Francesco Rosi, el realismo crítico del cine italiano. Dossier

Luciana Castellina

Giovanna Branca

18/01/2015

Francesco Rosi, el cine combatiente

Luciana Castellina

La última vez  que le ví fue hace cosa de un año: fui a su casa con Agostino Ferrente, que quería que viese su película sobre Nápoles, Le cose belle. Agostino, dos generaciones más joven por lo menos, lo tenía en gran consideración y aprovechó mi vieja amistad con el «maestro» para conocerlo. Una película sobre Nápoles no podía ser que no la viera y la juzgara un napolitano tan napolitano como Franco Rosi. Verla fue un desastre técnico, porque el grandísimo director no poseía una pantalla digna de ese nombre ni un televisor de proporciones humanas. Tuvimos que meter el DVD en un aparatito minúsculo y que además ofrecía sólo un sonido intermitente, inaudible.

Rosi no se había reconciliado con la tecnología, hasta ver una película en la televisión le resultaba inconcebible. No porque fuese un hombre de otro siglo, por Dios: era todavía ahora muy contemporáneo, una mirada lucidísima sobre nuestra época y sobre los problemas de la izquierda. La misma inteligencia de la realidad que había tenido de jovencísimo, como parte de ese grupo particularísimo de intelectuales napolitanos socialistas de izquierda que tanto han contribuido a contar la época de mi generación y de bastantes de las que siguieron.

En medio de tanta discusión sobre la relación entre historia y ficción, bastarían las películas de Franco Rosi para hacer comprender cuánto y cómo el artista – si lo es de veras — consigue decir de la realidad, más que quien da cuenta de documentos y archivos, desvelando, por medio de la invención narrativa, también lo que no es de otro modo visible. Un ele­mento esencial de la política que hoy añoramos con vehemente nostalgia. Sus películas han supuesto una aportación primordial insubstituible a nuestras batallas de postguerra. Franco era pasional, en el sentido de que trataba de que sus películas suscitaran pasiones y alimentaren el quehacer político. Recuerdo lo que sucedió en China, bastante años antes del accidente tecnológico con la película de Ferrente, otro absurdo incidente. Estábamos en Pekín con una delegación de Cinecittà – la primera – pre­si­dida en la época Gillo Pontecovo ( yo estaba allí porque era entonces presidente de Italia Cinema, la agencia de promoción de las películas italianas). Debía proyectarse La Tregua y naturalmente no había subtitulado, porque en aquel entonces ni allí ni, por lo demás, en Europa del Este, era habitual. Se procedía con una voz en «off»: la voz del traductor, situado en la sala, que se superponía a la de los protagonistas del film. Franco tenía sus sospechas respecto al resultado y estaba por eso bastante nervioso. Poco antes de empezar se informó con el traductor de si había entendido bien de qué trataba la película y este respondió, con seguridad: «Sí, desde luego, es una película sobre la vida de John Turturro» (si os acordáis, era él quien interpretaba a primo Levi).

Al oír su respuesta estuvo a punto de llevarse la película y marcharse furibundo. Aceptó quedarse cuando le explicaron que nunca se había traducido a Primo Levi en China, donde era un desconocido. Pero contraviniendo las reglas de seguridad en vigor en China, según las que nadie podía dirigirse a un público ingente como el que abarrotaba el teatro en el que se proyectaba la película, subió al escenario e improvisó un apasionado resumen de la obra: «Bien, ahora vais a ver a una patrulla a caballo del Ejército Rojo que llega a la vista del campo de exterminio en el que están recluidos los judíos supervivientes de las cámaras de gas». «Ya está – había añadido –, apagad las luces»; y se esperaba que apareciera en la pantalla el bellísimo y emocionante encuadre con el que se abre la película. Por el contrario, interrumpiendo brutalmente la emoción que había logrado suscitar en el público con sus palabras y que, desde luego, la voz en «off» no habría podido animar, el proyeccionista chino puso por error un documental sobre los mundiales de fútbol que debían celebrarse en Italia. Duró 40 minutos. Nos escondimos todos un día entero, no teníamos valor para enfrentarnos a su sacrosanta furia.  

Era en el 2000, hace quince años, y la nueva China empezaba a alzar el vuelo, ya en el mercado mundial, pero todavía Tercer Mundo. En la reunión con el jovencísimo director de la producción cinematográfica china al que el representante del Ministerio de Bienes Culturales [el Ministerio de Cultura italiano], miembro de nuestra delegación, intentaba convencerle para entablar negociaciones con vistas a un acuerdo de coproducción con Italia, para la que era necesaria una votación parlamentaria y un acuerdo entre gobiernos, como para los tratados internacionales, el jovenzuelo nos miró y dijo: «Pero, ¿tenéis el dinero? Porque con los americanos no hacen falta todos estos procedimiento, pero el dinero lo tienen». No olvidaré nunca el rostro de Gillo [Pontocorvo], de Angelo Guglielmi, entonces director del [Istituto] Luce [que custodia filmaciones históricas de noticiarios y documentales], de todos los nuestros, pero sobre todo el de Franco Rosi.

Disculpadme si me pierdo en estas anécdotas, pero son justo estas vivencias juntos las que me vuelven a la cabeza cuando desaparece alguno. Al menos en un primer momento, porque justo después la herida penetra en lo hondo y se nota el vacío que deja la muerte cuando golpea a una per­sona como Franco Rosi, que por medio de su cine tanto ha marcado nuestra cultura y conciencia. Querría recordar también algunos años más despreocupados, las veladas con Franco e Giancarla en el ático de via della Croce, o los baños en la playa delante de su casa en el Villaggio dei Pescatori en Fregene, lugar mítico en el que se reunía entonces nuestro mejor cine: Ettore Scola, Citto Maselli, Franco Solinas, Felice Laudadio… Eran los años 60, una gran época y, por eso, un gran cine.

Luciana Castellina es una reconocida periodista y analista política italiana que colabora regularmente con el cotidiano comunista Il Manifesto. Fue miembro del partido socialista y pacifista Democrazia Proletaria y luego de Rifondazione Comunista. Ha sido diputada en el Parlamento italiano y en el europeo. Recientemente se ha adherido al llamamiento a una lista unitaria de la izquierda italiana para las elecciones europeas impulsado por figuras como Luigi Ferrajoli, Rossanna Rossanda, Pietro Ingrao o Danilo Zolo.

 

 

 

«Un hombre siempre valeroso»

Giovanna Branca

Voces y testimonios de quienes conocieron al gran cineasta desaparecido a los 92 años.

«Con la muerte de Francesco Rosi perdemos algo grande, pero también ganamos algo — sostiene Furio Colombo, amigo de larga data del cineasta, para el que actuó también en Il caso Mat­tei —, perdemos a un hombre y a un director valeroso en una Italia medrosa, sobre todo entre sus personalidades públicas. Pero ganamos asimismo la herencia extraordinaria de su trabajo: el llamamiento apasionado a una República que no ha nacido, pero que podía nacer, en la cual se podía luchar contra la corrupción, por los derechos civiles y del trabajo; en la que la política, en vez de inmiscuirse en la cosa pública en favor de asuntos propios y del recíproco enriquecimiento, podía intervenir a favor de los ciudadanos».

Son muchos los que recuerdan al director de Nápoles, uno de los más importantes autores de nuestro país. En palabras de Daniele Vicari «uno de los pilares del gran cine italiano». Para el director de Diaz [película de 2012 sobre el salvaje ataque de la policía a un centro alternativo durante la reunión el G-8 celebrada en Génova en 2001], « el recuerdo más vivo se remonta a hace un par de meses cuando vino al Cinema America de Roma. A los chicos les dedicó unas palabras extraordinarias. Sobre todo, dándoles las gracias, dijo que ver una película juntos significa compartir muchas cosas, significa compartir la vida».


Al amigo y colega Ugo Gregoretti no le va eso de recurrir a «las acostumbradas frases de circunstancias un poco quejumbrosas». «Digo sólo que lo lamento — observa el director — porque éramos amigos y porque le he admirado siempre».


Lo recuerda también el compositor Ennio Morricone, que trabajó con él en Dimenticare Palermo: «en aquella ocasión Rosi fue amable y cálido; su muerte es un gran dolor para mí. Sus películas son de altísimo nivel, las he visto todas».Y muchos, como antes Furio Colombo, se esfuerzan por subrayar lo enorme de su legado. Para Roberto Saviano, «nadie como Francesco Rosi ha sabido contar el poder. Ha sido coherente hasta el fin».

Y añade el actor y compañero de escuela Luigi De Filippo: «es una gran pena, no sólo porque se haya ido un ser humano de esa envergadura, inteligente, sensible, sino también porque se ha ido un gran director. Con algunas de sus películas ha sido un estandarte de la denuncia de cosas que iban muy mal, pienso en Le mani sulla città, Sal­va­tore Giu­liano, I magliari …Cuando falta una inteli­gencia así de grande, la pérdida la sufre toda la humanidad, no sólo Italia».

Franco Zeffirelli trabajó con Rosi como ayudante de dirección del maestro Luchino Visconti: «Enseguida  Visconti separó nuestros cometidos — cuenta el director — porque había entendido perfectamente nuestros caracteres. Nosotros éramos una sola cosa, pero yo ponía florecillas del campo y él, con su sentido de la realidad, alcachofas». Y, continúa, «He perdido muchos amigos y estoy acostumbrado a estos momentos tristes, porque el más viejo soy yo, pero esta vez no se puede imaginar con qué estado de ánimo acojo la noticia, porque Francesco Rosi no era un amigo, era mi hermano». En definitiva, con todo, como nos recuerda Furio Colombo, «hoy sufre Italia una gran pérdida, pero recibe también como herencia el extraordinario trabajo de Francesco Rosi».

Giovanna Branca es periodista del diario Il Manifesto

 

Selección y traducción para www.sinpermiso.info: Lucas Antón

 

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Fuente:
Il Manifesto, 11 de enero de 2015
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