¿Es equitativo el acceso a la universidad?

Vera Sacristán

28/09/2014

 

Por tercer año consecutivo, la preinscripción universitaria en Catalunya ha vuelto a bajar. La cifra empieza a ser significativa: en tres cursos, se ha reducido un 11% el número de jóvenes que hacen su preinscripción en la universidad, mientras que la población de entre 18 y 20 años solo ha disminuido un 5%. En otras palabras, la caída de la preinscripción universitaria es más del doble de la caída demográfica.

Alguien podría pensar que es bueno que disminuya el número de estudiantes, porque no necesitamos tantos titulados universitarios y, si sobran, tendremos una población sobrecalificada y frustrada. Pero el último informe educativo de la OCDE indica que en nuestro país se titula en la universidad el 32% de la población juvenil, mientras que en la OCDE la media es del 40%, y en la UE 21, del 41%.   

La caída de la preinscripción universitaria en Catalunya (y, en general, en el conjunto de España) pone de manifiesto un cambio de tendencia, y analizar sus causas es importante por las consecuencias sociales, científicas y culturales que tiene para el país. 

Además de la capacidad y el interés por los estudios, los factores más determinantes para que una familia de recursos escasos decida mandar un hijo o una hija a la universidad son el precio de las matrículas y el coste de oportunidad, es decir, los ingresos que el estudiante deja de obtener si, en vez de trabajar, dedica unos años a seguir estudiando. Cuando los precios de matrícula son bajos, los jóvenes de estas familias optan por ponerse a trabajar en los períodos de bonanza económica, mientras que optan por estudiar en los períodos con tasas elevadas de paro, como el actual. Y así pasó en Catalunya y en toda España entre los años 2007 y 2010. Pero los datos que encabezan este artículo indican que desde 2011, a pesar de que el paro juvenil no se está reduciendo, la preinscripción universitaria está disminuyendo, y no se trata de un fenómeno demográfico.

Todo indica que la razón principal de este comportamiento aparentemente atípico es de manual: el precio está afectando a la demanda. Desde el curso 2012-13 el precio de los estudios universitarios ha subido mucho, hasta el punto de que algunas carreras hoy cuestan entre 3 y 4 veces lo que costaban hace tan sólo siete años, antes de todas las reformas. Un estudio reciente del Observatorio del Sistema Universitario pone de manifiesto que Cataluña, (y el conjunto de España) son una anomalía en un contexto europeo en el que mayoritariamente las universidades públicas ofrecen los estudios de grado de forma gratuita o con precios inferiores a los 1.000 € por año (hasta a 2.600 € a Catalunya), los estudios de máster cuestan igual que los de grado (en Catalunya se paga hasta un 44% más un curso de máster que uno de grado), la repetición de asignaturas no se castiga económica sino académicamente, existen becas-salario y, además, se da todo un conjunto de otras ayudas que en nuestro país no existen, como desgravaciones fiscales a las familias con hijos en la universidad, subsidios a las familias más necesitadas, comedores universitarios subvencionados en los que se puede comer dignamente per dos o tres euros, tarifas especiales para estudiantes o incluso gratuitas en los transportes públicos, facilidades de alojamiento universitario, etc.

Sabemos que a nuestras universidades, a pesar de su progresiva expansión, acceden mucho más los hijos de directivos, profesionales y, en general, trabajadores de cuello blanco, mientras que los hijos de trabajadores de cuello azul están infrarepresentados: son tan solo un 27% de la población universitaria mientras que sus padres conforman el 48% de la población de entre 40 y 60 años, de acuerdo con un informe reciente del Ministerio de Educación.

Por otro lado, la última reforma universitaria ha alargado de tres a cuatro años la duración de las carreras más cortas y con salidas profesionales más definidas. Estas eran, precisamente, les carreras que tendían a elegir los hijos de familias económicamente menos favorecidas. El aumento de la duración de estos estudios comporta, de hecho, un aumento del coste de oportunidad, ya que no es lo mismo dejar de ingresar un salario durante tres años que durante cuatro.

Así, pues, todos los elementos llevan a concluir que son les clases más desfavorecidas las que están desistiendo de acceder a la universidad. Este fenómeno no es tan solo un agravio social, lo cual por sí mismo ya sería bastante grave. Además significa que el conjunto del país está dejando que se pierda una parte de su talento, de los jóvenes que valen y podrían contribuir al progreso del país. ¿Queremos construir el futuro de este modo?

Vera Sacristán es profesora de matemáticas en la la Universitat Politècnica de Catalunya. Colabora regularmente con SinPermiso en temas de política universitaria.

[Traducido del catalán por la propia autora para www.sinpermiso.info]


Fuente:
Ara, 15 de setiembre de 2014

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