Unión Europea: ha de ser lo que no puede ser

Michael R. Krätke

21/03/2010

Los ministros de economía europeos se ponen de acuerdo en unas medidas de ayuda a Grecia en un momento en que la eurozona se ve amenazada por peligros que tocan a su propia existencia.

Palabras fuertes y tonos graves vienen de Bruselas: los ministros de economía de los 16 países de la eurozona se han reunido, observados de cerca por los clientes de los mercados financieros. Al final, un plan de ayuda; un gesto para ayudar a Atenas, en caso de caída, con hasta 25 mil millones de euros. Difícilmente bastará. Hasta fines de 2010 Grecia está obligada a refinanciar 55 mil millones en créditos. En enero y en febrero los créditos griegos han sido recalificados al alza por causa de unos intereses notablemente incrementados. Los ministros de economía han respaldado ahora explícitamente al gobierno Papandreu: su política de de austeridad sería necesaria y conveniente. Política de símbolos, encaminada a dar buena impresión a los mercados financieros y a salvar las apariencias. El Tratado de Maastricht, que se atraviesa en el camino de una política económica y financiera común y encadena a todos a dogmas pueriles, no puede transgredirse oficialmente. Todavía no.

Demasiado tarde, y por mucho

Los signos son de todo punto inconfundibles: la eurozona se halla en la encrucijada. O cae el Pacto de Estabilidad y Crecimiento, o cae el Euro. Lo primero preocupa tan sólo a los ideólogos; lo segundo no puede permitírselo nadie, y menos que nadie Alemania, para cuya economía exportadora la disolución de la unión monetaria equivaldría a una catástrofe. El gobierno de Merkel sabe desde hace mucho tiempo que está obligado a ayudar a los socios de la eurozona con créditos y garantías crediticias. Así debe ser, de todas todas; pero, de acuerdo con el neciamente amordazante Tratado de Maastricht, no puede ser. La propuesta de fundar un Fondo Monetario Europeo ha de interpretarse en este contexto como una maniobra de distracción. Es demasiado tarde, y complicaría innecesariamente cualquier acción de ayuda. El Banco Central Europeo (BCE) tiene que apresurase ya a comprar –con el acuerdo de todos los euro-países— todos los empréstitos estatales de sus miembros, sin preocuparse de las desapoderadas reacciones y opiniones de las incompetentes agencias de calificación del riesgo. Y también los propios euro-países han de poder emitir sin más euro-deuda, la cual, de existir, sería aceptada con una reverencia por los mercados financieros.  

Por vez primera

¿Significaría eso un punto de inflexión en el camino hacia una política económica medianamente común en la Unión Europea? Los franceses –de reacciones inveteradamente rápidas— exigen un debate sobre el conjunto de los desequilibrios que han ido acumulándose en la eurozona, no sólo sobre los déficits presupuestarios. Eso afecta, por lo pronto, a los alemanes, quienes, merced a una desvergonzada política de dumping salarial y fiscal, han venido experimentado en los últimos años enormes superávits en su comercio exterior a costa de otros Estados de la UE. Se exigen correcciones; nuestros vecinos se inmiscuyen en la política económica alemana, y llevan razón. Incluso tienen éxito. La República Federal tuvo que dejar caer su estricta negativa a las ayudas financieras a Grecia, porque comprendió que nadie podría escapara a una crisis aguda del euro. Por eso está cambiando también la retórica política. Por vez primera, la propia Angela Merkel se ha avilantado a exigir el primado de la política sobre los mercados financieros. Por vez primera,  se ha puesto públicamente en duda la sabiduría de las agencias calificadoras del riesgo. Por vez primera se ha amenazado con poner coto a la especulación con los seguros para créditos fallidos, una especulación de la que se sirve el ataque al euro y a la libra esterlina. Pero los actores principales de este drama buscan sortear el Pacto de Estabilidad y Crecimiento, sin echar todavía por la borda al Pacto mismo y al conjunto de dogmas neoliberales. Todavía.

La introducción del euro tiene consecuencias políticas a las que, en la aguda crisis actual, nadie puede ya substraerse. En una unión monetaria, las finanzas públicas, lo mismo que el comercio exterior, no pueden dejar de ser objeto de una política común que a todos concierne. Por eso se puede regatear, como ocurre en la compensación financiera dentro de un Estado federal. Lo que se necesita es valor y sentido común en los euro-países para emprender una acción solidaria ante la crisis.

Michael R. Krätke, miembro del Consejo Editorial de SINPERMISO, es profesor de política económica y derecho fiscal en la Universidad de Ámsterdam, investigador asociado al Instituto Internacional de Historia Social de esa misma ciudad y catedrático de economía política y director del Instituto de Estudios Superiores de la Universidad de Lancaster en el Reino Unido.

Fuente:
Freitag, 18 marzo 2010

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