Gringo íntegro: el “cordobazo” cumple 40 años

Ángel Stival

31/05/2009

Los callos en las manos eran su orgullo y la garantía fundamental de que su sentimiento antiburocrático seguía vivo. En el cuadragésimo aniversario de la gran insurrección obrera en Córdoba, Argentina, Stival recuerda a su más grande y carismático dirigente.

Agustín Tosco, apodado sin mucha imaginación "el Gringo" –tez trigueña, ojos color de miel, nariz respingada, dientes manchados por el flúor, la cara y la frente despejadas– el mameluco beige con tiras enganchadas en unos botones metálicos le quedaba como la capa al torero.
Su máxima coquetería era la punta de un destornillador asomando ligeramente del bolsillo superior izquierdo.

De vez en cuando, se disfrazaba de civil, pero se lo veía incómodo portando zapatos, camisa y pantalón.

Tosco odiaba por igual a los dictadores, al imperialismo y a la burocracia sindical. En sus discursos de voz ronca, áspera y agitadora, aunque se tratara de la defensa de alguna conquista gremial como el sábado inglés –asegurar ese derecho amenazado fue uno de los principales pretextos del Cordobazo– nunca faltaba una alusión explícita a la necesidad de luchar por la liberación nacional y social.

Pero como sabía mejor que nadie el daño que le causaban los burócratas al movimiento obrero –y sabía mucho mejor aun que por más encendidos que fueran sus discursos antiburocráticos, se convertiría en uno de ellos si se quedaba a vivir en el sindicato– no pasaban más de tres meses sin que abandonara por un tiempo el cargo de secretario general de Luz y Fuerza para ocupar su lugar de trabajo en Epec.

Los callos en las manos eran su orgullo y la garantía fundamental de que su sentimiento antiburocrático seguía vivo.

Fiel a una línea y a su amigo, el gráfico Raimundo Ongaro, convivió en la CGT de los Argentinos, Regional Córdoba, con los denominados ortodoxos, un eufemismo para designar a la derecha del sindicalismo peronista, peleada con el metalúrgico Augusto Timoteo Vandor.
Luz y Fuerza era uno de los pocos gremios que repartía el semanario escrito y dirigido por Rodolfo Walsh (El Diario de la CGT que, entre otras cosas, reproducía, capítulo a capítulo, su investigación Quién mató a Rosendo García).

Todo por el Cordobazo. A la hora de urdir el Cordobazo, no vaciló en cruzarse de vereda e instalarse, sin sentirse tampoco demasiado cómodo, en la misma mesa con Elpidio Torres, líder del poderoso Smata.

Los cordobeses sabían que después de las cuatro de la tarde, era inútil intentar subirse a un colectivo de la línea 10. A esa hora salían en masa más de 10 mil obreros de IKA-Renault que, en los primeros días de cada mes –cuando cobraban y se ponían al día con el almacenero– provocaban ellos solos la reactivación de la economía. Esos eran los hombres de Elpidio Torres.

Todos saben ya lo que resultó de ese encuentro, al que hay que sumar al chofer de colectivos Atilio López, que saltó de la UTA a la vicegobernación de Córdoba y terminó convertido en mártir bajo las balas de la Triple A: el Cordobazo, mojón histórico que anda cumpliendo sus 40 años.

Pero quizá no sepan que el gringo nacido en Coronel Moldes el 20 de mayo de 1930 era el que la tenía más clara.

Había visto crecer al movimiento estudiantil porque eran cada vez más numerosas las agrupaciones que iban a su gremio a pedirle prestado el mimeógrafo.

A veces, "el Gringo" tenía tiempo para escuchar a esos muchachos que soñaban utopías y siempre trataba de traerlos a la tierra, donde él estaba tan sólidamente plantado.

Pero los escuchaba sin soberbia, porque sabía que allí había gente que sería de gran ayuda para la lucha de su clase, la obrera.

Los había visto llorar a una víctima de la dictadura de Juan Carlos Onganía, Santiago Pampillón, y sostener una huelga por tiempo indeterminado que se alimentó de los desórdenes callejeros, sin la magnitud, desde luego, de los que luego produciría el Cordobazo.

Se daba cuenta de que la unidad obrero-estudiantil declamada en todas partes, tenía en Córdoba una realidad palpable y simple.

Obreros y estudiantes eran demasiado numerosos en la ciudad chica como para que no coincidieran en muchos lugares de manera natural.

Enemigos a muerte. A Tosco, sus enemigos –los dictadores, los imperialistas, los burócratas– ni siquiera le perdonaron que se muriera por su propia cuenta el 5 de noviembre de 1975, de una enfermedad mal atendida por culpa de la clandestinidad en la que vivía.

El día de su funeral soportaron el velatorio multitudinario en Redes Cordobesas, pero no pudieron controlar su odio cuando el duelo ganó las calles y, en barrio Alberdi, cerca del cementerio San Jerónimo, balearon el cortejo. Tosco, gringo íntegro, sobrevivió a esas y a otras muchas bajezas.

Ángel Stival es un periodista argentino que escribe regularmente en el diario cordobés La Voz del Interior.

Fuente:
La Voz del Interior, 29 mayo 2009

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