Cómo leer lo que está ocurriendo en las elecciones en EEUU: guía para el lector español

Vicenç Navarro

20/01/2008

 

La cobertura de la realidad política de EEUU por los medios de información españoles

Una de las noticias que ocuparán mayor espacio mediático en España este año serán las elecciones presidenciales de EEUU. Estas elecciones se han iniciado con las primarias de los dos Partidos mayoritarios en aquel país, el Partido Demócrata y el Partido Republicano, que elegirán a sus candidatos a la presidencia de EEUU, culminando este proceso con las elecciones Presidenciales del gobierno federal que tendrán lugar a finales de año, en noviembre. Tal largo proceso consumirá casi un año, habiéndose iniciado el pasado 4 de enero en el Estado de Iowa la carrera hacia la presidencia del país que se considera más poderoso del mundo, un país con un sistema político presidencialista, cuyas políticas, tanto internas como internacionales, afectan a la gran mayoría de la población mundial, incluyendo la de nuestro país. De ahí la enorme atención mediática que tal proceso absorberá puesto que de su resultado se derivarán muchas consecuencias que afectarán a nuestra población. No hay duda, por lo tanto, que es  muy importante conocer lo que ocurre en aquel país.

Este conocimiento se adquiere en nuestro país primordialmente a través de los medios de información españoles, que, por desgracia, reproducen con excesiva frecuencia la interpretación de la realidad estadounidense promovida por los mayores medios de información de EEUU, y que constituye la “sabiduría convencional” de lo que es, de lo que ocurre y de lo que pasará en aquel continente. Un ejemplo de este tipo de reportaje, es la cobertura de las elecciones de New Hampshire, hecha por el periodista Josep Cuní (de TV3), en el programa televisivo matinal más visto en Cataluña. En su interpretación de aquellos hechos, el Sr. Cuní reproducía la dada por los canales más importantes de televisión de EEUU (CNN, CBS y ABC) idealizando la realidad de aquel país. El Sr. Cuní, un periodista liberal con sensibilidad nacionalista, presentó la sanidad estadounidense (uno de los temas más importantes en aquellas elecciones) en unos términos casi irreconocibles para los que conocemos de cerca aquella sanidad. Señaló que la sanidad pública de aquel país cubre a los pobres, mientras que la sanidad privada cubre a la mayoría de ciudadanos permitiéndoles negociar con los médicos su factura y la cobertura médica que desean recibir. La sanidad estadounidense, sin embargo, es muy distinta: Medicaid (el programa de financiación federal y estatal que atiende a los indigentes) cubre solo al 10% de todos los pobres de EEUU; y no es el ciudadano el que escoge al médico y paga su factura sino que es principalmente el empresario de donde él o ella trabaja (hablaré de ello más adelante en este artículo) Escribí al Sr. Cuní corrigiéndole y pidiéndole que publicada una rectificación que no ha hecho. ¡Ni siquiera me contestó! La arrogancia de gran parte de estos medios en nuestro país es enorme.

En otras ocasiones el reportaje alcanza dimensiones de gran frivolidad, como ocurre en el artículo de Moisés Naim que en su columna en El País del 10 de enero “La abuela y la lagrima” atribuye la victoria de Hillary Clinton en New Hampshire al impacto que tuvo en el electorado el hecho de que esta candidata llorara durante una presentación. Tal argumento aparece también en un artículo de Mario Vargas Llosa (del cual hablaré más tarde) en un reportaje que se caracteriza por su superficialidad.

Es inevitable que la lectura de aquella realidad por parte de los medios se haga según los intereses que tales medios representan o según la postura o simpatías políticas del que informa. Ni que decir tiene que hay también periodistas en España que intentan cubrir aquella realidad de una manera más objetiva. Pero incluso entre estos, detecto problemas de interpretación como consecuencia de que los conceptos, los símbolos e incluso la narrativa de la cultura política y mediática de aquel país son muy diferentes a las existentes en España y en Europa. No es fácil entender EEUU. Incluso los colores utilizados en los símbolos políticos son diferentes; en realidad son opuestos. En EEUU, por ejemplo, el color rojo es el color de las derechas, mientras que el color azul es el color de lo que se consideran las izquierdas. Los Estados rojos son los Estados de mayoría republicana; los estados en azul son los Demócratas. En España es precisamente al revés, el color rojo es el color de las izquierdas y el color azul es el de las derechas. Si en EEUU vas a una reunión y ves banderas y pañuelos rojos puedes deducir que es una reunión de derechas, al revés que en España.

Pero, incluso más importante que las diferencias de coloraciones en los símbolos políticos es la diferencia en los conceptos utilizados en la narrativa política. En EEUU un político que apoye unas políticas públicas que favorezcan el crecimiento del gasto público, la expansión de políticas presupuestarias de orientación redistributiva, una carga fiscal alta y progresiva, y un elevado gasto social se define como un político liberal, precisamente lo opuesto a lo que es un liberal en Europa. En nuestro continente, en Europa, un liberal es un político que quiere reducir las intervenciones públicas, quiere disminuir los impuestos, no cree en políticas redistributivas, y favorece la privatización no sólo de la provisión sino también de la financiación de los servicios públicos. En EEUU a tal político no se le llama liberal sino conservador. Los medios españoles traducen literalmente el término liberal sin aclarar tal distinción creando una gran confusión. Un ejemplo, entre muchos otros, es el artículo de El País, de su corresponsal en New Hampshire, Antonio Cano (10.01.08), que indicaba, en su análisis de las primarias de aquel estado que los liberales apoyaron a los candidatos demócratas. En otras ocasiones esta confusión se promueve con fines propagandísticos por parte de autores o medios liberales españoles (en la terminología europea), presentando a los liberales estadounidenses como los votantes más progresistas en aquel país. Un ejemplo de ello es Mario Vargas Llosa que en su artículo sobre las elecciones en EEUU titulado “Obama y las primarias” se refiere a la mayoría de votantes progresistas que apoyaron al Partido Demócrata, como liberales. En realidad, gran número de los votantes que se definen como liberales en EEUU son socialdemócratas, punto que prácticamente nunca se aclara en los medios españoles y todavía menos en los artículos de Mario Vargas Llosa y compañía.

La mayoría de liberales (en el sentido estadounidense de la palabra) están en el Partido Demócrata. Se llaman New Dealers y estan arraigados en la tradición establecida por los presidentes Franklin Roosevelt y Harry Truman, que establecieron el New Deal, basado en la Seguridad Social y en la universalización de derechos laborales y sociales a toda la ciudadanía estadounidense. La dirección del Partido Demócrata, desde la época del presidente Carter (definido por el The New York Times como el presidente más conservador que el Partido Demócrata haya tenido en la segunda mitad del siglo XX) se ha ido distanciando de esta tradición, siendo el Presidente Clinton el que se distanció más, rehusando definirse como liberal (en terminología estaunidense) aunque durante las elecciones del año 1992 se presentó como un New Dealer (el Financial Times lo definió incluso como “un socialdemócrata que se inspiraba en la experiencia sueca”, comprometiéndose, por ejemplo, en el establecimiento de un programa universal de sanidad que cubriera a toda la ciudadanía de EEUU). Después de ser elegido y como consecuencia de su proximidad a Wall Street (el centro financiero de aquel país) se distanció de esta tradición, siendo ello responsable de la enorme abstención entre la clase trabajadora y las bases populares del Partido Demócrata (que son en su mayoría New Dealers) causando la derrota del Partido Demócrata en las elecciones al Congreso de EEUU de 1994, en las que el Partido Republicano consiguió prácticamente el mismo número de votos que en las anteriores elecciones al Congreso (en un año no presidencial) en 1990, mientras que el Partido Demócrata perdió un gran número de votantes debido a la abstención, que se centró mayoritariamente en la clase trabajadora. Esta fue la causa de la mal llamada “revolución republicana” en 1994 cuando tal Partido ganó el control del Senado y del Congreso de EEUU.

La mayoría de los conservadores apoyan al Partido Republicano, el cual se ha ido radicalizando con el tiempo, estando hoy liderado por la ultra derecha, llamada neocons. El sistema electoral favorece el bipartidismo (y prácticamente imposibilita la aparición de otros Partidos). De ahí se deriva la imagen que el Partido Republicano es la derecha y el Partido Demócrata es el centro-izquierda. Tal imagen, sin embargo, no se corresponde con la terminología europea. La dirección del Partido Demócrata no es de centro izquierda: es de centro derecha. Aun cuando grandes sectores de las bases del Partido Demócrata (los sindicatos y los movimientos sociales, tales como el Movimiento de los Derechos Civiles y muy en particular el Rainbow Coalition liderado por Jesse Jackson, el Movimiento Feminista y gran parte del Movimiento Ecologista) son de centro-izquierda, la gran mayoría de representantes políticos y del aparato del Partido Demócrata son de centro y centroderecha. Ninguno de los dos candidatos más conocidos del Partido Demócrata, Hillary Clinton y Barak Obama, proponen por ejemplo, un sistema sanitario universal financiado públicamente, tal como ocurre en la mayoría de países europeos. Hillary Clinton está pidiendo la universalización del sistema sanitario basada en la obligatoriedad de que los empresarios ofrezcan cobertura sanitaria a sus empleados y trabajadores pagando su seguro sanitario privado como parte del convenio colectivo. El sistema sanitario, bajo la Administración Clinton, continuaría gestionado por las compañías privadas de seguros, mientras que Barak Obama ni siquiera pide la universalización de la cobertura sanitaria (tal como erróneamente informa Mario Vargas Llosa en su artículo de El País), limitándose a pedir la expansión de la muy limitada cobertura sanitaria que existe en EEUU a base de incentivos y subsidios a las empresas y a los individuos (mediante desgravaciones fiscales semejantes a las propuestas por el PP y CiU en España y en Cataluña). Presentar tales dirigentes como dirigentes de centro-izquierda exige una cierta elasticidad en el lenguaje político nuestro.

Otra confusión que aparece frecuentemente en los medios españoles es la terminología que se utiliza para definir la estructura social del país. En EEUU el término clase media se utiliza para definir predominantemente a la clase trabajadora. La mayoría de encuestas utilizadas por los medios de información estadounidenses para averiguar la clase social a la que una persona considera pertenecer preguntan al ciudadano: “¿es usted de clase alta, de clase media o de clases baja?”. La predecible respuesta es clase media, de lo cual se deriva la conclusión errónea de que la mayoría de la ciudadanía se considera clase media. Pero en las escasas encuestas en EEUU en las que a la población se le pide si se considera clase empresarial (corporate class), clase media (midle class) o clase trabajadora (working class) hay más estadounidenses que se autodefinen como clase trabajadora (46%) que clase media (32%). El término clase trabajadora, sin embargo, apenas se utiliza en los medios o en la cultura política estadounidense. Todos los candidatos demócratas (e incluso algunos republicanos) utilizan un lenguaje crítico de la clase empresarial (corporate class), una clase que se ha beneficiado enormemente de las políticas públicas del Presidente Bush (cuyas reformas tributarias altamente regresivas son semejantes a las que realizaron en España, el PP, con el apoyo de CIU). Es electoralmente muy rentable en EEUU atacar a estos intereses de la clase empresarial pues tal clase goza de escasa estima a nivel popular. De ahí que todo los candidatos Demócratas, sin exclusión, hayan propuesto eliminar tales reformas fiscales. No así la mayoría de los candidatos republicanos. En este discurso de los candidatos la lucha de clases aparece como un conflicto entre la mayoría de la ciudadanía que se presenta como la clase media frente a los grupos de intereses pertenecientes a la corporate class.

Por último, permítanme otra observación que considero pertinente acerca de las consecuencias de la falta de conocimiento o ignorancia de la política estadounidense por parte de políticos españoles y catalanes. En un libro autobiográfico del portavoz de los nacionalistas conservadores catalanes, David Madí, éste utiliza en la portada del libro una fotografía bien conocida en EEUU, una fotografía, que en su original es la fotografía del General Patton con una bandera de EEUU en el fondo. En la portada del libro de Madí, la cara de Patton es sustituida por su propia cara y la bandera estadounidense es sustituida por una bandera catalana. La figura y uniforme del General Patton son claramente reconocibles. El Sr. Madí es una personalidad conocida en el mundo político catalán por haber dirigido la campaña electoral del Sr. Artur Mas, campaña que se caracterizó por una clara agresividad y manipulación, con escasa atención a los criterios éticos que deberían respetarse incluso en una campaña electoral. Hay que asumir, sin embargo, que al utilizar la figura del General Patton, el Sr. David Madi desconocía que tal General fue destituido de su mando militar por el Presidente Truman debido, entre otros hechos, a haber abofeteado a soldados estadounidenses durante la II Guerra Mundial, hecho que creó una enorme indignación entre las clases populares y que forzó su destitución, habiendo mostrado unos comportamientos incompatibles con la dignidad de los soldados y con la representatividad de unas fuerzas militares que estaban luchando contra el nazismo y fascismo durante la Segunda Guerra Mundial. Como indicó el Presidente Truman al destituirle “el General Paton no entiende por qué EEUU está luchando contra el nazismo y el fascismo. Su comportamiento, ofensivo con las tropas estadounidenses, choca con lo que motiva nuestra intervención militar que es la defensa de la democracia, de la libertad y de la dignidad de las personas” (Memorias del Presidente Truman). El general Patton ha sido un punto de referencia para la ultraderecha estadounidense por su historial y posturas de extrema derecha. Supongo que el Sr. David Madí desconocía estos hechos. Pero, además de crear situaciones embarazosas para algunos políticos de la derecha nacionalista catalana, el desconocimiento de aquella realidad puede llevar a políticos españoles (incluyendo partidos de izquierdas) a conclusiones preocupantes. De ahí la importancia de que se conozca bien la realidad de aquel país.

No creo que sea inmodesto decir que considero que conozco bien aquel país. Tras tener que irme de España por razones políticas en el año 1962 he vivido un largo exilio en Suecia, Gran Bretaña y EEUU. En este último país, he vivido más de treinta y cinto años, habiendo participado activamente en la vida académica de aquel país (como Catedrático de Políticas Públicas y de Estudios Políticos de la The Johns Hopkins University) y en su vida política como dirigente del Rainbow Coalition, la rama de izquierdas del Partido Demócrata, y como miembro del grupo de trabajo en la Casa Blanca, liderado por la Sra. Hillary Clinton, encargado de la reforma del sistema sanitario de aquel país.  Tengo también la citación del Departamento de Salud y Bienestar Social del gobierno federal de EEUU (equivalente a nuestro Ministerio de Salud) de haber sido uno de los científicos que ha contribuido más al mejoramiento de la salud y bienestar social del pueblo estadounidense. Cito este último detalle para protegerme de la burda acusación que se hace en círculos liberales y conservadores españoles que frecuentemente tildan como “antiamericano” a cualquier voz crítica de las instituciones representativas de la democracia estadounidense. Creo, por lo tanto, conocer bien aquella realidad, habiendo mostrado en mi vida un compromiso emocional e intelectual con aquel país, al cual también considero, junto a Cataluña y a España, como el mío.

El contexto político estadounidense que configura el proceso electoral de las primarias.

Lo primero que hay que hacer para entender el proceso electoral de EEUU es conocer el contexto político en el que aquel proceso se desarrolla. Y este contexto tiene elementos muy positivos pero también muy negativos. En EEUU hay muchos elementos que limitan enormemente el carácter democrático del sistema estadounidense.

Pero empecemos por los aspectos positivos, y uno de ellos es el sistema de primarias en los Partidos políticos, un sistema que se vive en toda intensidad y que permite un debate vivo dentro de los dos Partidos. Durante meses, podremos ver un intenso debate entre posturas diferentes. Estas posturas son particularmente diferenciadas durante esta campaña pues todos los candidatos Republicanos presentan posturas claramente diferentes a las presentadas por los candidatos Demócratas. Este ejemplo de democracia interna, que permite a las bases de los Partidos participar en la elección de sus representantes, es un sistema de gran atractivo y que explica su generalización a otros países incluyendo España. Este sistema de primarias hace que los representantes sean sensibles a las demanda de las bases de los Partidos, diluyendo el poder de sus aparatos. Es también en las primarias donde se expresan las distintas sensibilidades dentro de los Partidos, apareciendo estos como paraguas que cubren a distintas orientaciones y tradiciones dentro de un mismo Partido. Esta realidad es la que se intenta recoger en el establecimiento del Partido Demócrata europeo, claramente inspirado en el Partido Demócrata estadounidense (y del cual hablaré más tarde).

Pero estos elementos positivos, quedan claramente limitados y reducidos por otros dos elementos sumamente negativos. Uno es la privatización de todos los procesos electorales. Es decir, no hay limitaciones en cuanto al gasto que cada candidato puede hacer en la promoción de su candidatura. Durante las elecciones del 2004 el senador Kerry consiguió 250 millones de dólares y el presidente Bush 280 millones para sus campañas. Para las elecciones del 2008, tanto Hillary Clinton como Barak Obama ya habían conseguido cerca de 100 millones, incluso antes de iniciarse la primera elección en Iowa, a principios de Enero (Leslie Wayne. The New York Times. 07.01.07). Este dinero viene en su mayoría de intereses y grupos económicos, financieros y corporativos (incluyendo asociaciones profesionales). Naturalmente que las donaciones por parte de estos intereses no son altruistas; responden a su deseo de tener acceso e influencia a los candidatos y configurar en gran manera sus políticas. Este dinero se utiliza sobre todo para comprar anuncios en la televisión, cuyo espacio mediático no está regulado y está disponible al mejor postor. El mensaje de los candidatos tiene que alcanzar al público y lo hace preferentemente a través de los medios de información (la mayoría privados en EEUU) que están a su vez controlados por grupos mediáticos. Siete de ellos controlan la mayoría de medios de información en Estados Unidos. Tales intereses mediáticos e intereses financieros y empresariales tienen, por lo tanto, un enorme control en la presentación de los candidatos. Así –tal como informó Bill Moyers en PBS- el candidato de izquierdas del Partido Demócrata, Dennis Kucinich, que propone una reforma del sistema sanitario transformando el sistema estadounidense de financiación predominantemente privada a otro sistema predominantemente público (tal como los sistemas sanitarios europeos) excluyendo a las compañias de seguros privados de su gestión, fue vetado en el debate televisivo más importante que tomó lugar en Iowa, patrocinado por el diario Des Moines Register, próximo a las compañías de seguros. Lo mismo ocurrió en New Hampshire en el debate del canal televisivo ABC, el segundo más grande de Estados Unidos. Kucinich, participó en otros debates en otros forums menos visibles y las encuestas mostraron que ganó cada uno de aquellos debates pese a lo cual ha sido el candidato más excluido de la mayoría de los debates (Bill Moyers Report. 07.01.07). Ningún otro candidato Republicano o Demócrata ha hecho ninguna propuesta de eliminación de las compañías de seguros privadas de la financiación o de la gestión del sistema sanitario. Aconsejo al lector que vea la película SICKO de Michael Moore que muestra las consecuencias de tener un sistema sanitario financiado y gestionado por las compañías de seguros, tal como existe en EEUU. Por cierto, es sorprendente que este film no se haya presentado en España, cuando ha sido mostrado ya en la mayoría de países europeos. Sería interesante que se hiciera en España antes de las elecciones de Marzo, puesto que las derechas españolas y catalanas están promoviendo un sistema semejante de financiación y gestión privada para nuestro país.

Volviendo a EEUU, la evidencia de que los lobbies económicos tienen una enorme influencia en la vida política en Estados Unidos es enorme. Algunos apologistas de aquel sistema electoral privatizado han citado, como ejemplo de que el dinero no tiene influencia en las campañas electorales, el hecho de que los candidatos con mayor apoyo financiero, en el Partido Republicano, Mitt Romney y en el Partido Demócrata Hillary Clinton, perdieran las primarias en Iowa frente a otros con menos fondos. Pero lo que estos autores ignoran es que el dinero es una condición necesaria pero no suficiente. Tener mucho dinero no quiere decir que ganen los candidatos que tengan más (aún cuando en un estudio reciente de Public Citizen se documentó que el 92% de candidatos al Congreso en las elecciones al Congreso de 2004 que tenían mayor aportación financiera fueron los que ganaron aquellas elecciones). Sin dinero los candidatos tienen enormes dificultades para que la población conozca sus propuestas. No sólo Kucinich sino también Edwards (que es el candidato más a la izquierda después de Kucinich) tienen enormes dificultades en poder presentar sus posturas puesto que tienen muchas menos exposición mediática al tener menos aportaciones financieras que las que tiene Clinton u Obama. Edwards, al haber aceptado la financiación pública de su campaña, tiene sólo 45 millones de dólares para gastar durante todo el año 2008, más de veinte veces menos de lo que tendrán Clinton y Obama, que no han aceptado tal financiación pública (lo cual les libera de poder conseguir la financiación privada que deseen, sin límites). Esta situación reduce las posibilidades de Edwards de acceder al público.

La segunda gran limitación de la democracia estadounidense es el sistema bipartidista con solo dos grandes Partidos, ambos muy influenciados por grupos económicos, financieros y corporativos. No es un sistema proporcional, lo cual quiere decir que es prácticamente imposible crear un tercer Partido en las elecciones al Congreso y a las elecciones estatales (los estados son equivalentes a las CCAA en España). Rige un sistema electoral de todo o nada. Es decir, que para que un Partido gane representación parlamentaria tiene que conseguir más del 50% de los votos, ganando entonces todos los delegados de aquel Estado. Ello imposibilita la presencia parlamentaria de terceros Partidos. De ahí que candidatos de  tercer partidos, perjudican por regla general al  Partido más cercano ideológicamente, permitiendo la victoria del Partido con el que tienen mayores desacuerdos. Así Clinton ganó gracias al candidato Perot que restó votos a Bush padre y Gore perdió contra Bush hijo como consecuencia de la candidatura de Nader que le quitó votos a Gore. Esta situación explica la gran alienación de la mayoría de la población que no se siente representada por tales Partidos políticos. Nada menos que el 72% de la población no se considera representada por el Congreso de EEUU, siendo esta percepción la causa de una enorme abstención, abstención que, por cierto, es favorecida por la mayoría de los representantes políticos (lo mismo ocurre en las elecciones a los parlamentos de los Estados). Me di cuenta de ello en 1988 cuando el candidato de izquierdas del Partido Demócrata, el dirigente del Rainbow Coalition, Jesse Jackson, consiguió un 40% de los delegados del Partido Demócrata durante las primarias de aquel año. En las negociaciones de Jackson con el Governador Dukakis (que consiguió la mayoría de los delegados) para conseguir el apoyo de Jesse Jackson a su candidatura para Presidente de EEUU, pude ver (yo estaba en la delegación de Jesse Jackson) que no había mucho interés por parte del Partido Demócrata de que subiera la participación tal como pedía Jesse Jackson. Y la razón era clara. El gobernador del estado de Maryland (que es el que dirige el partido gobernante, el Partido Demócrata en aquel Estado), por ejemplo, no desea que aumente la bajísima participación, que es sólo de un 30%, pues con solo un 16% sale reelegido, porcentaje fácilmente conseguible a partir de políticas clientelares. Si la participación fuese mayor, necesitaría movilizar un porcentaje mayor, lo cual puede crearle problemas, pues nuevos votantes pueden significar un interrogante. De ahí que la baja participación favorezca la permanencia en el poder de los elegidos. Según Public Citizen el 94% de los representantes políticos que se presentan a la reelección en EEUU, salen reelegidos, convirtiendo a la clase política estadounidense en la clase política más estable de todas los sistemas democráticos en existencia. Esta estabilidad, debida a la bajísima participación, empobrece enormemente la calidad democrática de aquel país. Este es, precisamente, el gran punto débil del Partido Demócrata Europeo. Quiere reproducir el bipartidismo estadounidense en la Unión Europea. Las izquierdas, en este sistema,  perderían influencia, como lo demuestra lo que ocurre en el Partido Demócrata de EEUU. Aun cuando una parte significativa de las bases de este partido son personas de centro izquierda, su influencia es menor, pues los aparatos de Partido y los candidatos más visibles son de centro o centro derecha. No hay duda de que las izquierdas serían más poderosas si EEUU tuviera un sistema proporcional en lugar de presidencial bipartidista. En realidad, este debate ocurrió dentro de las izquierdas de aquel país durante los años 30 en el siglo pasado. El Partido Socialista quería establecer un Partido Laborista, alternativo del Partido Demócrata. El Partido Comunista, sin embargo, prefirió la vía que se llamaba “entrista”, es decir, entrar dentro del partido Demócrata e influenciarlo dentro de él. Los sindicatos apoyaron esta vía y las izquierdas tuvieron gran influencia en la Administración Roosevelt jugando un papel muy importante en el establecimiento de New Deal. Incluso hoy en día, los sindicatos juegan un papel importante en las primarias del Partido Demócrata. Pero, esta influencia se ha ido diluyendo como consecuencia del cambio ocurrido en las campañas electorales y el enorme peso que tienen los lobbies económicos, financieros y corporativos en la financiación de  las campañas electorales y en la accesibilidad a los medios de comunicación, entre otros hechos. El aparato del Partido (cuyo mayor objetivo es conseguir fondos de los lobbies para sostener las campañas electorales) así como los propios candidatos son más sensibles a tales lobbies que no a las bases del partido y esto ocurriría en un Partido Democrático europeo, perdiendo las izquierdas la capacidad de influenciar el proceso político que hoy tienen a partir de sus propios partidos políticos como ocurre en un sistema proporcional.

Y la tercera gran limitación en aquel sistema electoral es el Senado, en donde cada Estado, independientemente del tamaño del Estado, está representado por dos senadores. Ello discrimina a los Estados más populosos que son los más industriales y más progresistas a favor de unos Estados más pequeños y rurales y más conservadores. Este sistema fue diseñado por los Fundadores del País, terratenientes agrícolas en su mayoría que querían diluir el poder de las urbes ciudadanas más progresistas. Ello explica el carácter profundamente conservador del Senado. El colegio electoral que elige al Presidente de EEUU tiene, por cierto, el mismo sesgo escasamente democrático.

Como consecuencia de estas enormes limitaciones a la democracia nos encontramos en EEUU con una enorme abstención, consecuencia de una gran alienación entre los gobernados y sus gobernantes, distancia que caracteriza aquel sistema. Más del 62% de la población considera que el sistema político no representa sus intereses, porcentaje que es incluso mayor entre la clase trabajadora, la mayoría de la cual no participa en el proceso electoral. Esta alienación queda muy bien reflejada en las canciones de Bruce Springsteen, el cantante, junto con Pet Seeger, más crítico con el sistema político estadounidense. En realidad, la distancia entre lo que la población desea y lo que el Congreso aprueba es enorme y se ha ido incrementando. Las encuestas muestran que la mayoría de la población desea (1) un sistema sanitario universal de financiación pública, (2) un gobierno federal que desarrolle políticas redistributivas que reduzcan las desigualdades sociales que se consideran escandalosamente altas, (3) un salario mínimo un 40% más alto del existente, (4) un control de las armas de fuego, frenando la distribución excesivamente accesible por parte de la ciudadanía, (5) una seguridad social que mantenga el estándar de vida de los pensionistas, (6) una reducción del gasto militar y un aumento de gasto social, (7) una reducción de la presencia militar de EEUU en el mundo, (8) una retirada de tropas en Irak, y un largo etcétera. Pues bien, ninguna de estas políticas públicas han sido aprobadas por el Congreso de EEUU. En realidad, el Congreso,  que ahora está dominado por el Partido Demócrata, ha seguido la mayoría de políticas desarrollados por el Congreso cuando éste estaba controlado por el Partido Republicano, incluido el apoyo a la guerra de Irak. Antes de las últimas elecciones al Congreso de EEUU (año 2006), el Congreso controlado entonces por el Partido Republicano, era el Congreso menos popular de los que habían existido en los últimos cincuenta años. De ahí, el deseo de cambio que se manifestó en las elecciones de 2006, en las que el Partido Demócrata ganó las elecciones y recuperó el control del Congreso tanto de la Cámara Baja como del Senado. Hoy, las últimas encuestas, muestran que el Congreso, ahora controlado por los Demócratas, es incluso más impopular, habiendo decepcionado enormemente al electoral Demócrata. De ahí se deriva el sentimiento antiestablishment en contra de Washington ampliamente extendido entre las bases del Partido Demócrata. Es en este contexto que debe analizarse lo qué está pasando en las primarias.

¿Qué pasa en las primarias?

Iowa vio una gran movilización de las bases del Partido Demócrata y de los independientes frente a la dirección del Partido Demócrata. El número de participantes dobló el del año 2004. Un tanto semejante ocurrió en el Partido Republicano, aunque en menor tono. En este último, en las primarias del Partido Republicano, salió ganador el exgobernador del estado de Arkansas, un tal Huckabee, un populista libertario evangelista que se presentó como el adversario a lo que el llamaba maridage de Wall Street (centro de la banca en EEUU) con el gobierno federal.

Pero la mayor movilización tuvo lugar en el Partido Demócrata, donde el establisment político y mediático, había ya dado por ganadora a Hillary Clinton, claramente la candidata de la dirección del Partido Demócrata. Lo que tal establishment desconocía era la enorme animosidad que existe entre las bases de tal Partido hacia su dirección. Hillary Clinton, junto con la dirección del Partido, había aprobado todas las resoluciones a favor de la invasión y ocupación de Irak, incluso después del voto anti-ocupación de Irak que produjo la victoria del Partido Demócrata en las últimas elecciones al Congreso. Es más, mientras que otros miembros del Senado que habían votado a favor de la invasión de Irak habían admitido su error, como el entonces senador John Edwards, Hillary Clinton nunca reconoció tal error, ni se disculpó por ello. Incluso en la última votación de apoyo a la ocupación de Irak, Clinton apoyó tal resolución. Mucho se ha especulado sobre las causas de tal postura. Una de ellas es la enorme influencia del lobby judío en EEUU, muy influyente en el estado de Nueva York, de donde Clinton es Senadora, y su apoyo incondicional a las políticas del gobierno israelí. Otra es la necesidad de mostrar que es un halcón en política militar y exterior, a fin de contrabalancear la imagen de la derecha de que una mujer no “es el mejor hombre para dirigir las fuerzas armadas de EEUU”. Psicoanálisis aparte, el hecho es que Clinton había criticado a Bush en varias ocasiones como demasiado blando en la invasión y ocupación de Irak. Ella fue la gran perdedora de aquella noche del 4 de Enero. En su discurso después de las elecciones, rodeada de su esposo Bill Clinton y de varios miembros del gobierno Clinton, incluida la secretaria de Estado Madeleine Allbright, indicó que su mayor fortaleza era la experiencia que había tenido en el gobierno federal (aludiendo a su conocimiento adquirido como Primera Dama) contra la supuesta inexperiencia del candidato Obama, sin apercibirse que lo que hacia atrayente a Obama, entre las bases del Partido y muy en particular entre los jóvenes, era precisamente su inexperiencia en el mundo de Washington, claramente desacreditado hoy en EEUU. Hillary Clinton cambió rápidamente de táctica presentándose en New Hampshire también como la candidata del cambio. El tamaño mucho menor de la población estudiantil en New Hampshire versus Iowa, explica que Obama tuviera menos votos, alcanzando un segundo lugar en lugar  del primero. Contribuyó a la victoria ajustada de Hillary  Clinton, la movilización en su apoyo de las mujeres y también de los sindicatos del sector público. Clinton continúa teniendo el mayor número de fondos que cualquier candidato haya tenido en la historia de las primarias.

El candidato Obama se presentó como el candidato anti-Washington y anti-establishment, vanagloriándose precisamente de no ser parte del establishment. Obama procede del movimiento de defensa de los derechos civiles, habiendo sido un activista de tal movimiento en Chicago. Su estilo de discurso (es un gran orador) es típico del estilo de Martin Luther King, incluso en sus tonos de voz. Estilo muy semejante, pero contenido muy diferente; es incluso deliberadamente distante del discurso de los dirigentes afroamericanos. Nunca habla de raza, lo cual, para un dirigente afroamericano, es una gran novedad, y su defensa de los derechos civiles abarca a todos los sectores de la ciudadanía. Y lo hace en un tono muy conciliador, muy emotivo y muy genérico. Nadie se siente amenazado con este discurso y de ahí su amplia aceptación y promoción por parte de medios mayoritarios de opinión. Es más, aun cuando no habla de raza, la raza juega un papel fundamental. Votar por él, un negro, permite mostrar al votante que no es racista. Es un test de civilización. Se presenta así como una mezcla de Martin Luther King y Bob Kennedy; de ahí su capacidad de movilización entre la gente joven y sobre todo estudiantil. Y su gran atractivo es que votó contra la invasión de Irak, que afirmó sus credenciales de ser distinto a la dirección del Partido Demócrata.

Pero su estrategia basada en el consenso detrás de principios muy genéricos es también su gran debilidad. Tanto Paul Krugman como Michael Moore han subrayado que la solución de los enormes problemas económicos y sociales en EEUU requerirán conflictos muy marcados que no pueden ignorarse bajo expresiones consensuadas de buena voluntad. Desear un consenso es dar un poder de veto a los grupos responsables de aquellos problemas. La situación del sistema sanitario, por ejemplo, es enormemente preocupante. Incluso el Presidente Nixon ya la había definido como “lamentable”. EEUU se gasta el 15% del PIB en sanidad, y a pesar de ello,  el 68% de la población está insatisfecha con el sistema sanitario, pues tiene enormes dificultades en el acceso y pago a los servicios sanitarios; 46 millones de estadounidenses no tienen ninguna cobertura sanitaria y el 68% de la población restante manifiesta dificultades en poder pagar los sistemas de copago en su aseguramiento privado. La imposibilidad de tal pago es la primera causa de bancarrota personal en EEUU. Esta situación se debe en gran parte al enorme poder de las compañías de seguros privados, como es ampliamente reconocido en EEUU. La mayor resistencia a la reforma sanitaria en EEUU que prometió el Presidente Bill Clinton procedía de las compañías de seguros (y no de la industria farmacéutica, como ha escrito erróneamente Francesc de Carreras en La Vanguardia el 10/01/08) y del mundo empresarial, el cual se oponía a perder el control sobre sus trabajadores que le da el hecho de que la cobertura sanitaria del trabajador y de su familia se realice a través del aseguramiento privado financiado primordialmente por el empresario y negociado en los convenios colectivos. Cuando un trabajador es despedido de un lugar de trabajo, éste pierde no sólo su salario, sino la cobertura sanitaria de él o ella y su familia. El sistema de financiación de la sanidad es un sistema de control de la fuerza laboral. Y de ahí que el mundo empresarial se opusiera, junto con las compañías de seguros (y la banca), a que se universalizara la cobertura sanitaria, convirtiendo el acceso a los servicios sanitarios en un derecho de ciudadanía, tal como estábamos proponiendo en el grupo de trabajo de la Casa Blanca. La reforma fracasó también debido a la desmovilización generada por las políticas liberales (en el sentido europeo del término) que siguió el Presidente Clinton una vez salió elegido y que incluían la desregulación del mercado de trabajo, la desregulación del comercio y apoyo al tratado NAFTA (oponiéndose a su modificación tal como pedían los sindicatos, para incorporar elementos de protección laboral y ambiental) y la priorización de la reducción del déficit del presupuesto federal a costa de reducir el gasto público y social. Tales medidas desmovilizaron a las bases del partido demócrata (ver mi libro: The Politics of Health Care Reform in the US.), responsable de la falta de apoyo popular a las propuestas de la reforma sanitaria (que se veían excesivamente moderadas), así como de la abstención trabajadora que originó la derrota del Partido Demócrata en 1994. De estos hechos, puede concluirse que la política de cambios consensuados que promueve Obama es una estrategia política destinada a sumar otro fracaso. En realidad, Obama es el único candidato que, como dije antes, no ha propuesto la universalización de la cobertura sanitaria, sugiriendo resolver el enorme problema de la limitada accesibilidad de la población al sistema sanitario a base de consensuar con las compañías de seguros los necesarios cambios que desean realizarse, reproduciendo así la estrategia que había seguido la Sra. Clinton en su reforma sanitaria de 1993 y que fracasó (para analizar las causas de aquel fracaso ver mi artículo: Getting the Facts Right. Why Hillary’s Health Care Plan Really Failed publicado en Counterpunch y disponible en mi web: www.vnavarro.org). Como bien criticaba Paul Krugman en su columna en el New York Times, “es difícil creer que puedan hacerse reformas en el sector sanitario sin enfrentarse a las compañías de seguros”. La estrategia de consensuar el cambio tranquiliza a los grupos económicos y corporativos que tienen un enorme poder en la vida política de EEUU (Obama es, junto con Hillary Clinton, el candidato que recibe más fondos de las compañías de seguros sanitarios privados). El lenguaje conciliador de Obama transciende la división entre izquierdas y derechas, hablando de la convergencia de intereses entre todos, utilizando un lenguaje que contribuye a diluir su procedencia del Movimiento de Derechos Civiles (cuyo radicalismo, por cierto, posibilitó que hoy él pueda ser un candidato con probabilidades de ser considerado como presidente de EEUU). Como indicó Orin Kramer, un banquero de Nueva York que dirige la dimensión financiera y económica de la campaña de Obama, “un número creciente de contribuyentes a la campaña valoran su enfoque del tema racial, siendo este componente un atractivo para apoyarlo” (Herald Tribune. 07.01.07).

La sorpresa mayor de Iowa fue, además de la victoria de Obama, la victoria inesperada de Edwards. Todas las figuras mediáticas le consideraban un perdedor, que conseguiría como máximo un tercer puesto. Edwards, como Senador, había sido parte del establishment de Washington. Había incluso, como gran parte de políticos sureños – Clinton, Gore, Gephart y otros -, adoptado posturas conservadoras. Había sido candidato a la vicepresidencia en las últimas elecciones en el año 2004. Y había apoyado la guerra de Irak.

Pero, cuando dejó el Senado fue radicalizándose (tal como ocurrió con Gore, que ha experimentado una transformación muy notable, siendo hoy un político de posturas progresistas en EEUU), creando un centro de estudios sobre la pobreza en EEUU. Hoy, junto con Kucinich, es el único candidato que se define como heredero de la tradición de Roosevelt y Truman, siendo un Demócrata a favor de la extensión del New Deal, y a favor de políticas expansivas y redistributivas en el gobierno federal. En política económica está en contra de NAFTA (el tratado de libre comercio entre EEUU, Canadá y Méjico) y quiere transformar profundamente OMC, programas, acuerdos e instituciones enormemente impopulares entre los sindicatos, uno de los grupos más influyentes entre las bases del Partido Demócrata (aunque no en su dirección). En su estrategia política ha seguido la estrategia llamada por Paul Krugman de “lucha de clases”, que es la estrategia que el Partido Republicano teme más, al presentar este Partido como el portavoz del capital financiero y empresarial del país. Y es el único candidato que se autodefine como Keynesiano, criticando a Clinton y Obama por su liberalismo afín a Wall Street (los asesores económicos de ambos proceden de Wall Street) y definiendo como inmoral el deseo de ambos de crear un superávit en el presupuesto del gobierno federal, a costa de mantener un estado del bienestar subdesarrollado, con enormes necesidades. EEUU tiene los indicadores de calidad de vida más pobres entre los países más desarrollados.

Este discurso pone muy nerviosos a la dirección del Partido Demócrata y a los medios de información, que intentan descalificarlo como “anticuado”, “incoherente” y otros adjetivos. Añádase a ello la crítica de hipócrita que también se le hace por parte de sectores (incluido progresistas) por no creer en su conversión, y presentarlo como un mero oportunista. Pero lo cierto es que es el único candidato (de los tres) que habla de la existencia de tensiones en EEUU, no solo de raza y de género, sino también de clase social, siendo su discurso –cuando es presentado al público- uno de los mejor valorados por las bases del Partido Demócrata. En el sector sanitario, favorece la posibilidad de que los Estados puedan establecer, si así lo desean, programas universales de financiación pública, apoyados por el gobierno federal. Su apoyo procede primordialmente de la clase trabajadora y de los sindicatos más a la izquierda en el aspecto sindical. Es el único candidato que se define como liberal, es decir, como New Dealer y, tal como hicieron Rosselvet y Truman durante sus mandatos, considera la animosidad que genera entre las derechas como el mejor indicador de que está haciendo lo que debe hacerse.

En el lado republicano, el candidato que tiene mayores posibilidades es John McCain, que está más a la derecha que Bush, pidiendo un aumento significativo de las tropas en Irak. Tiene posibilidades de ser elegido porque su base electoral está muy movilizada, y en caso de tener un contrincante que no movilizara a las bases demócratas, podría ganar las elecciones.

¿Cuáles son las consecuencias para España?

Si un republicano ganara las elecciones, EEUU continuaría una actitud claramente beligerante. En caso del Partido Demócrata, no puede excluirse un cierto continuismo en sus políticas exteriores, aun cuando habrían algunos cambios, dependiendo del candidato, siendo Hillary Clinton la más halcón y Edwards y Obama los más palomas.

Pero donde las diferencias serían mayores sería en las políticas internas, económicas y sociales. El Partido Republicano se ha comprometido a seguir bajando los impuestos, continuando la bajada de impuestos que realizó Bush (semejante, como indiqué antes, a las que hicieron en España el PP y CIU). Todos los candidatos demócratas, sin embargo, anularían las reformas fiscales realizadas por Bush. Todos ellos redefinirían la desregulación de los mercados internacionales, cambiando NAFTA (anulándolo, en el caso de Edwards) y OMC. Y todos ellos aumentarían el salario mínimo (más Edwards que Clinton y Obama) y facilitarían el desarrollo de los sindicatos, anulando las leyes y normas antisindicales de la Administración Bush. Pero una diferencia mayor entre ellos sería en sus políticas sanitarias, pidiendo la universalización a través de las compañías de seguros privadas (en el caso de Clinton), o permitiendo  la financiación pública (en el caso de Edwards). No habría universalización en el caso de Obama.

Otra diferencia importante es en política económica: Clinton y Obama quieren reducir el déficit del presupuesto federal creando un superávit en el presupuesto, mientras que Edwards está dispuesto a tener déficit público (permitiendo un aumento de la deuda pública), a fin de aumentar el gasto público. Si ganaran Clinton u Obama, veríamos una expansión de lo que se llama “Clintonomics”, siendo el asesor de Hilary Clinton en temas económicos Rubin, el banquero de Wall Street, quien fuera ya Secretario de Economía y Hacienda del gobierno de Bill Clinton. Algo parecido ocurriría si fuera Obama. Caso diferente sería si ganara Edwards, que significaría la recuperación del Keynesianismo, tal como propone el Economic Policy Institut y el Centre for Economic and Policy Research que le asesoró. En cualquier caso, quien gane las elecciones tendrá una gran influencia en la promoción de sus políticas públicas, incluso de nuestro país. De ahí la enorme importancia, como decía al principio de mi artículo, de que se comprenda la realidad de aquel país.

Vicenç Navarro es Catedrático de Políticas Públicas de la Universidad Pompeu Fabra y Profesor de Políticas Públicas y de Estudios Políticos de la Johns Hopkins University

Fuente:
www.vnavarro.org, 15 enero 2008
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