Inoculación nacionalista de miedo, sinsentido demográfico

Dean Baker

04/02/2011


El debate sobre las tendencias demográficas en los EEUU y otros países ricos puede describirse como un debate entre quienes se preocupan por nuestros hijos y aquellos que quieren que haya más niños. Eso parece una vez que se aplica un poco de lógica al cuento del desastre demográfico esgrimido por aquellos que se alarman por las menguantes tasas de natalidad y la creciente esperanza de vida. La base de la historia es que asistimos a una tasa menguante de trabajadores en beneficio de los jubilados. Eso se supone que significa que nuestros hijos y nietos tendrán una carga insoportable para mantenernos durante nuestra vejez. La historia dice que, en los EEUU, tenemos actualmente en torno a tres trabajadores por cada jubilado. En 20 años se supone que esa proporción caerá a dos. En países como Alemania y Japón la caída es algo mayor, ya que tienen tasas de natalidad menores y, en el caso de Japón, menor inmigración. También tienen incrementos de la esperanza de vida algo más rápidos.

La base de esta historia ha logrado atemorizar seriamente sobre el futuro del país y del mundo a gente por lo demás sensata. Uno de los datos que debería aliviar los miedos es que la proporción de trabajadores retirados durante la década de los sesenta en los EEUU era de cinco a uno, mucho mayor que la proporción actual de tres a uno. Correcto, chicos y chicas, envejecer no es nuevo. Como resultado de la moderna tecnología médica y de los altos niveles de vida, la esperanza de vida ha aumentado durante mucho tiempo. Y, del mismo modo que actualmente nadie culpa de nuestros problemas económicos actuales a un gran porcentaje de jubilados, no hay ninguna razón para pensar que en 30 o 40 años vaya a haber ningún factor importante que haga descender los estándares de vida.

La razón por la que actualmente somos, de media, mucho más ricos incluso teniendo a mucha más población jubilada es el aumento de la productividad. La productividad ha crecido una media de más del 2% anual durante los últimos 50 años (y más de un 2,5 durante los últimos 15). Si la productividad crece, de media, un 2% anual, en 20 años los trabajadores estarán produciendo, de media, casi un 50% más en cada hora de trabajo y, en 40, un 120% más. Esos incrementos permitirán a nuestros hijos y nietos disfrutar de una calidad de vida mucho mayor, aunque mantengan a más jubilados.

Mientras que ningún economista serio discute esta aritmética básica, los catastrofistas demográficos vuelven invariablemente con historias sobre escasez de trabajadores. Es un truco barato. En una economía de mercado competitiva siempre hay escasez de trabajo en el sentido de que algunas empresas no pueden contratar de modo rentable con el salario imperante. Por esa razón, la mitad de la fuerza de trabajo estadounidense ya no está ocupada en la agricultura. Los trabajadores agrícolas tenían mejores oportunidades salariales en las ciudades, lo que creaba escasez de trabajadores en el campo. Como el envejecimiento aminora el crecimiento de la fuerza de trabajo, podemos esperar alguna contracción en el mercado laboral (es decir, caída del paro). Eso significa que los trabajadores pueden ser más selectivos en los empleos que eligen. Quizá nadie quiera trabajar a medianoche en una tienda. Eso podría implicar que Wal-Mart tenga que pagar más a sus empleados y que los hoteles y restaurantes tengan que ofrecer mejores salarios a amas de llaves, botones y friegaplatos. Mayores salarios redundarían parcialmente en mayores precios, lo que significa que podríamos tener algunas tiendas, Wal-Marts, hoteles y restaurantes menos. Los empleos menos productivos quedarían sin cubrir. Eso siempre pasa en una economía dinámica. ¿Cuál es el problema? De hecho, las cifras calculadas de productividad es improbable que mejoren los beneficios asociados a tener poblaciones de menor tamaño. Las grandes poblaciones y muchedumbres ejercen una presión enorme sobre el medio ambiente. Imagínense que el tiempo empleado en los desplazamientos al trabajo se redujera a la mitad si menores poblaciones eliminaran rápidamente las horas de atascos. Las medidas de productividad no mejorarían eso. Del mismo modo, las medidas convencionales de productividad no mejorarían el aumento del acceso a ubicaciones deseables, tales como vivienda en los muelles a menores precios.

Por tanto, ¿cuál es el problema de tasas de natalidad menores y poblaciones menguantes? Bueno, para algunas personas acabo de describirlo. A los de arriba no les gusta pensar en un mundo en que los trabajadores puedan enviar a paseo al director de Wal-Mart. La hipótesis de un mundo en que el común de los trabajadores disponga realmente de opciones de empleo serias (una ya lo sabemos) es una pesadilla para ellos.

Algunos de los atizadores del miedo demográfico son abiertamente nacionalistas en el sentido de pretender que los EEUU o su país natal sea una gran potencia mundial. La capacidad de un país de doblar su poder económico y militar dependería de su nivel de desarrollo económico, así como, en cierta medida, del tamaño de su población. Para esos nacionalistas beligerantes, el problema es que puede no haber niños suficientes para que los líderes nacionales del futuro sean suficientemente poderosos. En otras palabras, el problema no es que nuestros hijos y nietos sufran, sino más bien que sus líderes no tengan los chicos y chicas duros con que sueñan los atizadores del miedo demográfico. En suma, que los países ricos no arrostran problema demográfico alguno. El único problema es que gente con escasas capacidades matemáticas y fuertes pretensiones imperiales goza de influencia y poder.

Dean Baker es codirector del Center for Economic and Policy Research (CEPR). Es autor de Plunder and Blunder: The Rise and Fall of the Bubble Economy, así como de False Profits: Recoverying From the Bubble Economy.

Traducción parawww.sinpermiso.info: Daniel Escribano
  
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Fuente:
Counterpunch.org, 24 de enero de 2011
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