Filosofía antigua, pederastia y moral cristiana

Michael Groneberg

04/04/2010

Tomemos el diálogo de Platón El banquete (aunque mejor sería traducirlo por La bacanal). Se ha citado desde hace siglos para disculpar al pederasta animado por un eros pedagógico. Un gran malentendido. Platón describe la conversación que sobre el amor mantuvieron una serie de personalidades reales de Atenas, Sócrates entre otros, en el año 416 antes de Cristo. Los hombres pasan todos de los 30, salvo Agathon, quien, a sus 29 años, lleva 16 de amistad con el viejo Pausanias (desde cuándo hasta cuándo mantuvieron relaciones sexuales, no se sabe).

Platón no es ingenuo; ya sabe: quien ama, desea también proximidad carnal, quiere sexo. Pero su pregunta es qué se quiere realmente cuando se ama. Para el actual debate sobre los abusos resulta interesante el discurso de Pausanias. Platón pinta su figura como la de un aristócrata arrogante y redicho que compara las costumbres de Atenas con las de dondequiera para presentar la cuestión de cuándo es apropiado ceder a las solicitudes de un hombre mayor. Allí donde eso se rechaza de todo punto, se fortalece la tiranía: demasiado amor y demasiada amistad entre los súbditos resultan peligrosos para quienes ostentan poder. Pero allí donde, en el otro extremo, se permite sin reservas, se escatima el esfuerzo en la solicitud.

Pausanias se queja de que muchos hombres –las mujeres no tenían oficialmente nada que decir— se enamoren de muchachos y mantengan relaciones con ellos, abandonándolos luego, tan pronto empieza a despuntar el bozo, para buscarse otro más joven: Platón describe en su diálogo una realidad inveterada. Pero Pausanias objeta a eso que ningún hombre con entendimiento puede entregarse a muchachos tan jóvenes sin querer saber qué será de ellos. Quien no puede represar su deseo, a ése se le debe prohibir por ley. Así pues, la pedofilia queda rechazada.

Saber a través de la experiencia

Pausanias inquiere luego cómo habría de ser la mejor relación amorosa entre viejo y joven. Lo que contempla son relaciones de larga duración, pues las buena relaciones pederásticas (παιδεραστία) proseguirán hasta avanzada edad. Sólo hay dos motivos para  embarcarse en ellas (y, con ellas, también en el sexo): enamoramiento y educación de la virtud. No puro placer (demasiado “democrático”); tampoco la entrega a trueque de promesas de poder, dinero o cargos es legítima, sino sólo la adquisición de saber a través de la experiencia. Sólo resulta aceptable una relación en la que se den ambas cosas, y es a saber: la disposición del más viejo a dejar que el joven saque provecho de su “sabiduría y la voluntad de aprender del más joven.

Con su crítica de la realidad de entonces, Pausanias desarrolla un ideal de pederastia. “Dame sabiduría, que yo te doy sexo”: esta proposición de un intercambio mercantil rebasaba con mucho los usos aceptados del momento, por ejemplo, el de sexo (con o sin posibilidad de fecundación) a trueque de un hogar seguro. Pero Platón reprobará también ese tipo de tratos, como lo ejemplifica el Sócrates que rechaza al atractivo Alcibíades, 20 años más joven.

Alcibíades, que luego habría de convertirse en un gran general, estratega y político, ofrece a Sócrates un trato así, para sacar provecho de su sabiduría. A Sócrates no le basta. ¿Cómo hay que entender esta negativa? Platón no rechaza el sexo como tal (la interpretación del “amor platónico”, que excluye totalmente el sexo, está impregnada por siglos de moral cristiana), sino el sexo como objeto de intercambio. El amor es para él más que una relación de mutua utilidad.

Queda la pedagogía. En la figura de Diotima, diosa de la fertilidad (la única figura femenina del drama), Platón deja que el eros pedagógico tome la palabra: quien ama, quiere algo más que estar para siempre junto al otro. Quiere crear algo con él. El amor nos anima a poner por obra el bien en el mundo, y en esa medida es pedagógico, o mejor aún, psicagógico: conduce el “alma” a lo más alto. Platón no dice, pues, que la pedagogía deba ser erótica, sino que el amor debe ser exigente.

En el mejor de los casos, y merced a la exigencia, se consigue atraer al otro hacia sí, elevándolo; en el peor, se le deja atraer. Como Sócrates con Alcibíades.

Michael Groneberg enseña filosofía en la Universidad de Lausanne. Está a punto de aparecer su nueva traducción del Banquete de Platón.

Traducción para www.sinpermiso,info: Miguel de Puñoenrostro

Fuente:
Freitag, 1 abril 2010

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