente, nos devuelve a la universidad decimonónica.

Me he molestado en recorrer las páginas de las universidades de la Comunidad de Madrid, un ejemplo de lo que encontramos en cualquiera de las metrópolis del planeta. He perdido algún tiempo en repasar la oferta de titulaciones de grado, de postrado y las páginas de investigación. Invito a los lectores a repetir esta experiencia y, si después consideran que mi diagnóstico es demasiado pesimista, estaría muy dispuesto a discutirlo. Dejo aquí la lista, no siempre muy conocida de las universidades que pueblan esta Comunidad Autónoma, para animar la experiencia. Creo que el número y los nombres ya hablan por sí solos como dato:

Universidades públicas:

    Universidad de Alcalá de Henares (UAH)
    Universidad Autónoma de Madrid (UAM)
    Universidad Complutense de Madrid (UCM)
    Universidad Carlos III de Madrid
    Universidad Rey Juan Carlos (URJC)
    Universidad Internac. Menéndez Pelayo (UIMP)
    Universidad Politécnica de Madrid (UPM)

Universidades privadas:

    Universidad Alfonso X El Sabio (UAX)
    Universidad Antonio de Nebrija
    Universidad Camilo José Cela (UCJC)
    Universidad de Saint Louis
    Universidad de San Pablo-CEU
    Universidad Europea de Madrid (UEM)
    Universidad Europea de Madrid (UEM)
    Universidad Eclesiástica San Dámaso
    Universidad Francisco de Vitoria (UFV)
    Universidad Pontificia de Comillas
    Universidad Tecnología y Empresa
    EAE Business School
    Escuela Europea de Dirección y Empresa (EUDE)
    Escuela Europea de Negocios (EEN)
    Escuela de Organización Industrial (EOI)
    Sup. de Gestión Comer. y Marketing (ESIC)
    ESADE Law & Business School
    Centro de Estudios Financieros (CEF)
    Centro de Estudios Superiores Felipe II
    Centro de Estudios de Postgrado de Admin. de Empresas CEPADE
    Centro Universitario Villanueva
    UNIR Business School
    IMF Business School
    Escuela de Negocios CISDET

Una breve recopilación de bibliografía crítica sobre la universidad contemporánea:

Berg, Maggie and Barbara K. Seeber. 2016. The Slow Professor: Challenging the Culture of Speed in the Academy. Toronto: University of Toronto Press.

Bok, Derek. 2003. Universities in the Marketplace: The Commercialization of Higher Education. Princeton, NJ: Princeton University Press.

Broncano, Fernando. 2019. Puntos ciegos. Ignorancia pública y conocimiento privado. Madrid: Lengua de Trapo.

Collini, Stefan. 2017. Speaking of Universities. London: Verso.

Connell, Raewyn. The Good University: What Universities Actually Do and Why Its Time for Radical Change. Zed Books

Cooper, Simon, John Hinkson and Geoff Sharp (eds). 2002. Scholars and Entrepreneurs: The Universities in Crisis. Melbourne: Arena.

Ginsberg, Benjamin. 2011. The Fall of the Faculty: The Rise of the All-Administrative University and Why It Matters. New York: Oxford University Press.

Hil, Richard. 2015. Selling Students Short: Why You Won’t Get the University Education You Deserve. Sydney: Allen & Unwin.

Lynch, Kathleen. 2015. “Control by numbers: New managerialism and ranking in higher education”. Critical Studies in Education, vol. 56 no. 2, pp. 190–207.

Ward, Steven C. 2012. Neoliberalism and the Global Restructuring of Knowledge and Education. New York: Routledge.

es catedrático de Filosofía en la Universidad Carlos III de Madrid.
Fuente:
https://la-u.org/el-vallado-del-conocimiento/

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