Francia: la oligarquía contra el pueblo

Hugo Moreno

02/04/2006

 

En una alocución solemne transmitida por radio y televisión, el presidente Jacques Chirac intervino, el viernes 31 de marzo, a las 20 horas, sobre la ley que incluye el Contrato de Primer Empleo (CPE), denominada impúdicamente « Ley de Igualdad de Oportunidades ». Esta legislación, recordemos, aprobada por el Senado y la Asamblea Nacional, sin voto, con nocturnidad y por decreto, autoriza el empleo de jóvenes de menos de 26 años, con contratos de dos años,  otorgando el derecho al despido sin explicación alguna, por simple correo certificado y con una compensación irrisoria. Contra el CPE, que legaliza la precariedad del empleo, y que se inscribe en la lógica de la « flexibilidad » laboral del neoliberalismo, se moviliza desde hace varias semanas el más grande movimiento social desde hace muchos años en Francia. El 7, 18, 23 y 28 de marzo, enormes manifestaciones que fueron creciendo, ocuparon las calles de París y de las ciudades francesas con un estruendoso « No ».  La jornada del 28, convocada por todas las fuerzas sindicales, gremiales y estudiantiles, así como por los partidos de la izquierda, fue acompañada de huelgas y desfiles que reunieron a tres millones de personas. Iniciado por los estudiantes, el movimiento social se extendió hasta ganar una clara y contundente mayoría de la opinión pública.

Empero, el presidente Chirac, desoyendo la protesta social generalizada, asumió la decisión de promulgar la ley, apoyándose en la luz verde dadad por el Consejo Constitucional. En su discurso, Chirac reiteró el apoyo a su delfín y candidato a la herencia política, el primer ministro Dominique de Villepin. « El parlamento, los representantes de la nación votaron la ley de la igualdad de oportunidades y el Consejo Constitucional acaba de pronunciarse: la ley es conforme a los principios y los valores de la República. Por todo lo cual, he decidido promulgarla ; pero también porque pienso que el contrato de primer empleo puede ser un instrumento eficaz favorable al empleo ». « He solicitado al gobierno, agregó, la inmediata preparación de dos modificaciones de la ley sobre los puntos que concentraron el debate. El período de dos años será reducido a uno ; en caso de ruptura del contrato, el joven asalariado tendrá derecho a conocer las razones ». Solicitó al mismo tiempo que « ningún contrato pueda ser firmado sin integrar plenamente el conjunto de estas modificaciones ». Diez minutos después, el ministro del interior y jefe del partido chiraquiano UMP, Nicolás Sarkozy, se apresuró a expresar su acuerdo, tratando de cosechar para su propio bando –en disputa con Villepin— con un « Yo ya lo había propuesto ». En cambio, François Bayrou, líder de de la derecha centrista, que cuenta con el sostén de la iglesia católica, se distanció abiertamente. « Es la primera vez en la historia, dijo, que se promulga una ley pidiendo al mismo tiempo que no sea aplicada ». En todo caso, el CPE cobró plena vigencia al publicarse en el Diario Oficial. Se introduce así una brecha fundamental en el Código del Trabajo, legalizando la precaridad y la desiguladad social, pues mantiene lo esencial del primer proyecto, a pesar de las modificaciones propuestas.

La intervención del presidente fue rechazada de inmediato por los representantes sindicales y estudiantiles, unánimes, así como por manifestaciones en Paris y las principales ciudades : Estrasburgo, Lille, Nantes, Marsella, Grenoble, Burdeos, Poitiers, Rennes y otras. En París, millares de jóvenes se concentraron en la Plaza de la Bastilla y desfilaron hacia la Opera, la Plaza de Concordia y la Asamblea Nacional, de donde finalmente fueron dispersados por las fuerzas policiales pasada la medianoche. « Chirac, a la cárcel ; Villepin, dimisión », coreaban miles de jóvenes manifestantes. Esta rabia contenida resonó como un eco del rechazo profundo de las capas populares frente a la dinámica de prepotencia del poder claramente expresada en el discurso de Chirac. Éste ha sido  percibido, sin duda alguna, como una bofetada a la exigencia mayoritaria de abolición del CPE. Una vez más, el gobierno desconoció el clamor popular y manifestó su arrogancia y desprecio por los valores de la República, contrariamente a lo que afirman sus autoridades. Son los principios de libertad, igualdad y fraternidad los que están siendo pisoteados por la derecha en el poder, que se comporta como una verdadera oligarquía al servicio del capital y contra el pueblo.

El fondo de la cuestión, revelado por esta situación, es la profunda crisis social y política que atraviesa la sociedad francesa, una verdadera crisis de régimen. Las instituciones de la V República muestran signos de un desgaste mortal. El sistema establecido por De Gaulle en 1958, orientado a mantener el control del poder por una sólida mayoría y un fuerte poder ejecutivo, hace tiempo que presenta síntomas de agotamiento. El consenso entre gobernantes y gobernados - base fundamental de legitimidad de cualquier régimen - no funciona. En cambio, se acrecienta el abismo entre los que mandan y « los de abajo ». El rechazo al CPE actuó como detonador, haciendo aparecer el rechazo del modelo político y económico de la clase dominante. El « No » del referendum del 29 de mayo 2005 había sido ya una clara advertencia que la derecha no supo o no quiso escuchar, como tampoco una parte de la izquierda tradicional.

La crisis en curso sacó a la luz lo que estaba velado. En estas democracias parlamentarias, « regímenes constitucional-pluralistas », como las definía uno de los teóricos de la derecha, Raymond Aron, la voluntad popular está ausente. El pueblo, fuente teórica de la soberanía, solo es  convocado para las elecciones, condicionadas en buena medida por los que detentan el monopolio del poder, el dinero, las armas, la información, la cultura, las instituciones y las organizaciones del poder real. La República subsiste, pero está lejos de ser una democracia, como pretenden los que gobiernan. De hecho, se trata de una ficción de democracia, pues existen derechos individuales, prensa relativamente libre, derecho al voto, libertad de expresión, manifestación y asociación - conquistas irremplazables, por cierto, que hay que defender a todo precio -, pero la soberanía popular está viciada por la exclusion económica, social y cultural en que vive buena parte de los ciudadanos.

La legalidad a la que apelan Chirac y la clase dirigente quedó desnuda en la coyuntura actual. Pues esa legalidad no corresponde a una verdadera legitimidad, que es otra y muy seria cuestión. Basta recordar que el presidente Chirac obtuvo el 21 de abril de 2002 menos del 20 % de votos, ganando luego con más de 80 % gracias al sostén del pueblo de izquierda, frente al peligro (real o imaginario) de una eventual victoria de Le Pen y de la extrema derecha, aprovechando la confusión y la desesperanza creada por la izquierda social-liberal ; conviene recordarlo.

Entre la lógica gubernamental y la voluntad popular hay un abismo, y ese abismo, como todos los vacíos, también puede ser llenado por lo peor, en ausencia de una perspectiva progresista. El peligro acecha y sería ingenuo no tenerlo en cuenta. Empero, no es el fascismo la amenaza inmediata, ni en Francia ni en Europa, al menos por ahora. La extrema derecha tuvo el viento de popa en cierto momento, pero no tiene proyecto ni nada que ofrecer. En cuanto a fuerzas de la derecha, como la que representa Sarkozy, por ejemplo, que « lepeniza » su discurso tratando de cosechar en la opinión pública más reaccionaria, nada tiene que ver con el fascismo. Es partidario de un régimen de orden cerrado, excluyente y represivo, pero calificarlo de fascista no tiene sentido; no sirve ni para comprender lo que pasa en Francia, ni tampoco para entender lo que fue históricamente el fascismo, que es otra cosa.

En cambio, un Estado oligárquico de derecho puede ofrecerse como alternativa para las clases dominantes, inclusive con formas de un Estado de tipo policial, aunque resguardando la fisonomía de los regímenes parlamentarios constitucionales. Eso no está excluído, así como tampoco la restricción de las libertades democráticas. Resistir contra esta eventualidad  forma parte del gran desafío para las fuerzas progresistas en la coyuntura actual. En definitiva, se trata de la confrontación de dos proyectos : República oligárquica o República para todos. El terreno es la batalla social en curso, decisiva. Por ahora, el movimiento tiene como vanguardia la juventud universitaria y estudiantil, los sectores de clases medias, incluídos los colegios y liceos periféricos que participan activamente tanto en París como en el resto de Francia. Si este movimiento de resistencia no logra frenar y derrotar al gobierno de Chirac, Villepin, Sarkozy y su clase, los peligros que acechan pueden transformarse en una derrota histórica. Entretanto, en los barrios suburbanos sigue germinando una revuelta social que sería imprudente minimizar.

En este comienzo de siglo, no estamos en un período de ascenso del cambio social, sino más bien al borde de la barbarie a escala planetaria. La ofensiva económica, política y militar del capital y sus instrumentos estatales es la más poderosa que ha llevado en su larga historia de siglos. Esta es una fase de luchas defensivas, de resistencias para impedir que las conquistas obtenidas sean arrancadas y destruídas, en beneficio de un sistema que no tiene otro objetivo ni razón de existir que el apetito devorador de la ganancia. La guerra social bajo todas sus formas está en curso. La batalla comenzó cuando Margaret Thatcher se puso al frente de la « revolución conservadora » aplastando la gran huelga de los mineros británicos. Esta fue quizá la primera victoria del neoliberalismo europeo. La batalla en curso en Francia, probablemente sea el primer gran movimiento de resistencia desde la movilización de 1995. Si se gana, es posible que nuevos movimientos sociales sean estimulados en toda Europa. Francia sigue siendo ese país ejemplar de las luchas sociales y políticas que recordaba Friedrich Engels.

La responsabilidad de las fuerzas sindicales y políticas que se dicen al servicio de los oprimidos, cualquiera que sea su etiqueta ideológica, es enorme. ¿ Sabrán y/o podrán mantener la unidad ? Pero en épocas como la que atravesamos, es sabido, la dinámica social viene siempre de abajo, de la iniciativa y las formas inéditas de organización que engendran las bases. Por primera vez en mucho tiempo, se ha reconstruído una unidad del movimiento popular, aunque ésta sea frágil. No existió en otras circunstancias, incluso en aquel Mayo de 1968, que siempre se evoca en este París que tiene buena memoria. Entonces, las organizaciones sindicales y la izquierda, con escasas excepciones minoritarias, fueron sorprendidas, no comprendieron ni apoyaron la revuelta del movimiento juvenil. Se plegaron tardíamente, un mes después, cuando las barricadas del Barrio Latino fueron una evidencia apabulladora y nadie podía ser ajeno. Después contribuyeron a la derrota de la derecha con la gran huelga general obrera y las ocupaciones de fábrica de junio, que fueron decisivas para hacer caer al gobierno de De Gaulle. La sugerencia actual de una « Grenelle social » (referencia a los acuerdos impuestos por la huelga general) muestra hasta que punto los fantasmas del pasado siguen pesando en la memoria de las clases dominantes, así como también en las subalternas. La ventaja para estas últimas, ahora, es que existe por un lado, la unidad sindical y política ; por otro, una opinión pública ganada al apoyo del movimiento. Dos elementos fundamentales. Es difícil prever cuanto tiempo durará esta situación, pero es un hecho. El éxito de la gran jornada de huelgas, paros y manifestaciones convocada para el martes 4 de abril depende en buena medida de que estas coordinadas se mantengan.

 « No queremos hacer la revolución, oí decir a un joven el pasado 28 de marzo, solo queremos trabajo y dignidad ». Ahí está el problema, sin embargo. El  capitalismo actual no puede ofrecer a esta generación ni uno ni otra. A la oligarquía gobernante, bastante golpeada, no le queda sino proponer un poco de zanahoria, como hizo Chirac sin engañar a nadie, o el « gran bastón » para contener la revuelta juvenil y popular. Si la situación no fuese tan dramática, el discurso del presidente francés no merecía otra cosa que una estruendosa carcajada. En cambio, la hora presenta llama a la seriedad, la reflexión y la acción para encontrar una salida progresista. El horizonte está lleno de peligros, pero nada está perdido de antemano. « El optimismo es el opio de los imbéciles », hizo decir Milan Kundera a uno de los personajes de su novela La Broma. Creo que tenía razón. Los peligros acechan, pero cada cosa a su tiempo, y en forma y lugar oportunos. Veremos qué pasa el próximo 4 de abril de esta primavera radiante. No hay que olvidar tampoco que mayo está a la vuelta de la esquina. París, 1º de abril 2006 .

Hugo Moreno es docente-investigador en ciencias políticas en la Universidad de París 8 y miembro del Consejo Editorial de Sin Permiso. Ha publicado recientemente Le désastre argentin. Péronisme, politique et violence sociale 1930-2001, Paris, Editions Syllepse, 2005.

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Fuente:
www.sinpermiso.info, 2 abril 2006

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