Immanuel Wallerstein (1930-2019): Un gran pensador para otro mundo posible y mejor

Christophe Aguiton

Gustave Massiah

07/09/2019

Immanuel Wallerstein representaba lo mejor que se podía imaginar como intelectual comprometido, en el linaje de los grandes intelectuales que ennoblecieron el pensamiento científico, cultural y político. Ante todo fue un gran filósofo. Su filosofía se nutría de su conocimiento de las ciencias sociales a las que había contribuido y en las que sobresalía. Economista, amplió el enfoque marxista y participó en su renovación. Historiador, navegó por la historia larga y creó el Centro Fernand Braudel en la Universidad Estatal de Nueva York en Binghamton. Sociólogo, estuvo atento a la evolución y comprensión de las sociedades y presidió la Asociación Internacional de Sociología de 1994 a 1998.

Immanuel fue un maestro excepcional. No impuso sus lecciones. Tenía esa rara cualidad de atreverse a pensar en voz alta ante su audiencia. Sus clases y seminarios fueron momentos de gran creación; permitieron profundizar, mezclar enfoques, aferrarse siempre a las realidades. Siempre descubrimos nuevas propuestas, inmersiones en la historia, razones para participar. También sabía cómo galvanizar grandes audiencias. Un recuerdo, entre muchos otros: en el Foro Social Mundial de los Estados Unidos en Detroit en junio de 2010, estuvo en el centro de animadas discusiones durante varias horas con una audiencia entusiasta de cientos de jóvenes sentados en el suelo.

Sistemas-mundo

Immanuel fue inicialmente un especialista en sociedades africanas después de la independencia. A principios de la década de 1970, un período en el que aparecieron y se desarrollaron los movimientos de nuevos enfoques intelectuales, fue uno de los que desarrolló una nueva forma de entender las realidades sociales: el análisis de “sistemas-mundo". Este enfoque surgió de la confluencia de varias rupturas importantes que se remontan a los años sesenta e incluso a los cincuenta.

Immanuel había participado en la aventura braudeliana de hacer la historia del capitalismo. Compartió con Fernand Braudel la pasión del tiempo largo y la "gramática de las civilizaciones". Cruzó este enfoque braudeliano del tiempo largo con el enfoque y las preguntas surgidas del marxismo y las "teorías de la dependencia". Las teorías de la dependencia criticaron el análisis del subdesarrollo ligado al atraso de un país y opusieron la idea de que la causa era el desarrollo mismo del sistema capitalista en el que estos países participaban como parte de un intercambio desigual. Basado en un análisis económico (Raul Prebish, Andre Gunder Frank), los teóricos de la dependencia ampliaron su enfoque al incorporar una crítica filosófica (Enrique Dussel) y sociológica (Aníbal Quijano) de la "diferencia colonial”, que fue desde el siglo XVI hasta el siglo XXI el mecanismo que ha minimizado el conocimiento no occidental. Aníbal Quijano demostró así que la "colonialidad" era una dimensión omnipresente de la modernidad: la aparición del comercio transatlántico triangular era al mismo tiempo modernidad, capitalismo y colonialismo basado ​​en la jerarquía de razas.

Al mismo tiempo, los marxistas independientes, en su mayoría anglosajones, comenzaron a reflexionar sobre la transición del feudalismo al capitalismo. Paul Sweezy, un economista estadounidense, subrayó los factores exógenos, especialmente los flujos comerciales, para explicar la evolución de las sociedades feudales europeas. Estos debates, como los planteados por los teóricos de la dependencia, tuvieron consecuencias políticas directas: permitieron cuestionar la orientación de los partidos comunistas que pretendían respetar las etapas de la evolución de las sociedades (el capitalismo debía suceder al feudalismo) y que limitaba las luchas sociales y políticas en las esferas nacionales.

Uno puede encontrar, con interés, el análisis del sistema mundial capitalista en Análisis de sistemas mundo, Ed. Siglo XXI. Immanuel ofrece una presentación de los inicios del capitalismo en El moderno sistema mundial (cuatro volúmenes), Ed Siglo XXI. Escribe un enfoque sintético y pedagógico en El capitalismo histórico, Ed. Siglo XXI.

La crisis de la ideología liberal

Immanuel no solo estaba interesado en el nacimiento del capitalismo. Se apasionó y se involucró en la lucha contra el capitalismo y se planteó el fin del capitalismo. Habiendo estudiado el comienzo del capitalismo en la historia de las civilizaciones, no dudó que el capitalismo tendría un final. Y lo hizo partiendo de la crisis de la ideología liberal que dominó los siglos XIX y XX.

Para Immanuel, una ideología es más que una visión del mundo o un conjunto de ideas y teorías: es una "estrategia coherente de intervención en el campo social para establecer orientaciones políticas claras". Las ideologías, porque presuponen la existencia de un debate estratégico explícito, aparecieron solamente con la Revolución Francesa, con la polarización liberal / conservador. En respuesta a la doble ruptura provocada por la Revolución Francesa - la soberanía de los ciudadanos y la normalidad del cambio y la transformación política - la ideología conservadora se formó en defensa de las jerarquías y las estructuras tradicionales y sobre todo de la familia y las comunidades locales aisladas para mantener el frágil equilibrio de las sociedades. Los liberales, sin embargo, eran el partido del cambio que pretendía transformar la situación mediante reformas institucionales permanentes. No confiando en las estructuras tradicionales para asegurar estos cambios, los liberales despreciaban a la multitud irracional y sin educación. Los expertos debían liderar el cambio, expertos que debían superar los estudios de"humanidades", la fuente del conocimiento tradicional, para ir hacia el conocimiento científico, el único capaz de allanar el camino del progreso.

Con la "revolución europea" de 1848 surgió una corriente radical de crítica social de conjunto. Aunque la revolución de 1848 fue breve, cambió los términos del debate. Los conservadores se dieron cuenta de que el único país europeo al margen de esta revolución fue Gran Bretaña, donde sin embargo, los movimientos sociales habían sido muy importantes. La razón parecía ser la existencia de unas políticas "conservadoras" prudentes- una serie de concesiones limitadas - aplicadas en ese país y esta tendencia se generalizó en el resto de Europa en la segunda mitad del siglo XIX. Los radicales, a su vez, rápidamente se apartaron del proyecto de las comunidades utópicas para participar políticamente. Los liberales, por último, también se involucraron en la esfera política para que los asuntos importantes fueran confiados a los expertos, con una orientación centrista entre conservadores y radicales. El camino estaba abierto para una reconciliación entre estas posiciones resultantes del predominio de la agenda liberal en los países más poderosos del sistema-mundo. Este programa consistió en la expansión gradual del derechos de voto, junto a la introducción de un sistema generalizado de educación, el fortalecimiento del papel del Estado para garantizar la aplicación de unos sistemas mínimos de protección social y la promoción del sentimiento nacional entre los ciudadanos para garantizar la cohesión del sistema.

Para Immanuel, la corriente radical - o corriente anti-sistémica - surgida con la revolución de 1848 paradójicamente fortaleció el sistema, al menos hasta 1968, permitiendo la victoria del liberalismo en lugar de cuestionarlo. La razón es doble: las consecuencias de la larga lucha por el reconocimiento - y por lo tanto, la integración - de los sindicatos y los partidos obreros y la profunda separación entre estas organizaciones dominadas por trabajadores cualificados, en su mayoría varones blancos y los otros movimientos de crítica radical del sistema, feministas, minorías étnicas o religiosas, o movimientos de emancipación nacional en las colonias.

Para Immanuel, la revolución mundial de 1968 marcó el fin de la hegemonía liberal y fue un factor adicional de desestabilización del sistema-mundo. Los movimientos de 1968 se produjeron cuando los costes salariales y fiscales estaban en su apogeo. Estos movimientos permitieron a las fuerzas anti-sistémicas integrar problemáticas disociadas en el período anterior, cuestiones sociales, medio ambientales, feministas, raciales, etc., y hacerlo manteniendo su autonomía. Las fuerzas liberales y conservadoras tuvieron en cuenta, en una primera etapa, los cambios culturales surgidos en 1968, pero trataron de restablecer la tasa de ganancia mediante la reducción de los costes laborales y fiscales mediante las políticas iniciadas por Reagan y Thatcher y generalizada después por la globalización. Sin embargo, estas políticas fracasaron en su objetivo de recuperar la expansión económica y los ataques del 11 de septiembre de 2001 permitieron a los conservadores separarse de los liberales con las intervenciones militares unilaterales y el cuestionamiento de la evolución cultural iniciada en 1968. todos estos elementos acentúan la naturaleza inestable y caótica de la situación actual y abren un periodo de fuertes fluctuaciones en todos los ámbitos institucionales del sistema-mundo.

La hipótesis de Immanuel era que habíamos entrado en una crisis estructural profunda que solo se superará con una nueva fase del capitalismo. Creía que un nuevo modo de producción iba a suceder al capitalismo en los próximos treinta o cuarenta años. Pero también subrayaba que si el fin del capitalismo es una certidumbre histórica, no implica el surgimiento automático de un mundo ideal. Creía que un nuevo modo de producción “post-capitalista” podía ser no igualitario. Y previa distintas bifurcaciones: “un sistema no capitalista que conservase las peores características del capitalismo (jerarquía, explotación y polarización), o un sistema basado en una democratización e igualdad relativas, es decir, un sistema que no ha existido antes”.

Lo que permitió a Immanuel ampliar su horizonte y situar sus análisis mundiales y sus sistemas-mundo fue su comprensión del carácter histórico fundamental de la descolonización. Estaba comprometido con la descolonización, como lo ilustra su primer trabajo: África e independencia, Ed. Presence africaine, 1966 y Desigualdades entre estados en el sistema internacional: orígenes y perspectivas, Ed. Centre québécois des relations internationales, 1975. Estuvo muy atento a la escuela de la dependencia y a los análisis que articulaban "centro y periferia" en el análisis del período largo.

Crítica de las ciencias sociales

Immanuel también contribuyó al análisis de las ciencias sociales. Por este motivo, elaboró una cartografía histórica de las disciplinas universitarias. Fue a finales del siglo XVIII cuando las ciencias empíricas se separaron de la filosofía y las "humanidades", con la ruptura entre dos culturas. La Revolución Francesa abrió una nueva fase en la que el estudio de las realidades sociales, económicas y políticas resultó esencial para poder actuar sobre ellas: esta fue la aparición de las ciencias humanas. La historia, rompiendo con la hagiografía, más tarde la economía, la sociología y la ciencia política, se desarrollaron "entre" las ciencias empíricas y la filosofía. Un poco más tarde, la necesidad de los estados y de los intelectuales occidentales de comprender otras sociedades produjo el surgimiento de la antropología, el orientalismo y los estudios de desarrollo después de la Segunda Guerra Mundial. Las realidades del mundo poscolonial y el desarrollo académico en el resto del mundo provocaron una crisis en la separación de las disciplinas académicas y el surgimiento de teorías “heréticas”, entre ellas el análisis de sistemas-mundo. Estos análisis se pueden encontrar en el libro “Abrir   las   ciencias   sociales”: La  construcción histórica de las ciencias sociales desde el siglo XVIII a 1945, ed. Siglo XXI.

Desde principios de la década de 1980, Immanuel estuvo presente en una serie de reuniones y seminarios, inicialmente en Dakar, por iniciativa de Samir Amin, con intelectuales comprometidos de África, Asia y América Latina. Este enfoque fue parte de la búsqueda de la autonomía de un pensamiento poscolonial, que se ha extendido a los foros sociales mundiales. Participó en el grupo formado por cuatro historiadores y economistas (Samir Amin, Giovanni Arrighi, Andre Gunder Frank y él mismo) que reclamaron la apropiación de una historia larga desde la periferia y la lucha anticolonial. Esto llevó a dos libros: La crisis, ¿qué crisis? Ed. Maspero 1982 y ¿El gran tumulto? Movimientos sociales en la economía-mundo, Ed. La Découverte, 1991.

Raza, nación, clase

A principios de la década del 2000, Immanuel era uno de los pensadores del movimiento antiglobalización. Participó muy activamente en aportar una visión, alimentada por su investigación y compromiso, caracterizada por un enfoque dialéctico. Quería situar el movimiento en una dinámica histórica al tiempo que prestaba gran atención a las contradicciones y las contratendencias. Le dio especial importancia a lo que definió como un movimiento antisistémico que se oponía a la lógica dominante. Veía el proceso como un movimiento que parte de la lucha de clases y la expande. Para él, en cada período histórico, las clases principales son antagónicas, pero forman bloques de clases con alianzas que se oponen al movimiento que dirige el sistema con un movimiento antisistémico de oposición. Nos ha dejado un método que tiene la ventaja de no restringir el análisis social y la historia a la confrontación económica y deja espacio para las dimensiones ideológicas, culturales y políticas. Sobre estas dimensiones esenciales, Immanuel ha publicado uno de sus libros más poderosos: El universalismo europeo, desde la colonización hasta el derecho de injerencia, Ed Demopolis 2008, que analiza las pretensiones de la ideología dominante de hacer suyo el universalismo.

Al mismo tiempo, organizó, con Etienne Balibar, un seminario en París en la Casa de las Ciencias del Hombre que durará tres años, de 1985 a 1987, sobre el tema Raza, nación, clase (de ahí el libro Raza, Nación, Clase, identidades ambiguas, Ed. The Discovery 1988, reeditado en 2007). Este enfoque materialista sigue siendo muy actual sobre la necesidad de ampliar la lucha de clases teniendo en cuenta otras dimensiones, especialmente la cuestión del género, que se ha convertido en un tema clave en los últimos 30 años.

Immanuel atribuía gran importancia a las revoluciones culturales. Consideró que había una ruptura que había comenzado con los trastornos ideológicos visibles en el mundo en 1968. Más allá de las contrarrevoluciones, estableció un vínculo entre las ideas que surgieron en ese momento con el movimiento altermondialista, con el movimiento ecologista y con los movimientos de indignados desde 2011. Consideró que la violencia de las reacciones ideológicas, geopolíticas, militares, eran la prueba de la importancia de los cambios en gestación. Los períodos históricos no se suceden de manera definida, se interpenetran y combinan en el tiempo largo. La historia del futuro no está escrita y hay que estar atento a lo nuevo que está surgiendo. Immanuel estaba atento a lo nuevo en el mundo y lo hizo sin perder su gran sentido del humor. Una vez respondió en un debate que tuvimos en Porto Alegre que compartía completamente el análisis de Occupy Wall Street sobre el 1% y el 99%, pero que no debíamos olvidar que el 99% no era suficiente para constituir una mayoría.

Immanuel se comprometía y sequía atentamente las noticias. Desde el 1 de octubre de 1998, publicó dos veces al mes un comentario breve y potente. Había decidido poner fin hace unos meses después de publicar su comentario número 500 en el que estimaba que había un 50% de posibilidades de que las transformaciones del período de 1968 condujeran a transformaciones positivas más democráticas y más igualitarias. . Y concluía: solo hay un 50% de posibilidades, ¡pero son un 50% de posibilidades!.

En el extenso prefacio de 23 páginas que escribió para la versión en inglés del libro de Gus y Elise Massiah, Una estrategia altermondialista, Ed. Black Rose Books, en 2013, elaboró sobre la importancia del movimiento antiglobalización. Señaló que el movimiento era portador de una ruptura con la teoría de la toma del poder que ha dominado los movimientos antisistémicos durante mucho tiempo: primero conquistar el poder del Estado, luego cambiar la sociedad. Concluyó que debemos comenzar con la acción de cada uno para ayudar a cambiar el curso de los acontecimientos. La contribución más pequeña, como el aleteo de las alas de la mariposa en el otro extremo del mundo que es parte de la tormenta que se avecina, es necesaria, indispensable. No hay luchas "pequeñas", resistencias "pequeñas". Hay un mosaico de acciones e intervenciones que a veces (pero no siempre) convergen para forzar cambios "grandes". Esta acción colectiva y continua es el elemento decisivo para "construir otro mundo posible, un mundo mejor".

Veterano militante de la izquierda revolucionaria francesa desde antes de Mayo del 68. Activista de Attac, es profesor en las universidades de Marne-la-Vallée y de la Sorbona París-I sobre el tema "Internet y Sociedad".
(1941) es un economista, urbanista y analista político francés. Fue profesor de arquitectura en la École Spéciale d'Architecture de París y director del CRID (Centre de recherche et d'information sur le développement, en castellano: Centro de investigación e información sobre el desarrollo). Es uno de los fundadores de la sección francesa de Attac, de la cual fue vicepresidente hasta 2006 y en la que permanece como miembro de su consejo científico.
Fuente:
https://blogs.mediapart.fr/attac-france/blog/040919/wallerstein-u…nseur-majeur-pour-un-autre-monde-possible-pour-un-meilleur-monde
Traducción:
G. Buster

Subscripción por correo electrónico
a nuestras novedades semanales:

El responsable de tratamiento de tus datos es Asociación SinPermiso y la finalidad del tratamiento es hacerte llegar nuestras novedades. Puedes ejercer tus derechos en materia de protección de datos contactando con nosotros*. Para más información consulta nuestra política al respecto (*ver pie de página).