La dolorosa muerte del sueño económico norteamericano

Larry Elliott

08/11/2009

La verdad es que no se suponía que
fuera a terminar así. Cuando el Muro de Berlín se derrumbó hace veinte años, la
Guerra Fría acabó con la victoria de Occidente. En lugar de dos superpotencias,
quedó una. En lugar de ideologías en competencias, quedó el capitalismo, y
además en una versión especialmente desacomplejada. 

George Bush el Viejo declaró que el
mundo aprendería a hacer las cosas al estilo norteamericano. "Sabemos lo
que funciona", afirmó. "Los mercados libres funcionan". 

Los confines del mercado se fueron
ensanchando durante dos décadas, abarcando a China e India, así como a la
antigua Unión Soviética y sus satélites. El veloz crecimiento produjo
una impresionante reducción de la pobreza en China e India; y hay pocos polacos
o checos que añoren los días en que Moscú manejaba los hilos.  

Pero
resultaba inevitable en todo momento que, tarde o temprano, la
globalización se diera de bruces con la crisis, y lo que hemos visto en los
últimos dos años no es más que el comienzo de ello. No dejemos que nos engañe
la recuperación para necios de los últimos seis meses: los americanos
andan de nuevo agotando sus ahorros para consumir bienes que no pueden
permitirse; las exportaciones de Chines se disparan.

Han vuelto los desequilibrios
globales. La combinación de cambio político y revolución tecnológica siempre ha
producido agitación. Lo que fue verdad al coincidir la hiladora de husos
múltiples con la Ilustración no resultó menos cierto cuando una segunda oleada
de inventos -el cine, la luz eléctrica, el automóvil, el aeroplano - coincidió
con el desmoronamiento del equilibrio de poder decimonónico.  

La tecnología digital y la biociencia
impulsarán la tercera revolución industrial, pero estos cambios tienen lugar en
un momento en el que la difusión del mercado ha incrementado inmensamente el
ejército de reserva laboral. La hegemonía de Norteamérica se ve amenazada
por el ascenso de China.   

Son, pues, tiempos combustibles.
Esta crisis ha tardado en llegar, y la historia sugiere que el periodo de
trastorno será prolongado y doloroso, como lo fue entre 1914 y 1945.

No tardaron en aparecer las primeras
grietas en el nuevo orden global. La edad de oro duró apenas la mitad de una
década, el periodo entre el alzamiento del telón de acero y la creación de
la Organización Mundial del Comercio en 1994. A lo largo incluso de ese lustro
se registraron señales de inquietud, de las que no fue la menor el
impacto del tratamiento de choque aplicado a la economía rusa a
principios de los años 90.

Pero fue la sucesión de crisis
financieras que se iniciaban en la periferia de la economía global y se
abrían gradualmente camino hacia el centro lo que desmintió la noción de que
habría una transición suave y regular al nirvana del mercado. Se ignoraron los
avisos de México, Tailandia y Corea del Sur, del derrumbe de los fondos de
protección ("hedge funds") de Long Term Capital Management [1] a
la

burbuja de los punto
com.

A los políticos no les costó
nada desechar estos detonantes como dolores de una dentición en
desarrollo. El crecimiento era fuerte y la inflación baja. Desde principios de
los años 90 a mediados de la primera década posterior al 2000 tuvimos lo que
Mervyn King, gobernador del Banco de Inglaterra, describió como la década
"bonita" o NICE, es decir, los
años de "noninflationary continual expansion" (continua expansión
sin inflación).

Por supuesto, la clave estuvo
en la deuda. La pérdida de poder adquisitivo y de negociación de
los trabajadores de Occidente quedó compensada con los feroces periodos
de auge del precio de los activos que permitió a los consumidores
pedir prestado sobre la base del valor creciente de sus hogares.  

Eso no sólo era cierto de economías
desarrolladas tales como los EE.UU. y Gran Bretaña. El informe anual de
transición del Banco Europeo de Recostrucción y Desarrollo, publicado hoy,
afirma que la afluencia de capital a gran escala a los países del Este de
Europa había "contribuido al auge del crédito y del préstamo en
moneda extranjera. Estas cosas, a su vez, hicieron más profunda la crisis y
complicaron su gestión".

Al igual que en Gran Bretaña
y los Estados Unidos, la fácil disponibilidad del crédito vino a suponer
niveles de deuda excesivos cuando la economía se resintió y exigió una
acción internacional concertada para impedir un desplome de la banca del género
del ocurrido en Islandia.  Como es comprensible, los
políticos se han quedado perplejos ante la primera crisis sistémica de la
era global. Hasta 2007 pensaban que su trabajo consistía en hacer pequeños
ajustes en las economías de mercado; y se enfrentan en cambio a un desafío
existencial: ¿hacia dónde tiramos partiendo de aquí?

 La opción uno es
la schumpeteriana: esta es una época de destrucción  creativa, de
modo que bien podemos aguantarnos y soportarlo. El problema del sistema
financiero es que no se le ha permitido que funcione como debiera: hay que
dejar caer a la banca mal gestionada para que los buenos bancos puedan
prosperar. La segunda opción es "business as usual", que todo siga
como de costumbre, la cual, como resulta previsible, es la que prefieren la
City y Wall Street. Considerando el volumen de los cheques del
bienestar aportados por el contribuyente, las grandes finanzas apenas
pueden presentar objeciones ante la perspectiva de una regulación más estricta,
pero están cabildeando duramente en contra de cambios más radicales. Se
habla mucho de tirar al niño con el agua del baño y matar a la gallina de los
huevos de oro.

Los conservadores militan este
campo, y no sólo porque David Cameron piense de modo excéntrico que la crisis
la causó el exceso de gobernación más que su ausencia, sino debido a que Boris
Johnson [alcalde conservador de Londres] anda cabildeando activamente en nombre
de los hedge funds y las
empresas de capital riesgo de la City con el fin de bloquear una
reglamentación europea más estricta.   

La opción tres consiste en seguir
como de costumbre añadiéndole algunos extras. Reconoce que se ha producido un
problema sistémico en el sector financiero, pero considera que la respuesta ha
de consistir en una supervisión más estricta, una vigilancia mejorada de
la economía global por parte del Fondo Monetario Internacional, cambios en las
normas sobre   capital de riesgo para garantizar que los bancos no
puedan tomarse tantas libertades a la hora prestar en periodo de auge, y nuevas
estructuras de incentivos para financieros que favorezcan el crecimiento a
largo plazo de los negocios por encima de la actividad especulativa a corto
plazo. Aquí es donde encontraríamos, no hay que ser un lince para
adivinarlo, a Gordon Brown y Barack Obama. 

Pero existe un variopinto hatajo de
descontentos para quienes el que todo siga como de costumbre, cualquiera
que sea la forma, significa que estallará otra crisis en no mucho tiempo.
Sostienen que la exigua naturaleza de de las actuales propuestas de reforma se
explica por el cautiverio institucional al que han reducido a los
gobiernos los bancos de inversión, los grupos de presión más poderosos del
mundo.

Las ideas de
King de separar los bancos en divisiones comerciales y de
inversión le coloca en el grupo de la opción cuatro, al igual que el apoyo
de Adair Turner a imponer tasas a las transacciones financieras. Hay quien
iría más allá. Un informe reciente del Comité de Comercio y Desarrollo de las
Naciones Unidas (Unctad) urgía a repensar "la suposición 
convencional de que desmantelar todos los obstáculos transfronterizos a los
flujos de capital privado es la mejor receta para que los países avancen en su
desarrollo económico". Quienes apoyan un "new deal" verde
-políticas monetarias y fiscales expansioniarias destinadas a impulsar las
energías renovables y apoyar a las empresas que desarrollan tecnologías
medioambientales- afirman que debería haberse utilizado el ajuste cuantitativo
[imprimir moneda y ponerla en circulación] para apoyar la inversión sostenible
y productiva en lugar de volver a hinchar los precios de los activos. Si la
causa de raíz de la crisis financiera estuvo en los desequilibrios de
la economía global provocados por la búsqueda de mayores beneficios, la reforma
real exigirá salarios reales más altos en Occidente, de modo que los consumidores
dependan menos de la deuda. Eso significa un desplazamiento en el equilibrio de
poder entre trabajo y capital; significa también repensar el modelo de
capitalismo de accionistas.

Por último están quienes creen que
cualquier reforma convencional está destinada a fracasar porque cualquier
modelo basado en el crecimiento está reñido con la viabilidad del planeta.

¿Dónde está hoy el centro político
de gravedad? En algún sitio entre la opción dos y tres. Eso no sólo representa
una oportunidad perdida sino una profunda falta de juicio.

Se están sembrando las semillas de
la próxima crisis. Aquí mismo, ahora mismo. 

NOTA T.:
[1]
Long Term
Capital Management, fundada por John Meriwether, afamado operador
financiero procedente de Salomon Brothers, se jactaba de contar con dos
premios Nobel de Economía, Myron Scholes y Robert Merton, en su
junta. Mientras LCTM adivinó correctamente la orientación de los precios, ganó
dinero. En un principio disfrutó de rendimientos medios de un 33% anual,
al operar en posiciones muy apalancadas con grandes cantidades de
valores prestados por bancos comerciales y de inversión, con el fin
de aprovechar pequeñas discrepancias en los precios relativos de instrumentos
como bonos, swaps y opciones, así como acciones y derivados . Cuando
en agosto de 1998 Rusia devaluó el rublo y declaró una moratoria sobre
los bonos del Estado, se produjo una huida masiva de los inversores
en mercados de riesgo a instrumentos más seguros como los bonos del tesoro
norteamericanos. Con el nerviosismo del mercado, los inversores reclamaron su
dinero a LCTM. El fondo no pudo devolverlo, pues sus responsabilidades
excedían con mucho a sus activos (un descubierto equivalente a 28 veces
sus activos). Temerosas de las repercusiones, las autoridades financieras
norteamericanas intervinieron para garantizar una devolución ordenada del
dinero de los inversores.   

Larry Elliott dirige la sección
de economía del diario británico The Guardian.

Traducción para www.sinpermiso.info:
Lucas Antón

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Fuente:
The Guardian, 2 de noviembre

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