Ludópatas de Wall Street

Ralph Nader

15/06/2008

Olvidaos  de Las Vegas. Los jugadores empecinados se hallan en Wall Street, y están jugando con vuestro dinero, con vuestras pensiones y con vuestros medios de vida.

A diferencia de los casinos de Las Vegas, los grandes bancos de inversión, los bancos comerciales y las empresas de intermediación bursátil se supone que tienen una relación fiduciaria con vuestro dinero. Se supone que son agentes fideicomisarios a los que les habéis dado vuestro dinero para que lo tengan a buen recaudo y os alerten si hacéis inversiones arriesgadas.

Puesto que Washington, D.F., se ha convertido cada vez más en territorio ocupado por las grandes corporaciones empresariales, los chicos de Wall Street se han avilantado a correr más y más riesgos con vuestros dineros. Cuantos más ciclos de fracaso financiero engendran, tanto más se remuneran a sí propios a través de sus hombres de paja en los consejos de administración.

Con cada ciclo de fracaso, la carga de los salvamentos públicos se hace mayor; lo que significa: deuda, déficit y dólares procedentes de vuestros impuestos. El colapso de Savings and Loan a fines de los ochenta –que costó al menos 500 mil millones de dólares, antes de que los instrumentos públicos de salvación salieran al paso— parece ínfima por comparación con lo que está pasando ahora.

¿Por qué no aprenden nunca estos capos financieros? Porque nunca pagan el coste de sus apuestas. Puede que sean despedidos, como ocurrió hace poco con los ejecutivos de Merril Lynch y de Citigroup, pero se alejan de su nefasta gestión empresarial cargados de compensaciones y finiquitos. Una parte, obvio es decirlo, viene de dineros bajo cuerda procedentes de los colegas que dejan atrás.

Ahora tenemos el último caso de gestión desastrosa que ha afectado a un venerable banco de inversiones de Wall Street, Lehman Brothers. Desplomadas las acciones del mismo por causa de un comportamiento codicioso de alto riesgo a cuenta del dinero de otros, amalgamado, encima, con sus gigantescos emolumentos, los empleados de Lehman Brothers dirigieron la mirada a su jefe, Richard S. Fuld. Durante cierto tiempo, él y sus ejecutivos exudaban confianza respecto de su capacidad para gestionar sus arriesgados instrumentos financieros, comparándose jactanciosamente con sus competidores en el negocio.

Esta semana, el Emperador de Lehman apareció desnudo. El señor Fuld reconoció unas pérdidas de 2,8 mil millones de dólares en el segundo trimestre, muy por encima de las más negras previsiones. Hasta los setos de derivados financieros de que se servía Lehman para mitigar las pérdidas derivadas de sus inversiones hipotecarias se habían echado a perder, sumándose a las pérdidas.

Precisamente a fines de abril el señor Fuld había anunciado su convicción de que “lo peor ya pasó” en los mercados. Por esta clase de gestión empresarial, recibió el año pasado 40 millones de dólares, cerca de un millón de dólares a la semana, si descontamos las vacaciones.

Los chicos de Wall Street, como los charlatanes, pergeñan palabras y sentencias destinadas a disfrazar sus megaprácticas ludopáticas. Dicen estar tratando de evitar una “crisis de confianza”, cuando lo que hacen estos pretendidos capitalistas es correr bajo el Tío Sam en busca de una salación pública socialista. El único resultado de lo cual es un aumento del “azar moral” –otro eufemismo—, sentando las bases para otra ronda de Goliats desaprensivos en Wall Street, “demasiado grandes para caer”.

Uno de los más agudos analistas de Wall Street –Henry Kaufman— cree que el fenómeno “demasiado grande para caer” socava la disciplina del mercado y estimula a las empresas más pequeñas a fusionarse con las compañías más grandes, a fin de quedar cubiertas por los criterios de salvación usaderos en Washignton.

En un artículo publicado en el Wall Street Journal el pasado agosto, el señor Kaufman describía con gran penetración el crecimiento de unos instrumentos financieros cada vez más complejos y abstractos, desligados de sus substratos empíricos en la economía y acelerados por la velocidad de la luz de las transacciones computerizadas. Terminaba con un llamamiento a “una mayora supervisión de las instituciones financieras y de los mercados”.

A la “supervisión” se la llamaba en otros tiempos “regulación”. Llámesela como se quiera, lo cierto es que el señor Kaufman no espera nada parecido a corto plazo. Escribe: “En los mercados de nuestros días, difícilmente se oirá un toque de clarín a favor de esas medidas. Al contrario, los mercados se oponen a ellas, y los políticos apenas manifiestan su apoyo, si es que lo hacen. Por su parte, los bancos centrales [léase: la reserva federal] carecen de una visión clara en relación con los procedimientos necesarios para una supervisión financiera más efectiva”.

Aun si camuflado con un lenguaje educado, no normativo, se trata de una alarmante requisitoria contra la intransigencia granempresarial y contra la parálisis regulatoria. Desde agosto de 2007, la situación ha empeorado: los chicos de Wall Street han generado más pérdidas gigantescas y más valoraciones fraudulentas de activos.

Hace unas semanas, el antiguo presidente de la Reserva Federal, Paul Volcker, dio una conferencia en Nueva York haciéndose eco de similares preocupaciones y llamando a la “supervisión”, de manera parecida al señor Kaufman, aun cuando en su propio e inimitable estilo.

Otros experimentados veteranos de Wall Street han hecho sonar la alarma respecto de esta plaza del mercado de valores y derivados. Entre ellos, los antiguos presidentes de la SEC [la agencia supervisora del mercado de valores] Arthur Levitt y William Donaldson. Y mucho antes que cualquiera, lanzó una sabia voz de prudente alarma John Bogle, el pionero de la indexación del mercado de valores y creador del Vanguard Fund (véase su libro, The Little Book of Common Sense Investing: The Only Way to Guarantee Your Fair Share of Stock Market Returns [El librito de la inversión con sentido común. Por una participación equitativa en los dividendos del mercado de valores]).

Con unos políticos en Washington que sonambulean mientras sus bolsillos de campaña se llenan con efectivos de Wall Street, ¿no es hora de que el pueblo norteamericano despierte cívica y políticamente? Hay que actuar antes de que el sector financiero, sirviéndose de vuestros dineros, caiga hecho trizas bajo el peso de su propia codicia y de su incorregible tendencia a una pésima gestión empresarial.

Para principiantes: empezad por pedir más de vuestros políticos, ¡mucho más!

Ralph Nader es un activista en materia de consumo; también es abogado y escritor. Su último libro es The Seventeen Traditions. Concure como independiente a las elecciones a la presidencia de los EEUU.

Fuente:
Counterpunch, 11 junio 2008

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