Italia: el Reino del Norte

Marco Revelli

11/04/2010

Así pues, el Piamonte ha sido anexionado al lombardo–véneto. En vísperas del 150 aniversario de la Unidad de Italia ha fracasado el carácter simbólico de su propio papel histórico, como si la Segunda Guerra de independencia hubiese sido perdida. Como si en Solferino y San Martino hubiesen vencido los otros. De hecho, apenas terminado el recuento de votos, Zaia y Cota, al unísono, se apresuran a proclamar la alianza con el Papa Rey de acento habsbúrguico, pasando por encima del cuerpo de las mujeres y sobre el texto de una ley de la República

Sin duda, este es el dato central de las elecciones. El hecho que, guste o no guste a Pier Luigi Versani,  da la medida cabal de la derrota del centro izquierda: la “caída” del Piamonte. Porque, con ella, la Liga, ocupando con sus propios hombres tanto el Nordeste como en Noroeste, ha aumentado el ya fuerte peso que posee en Lombardía, unifica bajo las propias banderas casi todo el Norte. “Gobierna”, de hecho, la Padania. Puede decir –y así es, en efecto- que no solo ha ganado dos administraciones regionales de la República, sino que ha conquistado “un reino”: el más “pesado” de la península. De ahora en más, la geografía política italiana ya no será la misma

El segundo hecho crucial para leer lo que ha sucedido es que Berlusconi no ha perdido. Así pues, y dadas las circunstancias, ha vencido de forma flagrante. Absolutamente nada, pero nada, de lo que él es y de lo que hace, era desconocido. Todos sus vicios, tanto los privados como los públicos, eran conocidos. Escritos en los papeles de los jueces y en las páginas de los diarios. Y sin embargo, no solo no se ha hundido, tal como hubiese sido natural esperarse, sino que ha terminado por  dominar. Su “relato” –siempre una narración de sí mismo—  continúa siendo la narración prevaleciente. La auténtica “biografía nacional”. Cada uno de esos vicios y de esos hechos hubiera bastado por sí solo, en cualquier otro país normal, para sentenciar el final de cualquier político. Con seguridad, el de cualquier jefe de Estado. Aquí, no. Y ahora, tras el baño electoral, aquellos vicios y aquellos hechos se convierten en “norma”, porque como se sabe –como nos enseñaron los años veinte y treinta del siglo pasado— la ilegalidad  impune y la perversión aceptada por presión popular se transforman en legitimación. No es sólo que lo inaceptable pase a ser aceptado; es que troca en una forma del sentido común prevalente. Es un atributo de la soberanía

Cierto –se concederá—,  Berlusconi se ha llevado a casa la piel, pero ha perdido el partido. Y así es. En su lucha por la supervivencia, ha puesto sobre el tapete sólo y exclusivamente su propia persona. Mejor dicho, su propia cara. Su propio Ego anormal. Lo que ha buscado –y por desgracia, obtenido— es un plebiscito sobre sí mismo. Pero ha revelado también el vacío político que  tiene en torno a sí mismo, intramuros. Muchos –tantísimos, verdaderamente—, siervos; pocos, casi ninguno, políticos. El Pdl  [el Partido de la Libertad, de Berlusconi; T.] ha revelado ser una corte, por un lado; y un amasijo de intereses y de retazos de identidad, por otro. Sometido a la prueba del voto, lo que en las intenciones habría debido convertirse en el partido hegemónico de la derecha, ha implotado miserablemente.

El Pdl ha revelado su propia inconsistencia organizativa (hasta el extremo de la incapacidad de realizar las operaciones más banales para un partido político, tales como la presentación de la lista). Y la propia inactividad identitaria y política, tan viscosa, capaz de haber neutralizado sin embargo la identidad fuerte de lo que había sido hasta ahora un verdadero partido, es decir, An [la Alianza Nacional, el partido del exneofascista Fini; T.].

Exactamente como el Pd [el Partido Democrático, de centro y centroizquierda; T.], inerte, inerte ante el juego entrecruzado de notabilidades internas y de pasadas historias personales y colectivas, incapaz de movilizar pasiones y de ennoblecer intereses. Sobre todo exangüe, carente de una propia corporeidad social, de un pueblo propio, de una propia gente en nombre de la cual hablar y por la cual ser reconocido. Prisionero de la era del vacío que con su propio nacimiento ha inaugurado

Y es este el tercer dato relevante: el fracaso de la operación emprendida en el verano-otoño del 2007, con la proclama desde el estribo, por una parte, y con la kermés mediatico-plebiscitaria veltroniana en la preparación de las primarias del aún no nacido Pd, por la otra. Aquella tenía, explícitamente, el objetivo de rediseñar la arquitectura del sistema político e institucional italiano en torno a la centralidad de un bipartidismo con alta vocación hegemónica. De superar el obstáculo en el que se había encallado la denominada segunda República mediante una radical simplificación del sistema de partidos en torno al doble polo Pdl–Pd. Dos identidades –es bueno recordarlo— que se autodeclaraban nuevas, en curso de impresión, podríamos decir. Y que –en su énfasis de la retórica “nuevista”— se presentaban como algo inédito. A aquellas dos incógnitas le era encomendada –de modo por completo irresponsable— la tarea ímproba de volver a trazar en forma constituyente el perfil de nuestro orden institucional, según la lógica de una partida de póquer en la que se apostara “a ciegas”

Hoy sabemos que aquellas dos identidades que hubieran debido convertirse en partidos, en realidad no llegaron nunca a existir. Que la producción liofilizada del Pdl y la fusión fría del Pd se quedaron de alguna manera a medias, poniendo en escena dos ectoplasmas inciertos respecto de su propia forma. Afectados por su contenido heterogéneo, que no se llegó a transformar en amalgama: meros aglomerados de grupos en explícita competición interna. Es significativo que sean muchas, tanto en un campo como en el otro, las víctimas del “fuego amigo”, desde el ministro Brunetta (que ha desertado de la Liga)  a la gobernadora Bresso ( hundida más por las desidias internas que por las veleidades que tuvo)…pero es aún más relevante el hecho de que tanto por parte del Pdl como del Pd, de forma bipartidista y simétrica, se han perdido casi tres millones de votos que faltan a la llamada: cosa aún comprensible en alguna medida en el caso del Pdl, respecto del cual al menos una parte del electorado moderado puede haberse disgustado debido a los excesos de su líder. Pero es bastante menos  explicable en el caso del Pd, que hubiera debido capitalizar la impresentabilidad de su adversario, haciéndose con el santo y la limosna, con independencia de sus propios méritos

Si incluso  en estas circunstancias su propio electorado le ha abandonado,  al menos en parte, debe haber sido verdaderamente muy elevado su potencial “repelente”. El “efecto-decepción” que él mismo ha alimentado: el sentido de indiferencia,  de autorreferencialidad, de algún modo, de arrogancia y a la vez de distanciamiento de su clase política. Su lejanía respecto de los territorios y de la gente que los habita. Su incapacidad de hablar un lenguaje compartido y de diseñar un horizonte de valores creíbles y comunes. El Bersani que, en directo televisivo, reivindica el mérito de haber “invertido la tendencia”  aludiendo a una cierta victoria, mientras todo su pueblo, el que lo ha votado, está tronzado a consecuencia del sufrimiento y de la consciencia de derrota histórica, resulta emblemático del abismo excavado entre la clase política y su pueblo. De la incapacidad de hablar la misma lengua y de compartir el mismo universo de sentido. Esto nos dice mucho sobre una dirigencia de partido capaz tan solo de mirar hacia dentro (y de guardarse las espaldas), preocupada más de parar el golpe de los adversarios del propio partido, que de ver lo que sucede en el mundo exterior, símbolo viviente de un éxodo, dramático, de la política de la izquierda lejos de los lugares de la vida cotidiana

Sobre este terreno institucionalmente licuificado  permanecen solo dos cuerpos: el cuerpo solitario de El Jefe, que se ha sobrevivido milagrosamente a sí mismo y al “juicio de dios”, por él mismo invocado; y el corpachón colectivo de la Liga, amasado de sangre y tierra.

Carisma de sátrapa, y milicias territoriales de ruda raza padana. Dictarán los modos y los tiempos de la transición. Y no será un camino de rosas. El trienio que nos espera no estará marcado por la agonía del berlusconismo, enmarcado en una pacífica vuelta a la normalidad. Y  aún menos que menos –es casi una obviedad---, en el debate civil sobre las reformas. Igual da que se lo digamos.

Marco Revelli, antiguo militante del autonomismo obrero italiano y celebrado estudioso del fordismo y el postfordismo, es profesor de ciencia política en la Universidad de Turín. Sus dos últimos libros más debatidos son La sinistra sociale (una investigación muy importante sobre el tránsito del capitalismo fordista al postfordista y la evolución de las bases sociales de la izquierda) y Más allá del siglo XX (traducido al castellano y publicado por la editorial El Viejo Topo, Barcelona, 2003).

Traducción para www.sinpermiso.info: Joaquín Miras

Fuente:
Il Manifesto, 4 de abril 2010

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