La crisis crediticia se agrava: ¿quién nos metió en el berenjenal y qué opciones políticas hay para salir de él? Entrevista, Parte II

Michael Hudson

14/09/2008

Por tercera vez a la lo largo de este verano, Mike Whitney entrevista al experto norteamericano en mercados financieros y política fiscal Michael Hudson. [Para ver las dos anteriores, también traducidas al castellano en SinPermiso, pulse 1 y 2.]   El significado de la intervención del gobierno norteamericano en los dos gigantes hipotecarios norteamericanos, Fannie Y Freddie, el rumbo hacia la “servidumbre por deudas” de la mayoría de la población que significa la financiarización de la economía, la incompetencia culpable de la teoría económica al uso y la necesidad imperiosa de la izquierda de redefinir drásticamente las políticas fiscales son algunos de los temas tocados en esta entrevista a uno de los economistas más penetrantes analíticamente, y más lúcidos políticamente, de nuestro tiempo. Publicamos el texto dividido en dos partes. [Para ver la Parte I, pulse AQUÍ.]

La deflación de la deuda y el desplazamiento de la carga fiscal, de las finanzas y la propiedad al trabajo

A corto plazo, se diría que la ralentización del crecimiento y la deflación serán mayores problemas que la inflación. Las mercancías, incluido el oro y el petróleo, caen día tras día, mientras que los activos de los bancos no dejan de depreciarse, se multiplican las ejecuciones hipotecarias y los mercados de valores refunfuñan. La crisis financiera que comenzó en el mercado inmobiliario ha disparado un boicot contra los productos financieros estructurados y está ahora expandiéndose por el conjunto de la economía.

La Reserva Federal ya ha bajado los tipos de interés un 3,5 por ciento y ha empleado cerca de la mitad de su balance contable –450 mil millones de dólares— en reflotar al desmayado sistema bancario. Pero la situación sigue empeorando. Los bancos han reducido drásticamente sus préstamos, y el gasto de los consumidores se ha retraído en prácticamente todos los ámbitos. Se diría que la Fed se ha quedado sin munición. ¿Llegó la hora de estudiar alternativas al presente declive, como, por ejemplo, rebajar impuestos a los salarios para que las familias dispongan de más dinero para incrementar la demanda, o, por otro ejemplo, comenzar grandes proyectos públicos de infraestructuras?

Supongo que por “deflación” lo que usted entiende es deflación de la deuda: el drenaje del poder adquisitivo como resultado del creciente servicio de la deuda y de los seguros obligatorios, más la moderación salarial alabada por el gobierno como medio para “aumentar la productividad”; y todo eso a fin de “crear riqueza” para los altos ejecutivos empresariales que se retribuyen a sí mismos con lo que recortan de los salarios. Habrá menos gasto de consumo, pero, aun así, es posible que los precios de los artículos de consumo no bajen, si el dólar sigue cayendo, particularmente, si se siguen permitiendo los precios monopólicos.

Lo que se necesita es la solución que usted menciona, y el señor Obama ha prometido aumentar los salarios y el límite salarial sujeto a retenciones por parte de la FICA (Ley Federal de Contribución a la Seguridad Social, por sus siglas en inglés [Federal Insurance Contributions Act]; T.). Yo creo que una idea todavía mejor sería regresar a la legislación fiscal original de 1913 y excluir a los salarios de subsistencia. Yo restauraría el umbral fiscal de 1913, que equivaldría a unos 102.000 dólares de hoy: la gente que ganara menos de eso quedaría exenta de declaración de la renta.

Esta idea, genuinamente conservadora, equivaldría a disponer de ingreso libre para el gasto, con la consiguiente mejora de los niveles de vida. En cambio, lo que se hace hoy es desgravar fiscalmente la propiedad y los altos ingresos, y el grueso de esos recortes fiscales se gasta en préstamos que sirven para presionar al alza el precio de la riqueza y de los bienes de lujo.

Contra eso, precisamente, advirtieron los economistas clásicos; y sin embargo, en su nombre se procede hoy hipócritamente a descargar fiscalmente a la propiedad para cargar al trabajo. Para conseguir los mercados libres por los que abogaban los clásicos, los impuestos deberían caer sobre el sector FIRE (finanzas, seguros y bienes raíces) y sobre los monopolios, no sobre los salarios o sobre los beneficios bona fide generados por la inversión de capital tangible y por el empleo.

El pasado junio, usted escribió un texto importante e innovador para un congreso de economía postkeynesiana celebrado en la Universidad de Misuri en la ciudad de Kansas, en donde es profesor de teoría económica. Su título era “Cómo lleva la burbuja inmobiliaria a la servidumbre por deudas”. Antes, en mayo de 2006, había escrito usted un artículo de portada, ahora famoso,  sobre la servidumbre por deudas para la revista Harpers. Su ponencia en el congreso de la Universidad de Misuri incluye diagramas que muestran cómo el favoritismo fiscal hacia la propiedad inmobiliaria y hacia otros clientes del sector bancario y financiero estimula la inflación de activos y conduce a burbujas masivas de patrimonio neto como la que ahora estamos experimentando en el mercado inmobiliario. ¿Podría resumirnos aquí su tesis?

Mi ponencia explicaba cómo el dinero que el recaudador fiscal nos da queda “libre” para poder ser pagado como intereses a los bancos. Tal es la consigna de los inversores en propiedad inmobiliaria: “La renta sirve para pagar intereses”. El sector FIRE ha hecho suya una retórica populista, a fin de persuadir a los propietarios de vivienda de que la desgravación fiscal de la propiedad terminará por darles más dinero. Y a primera vista, se diría que eso es lo que ocurre. Pero, en la práctica, los nuevos compradores –y los especuladores— entran en el mercado y se sirven de los recortes fiscales para presionar todavía más al alza los precios de la vivienda. El triunfador en este nuevo emplazamiento anti-impuestos del mercado es el comprador que, para comprar la propiedad, se compromete a pagar a los bancos los dineros resultantes del recorte fiscal en concepto de intereses sobre un préstamo hipotecario.

Como dije en mi ponencia:

“El favoritismo fiscal hacia los bienes raíces, hacia los aventureros empresariales y, en última instancia, hacia los bancos lo que ha hecho es liberar ingreso para poder comprometerlo en la contracción de más y más deuda, cosa que ha servido de combustible para una inflación de activos que incrementa el precio de la vivienda y el de las acciones y las obligaciones de las grandes compañías empresariales, pero no incrementa ni la capacidad de producción ni el volumen de lo producido. (…)  La modelación del mercado conforme a los intereses de las finanzas y de la propiedad y en detrimento de la industria y del trabajo no genera un “mercado libre”. Lo que hace es favorecer la compraventa, apalancada en deuda, de bienes raíces, de acciones y de títulos de obligaciones; distorsionar los mercados de modo tal, que se desindustrializa la economía. [Y] descargar de impuestos a la propiedad y a las finanzas es más una distorsión que una virtud, a menos que se considere virtuosa la deuda apalancada.

“Tal es la tragedia de la economía de nuestro tiempo.  La creación de crédito, el ahorro y la inversión no se movilizan con objeto de aumentar la inversión directa nueva, o para levantar los niveles de vida, sino para presionar al alza los precios de los bienes raíces y de otros activos ya existentes, así como el de los títulos financieros (acciones y obligaciones) ya emitidos. Eso lastra con deuda a nuestra economía, sin por otra parte poner por obra los medios para enjugarla por una vía que no sea la de acelerar todavía más la inflación de precios de los activos. “

Todo eso es, y por mucho, resultado de abandonar la planificación y de estructurar los mercados a favor de los grandes bancos y de otras grandes instituciones financieras; los lobistas políticos han reescrito el grueso de las leyes fiscales hoy existentes, patrocinando la desregulación pública general de los controles y balances institucionalizados a fines del siglo XIX. La idea en esa época, hace ahora cien años y arreo, era industrializar la riqueza –y la actividad bancaria—, al tiempo que se incrementaba la socialización de la riqueza terrateniente y de los monopolios por la vía de fiscalizar totalmente sus rentas. En vez de para provocar un alza en los precios de los bienes raíces, la “barra libre” de los rentistas serviría, así pues, entonces, para suministrar la fuente básica de las finanzas públicas. La tecnología y la productividad incrementarían la formación de capital industrial y elevarían los niveles de vida de los trabajadores. Una políticas de este tipo liberarían a los mercados libres tanto de la extracción de renta como de las cargas fiscales e impositivas, que serían desplazadas, de nuevo, hacia la propiedad.

Pero no es eso lo que ha ocurrido. El sistema financiero se ha servido de su poder para extraer favores fiscales en beneficio de los bienes raíces y para presionar en el sentido de la desregulación de los monopolios como fuente principal del interés y del colateral para sus préstamos.

¿Y cuáles cree usted que serían los efectos positivos de fiscalizar la propiedad en vez del ingreso salarial y el beneficio industrial?

Tendría dos efectos positivos capitales. Primero, liberaría de cargas fiscales al trabajo y a la industria. Y al propio tiempo, obligaría a que la renta económica que actualmente se usa para pagar los intereses y la depreciación, se pagara, en cambio, en concepto de gravamen fiscal a la renta de la propiedad. Eso liberaría una suma equivalente a la que resultaría de tasar fiscalmente los ingresos y las ventas. La idea de los clásicos sobre el libre mercado era exactamente ésta. Tal como están hoy las cosas, el subsidio fiscal a los bienes raíces y a las finanzas lo único que consigue es dejar más ingreso rentista neto capitalizable en préstamos bancarios. “Mercados libres” travestidos, pues, que son por los que abogan los lobistas de los bancos y de los ricos en general.

La substitución de los impuestos al ingreso y a las operaciones de venta por un impuesto a la “barra libre” de los rentistas de la propiedad del suelo traería consigo unos precios más accesibles de los bienes raíces, porque lo que ahora son intereses “libres” a disposición de los bancos para sufragar unos gastos elevados de deuda sería, en cambio, recaudado y usado para disminuir la carga fiscal sobre el trabajo y la industria. Eso reduciría el coste de la producción y de la vida, estimo yo, en un volumen cercano al 16% del ingreso nacional.

Los propietarios de vivienda y los que viven de alquiler pagarían la misma cantidad que ahora, pero el sector público recuperaría la capacidad para financiar vías de transporte y otras infraestructuras básicas gracias al mayor nivel de renta generado por ese gasto. El sistema fiscal se basaría en cuotas al usuario cobradas a la propiedad, cuotas que recaerían sobre los propietarios de modo tal, que reflejara en la recaudación fiscal el valor creciente de su propiedad como resultado de la renta de emplazamiento (acrecida merced al transporte y otras infraestructuras públicas) , así como del aumento del nivel de prosperidad general, cosas, ambas, en las que los terratenientes no tienen arte ni parte y de las que son normalmente meros beneficiarios pasivos .

Una política fiscal neoprogresista buscaría recuperar fiscalmente el valor del emplazamiento del suelo generado por el gasto público en infraestructura, en escolarización y en promoción general de la prosperidad. La pirámide de deudas sería harto más pequeña, y los ahorros podrían recuperar su forma tradicional de inversión en los mercados de valores. Un crecimiento menor de la deuda, de los precios de la vivienda y de las oficinas, así como unos impuestos más reducidos a ingresos y salarios, harían más competitiva internacionalmente a nuestra economía.

Me gustaría extenderme en lo que dijo usted en su ponencia, y que me corrigiera, si me equivoco. Decía usted que la legislación fiscal se atraviesa en el camino hacia un cambio político progresista, porque no deja de poner más y más poder en manos de los banqueros y de los especuladores, que se aprovechan de los ciclos económicos alternativos de “expansión y quiebra”. Así pues, en otras palabras, ¿la reestructuración del sistema fiscal es la piedra de toque de cualquier plataforma política progresista? ¿Es ésa la tesis más importante que trata usted de defender?

La cuestión fiscal es, efectivamente, central. Pero creo que el punto más importante de mi posición es el análisis del modo en que las matemáticas del interés compuesto invaden de manera creciente al conjunto de la economía. El vínculo con la fiscalidad consiste en que, en la medida en que las finanzas consiguen el expolio de más y más riqueza, Wall Street convierte su poder económico en poder político. Su objetivo principal es librarse de los impuestos, desplazando la carga fiscal hacia el trabajo.

Una forma de lograr ese desplazamiento ha sido redefinir los impuestos como “cuotas pagadas por el usuario”. Eso es lo que hizo la Comisión Greenspan en 1983, cuando impuso una fiscalidad muy pesada al trabajo a través de las retenciones a los salarios de la ley FICA para pagar la Seguridad Social y Medicare, en vez de financiar esos programas con un presupuesto general pagado por las capas de mayores ingresos. El Fondo Fiduciario de la Seguridad Social generó un voluminoso excedente fiscal que se usó para recortar impuestos a los más ricos.

La “letra pequeña” de la legislación fiscal vigente ha liberado de impuestos a la propiedad inmobiliaria comercial, pretendiendo que los terratenientes estaban perdiendo dinero con su propiedad a medida que los edificios se depreciaban: ¡cómo si eso no fuera sobradamente compensado por el aumento de valor del emplazamiento! Pero lo más decisivo fue que los intereses fueron fiscalmente tratados como un gasto deducible. Eso contribuyó a estimular la deuda apalancada, más que la inversión en el mercado de valores, creando un gigantesco mercado para banqueros dispuestos a crear crédito y a recaudar los consiguientes intereses.

Dice usted en la ponencia mencionada que hay “una simbiosis entre las finanzas y los sectores de seguros y de bienes raíces” que está en el núcleo causal desencadenante de la economía de la burbuja. Y que eso crea “un vínculo de retroalimentación entre el crédito bancario y los precios de los activos. La forma más rápida y expedita de llegar a ser rico no es ganar beneficios invirtiendo en la industria, sino endeudarse a fin de cabalgar sobre la ola de inflación de los precios de los activos. El resultado es una deriva de la actividad que busca la riqueza, que se desplaza de la industria a la manipulación financiera del crédito a fin de cabalgar sobre la ola de la inflación de los precios de los activos”.

Esta tendencia a la financiarización ¿es irreversible, o estamos todavía en condiciones de revitalizar la base industrial de los EEUU? ¿Deberíamos optar por nacionalizar la decaída industria automovilística y poner a trabajar a la gente para construir vehículos para el futuro?

Tal vez la nacionalización no sea la respuesta adecuada, cuando los intereses financieros han venido a substituir al gobierno como nuevos planificadores centrales de la sociedad. Yo me temo que la nacionalización, bajo las actuales condiciones políticas, lo que significaría es “socialización de las pérdidas”, cargando con ellas el Estado para luego vender las compañías al usual precio tirado a nuevos compradores a crédito, y todo a mayor beneficio de Wall Street.

Si hay algún sector que hay que nacionalizar, tendría que ser el sector FIRE –finanzas, seguros y bienes raíces—, devolviendo de consuno las infraestructuras básicas al dominio público por la vía de la desprivatización de las mismas. El plan puesto por obra durante la Era Progresista, que hizo de Norteamérica una nación tan rica y tan dominante, consistió en que el Estado suministraba servicios básicos, como ferrocarriles, sistemas telefónicos, oficinas de correos y caminos y canales a precio de coste o con subsidios. Eso amenguó el precio de las estructuras para todo el abanico de actividades económicas, permitiendo a los EEUU competir con otras economías con precios más baratos y produciendo más que ellas.

Nos hallamos ahora en el Año II de la llamada crisis crediticia, lo que Bloomberg News llama “la peor crisis financiera desde la Depresión”. Más y más tertulianos, columnistas y pretendidos expertos se van sumando a la tesis de que las políticas monetarias de la Fed son la fuente de los males. Sorprendentemente, hasta el New York Times ha llegado a admitir que Greenspan jugó un papel central en la burbuja inmobiliaria.

He aquí lo que dijo recientemente el New York Times: “¿A quién culpar? A juicio de muchos economistas, la cosa empieza con la Reserva Federal. El banco central bajó los tipos de interés tras el calamitoso final de la burbuja tecnológica en 2000, los volvió a bajar más todavía después de los ataques terroristas del 11 de septiembre de 2001, y luego los mantuvo bajos, aun a pesar de que los especuladores empezaron a comerciar con las casas como con las acciones punto.com. Entretanto, la Fed se apoltronó y se limitó a contemplar cómo los asistentes de Wall Street ingeniaban inversiones diabólicamente complicadas ligadas a las hipotecas, generando volúmenes gigantescos de capital especulativo que convirtieron a los bienes raíces en material de conflagración”.

¿Cómo describiría usted el papel desempeñado por Greenspan en la presente crisis?

Él fue el maestro de ceremonias de la fiesta, respaldado por la Universidad de Chicago y un zaguanete think tanks derechistas. El señor Greenspan dio a toda esta teoría económica del derrame de la riqueza hacia abajo una pátina de racionalidad, con la pretensión retórica de que la burbuja financiera ayudaba a los propietarios de vivienda más que a los prestatarios hipotecarios y a Wall Street. Su papel consistió en traducir la propaganda de Ayn Rand a un eufemismo populista.

El papel de maestro de ceremonias de la fiesta consiste en crear confusión en los asuntos económicos, sobre todo al presentar el endeudamiento como “deuda apalancada” capaz de acelerar la “creación de riqueza”. Cuando el señor Greenspan hablaba de “riqueza”, no quería decir el tipo de riqueza al que se refirió Adam Smith en La riqueza de las naciones (medios de producción tangibles); el señor Greenspan se refería a títulos financieros de balance contable sobre  esa riqueza en forma de acciones, obligaciones y derechos de propiedad. Adam Smith dijo que contabilizar esas formas monetarias junto a la tierra y el capital reales en Gran Bretaña significaría contabilizar por partida doble. El lado del Debe del balance contable de la economía –lo que los productores deben a los financieros y a los propietarios— se convirtió en el único tipo de riqueza que realmente preocupaba a Greenspan.

Esa perspectiva de dentro afuera ha sido, con mucho, la responsable de la desindustrialización, de los reajustes de plantilla a la baja y de las externalizaciones de la economía estadounidense. La idea que el señor Greenspan tenía de los “mercados libres” consistía simplemente en la desregulación de los mismos, huelga decir que por la vía de situar a conocidos antirreguladores en posiciones gubernamentales claves para la regulación. Eso resultó en el expolio de activos, lo que creó algunos conspicuos milmillonarios (aventureros empresariales, oportunamente rebautizados como “accionistas activistas”), valiéndole al señor Greenspan todo tipo de alabanzas por su patente contribución a la “creación de riqueza”.

Al final, el léxico económico se ha convertido en un instrumento del [orwelliano] “doblepensar”.

La dimensión política

Yo carezco de formación en teoría económica, y nunca tuve un interés particular en el asunto. Mi frustración con la dirección que ha tomado nuestro país –y señaladamente, con la guerra de Irak y con el desmantelamiento de las libertades civiles— me empujó a buscar respuestas en sitios a los que, de otro modo, nunca habría prestado atención. Ahora estoy convencido de que la guerra en Irak y la acelerada transformación de los EEUU en un Estado policial son corolarios lógicos de una polarización económica que echa sus raíces en políticas que, además de andar absolutamente erradas, sirven a los particulares y muy minoritarios intereses de los grandes empresarios, de los banqueros y de otros intereses creados.

Respecto de su repugnancia por la teoría económica, le diré que algunos de mis mejores estudiantes en la New School abandonaron la disciplina porque les parecía que no se enfrentaba a los problemas que a ellos más les interesaban. Este campo de investigación ha sido esterilizado a conciencia por más de una generación de intolerantes de la Escuela de Chicago.

La disciplina académica de la teoría económica no parece susceptible de reforma en el sentido que a usted le interesaría. Se ha convertido en buena medida en un glosario retórico destinado a describir a la oligarquía financiera como si de una democracia económica populista se tratara. No pocos han fracasado en el intento de ensanchar los horizontes de la disciplina. Thorstein Veblen trató de hacerlo hace ahora un siglo, y sus análisis –que eran, básicamente, economía política clásica— fueron exiliados al sótano de la sociología. Los economistas prefirieron taparse la vista a la hora observar la distribución de la riqueza y en lo tocante a la distinción clásica entre actividades productivas e improductivas, entre el ingreso “ganado” y el “no-ganado” (es decir, parasitario). Por la época en que iba cediendo la represión sexual y empezó a poder hablarse del asunto, diríase que la discusión de los problemas de la distribución de riqueza tomó el relevo para convertirse en el nuevo asunto políticamente incorrecto.

En las viejas películas de extraterrestres, como The Thing, solía aparecer un científico corto de vista que decía: “Tratemos de razonar con él. Es más inteligente que nosotros, porque ha venido en una salchicha voladora construida con tecnología avanzada”. Entonces, el monstruo extraterrestre lo apartaba de un trompazo, y lo mataba brutalmente.

Se parece mucho al Terminator  del futuro. “No siente compasión. No siente dolor. No se puede razonar con él”, dice el héroe de la película. “Todo lo que hace es matar”.

Ésa es la tarea cumplida por los Chicago Boys en su defensa de los mercados financiarizados como mercados pretendidamente “libres”. No se puede razonar con ellos. La razón no es su oficio. No están aquí para ser ecuánimes.

Mas, para poder desempeñar su papel censor, la ortodoxia económica actual tiene que fabular que los mercados funcionan de modo equitativo, ofreciendo oportunidades para todos: algo así como  esperma en probeta  con posibilidades de heredar mil millones de dólares de un cleptócrata ruso, o de un magnate inmobiliario norteamericano, o de un operador de Wall Street. Para defender esa visión del mundo, se necesita forjar una retórica capaz de presentar a los mercados como “libres”, no como caminos de servidumbre. Capaz de presentar a la regulación estatal como una acción clepocrática conducente a la servidumbre, no como protección de la población ante unas finanzas predatorias.

En lo tocante a su preocupación con el Estado policial, y en última instancia, con la agresión militar requerida para promover “mercados libres” a punta de fusil, al estilo Pinochet, hay que decir que la construcción de imperios siempre ha ido de la mano de la pauperización de la población, en el centro del imperio no menos que en su periferia. Para que se entiende: los imperios y las guerras no compensan, al menos en los tiempos modernos. En el mejor de los casos, son como la guerra de Irak: un vehículo para que la administración Bush canalice miles de millones de dólares “desaparecidos” hacia quienes le financiaron la campaña electoral, con lo que los recicla para la siguiente campaña republicana. El conjunto de la economía está sujeto a gravamen cuando el imperialismo se vuelca al expolio de activos.

Una segunda y más puramente política dimensión del belicismo imperial es que distrae la atención de los votantes hacia los asuntos económicos, apelando a su nacionalismo y a su chovinismo.

La vieja teoría de Hobson sobre el imperialismo sostenía que la población nacional carecía de ingresos bastantes para consumir lo producido, de modo que los productores tenían que buscarse mercados foráneos. Eso llevaba a la guerra. Pero en nuestros días el modo “postindustrial” del imperialismo tiene más que ver con el reciclaje de riqueza a fin de producir ganancias de capital, principalmente por la vía de la globalización y la privatización de la Economía de la Burbuja. Los mercados más importantes para la “creación de riqueza” no son los de bienes y servicios, sino los de bienes raíces y activos financieros. Así pues, estamos de regreso a las preguntas de partida sobre la forma en que Fannie Mae y Freddie Mac patrocinarán más ventas de obligaciones hipotecariamente respaldadas.

 Yo creo que su ponencia de Misuri ofrece una vía expedita para evitar el desastre y transformar la sociedad cambiando la legislación fiscal, a fin de robustecer a las clases medias y allanar el terreno igualando a “quienes tienen y a quienes no tienen”. Mas ¿cómo hacerlo, sin desmenuzar estas ideas en pequeños cachitos digeribles para mucha gente y construir un amplio movimiento desde abajo inspirado en la justicia económica y en asuntos de interés para la población trabajadora? ¿Hay forma de llevar a cabo esos cambios sociales transformadores sin levantar un tercer partido político, tal vez un Partido Laborista Norteamericano?

Si la próxima administración Demócrata termina siendo más de lo mismo, sin duda crecerá la presión para crear un nuevo partido. Lo más frecuente ha sido hasta ahora que la reforma económica venga desde arriba, pero yo no la veo venir de la mano de los republicanos, dada su corrupción. Dentro del Partido Demócrata, la cuestión es si el Comité Dirigente Demócrata de Wall Street (que ya nos dio a Gore y a Lieberman, luego de los Clinton) continuará imponiendo su pauta.

Cualquier mejora real precisará de una campaña educativa, necesaria para lograr que la reforma económica se convierta en el centro de las grandes campañas electorales. Ese papel educativo ha sido a menudo desempeñado por terceros partidos. En la década de los 90 del siglo XIX, por ejemplo, el grueso de la campaña de la Era Progresista se dio fuera del Partido Demócrata, y fuera también, y por mucho, del Partido Republicano. [FIN DE LA ENTREVISTA. PARA REGRESAR A LA PRIMERA PARTE DE LA MISMA, PULSE AQUÍ.]

Michael Hudson es ex economista de Wall Street especializado en balanza de pagos y bienes inmobiliarios en el Chase Manhattan Bank (ahora JPMorgan Chase & Co.), Arthur Anderson y después en el Hudson Institute. En 1990 colaboró en el establecimiento del primer fondo soberano de deuda del mundo para Scudder Stevens & Clark. El Dr. Hudson fue asesor económico en jefe de Dennis Kucinich en la reciente campaña primaria presidencial demócrata y ha asesorado a los gobiernos de los EEUU, Canadá, México y Letonia, así como al Instituto de Naciones Unidas para la Formación y la Investigación. Distinguido profesor investigador en la Universidad de Missouri de la ciudad de Kansas, es autor de numerosos libros, entre ellos Super Imperialism: The Economic Strategy of American Empire.

Traducción para www.sinpermiso.info: Ricardo Timón

Fuente:
Counterpunch, 9 septiembre 2008

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