Ganadores y perdedores en la guerra civil siria

Patrick Cockburn

31/01/2016

 

Las conversaciones de paz entre el gobierno sirio y la oposición comenzarán próximamente en Ginebra en un ambiente de desánimo casi absoluto en torno a las expectativas de éxito. Los dos bandos se odian y llevan cinco años tratando de destruirse mutuamente, circunstancias que hacen poco probable cualquier acuerdo sobre el reparto del poder basado en un criterio que no sea exclusivamente geográfico, conforme al cual cada parte conservaría los territorios conquistados hasta el momento y tendría que defenderlos con sus propias fuerzas armadas.

Un pesimismo del que es difícil sustraerse, dado que algunos de los más poderosos grupos que participan en los enfrentamientos no se sentarán en Ginebra. Ni el EIIL[1] (Estado Islámico de Irak y el Levante), ni el Frente Al Nusra han sido convocados, aunque no era previsible que asistieran, de haber recibido la invitación.  Surgen controversias también cuando se trata de distinguir a los verdaderos terroristas, ya que Arabia Saudí jalea al Ejército del Islam, que controla el bastión rebelde del este de Damasco, y Turquía insiste en que se excluya a los sirios de origen kurdo, los más eficaces aliados de Estados Unidos contra el EEIL.

El problema que impide acabar con la guerra en Siria e Irak es que los numerosos bandos en lid son, a un tiempo, demasiado fuertes para perder y demasiado débiles para ganar. Estados y organizaciones como Irán y Hizbulah entienden que está en juego su propia supervivencia, motivo por el que no pueden permitirse una derrota. Otros, como Arabia Saudí y Turquía, han comprometido una parte demasiado grande de su credibilidad para terminar reconociendo ahora que no conseguirán su objetivo de derrocar al presidente Bashar Al Asad.

A veces las guerras no terminan con alianzas, sino por agotamiento de los combatientes, y quizá sea esto lo mejor que quepa esperar en Siria. Se establecerían, en ese caso, ceses al fuego y treguas de carácter local, como las 600, o más, que se sucedieron de forma periódica durante los quince años de guerra civil del Líbano. Pero la dificultad aquí procede de la naturaleza sectaria de organizaciones como  el EIIL  y  Al Nusra, que viven para cumplir los mandatos de su fe y luchar contra quienes son, a sus ojos, enemigos del islam y encarnación del demonio. No se parecen en esto a los señores de la guerra de aquel país, que, en algunas ocasiones, cuando resultaba provechoso para sus mutuos intereses, suspendían los combates.

Pero, aunque puede que no veamos aflorar muchos resultados positivos de las conversaciones de Ginebra, el panorama político de la región se muestra algo más propicio para la paz. La intervención rusa en el conflicto, hace cuatro meses, es señal de que Asad no perderá la guerra, aunque tampoco es probable que consiga un triunfo decisivo. Si permanece en el poder es solo gracias al incremento del apoyo recibido de Irán, Rusia y Hizbulah, pero ni siquiera con este respaldo ha logrado su ejército recuperar ciudades como Palmira e Idlib, perdidas el año pasado.  Puede que el presidente Asad no desee el diálogo, ni en Ginebra ni después, pero hoy depende más que nunca de esos aliados externos, que no quieren verse envueltos en una guerra civil interminable.

Ya comienzan a asomar ganadores y perdedores en Siria, pero no todas las partes involucradas son capaces de asimilar esta realidad. El EEIL parece cada vez más maltrecho debido a los ataques de una combinación de enemigos (secundada por las fuerzas aéreas estadounidenses y rusas),  pero dista mucho aún de ser derrotado. EE. UU. continúa anunciando a bombo y platillo la pérdida de Ramadi en Irak, pero las fuerzas especiales iraquíes que recuperaron la ciudad en ruinas solo sumaban unos 500 soldados. Los “peshmerga”[2] kurdo-iraquíes que retomaron Sinyar llevan cinco meses sin percibir sus salarios porque el Gobierno Autónomo del Kurdistán está en bancarrota. El ejército sirio carece de hombres suficientes y, a pesar de que la moral haya mejorado gracias a los rusos, su agotamiento es evidente tras cinco años de guerra. Los kurdos de Siria ganan batallas, pero se resisten a ser usados como carne de cañón por los Estados Unidos y recelan de la intervención de Turquía.

Es arriesgado calificar de crucial alguna fase de esta larga guerra civil, pero los próximos meses podrían ser determinantes. Los Estados Unidos y sus aliados en Siria, principalmente los 25 000  combatientes kurdos de las Unidades de Protección del Pueblo Kurdo (UPPK), junto a algunos árabes suníes aliados, se muestran deseosos de cortar los últimos lazos del EIIL con el mundo exterior a través de Turquía, y no están lejos de conseguirlo. Las unidades árabes de las Fuerzas de Siria Democrática (FDS), una organización “paraguas” comandada por las UPPK, capturaron la represa de Tishrin en el Éufrates, situada a 55 millas al este de Alepo, el 23 de diciembre pasado, y se acercan a Manbij, una plaza fuerte del EEIL.

La noticia en torno a las amenazas de un ataque sobre una desconocida ciudad siria, procedentes de un movimiento del ­­que poco se sabe, no se habrá extendido como un reguero de pólvora, pero es significativa por tres razones: primera, el EIIL está hoy prácticamente aislado del exterior dentro de su autoproclamado califato; en segundo lugar, los kurdos de Siria, usando como sustitutos a las Fuerzas de Siria Democrática (FSD), han cruzado al oeste del Éufrates, a pesar de que Turquía había advertido que nunca permitiría que esta acción quedara sin respuesta militar;  y tercera y más importante, el avance de las FSD se benefició del soporte aéreo de las aviaciones estadounidense y rusa, aunque los ataques no se ejecutaron de forma simultánea. «Los rusos están llevando a cabo allí la mayoría de los bombardeos», dijo un representante kurdo-sirio. En otras palabras, Estados Unidos y Rusia están actuando de facto en esta parte de Siria como una alianza militar.

La gran perdedora aquí podría ser Turquía, que gozaba de tal fortaleza en el año 2011, que parecía que podría extender su influencia en Oriente Próximo. Su imagen de estado económicamente próspero y democrático, si bien islámico, resultaba atractiva a muchos manifestantes árabes que deseaban derribar el régimen dictatorial y ocupar su lugar. Pero el presidente de Turquía, Recep Tayyip Erdogan, dejó pronto claro que apoyaría a los suníes árabes en una toma del poder sectaria, antichií, antikurda y antilaica, que habría de enfrentarse a una segura oposición. Después de haber respaldado a la Hermandad Musulmana, Turquía venía a ayudar o tolerar ahora al EIIL, al Frente Al Nusra y a los grupos yihadistas. Un error de cálculo desastroso para Siria y Turquía.  Por más sueños que el presidente Erdogan albergara de convertir a Turquía en el nuevo Imperio otomano de Oriente Próximo, ha conseguido todo lo contrario. Cómo responderá a este fracaso está por dilucidarse en los próximos meses, cuando los Estados Unidos y Rusia traten de cerrar la frontera entre el norte de Siria y Turquía de todas las formas posibles, si bien en apoyo de aliados distintos.

El presidente Erdogan tendrá que elegir, entonces, entre aceptar que Turquía sea excluida del norte de Siria o ampliar su participación militar e, incluso, considerar la posibilidad de una invasión. En Turquía algunos comentaristas críticos sostienen que Erdogan quiso invadir Siria el año pasado, pero fue disuadido por los generales de más alto rango del ejército turco. Hoy sería más difícil un compromiso militar a gran escala a causa de la intervención rusa y el derribo de un bombardero de este país por un F-16 turco el 24 de noviembre. Una hipotética penetración turca en el norte de Siria tendría que hacer frente ahora al rechazo estadounidense y la resistencia de la aviación y los misiles antiaéreos rusos. 

La guerra en Siria e Irak está lejos de terminar, pero, a medida que se perfilan vencedores y vencidos, las posibilidades de declaraciones localizadas de alto el fuego y, en definitiva, de alguna clase de paz, se vuelven más reales. Puede que el gobierno de Asad y la oposición no sean capaces de llegar a un acuerdo en Ginebra, pero las potencias extranjeras que los apoyan se muestran cada vez más deseosas de poner fin al conflicto.

 



[1] Del inglés ISIS (N. de la T.).

[2] Literalmente: Aquellos que enfrentan la muerte. (N. de la T.).

 

es el autor de The Rise of Islamic State: ISIS and the New Sunni Revolution.
Fuente:
http://www.counterpunch.org/2016/01/25/winners-and-losers-in-the-syrian-civil-war/
Traducción:
Mihaela Federicci

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