6.000.000.000.000 de dólares

Michael R. Krätke

30/03/2008

Hasta militares estadounidenses de alta graduación conceden ya desde hace tiempo que las tropas coaligadas en los dos escenarios principales de la guerra mundial contra el terror –Irak y Afganistán— son un desastre. Han derrocado por la fuerza a dos regímenes, cargando así con una guerra cuyo fin no es previsible. Económicamente, esas guerras son una catástrofe todavía mayor. No se pueden ganar, y desde hace ya mucho, no son costeables, ni siquiera para un país como EEUU.

Hace 5 años se le dijo a la opinión pública norteamericana que la guerra de Irak costaría a lo sumo 200 mil millones de dólares; en el peor de los casos, 270 mil millones. Los gastos armamentísticos del Pentágono montaban entonces 350 mil millones de dólares. El duelo armado se vendió como una guerra barata que sólo podría reportar beneficios a EEUU y al mundo todo: más seguridad y un precio más bajo del crudo.

Lawrence Lindsay, el asesor económico de la Casa Blanca que se había atrevido a hablar de 200 mil millones de dólares, fue despedido. El gobierno Bush había sostenido antes que toda la empresa costaría a lo sumo entre 50 y 60 mil millones de dólares. Una insolente mentira, destinada a tranquilizar a la opinión pública norteamericana ante los planeados –y poco después ejecutados— recortes fiscales para los propietarios de capital y patrimonio.

Algunos economistas, como William Nordhaus de la Universidad de Yale, llegaron a estimaciones modestas que multiplicaban por más de cinco el monto anunciado por el gobierno: 1,9 billones de dólares.

Es fácil explicar la diferencia: todos los costes posteriores a la guerra habían sido simplemente omitidos por el gobierno. Así, los costos de reparación de los daños bélicos, que en Irak, conforme a cálculos conservadores, podían elevarse a varios centenares de miles de millones de dólares. Así, también, los costos de asistencia a las víctimas de la guerra, que en Irak multiplican por mucho los costos que ya representa esa partida en EEUU. Así, también, los costos en deuda pública, que la sola política fiscal de George W. Bush tenía ya que hacer crecer.

Joseph Stiglitz, quien se hizo célebre como crítico de la política devastadora del Banco Mundial, se ha tomado la molestia, junto con la exconsejera del gobierno Clinton Linda Bilmes, de calcular exactamente lo que ha costado hasta ahora la guerra de Irak. Les llamó ya la atención en 2005 la incongruencia de los datos oficiales de la Oficina Presupuestaria del Congreso: de acuerdo con esos datos, los costes de la guerra de Irak habrían sido hasta entonces de sólo 500 mil millones de dólares: diez veces el desembolso bélico originariamente anunciado, pero, aun así, una cifra manifiestamente baja. Empezaron, pues, a investigar la cosa con mayor precisión, y ofrecieron en enero de 2006 sus resultados provisionales: con una estimación conscientemente conservadora, los costos de la guerra, en su opinión, tenían que estar entre el billón y los dos billones de dólares.

Reacción oficial del gobierno Bush: cuando entramos en guerra, no nos sometemos a los dictados de la contabilidad. Se reprochó a Stiglitz y a otros "derrotistas" el pasar simplemente por alto el bien que la guerra representaba para Irak y para el resto del mundo.

Stiglitz y Bilmes entraron entonces en detalles, a fin de refutar las maniobras falsarias del gobierno. La guerra se había financiado hasta aquel momento merced a 25 leyes de emergencia, es decir, con leyes presupuestarias extraordinarias. Además, el Pentágono se había guardado de calcular el conjunto de los costos bélicos efectivos.

Tras meses de investigaciones, Stiglitz y Bilmes han publicado ahora sus circunstanciados descubrimientos. El resultado es sobrecogedor: la guerra de Bush en Irak le costado, sólo a EEUU, 3 billones de dólares. En esa suma confluyen los gastos bélicos directos, en la medida en que se reflejan en el presupuesto de EEUU. A eso hay que añadir los costos propiamente económicos, no consignados presupuestariamente: Stiglitz y Bilmes cifran los efectos macroeconómicos y económico-planetarios de la guerra en al menos otros 3 billones de dólares. Sólo los costos directos de la guerra de Bush rebasan ya los de las guerras de Vietnam y Corea sumados. El monto total conservadoramente estimado de estos 6 billones de dólares equivale aproximadamente al valor de todas las reservas de oro y divisas del mundo. Cada mes, los EEUU tienen que desembolsar más de 16 mil millones de dólares, en costes corrientes, para las guerras de Irak y Afganistán, adicionalmente a los 439 mil millones de dólares del presupuesto de defensa.

Es llamativo todo lo que el Pentágono y los asesores económicos del gobierno de Bush pasan por alto en materia de costes: por ejemplo, el coste de los soldados caídos y de sus familiares y allegados. O el dispendio originado por los numerosos heridos o los gravemente mutilados, a quienes unas técnicas médicas avanzadas han conseguido salvar la vida, al precio de tener que seguir viviendo como jóvenes tullidos. Por no hablar de las víctimas iraquíes de la guerra, que según estimaciones de organizaciones no gubernamentales ascienden al millón de personas. Tampoco aparecen en los cómputos de Stiglitz y Bilmes.

El gobierno de EEUU ha mentido también en lo tocante a los costos de la supuestamente tan eficiente privatización de la guerra. Los empleados de las empresas de seguridad que por encargo del Pentágono desarrollan en Irak su sangriento negocio cuestan, de media, diez veces más de lo que cuesta un G.I. regular –400.000 dólares anuales, contra 40.000—. Ahora hay 180.000 mercenarios en Irak. En contraste con eso, las medidas de ahorro tomadas suenan a chiste falsario: los soldados estadounidenses tendrían que subvenir parcialmente a su equipación, según exigen los estudios de reemplazo de daños del Pentágono.

Stiglitz y Bilmes han calculado también lo que ha costado ya la aventurera financiación de la guerra de Bush y lo que terminará costando. Por causa de los recortes fiscales masivos a favor de las grandes empresas y de los poseedores de capital y patrimonio, una parte creciente de los gastos bélicos tuvo que ser financiada con créditos. Eso costará en los próximos años centenares de miles de millones de dólares en intereses. Puesto que los norteamericanos no ahorran, sino que viven abrumadoramente de prestado (muchos se han visto forzados a ello por unos salarios e ingresos a la baja), los intereses tendrán que ser financiados con importaciones de capital. El creciente endeudamiento del Estado se transforma así a un ritmo de vértigo en un creciente endeudamiento exterior.

El gobierno Bush ya no estará en unos meses; las consecuencias financieras de su aventura bélica tendrán que padecerlas las generaciones y los gobiernos venideros.

Cualquier economista sabe lo que los belicistas bushistas ignoran: a los costos directos de una guerra, reflejados como gasto militar en los presupuestos, se suman siempre los costos económicos de conjunto. Stiglitz y Bilmes computan aquí, entre otros, los efectos del rápido incremento del precio del crudo. Se había prometido que, gracias la intervención en Irak, el precio bajaría duraderamente; como sabe todo el mundo, ronda actualmente los 100 dólares por barril. Eso tiene enormes consecuencias, no sólo para la economía de EEUU, sino para toda la economía mundial. Consecuencias que sólo consiguen mitigarse un tanto merced a la caída del dólar.

En otoño de 2007, hasta los congresistas conservadores se asombraron de la desenvoltura con que, casi simultáneamente, el presidente Bush solicitaba 200 mil millones de dólares adicionales para su guerra y vetaba la aprobación por el Congreso de un gasto de 20 mil millones de dólares destinados a saneamiento y restauración de escuelas públicas.

La preocupación de los congresistas estaba fundada, porque los costes de la guerra siguen subiendo sin freno. 2008 será el año más caro de la guerra de Irak. Los críticos echan cuentas ahora sobre lo que habría podido empezar a hacerse con esas enormes sumas para poner fin a las miserias que azotan al país más rico de la tierra. Con un billón de dólares, se habría podido contratar a 15 millones más de maestros, asegurar la asistencia sanitaria de 530 millones de niños, financiar las becas de 43 millones de estudiantes. Se habría podido proceder al saneamiento de las conurbaciones miserables, renovar los ruinosos edificios de las escuelas de todo el país. Con una parte del monto desperdiciado en la demostración de la superioridad militar, los EEUU habrían podido finalmente permitirse poner los cimientos de un Estado social moderno. Todo eso podría haberse hecho, si no se fuera esclavo de la superstición de la "seriedad", la respetabilidad y la hombría de bien de una casta gobernante orgánica en la clase de los propietarios de capital y patrimonio.

Los propagandistas de la guerra mundial contra el "terror" sostienen que la guerra no ha dejado, empero, de tener sus ventajas. Y es lo cierto que quien quiera proceder a un cálculo coste/beneficio, no puede menos de computar los beneficios de esta guerra. La propaganda de Bush no se ha avilantado hasta ahora a poner en el "Haber de la Guerra" los, en efecto, enormes beneficios que la misma ha reportado para las trasnacionales petroleras estadounidenses, para las empresas de construcción, para las empresas de seguridad y para la industria armamentística. Resultaría de todo punto congruo con la lógica neoliberal llevar la cuenta de los beneficios aportados –o al menos, "asegurados"— por los logreros de la guerra en materia de "puestos de trabajo" e "inversiones".

A Joseph Stiglitz le resulta difícil –como a cualquier economista competente en el análisis coste/beneficio— reconocer el menor provecho en esta guerra. La única ventaja que un perito económico imbuido de todo el cinismo que suele acompañar a la profesión podría tal vez divisar en el proceso bélico es que ha servido para ralentizar el crecimiento de la economía de EEUU. Merced a eso, el crac, la gran crisis económica mundial que se avecina, quizá se abatirá con menor virulencia de lo que habría sido el caso sin la guerra.

Peste o cólera, guerra o crisis: ¿cuál es el "mal menor" del capitalismo realmente existente?

Michael Krätke, miembro del Consejo Editorial de SINPERMISO, estudió economía y ciencia política en Berlín y en París. Actualmente es profesor de ciencia política y de economía en varias universidades alemanas y en el extranjero, desde 1981 principalmente en Amsterdam. Coeditor de la revista alemana SPW (Revista de política socialista y economía) y de la nueva edición crítica de las Obras Completas de Marx y Engels (Marx-Engels Gesamtausgabe, nueva MEGA). Investigador asociado al Instituto Internacional de Historia Social en Amsterdam. Autor de numerosos libros sobre economía política internacional.

Traducción para www.sinpermiso.info: Amaranta Süss

Fuente:
Freitag, 28 marzo 2008

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