Benedicto XVI, la ciencia moderna y la defensa del laicismo académico

Marcello Cini

27/01/2008

El interés que ha despertado entre los lectores de SinPermiso la publicación de la nota de adhesión de 67 físicos italianos, docentes e investigadores de Universidad romana de La Sapienza, a la carta abierta al rector de esa Universidad escrita por el físico emérito Marcello Cini nos ha llevado a reproducir esta semana el texto del profesor Cini, que data de noviembre de 2007. El objetivo perseguido por la carta se consiguió: Benedicto XVI no dio finalmente este mes de enero la prevista conferencia inaugural del año académico en La Sapienza, la mayor universidad pública de Europa.

Señor Rector, he tenido conocimiento de una nota del primero de noviembre de la agencia de prensa Apcom que dice: “se ha cambiado el programa de la inauguración del 705º Año Académico de la Universidad de Roma La Sapienza, que en un primer momento preveía la presencia del ministro Mussi para oír la Lección Magistral del papa Benedicto XVI”. El papa “estará allí, pero después de la ceremonia de inauguración, y el ministro de Universidades Fabio Mussi, en cambio, no asistirá”.

Como profesor emérito de la universidad La Sapienza – precisamente en estos días se cumplen cincuenta años desde que entré a formar parte de la facultad de Ciencias matemáticas, físicas y naturales, a propuesta de los físicos Edoardo Amaldi, Giorgio Salvini e Enrico Persico –, no puedo dejar de expresar públicamente mi indignación por Su propuesta, comunicada al Senado académico el 23 de octubre, torpemente reparada posteriormente con un remiendo que intenta esconder el agujero, al tiempo que mantiene sustancialmente su objetivo político y mediático.

No quiero comentar el hecho de que Ud. fue elegido gracias a los votos determinantes de un electorado laico. A un católico democrático – representado para todos por el ejemplo de Oscar Luigi Scalfaro en el transcurso de su septenato de presidencia de la República – nunca le hubiera pasado por la cabeza olvidarse de que desde el 20 de septiembre de 1870 Roma ya no es la capital del estado pontificio. Me detengo, más bien, en la increíble violación de la tradicional autonomía de la universidad – encarnada desde hace más de 705 años en el mundo de La Sapienza – que significa Su iniciativa.

En primer lugar, a nivel formal. Si bien en los primeros siglos que siguieron a la fundación de la universidad la teología se enseñó junto a las disciplinas humanísticas, filosóficas, matemáticas y naturales, hace ya mucho tiempo que no queda rastro de ella en las universidades modernas, por lo menos en las universidades públicas de los estados no confesionales. Ignoro los estatutos de la universidad de Ratisbona donde el profesor Ratzinger pronunció la notoria lección magistral en la cual me detendré más adelante, pero insisto en que normalmente esta disciplina forma parte únicamente de las enseñanzas que se imparten en las instituciones universitarias religiosas. Los temas objeto de los estudios del profesor Ratzinger no deberían, por lo tanto, entrar en el ámbito de los argumentos de una lección, mucho menos de una lección magistral pronunciada en una universidad de la República italiana. Especialmente si se tiene en cuenta que, desde los tiempos de Descartes, para poner fin al conflicto entre ciencia y fe que culminó con la condena de Galileo por parte del Santo Oficio, se llegó a una separación de ámbitos de competencia entre la Academia y la Iglesia. Su clamorosa violación en el curso de la inauguración del año académico de La Sapienza habría sido considerada en el mundo como un salto atrás en el tiempo de más de trescientos años.

En cuanto al aspecto sustancial las implicaciones habrían sido aún más devastadoras. Considerémoslas a partir precisamente del texto de la lección magistral del profesor Ratzinger en Ratisbona, de la que presumiblemente no se hubiera distanciado mucho la de Roma. En ella se expone claramente que la línea política del papado de Benedicto XVI se basa en la tesis de que la separación de ámbitos de las respectivas áreas de competencia ya no sigue siendo válida: ”En el fondo...., se trata – cito textualmente— del enfrentamiento entre fe y razón, entre verdadero iluminismo y religión. Partiendo ciertamente de la naturaleza última de la fe cristiana y, al mismo tiempo, de la naturaleza del pensamiento griego ya fundido con la fe, Manuel II podía decir: No actuar ‘con el logos’ es contrario a la naturaleza de Dios”.

No quiero insistir en lo peligroso de este programa desde el punto de vista político y cultural: basta pensar en la reacción suscitada en el mundo islámico por apuntar a la diferencia que habría entre el Dios cristiano y Allah –atribuida a la supuesta racionalidad del primero frente a la imprevisible irracionalidad del segundo- que a su vez sería el origen de la tolerancia de los cristianos y de la violencia de los islámicos. Hace falta mucho valor para sostener esta tesis y esconder bajo el ala las Cruzadas, los progroms contra los judíos, el exterminio de los indígenas de América, la trata de esclavos, las hogueras de la Inquisición, con los que los cristianos han obsequiado al mundo. Lo que aquí me interesa, sin embargo, es el hecho de que de este enfrentamiento entre fe y razón se sigue una concepción de la ciencia como ámbito parcial de un conocimiento racional más amplio y general al cual debería subordinarse. “La razón moderna propia de las ciencias naturales –concluye de hecho el papa- con su intrínseco elemento platónico contiene un interrogante que la trasciende, junto con sus posibilidades metódicas. Ella misma debe simplemente aceptar la estructura racional de la materia y la correspondencia entre nuestro espíritu y las estructuras racionales que operan en la naturaleza como un dato de hecho en el que se basa su recorrido metódico. Pero la pregunta (el por qué de este dato de hecho) existe y las ciencias naturales deben trasladarla a otros niveles y formas de pensar- a la filosofía y a la teología. Para la filosofía y, de forma distinta, par la teología, escuchar las grandes experiencias y convicciones de las tradiciones religiosas de la humanidad, especialmente de la fe cristiana, constituye una fuente de conocimiento; renunciar a ella significaría una reducción inaceptable de nuestro escuchar y responder”.

Más allá de estas circunlocuciones (las cursivas son mías) este discurso demuestra que en su nuevo rol el ex-jefe del Santo Oficio no ha olvidado la obligación que tradicionalmente compete a éste. Que ha sido siempre y continúa siendo la expropiación del ámbito de lo sagrado, inmanente en la profundidad de los sentimientos y de las emociones de todo ser humano, por parte de una institución que reivindica la exclusividad de la mediación entre lo humano y lo divino. Una apropiación que ignora y envilece las innumerables y distintas formas históricas y geográficas de esta esfera tan íntima y delicada sin respeto por la dignidad personal y la integridad moral de todo individuo.

Sin embargo ha cambiado la estrategia. Puesto que ya no puede servirse de hogueras y penas corporales ha aprendido de Ulises. Ha utilizado la efigie de la Diosa Razón de los iluministas como caballo de Troya para entrar en la ciudadela del conocimiento científico y ponerla a raya. No exagero. ¿Qué otra cosa es, solo para poner un ejemplo, el apoyo explícito del papa a la así llamada teoría del Diseño Inteligente, si no el intento – dirigido, por lo demás, a través de una negación de la evidencia histórica, un vulgar vuelco de los contenidos de las controversias internas de la comunidad científica y el viejo artificio de la caricatura de las posiciones del adversario- de reconducir a la ciencia bajo la pseudo-racionalidad de los dogmas de la religión? ¿Como deben haber reaccionado los colegas biólogos y sus estudiantes frente a un ataque más o menos indirecto a la teoría darwiniana de la evolución biológica que es el fundamento, en todo el mundo, de la moderna biología evolutiva?

No llego a comprender, por lo tanto, las motivaciones de Su propuesta tan inconsiderada y dañina para la imagen de La Sapienza en el mundo. El resultado de Su iniciativa, incluso en la forma edulcorada de la visita del papa (con “un saludo a la comunidad universitaria”) inmediatamente después de una inauguración inevitablemente clandestina, será, de todas formas, que el día siguiente los titulares de los periódicos serán (no se puede pretender que sean tan sutiles): “El Papa inaugura el Año Académico de la Universidad La Sapienza”.

Felicidades, señor Rector. Su retrato permanecerá junto a los de Sus predecesores como símbolo de la autonomía, de la cultura y del progreso de las ciencias.

Marcello Cini es un prestigioso físico italiano, profesor emérito de la Universidad romana de La Sapienza.

Tradución para www.sinpermiso.info: Anna Garriga

Fuente:
Il Manifesto, 14 noviembre 2007

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