Auge de la corrupción y final del corporativismo

Robert Kurz

15/04/2007

 

Cuanto más ficticio y arriesgado el proceso capitalista de valorización, tanto más desvergonzadamente florece la corrupción. En caso de necesidad, se come uno el grasiento salchichón prescindiendo del pan. De nada sirven las recomendaciones dietéticas, porque todo da lo mismo; si te pillan, has tenido mala suerte. La mala suerte parece últimamente habérsele pegado al verdadero global player que es la empresa alemana Siemens. Una tras otra, van descubriéndosele sucesivas “cajas negras”; se han aficionado los fiscales a hurgar en las cosas de la compañía transnacional. El presidente del consejo de administración, Johannes Feldmeyer, está ahora entre prisión preventiva, sospechoso de haber favorecido ilícitamente a los comités de empresa. Al menos 15,5 millones de euros habrían ido a parar a Wilhelm Schelsky –el ahora dimitido jefe de la “Comunidad laboral de miembros independientes del comité de empresa” (AUB, por sus siglas en alemán)—, so pretexto de un “contrato de asesoría” sisn contraprestaciones dignas de mención. La AUB no es una criatura endémica de Siemens; representa a nivel federal el 10% de los miembros de los comités de empresa y compite, como la tradicional federación sindical cristiana, con la DGB [Federación Sindical Alemana, de ascendencia socialdemócrata].

Un caso clásico, podría decirse. Ya desde el siglo XIX, la fundación de “sindicatos amarillos” amaestrados y sumisos fue uno de los medios empleados para socavar el terreno del movimiento obrero socialista y domesticar los conflictos sociales. Vistas las cosas superficialmente, la IG Metall [la rama metalúrgica de la DGB, la más poderosa] se halla en la tradición de esa disputa, cuando se escandaliza con el asunto de las AUB y se querella contra ilícitos tratos de favor. Sólo que recientemente fueron sus propias gentes las que se vieron envueltas en análogo escándalo, cuando sus dirigentes del comité de empresa de la Volkswagen resultaron favorecidos con viajes de placer y transferencias financieras bajo cuerda. Hace tiempo que la distinción entre sindicatos „amarillos“ y „rojos“ se ha hecho perdidiza. Los colores de la gloriosa tradición han palidecido hasta tornarse irreconocibles. No es ningún secreto que los príncipes situados por los sindicatos de la DGB en los comités de empresa de las corporaciones son tratados –legalmente— a cuerpo de rey (a menudo con automóvil y chofer a su servicio), y no son raros los casos en que la “campaña electoral para el comité de empresa se financia con dinero de la propia corporación”, como no sin malicia constata Bernd Ziesemer, el redactor en jefe de la Handelsblatt.

Se trata más bien de un problema estructural que tiene su propia historia. Los “Consejos de empresa” promovidos tras la fracasada Revolución de 1918 no guardaban ya sino el nombre de algo que tuvo que ver con la autogestión emancipatoria; como una especie de escuela de coadministración de la lógica del capital, fueron quieras que no incorporados a los intereses competitivos empresariales, y como representantes del personal empleado resultaron ambivalentes desde el comienzo. Bajo el estado nacionalsocialista, los consejos de empresa fueron asimilados a la “comunidad popular” racista y antisemita y funcionaron en el marco de las “comunidades de empresa” a modo de adorno social del régimen.

Tras la II Guerra Mundial, la institución pasó a formar parte constitutiva de la economía social de mercado en el corporativismo de estado, sindicatos y dirección empresarial, sin que fuera jamás elaborado críticamente el pasado de la misma. En los tiempos del milagro económico, ese corporativismo logró desde luego cosas para la masa de los asalariados. Los “honrados administradores” de la codeterminación pudieron darse lustre con resultados respetables. Con la globalización y la tercera revolución industrial, sin embargo, todo se troca en coadministración de las crisis, reducida a establecer el grado de decremento salarial, el grado de precarización y el grado de despidos masivos. También la posición del personal otrora intocable se ve ahora socavada, con lo que la representación sindical en los comités de empresa y de seguimiento pierde a ojos vistas asidero social. Por consecuencia, y bajo la presión de la globalización, se disuelve a toda velocidad el viejo corporativismo nacional.

En las ruinas institucionales de la constitución de la empresa, como por doquier, cada uno se convierte en el próximo. Los “oportunistas del trabajo en red” a todos los niveles saben que el final de su participación en el reparto del pastelito está cantado; por eso buscan hacer su personal agosto. Eso vale lo mismo para los ejecutivos empresariales que para la clase política, para la actividad cultural y científica, lo mismo que para las organizaciones sociales. Los sindicatos que se declaran empresas de servicios y enseñan “gestión de calidad orientada al cliente”, no pueden ser excepciones.

Según ocurre arriba, así también abajo: también la célebre base consiste por mucho en yos-SA [el "yo-Sociedad Anónima" forma parte de la jerga política alemana actual y apunta a los valores del índividiualismo extremo y el sálvese quién pueda por su cuenta y riesgo; N.T.] desolidarizados. Todas las banderas de la identidad política y social se han visto empapadas en el capitalismo de las crisis por el vomitivo amarillo de la bandera del liberalismo económico. Así que, en punto a corrupción, Alemania ocupa un buen lugar en el centro del campo global. Todos se indignan de barato; y todos son comprables, si se ofrece la ocasión, porque lo cierto es que nadie cree en la promoción “regular” por uno mismo. Así que, por favor, nada de efusiones morales forzadas, como si el problema tuviera que ver con la limitación humana de unos personajes perfectamente intercambiables. El concepto marxiano de “máscara de carácter”(1),  hoy más pertinente que nunca, no estaba pensado en el sentido de una ética de las buenas personas.

Nota del Traductor: “Máscara de carácter” (Charaktermaske) es un término que Marx tomó prestado, para su teoría social, de la jerga teatral alemana del XIX (particularmente del escritor “Jean Paul” –Friedrich Richter—, que lo elaboró ético-filosóficamente), y cuyo origen se remonta a la comedia italiana de tipos, que distinguía la “máscara de carácter”(por ejemplo, del médico) de la “máscara nacional”(por ejemplo, del  turco).

Robert Kurz es un conocido teórico social alemán, que escribe regularmente en el semanario de izquierda Freitag.

Traducción para www.sinpermiso.info: Amaranta Süss

Fuente:
Freitag, 13 abril 2007

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