Dos dramas soviéticos en Londres

Michael Billington

18/04/2010

I La guardia blanca

[Lyttleton Theatre, Londres]   

Howard Davies es nuestro mejor director de dramas rusos. Después del Quemado por el sol [1] del año pasado, nos da ahora una impresionante producción de la versión escénica realizada en 1926 por Mijaíl Bulgákov [2] de su novela acerca de un grupo de simpatizantes zaristas fatalmente condenados que viven en Ucrania durante una violenta convulsión nacional. Nunca había visto antes captar de modo tan gráfico el caos de la guerra civil en un escenario británico.   

Bulgákov se centra en la familia Turbin [3] y sus amigos atrapados en Kiev en 1918, testigos de cómo su mundo se desmorona. Los alemanes, que han designado a su propio gobernante títere, empiezan a huir a Berlín. Un ejército nacionalista ucraniano sediento de sangre avanza sobre Kiev. Y en pos de ellos vienen los bolcheviques. Es una sociedad que se desintegra y en la que los Turbin se aferran a sus ideales de honor, hospitalidad y lealtad familiar. Pero la figura fundamental es Elena, que, a lo largo de la obra, ve a su marido pasarse a los alemanes, pierde a sus hermanos de la Guardia Blanca [4] en la guerra, y se vuelve en busca de apoyo hacia un cobarde casanova local. Cuando Elena y la familia Turbin escuchan los ominosos sones de los tambores del Ejército Rojo, comprenden que su mundo se ha perdido para siempre.    

Bañar la obra en un cálido resplandor de sentimentalidad nostálgica podría haber sido una tentación. Pero tanto la producción de Davis como la nueva versión de Andrew Upton ponen con brillantez de relieve el absurdo que late bajo el heroísmo. Cuando Daniel Flynn, que interpreta al hermano mayor de Elena, Alexei, anuncia que el futuro no reserva más que odio "nacido de la soledad y la frustración", niega toda posibilidad de progreso histórico. Y aunque Alexei muera con valor, hay algo de farsa en la anarquía a tiros con la que se recibe su intento de licenciar a su regimiento. El mismo Bulgákov apunta también sagazmente que hasta los barcos que se hunden tienen sus supervivientes. El ejemplo principal es el amante de Elena, maravillosamente interpretado por Conleth Hill como el arquetípico camaleón: dándose cuenta de que los bolcheviques van a acabar triunfando, se marcha a Moscú sin pensar en nada ni en nadie para conseguir un trabajo en la ópera y regresa con un largo abrigo que describe como la "esencia del proleta".   

Al mezclar lo cómico con lo elegiaco, la producción muestra cómo habría sido si el grupo de Bloomsbury se hubiera visto envuelto sin comerlo ni beberlo en la guerra civil de Bosnia. Con un extenso elenco, contiene asimismo sorprendentes interpretaciones individuales. La Elena que interpreta Justine Mitchell se deleita en su propia capacidad de seducción, Pip Carter está conmovedor y divertido en su papel de  primo torpemente inoportuno que cae bajo su hechizo, y Paul Higgins está adecuadamente maníaco como un capitán que trasiega vodka. Pero buena parte de su éxito se debe al diseño de Bunny Christie, la iluminación de Neil Austin y el sonido de Christopher Shutt, que nos transportan de las espaciosas habitaciones de los Turbin al turbulento frente de batalla con una destreza que muestra cómo hasta el caos puede captarse teatralmente.     
 

II A Model for Mankind

[Cock Tavern Theatre, Kilburn, Londres]

Los días en que no presenta su aclamada versión reducida de La bohème, esta minúscula sala de un pub de Kilburn [distrito londinense de la zona noroeste de la ciudad] ofrece una versión bastante distinta de la vida artística. Esta nueva obra del norteamericano James Sheldon, antiguo banquero de inversiones, se acerca a la torturada vida creativa de Dimitri Shostakovich. Y, si bien la pieza es enrevesada estructuralmente, ofrece una imagen viva del insidioso impacto de la tiranía sobre la existencia del artista.   

El armazón exterior de la obra consiste en el testimonio presentado en 1979 ante un subcomité soviético por Anton Albedov, el mejor amigo, además de médico, de Shostakovich. El propósito del comité está bien claro: demostrar que las escépticas memorias del compositor, publicadas en Nueva York, son una falsificación, y que siempre fue un leal servidor del Estado, dispuesto a vender a un poeta disidente, Issak Bashevsky (Jonathan Bonnici), a las autoridades.    

Sólo que la obra retrocede entonces en el tiempo, a los años entre 1927 y 1953, para mostrar los verdaderos recuerdos que tiene Anton de Shostakovich. Lo que surge es un complejo retrato de un hombre sometido a presión tanto por los artistas renegados como por el Estado, pero incapaz en última instancia de un acto de traición privada.   

Lo mejor de Sheldon es su recreación de la locura febril de los años de Stalin: tal como nos recuerda Anton, se asumía que hasta los doctores terminarían siendo superfluos, pues el fin de la lucha de clases traería consigo la eliminación de la enfermedad.      

La obra evoca también la conmoción que supuso para el sistema de Shostakovich oír su gran ópera, Lady Macbeth de Mtsensk, denunciada in 1936 como "una turbamulta deliberadamente discordante de sonidos".  

Pero, aunque resulta saludable acordarse del pasado soviético, Sheldon se atasca en la cuestión del si lo hizo o no lo hizo en torno a si Shostakovich traicionó a Issak. A diferencia de la pregunta de si el Salieri de Shaffer [en Amadeus] mató a Mozart, no resulta lo bastante sólida como para sostener la obra. Y al tiempo, ojalá Sheldon le hubiera prestado más atención a la música de verdad, puesto que, como escribió en cierta ocasión Andrew Porter: "Las sinfonías de Shostakovich son la biografía pública de un gran músico en relación al arte soviético".  

Pero Blanche McIntyre, que acaba de dirigir el Molière [5] de Bulgakov, que también trataba  del artista en una autocracia, clarifica la cuestión central de los dilemas cotidianos a los que se enfrentaba Shostakovich.  

La interpretación es excepcionalmente buena. Richard Keightley convierte al compositor en una figura plausiblemente acosada, atormentada por su conciencia; Paul Brendan es todo sensata truculencia como el doctor que testifica, y Shereen Martineau hace un eficaz doblete como abogada y traductora-amante de Shostakovich. Sheldon, relativo novicio en el teatro, ha tratado de meter demasiados cosas. Pero puedo perdonarle a la obra sus defectos por su disponibilidad a tratar grandes cuestiones en una pequeña sala de Kilburn.     

[Deborah Klayman, crítico de thepublicreviews añade: "El diseño de Lucy Read’s resulta muy eficaz, al sacarle el mayor partido a un espacio tan íntimo y permitir la proyección de imágenes y películas en la pared del fondo, lo cual ayuda a seguir una cronología a veces complicada, pues fechas y lugares se proyectan asimismo al inicio de las escenas. Recurriendo sólo a cambios mínimos de escena y vestuario para no distraer de la escena, la dirección de McIntyre da sentido a la compleja estructura escénica. El material filmado es obra de Adam Tyler, y uno de los momentos cumbre de la obra se produce cuando se proyecta el asesinato de Bashevsky sobre el fondo mientras el actor que lo interpreta, Bonnici, se queda mirando con el torso desnudo".]

NOTAS T.: [1] Se trata de la adaptación a la escena realizada por Peter Flannery de la conocida película de 1994 de Nikita Mijálkov, premiada en Cannes (Gran Premio del Jurado) y en Hollywood (Oscar a la mejor película extranjera). Quemado por el sol narra un idílico episodio familiar convertido en angustioso horror de las purgas estalinistas de los años 30 en el Ejército Rojo. El título Утомлённые солнцем, Utomlyonnye solntsem, significa literalmente Sol cansado, versión rusa de un famoso tango polaco popularizada en aquellos años.  [2] Mijaíl Bulgákov (1891-1940), uno de los máximos escritores de lengua rusa en la primera época soviética, es el autor de la celebérrima El maestro y Margarita. [Alianza Editorial, Madrid, 2005] Bulgákov es también conocido por haber escrito una carta directamente a Stalin en 1938 en la que solicitaba emigrar, lo que motivó un telefonazo del dictador pidiéndole explicaciones. [3] La adaptación la publicó en España en 2002 la Asociación de Directores de Escena con su título ruso original, Los días de los Turbin.   Es interesante lo que en http://anaqueliespana.es/documentos/gbulgak03.html escribe Aglaia: "Estrenada en 1926 por el Teatro del Arte de Moscú fue adorada por el público y denostada por los sectores oficialistas que acusaron al autor de realizar una apología de los blancos y apoyar, de este modo, la contrarrevolución. Prohibida en 1929, volvió a los escenarios, por órdenes del mismísimo Stalin, tras una carta de Bulgakov que aseguraba la inocencia ideológica del texto. 
De esta obra, Walter Benjamín, escribía: Hoy, en el programa, Los días de los Turbin, dirigida por Stanislavski. Decoración naturalista, particularmente bella, la representación sin defectos ni méritos especiales, el drama de Bulgákov es una provocación escandalosa. Sobre todo el último acto, donde los guardias blancos se pasan al bando bolchevique, es tan insulso en cuanto a invención dramática como falso en su concepción. La oposición de los comunistas a la representación es justificada y significativa. Ninguna importancia tiene para la valoración de la obra si el último acto fue añadido por sugestión de la censura, como sospecha Reich (Bernhard Reich, director de teatro alemán amigo de Benjamín) o si ya existía en el original. El público es visiblemente diferente al que he visto en otros teatros. Se puede decir que no había ningún comunista en la sala. Pese a tan dura crítica, la obra se sostuvo cuatro años por orden de Stalin, gran aficionado al teatro que, de acuerdo a los archivos del Teatro del Arte de Moscú, acudió quince veces a verla".   [4] Se da la circunstancia de que los hermanos de Bulgákov se alistaron en el Ejército Blanco durante la guerra cicil y terminaron exiliados en París.  [5] Vida del señor de Molière, Barcelona, Montesinos, 1983   

Michael Billington es crítico teatral y escribe en el diario británico The Guardian.

Traducción para www.
sinpermiso.info
:
Lucas Antón 

   
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Fuente:
The Guardian, 30 marzo 2010
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