Transnacionales, mentiras y hienas

Alex Dubro

17/06/2007

La apertura del Simposio “Dominar a  las corporaciones”  estuvo a cargo de Ralph Nader. En la sesión inaugural se respiraba un aire de  abatimiento y melancolía.  Nader y sus colaboradores ya habían pronunciado una conferencia similar hacía  35 años, y  en el ínterin no hubo cambios significativos.

El resto del simposio resumió –con detalles mayores y menores y más o menos convincentes- algo que la mayoría del pueblo de los EEUU ya sabe: Las corporaciones nos dominan. Aunque sólo el 40 por ciento de los norteamericanos piensa que las corporaciones contribuyan a lograr el bien común. Y en lo que hace a la confianza pública –según palabras del Mackinsey Quartely recogidas en el New York Times- las corporaciones ocupan el último lugar en la lista, por debajo de las organizaciones no gubernamentales, las pequeñas compañías regionales, las Naciones Unidas, los sindicatos y medios de comunicación.

Como señalaron los participantes, las corporaciones se han ganado esa desconfianza. Según:

 • James Brock, profesor de Economía de la Universidad de Miami, Ohio, la ley antimonopolios es una historia de taxidermistas. En síntesis, está muerta

• Kathryn Mulvey, de la Asociación de Responsabilidad Internacional de las Corporaciones, dijo que las corporaciones están en campaña para lograr  que el agua se convierta en un bien de consumo, y ya no un derecho  público.

• Andrew Kimbrell, del Centro de Evaluación Tecnológica y del Centro para la Seguridad Alimentaria,  dijo que las semillas genéticamente modificadas resistentes a algunos productos químicos han logrado que Monsanto sea capaz de vender 120 millones más de toneladas de herbicidas, a lo largo y ancho del planeta.

• Ralph Nader, que las corporaciones emplean a 38.000 lobbistas full time en Washington, y que son éstos los que controlan  al gobierno.

Mientras la evidencia de la deshonestidad de las corporaciones es abrumadora, la   imagen que se proyectó sobre los EEUU fue cuando menos incompleta, por no decir engañosa. Los participantes no estaban de acuerdo sobre si Norteamérica se acerca o si ya es un país fascista. Sí acordaron, empero, en que los intereses privados crecen y  se imponen mediante la ley y las armas. Si Ud. no  asoma su cabeza fuera de la puerta de salida, es imposible que se imagine que los EEUU se parecen a la Italia de Mussolini.

Pero una cuadra más allá,  en una avenida comercial próspera, hay una parrilla que recolecta fondos para GLBT* (*acrónimo usado en USA y Australia para referirse al colectivo de lesbianas, gays, bisexuales y transexuales), frente a un Mercado de comidas orgánicas. En la calle de enfrente las personas se sientan en los cafés al aire libre, y los peatones arrastran bolsas de productos orgánicos hacia los centros que habitan ricos y pobres en la 14th Street. No sería exacto decir que la población se siente abatida.

Es cierto que  Norteamérica podría ser considerada un estado policíaco –como puede advertir todo el que proteste sobre las sucias normas de la WTO- pero para la mayor parte de la gente no es un estado totalitario. Las personas toleran e incluso aprueban activamente las reglas de las corporaciones, y no lo hacen porque estén asustadas con la policía sino porque aspiran a lograr los regalos que  prometen las corporaciones.

Ninguno de los participantes de la conferencia se preguntó, y ni tan siquiera mencionó ¿qué es lo que obtenemos  de las corporaciones?. Y por cierto que mucho, y no todo puede ser considerado venal o espiritualmente dañino. Es evidente que se necesita dinero para participar pero, sorprendentemente, hay un número de personas que tienen mucho dinero, y  ese dinero contribuye, por ejemplo, a aumentar el  precio de la gasolina y de los combustibles para la calefacción. Con dinero y con el color de piel correcto, muchos norteamericanos han logrado mayor libertad personal de la que les es posible usar de manera rentable, como se puede ver fácilmente por la cantidad de actividades que consumen para llenar el tiempo libre, todas ellas bizarras y sinsentido.

Para responder parcialmente a mi propia pregunta, de nuestra cultura corporativa obtenemos mansiones, autos confortables y consejeros financieros, restaurantes al estilo de Ruth’s Steak House, embarcaciones personales, condominios frente a la playa, cientos de canales de TV, aire acondicionado central, boletos de avión a bajo costo, equipos electrónicos económicos, pizza a domicilio. Es posible que Ud. y yo no apreciemos esas cosas, pero hay millones de personas que sí las aprecian y no están desesperadas por terminar con todo ello en nombre de un sistema económico nuevo e incierto.

Incluso muchas personas que tienen poco dinero  y muy pocas expectativas de estar mejor, no se identifican con los detractores de las corporaciones sino justamente lo contrario, con sus guardianes. Mientras el Simposio logró que unos  cientos de personas participaran en una discusión interesante y provocativa sobre la estructura de la cultura política y económica norteamericana, ninguno de los bienintencionados participantes  se pudo acercar a la audiencia de los miles que viven para el crédito y desean tener éxito dentro de los límites fijados por las corporaciones.

Estos millones de personas no eran conferenciantes abatidos que disertaban en el Simposio. Algunos se mostraban optimistas y muchos de ellos eran incluso  ingeniosos. Pero ni tan siquiera se les preguntó si se sentían felices en Norteamérica.

No podemos competir con las corporaciones sobre la base de la abundancia material, pero podemos ofrecer algo más que un mero forcejeo, podemos hablar de la posibilidad de la justicia y de paneles solares para todos. La gente realmente no cree que sea necesario comprarlo y venderlo todo; pero por el momento no están en condiciones de vislumbrar otra cosa que pueda aumentar su felicidad.

La imagen de una Norteamérica post-corporativa que se delineó en el Seminario fue la del reino de la seguridad y de la igualdad. Aunque no se dijo cómo tener éxito en el intento, y esto es algo que las corporaciones saben muy bien. Se trata de aquello que los conservadores, engañosamente, denominan libertad, aunque no sea un completo fraude. Muchas personas desean estar mejor y necesitamos que nos apoyen.

El Simposio realizó un excelente trabajo de documentación y análisis del problema. Si solo se tratara de ganar una batalla ética, moral y medioambiental en contra de las corporaciones, ya lo habríamos logrado. Pero no hemos triunfado porque no ofrecimos una alternativa plausible y demostrable que  resulte atractiva a quienes pasean por las calles durante un fin de semana soleado, lo disfrutan y no se preocupan demasiado por las corporaciones.

Es posible que en los próximos simposios podamos lograr que los pensadores progresistas se pongan a cavar para buscar la zanahoria, en lugar de limitarse a blandir  bastones sobre las corporaciones.

Alec Dubro es el editor de la revista TomPaine.

Traducción para www.sinpermiso.info: María Julia Bertomeu

Fuente:
commondreams, 11 junio 2007

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