G-20: Foto de grupo con verdugo

Alberto Negri

07/07/2019

La cumbre del G20 en Osaka comenzó y terminó con una foto de grupo que lo dice todo. Era algo más que una cumbre simplemente de soberanistas y hombres fuertes, en el filo de un cuchillo entre paz y guerra: era una cumbre de cómplices. Los participantes se mostraban dispuestos a pasar por encima de todos y de todo en busca de una  realpolitik que ya no tiene nada humano en sí, si es que para empezar alguna vez lo tuvo. Todos se han convertido en cómplices absolutos del asesino del periodista Jamal Khashoggi.   

El príncipe heredero Mohamed Ben Salmán, al que se vio cómodamente de paseo en Osaka junto a Trump y al anfitrión de la cumbre, el primer ministro japonés, Shinzo Abe, y que fue recibido en un ambiente amistoso y sin la más mínima nota de bochorno.

Se podría considerar que esta cumbre no sólo señala el final del liberalismo, como dice el líder del Kremlin, sino la obsolescencia de la idea misma de justicia y democracia, que estamos entregando a autócratas despiadados. El cortejo internacional de feroces dictadores es algo a lo que nos hemos acostumbrado, hasta en un pasado reciente. De Bokassa, Idi Amin y Gadafi a Sadam Hussein, que recibió un cordial apretón de manos del enviado de Reagan, Donald Rumsfeld, en los años 80, mientras atacaba Irán. Más tarde, el mismo Rumsfeld, como secretario de Defensa de Bush, fue uno de los arquitectos del ataque al régimen baathista en 2003 y de la operación de falsificar las pruebas de las armas de destrucción masiva de Irak.

Pero al príncipe saudí no sólo se le apoya con la omertà [ley del silencio] de sus cómplices, que no dicen nada —Erdogan incluido— acerca de sus feroces actos. Es un socio destacado de los poderes fácticos del G-20: cliente número uno de la industria armamentista gracias a los ingresos petrolíferos de su país, y el que ha ido financiando, junto a las demás monarquías del Golfo, la guerra por delegación en Siria y la de Yemen. También es protagonista, junto a Israel, del plan (que parece muerto antes de nacer) para comprar a los palestinos.    

En resumen, Ben Salmán es un hombre cuyo favor vale la pena cortejar, y al que hasta no hace mucho se presentaba en la prensa internacional como “un reformador ilustrado”. Sin embargo, además de apoyar las matanzas de Yemen, había estado ejerciendo una despiadada “justicia” con la espada en su propio país, sin el menor asomo de protesta frente a ninguna embajada saudí. Los italianos también somos cómplices de sus crímenes, fabricando bombas de marca alemana en Cerdeña. Todo el mundo le saca algo al príncipe heredero, y él nos compra a todos, encantado de que nosotros, los occidentales, le tratemos con guante de seda.

No tiene que preocuparse de que las sanciones norteamericanas lleguen alguna vez a afectarle, a él, a Arabia Saudí o a las monarquías del Golfo, que alimentan el conflicto en Oriente Medio para mantenerlo alejado de sus respectivos países. Si fuera posible, le gustaría ir a la guerra contra el Irán chiita. El príncipe pertenece a la categoría de aquellos a los que no puede tocarse: puede encarcelar a quien quiera y matar a quien le plazca, aparentemente también más allá de sus propias fronteras. Puede ser un poco patoso, como todo el mundo sabe: sus secuaces torturaron a un opositor hasta la muerte y todo el mundo se enteró, no ha sido capaz de ganar la guerra en Yemen durante años, pese a masacrar poblaciones enteras. Pero todo se perdona, porque es “joven”. Tal como dicen, con él saldrá todo bien.   

No obstantte, un informe de las Naciones Unidas recientemente publicado ponía de relieve que existían “suficientes pruebas creíbles” de la “responsabilidad individual” de Ben Salmán por el asesinato del periodista Jamal Khashoggi, que fue torturado, asesinado y descuartizado en el consulado saudí de Estambul el 2 de octubre [de 2018].

La autora del informe era Agnès Callamard, la Relatora Especial de la ONU sobre ejecuciones extrajudiciales, sumarias o arbitrarias, una experta francesa en derechos humanos con amplia experiencia y que, dicho sea de paso, completó su doctorado en Turquía. Detallaba las conclusiones de su investigación en un documento de más de cien páginas, al término de una investigación que duró seis meses. Callamard escribe que hay “suficientes pruebas creíbles” que justifican una investigación suplementaria sobre la culpabilidad personal de altos funcionarios saudíes, y sobre todo del Príncipe heredero saudí, Mohamed Ben Salmán. 

Ya desde hace algún tiempo, tanto la CIA como los expertos en Arabia Saudí han estado convencidos de que Khashoggi fue asesinado por orden del régimen, es decir, en última instancia, por Ben Salmán mismo. Pese a haber tenido acceso a una sola parte de de los registros en manos de las autoridades turcas y habiéndosele negado la entrada en Arabia Saudí, Callamard describió de modo concluyente los muy cruentos detalles de lo que sucedió en el consulado, entre ellos el del sonido de una sierra eléctrica, usada con toda probabilidad para desmembrar el cuerpo del periodista.   

Pero este sonido obsesivo no es más que un ruido de fondo irritante cuando se trata de los asuntos de los líderes mundiales, y así debe seguir siendo.

prestigioso periodista italiano, ha sido investigador del Istituto per gli Studi degli Affari Internazionali y, entre 1987 y 2017, enviado especial y corresponsal de guerra para el diario económico Il Sole 24 Ore en Oriente Medio, África, Asia Central y los Balcanes. En 2007 recibió el premio Maria Grazia Cutuli de periodismo internacional y en 2015 el premio Colombe per la Pace. Su último libro publicado es “Il musulmano errante. Storia degli alauiti e dei misteri” del Medio Oriente, galardonado con el Premio Capalbio.
Fuente:
il manifesto global, 2 de julio de 2019
Traducción:
Lucas Antón

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