¿Cree realmente la derecha en lo que dice?

Naomi Klein

07/10/2007

El alto estudiante de postgrado, de visita en los Estados Unidos procedente de Suecia, no estaba satisfecho con la broma. Quería respuestas.

"No pueden estar motivados solamente por codicia y poder. Deben estar motivados por algo más elevado. ¿Qué?"

No subestime el poder y la codicia, traté de reponer, que han levantado imperios. Pero él quería más. "¿Y si de verdad creyeran estar construyendo un mundo mejor?"

Desde que empecé la gira para promocionar mi libro The Shock Doctrine, he tenido muchos intercambios verbales como éste, siempre en torno a la misma cuestión básica: Cuando los líderes políticos de la derecha radical y sus consejeros aplican la terapia económica de shock brutal, ¿piensan honradamente que los efectos del "derrame" construirán sociedades justas, o están deliberadamente creando las condiciones para otro frenético festín empresarial? Dicho sin rodeos: ¿el mundo se ha transformado a lo largo de las últimas tres décadas debido a elevadas ideologías, o por la baja pasión de la codicia?

Una respuesta definitiva requeriría leer las mentes de hombres como Dick Cheney y Paul Bremer, así que tiendo a soslayarla. La ideología en cuestión toma el interés propio como el motor que conduce a la sociedad hacia sus máximas alturas. ¿No es la lucha por sus propios intereses (y los de los donantes a sus campañas) compatible con esta filosofía? Esto es lo bonito: no han de elegir. Desgraciadamente, esta respuesta raramente satisface a los estudiantes de postgrado que buscan un significado profundo. Afortunadamente, tengo ahora una salida de escape: citar a Alan Greenspan.

Su autobiografía, The Age of Turbulence, ha sido comercializada como un misterio resuelto: finalmente, el hombre que se mordió la lengua durante 18 años como cabeza de la Reserva Federal, se apresta a decir al mundo lo que realmente pensaba. Y Greenspan ha cumplido, usando su libro y la publicidad que ha levantado como plataforma para su ideología "republicano-libertariana", con reprimendas a George W. Bush por su abandono de la cruzada en favor de un gobierno mínimo, y ha revelado que se volvió un gestor político porque pensó que podría hacer avanzar su ideología extremista de forma más efectiva "desde dentro, más que como un crítico panfletario" marginal. Del relato de Greenspan aún es más interesante lo que revela acerca del ambiguo papel de las ideas en la cruzada del libre mercado. Siendo Greenspan el ideólogo vivo acaso más poderoso del libre mercado, es significativo que su compromiso con la ideología parezca harto tibio y superficial, más tapadera que firme convicción arraigada.

Gran parte del debate en torno al legado de Greenspan ha girado sobre la clase de hipocresía de un hombre que predicaba el laissez-faire mientras intervenía cotidianamente en el mercado para salvar a los más ricos. La economía que nos deja Greenspan difícilmente encaja con la definición de un mercado libertariano, sino que se parece mucho más a otro fenómeno descrito en su libro: "Cuando unos líderes de gobierno buscan rutinariamente individuos o negocios en el sector privado y, a cambio de apoyo político, les ofrecen favores, la sociedad puede ser calificada de capitalismo de amiguetes." Hablaba aquí de la Indonesia de Suharto, pero mi cabeza se fue al Irak de Halliburton. Greenspan alerta a menudo al mundo sobre los peligrosos y violentos ataques al capitalismo que se avecinan. Como si esto no tuviera nada que ver con las políticas de la desregulación negligente de las que fue su sello característico. Como si no guardara relación con los salarios estancados por causa del libre comercio y del debilitamiento de los sindicatos; ni con las pensiones perdidas de Enron, ni con el crash del punto com; ni con el embargo de hogares humildes con la crisis de las hipotecas subprime de alto riesgo. De acuerdo con Greenspan, la desigualdad galopante deriva de la pésima enseñanza secundaria (cosa que, aparentemente, no tiene nada que ver con su guerra ideológica contra la esfera pública). Debatí con Greenspan la semana pasada en el programa Democracy Now!, y me resultó chocante paladín de la responsabilidad individual fuera incapaz de asumir alguna.

Sin embargo, las contradicciones sólo serían pertinentes si Greenspan fuera realmente un creyente genuino. No estoy convencida. Greenspan escribe que cuando era estudiante no tenía interés en las grandes ideas. A diferencia de sus compañeros, subyugados por el keynesianismo y su promesa de construir un mundo mejor, Greenspan era simplemente bueno en matemáticas. Empezó haciendo investigación para empresas poderosas; resultó lucrativo, pero Greenspan siguió sin involucrarse ni comprometerse socialmente.

Entonces descubrió a Ayn Rand. "Lo que ella hizo... fue hacerme pensar sobre el por qué el capitalismo no solamente es eficiente y práctico, sino también moral", dijo en 1974.

Las ideas de Rand acerca de la "utopía de la codicia" permitieron a Greenspan seguir haciendo lo que estaba haciendo, pero infundieron a su servicio empresarial un nuevo y poderoso sentido de misión: hacer dinero no era solamente buena cosa para él; también lo era para el conjunto de la sociedad. Por supuesto, la cara burlona de esto es el cruel desprecio por aquellos que son abandonados a lo largo del camino. "Un propósito recto y la racionalidad alcanzan felicidad y realización", escribió Greenspan como un ferviente nuevo converso. "Los parásitos que persistentemente evitan todo propósito o razón perecen como merecen". ¿Fue este modo de pensar el que le sirvió para apoyar la terapia de choque en Rusia (72 millones de depauperados) y en el este de Asia después de la crisis económica de 1997 (24 millones arrojados al desempleo)?

Rand ha jugado este papel capacitador de la codicia para incontables discípulos. De acuerdo con el New York Times, Atlas Shrugged (1), su novela, que termina con el héroe trazando el signo del dólar en el aire a modo de bendición, es "uno de los libros de negocios más influyentes jamás escrito". Ya que Rand no es más que una version barata de Adam Smith, su influencia sobre hombres como Greenspan sugiere una interesante posibilidad. Quizá el verdadero propósito de toda la literatura de la teoría del derrame es liberar a los empresarios de todo escrúpulo a la hora de buscar las ventajas más egoístas mientras aseguran actuar movidos por el altruismo global: no, pues, una filosofía económica, sino un repertorio de elaborada racionalización retroactiva.

Lo que Greenspan nos enseña es que, después de todo, la del "derrame" no es realmente una ideología. Es más como el amigo que nos llama después de algún embarazoso exceso y nos dice: "no te sientas culpable; te lo mereces".

NOTA del T.: (1) Publicada en 1957, Atlas Shrugged fue la última novela de Ayn Rand y se trata de una apología del egoísmo sin brida como el mejor valor de las personas, y del capitalismo, como el mejor sistema posible.

Naomi Klein es la autora de No Logo: Taking Aim at the Brand Bullies (Picador) y, más recientemente, Fences and Windows: Dispatches From the Front Lines of the Globalization Debate (Picador). Su ultimo libro es The Shock Doctrine: The Rise of Disaster Capitalism.


Fuente:
The Nation, 15 octubre 2007

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