La crisis griega y los economistas

Dean Baker

09/05/2010

En su Teoría general, Keynes dijo guasonamente que el mundo está regido por ideas de economistas muertos hace mucho tiempo. Me acordé de esta broma cuando escuché a un parlamentario alemán replicar airadamente a la sugerencia de que el BCE (Banco Central Europeo) debería perseguir una tasa de inflación algo más elevada. Quien hizo la sugerencia fue Oliver Blanchard, uno de los más destacados macroeconomistas del mundo. Por lo demás, proponía un objetivo de mayor inflación en su calidad de economista en jefe del Fondo Monetario Internacional.

No hay nada intrínsecamente malo en discrepar de un economista, por excelente que sea o haya sido su trabajo. Pero lo que resultaba llamativa era la naturaleza de la discrepancia. El parlamentario se limitó a reponer: “la inflación nunca ha resuelto nada”.

Es una enormidad de juicio. ¿Se lo dijeron sus padres? O, como decíamos en el Chicago de mi infancia, “¿te lo contó tu mama?”.

Blanchard y otros que abogan por un objetivo de mayor inflación disponen de buenas razones para argüir que una mayor inflación podría resultar de mucha ayuda para resolver la crisis económica mundial. Para empezar, una tasa mayor de inflación erosionaría el valor real de la deuda. Eso beneficiaría a todos los deudores, hogares, empresas y países.

En el caso de los hogares, decenas de millones de propietarios de vivienda, en los EEUU y en todas partes, han visto desaparecer buena parte de sus activos con el colapso de la burbuja inmobiliaria. Una tasa modesta de inflación comenzaría a elevar los precios de las viviendas, restaurando el valor de los activos de esas familias. También reduciría la carga que representan sus pagos hipotecarios mensuales, si los salarios crecieran acordes con la inflación. Eso no sólo sería beneficioso para esas familias; una carga deudora aligerada permitiría a las familias gastar más, lo que ayudaría a recuperar la economía.

Lo mismo vale para muchas empresas que ahora se enfrentan a cargar deudoras insoportables. Además, el saber que los precios de los bienes que venden subirán un 3-4% anual les haría más atractiva la inversión.  

Por último, una tasa moderada de inflación puede contribuir mucho a aliviar la carga deudora soportada hoy por muchos países. En 10 años, una tasa de inflación del 3% reduciría el valor real de la deuda en un 26%; una inflación del 4%, en un 34%. La modesta inflación de los años 40, 50 y 60 fue un factor de gran importancia en punto a hacer razonablemente manejable la gigantesca deuda contraída por los EEUU en la II Guerra Mundial.

La inflación puede también ser de mucha ayuda para permitir a los países de la eurozona con costes laborales excesivos (por ejemplo, Grecia, Portugal y España) y ajustar más esos costes. Si los salarios de los países más competitivos se mantienen a la par con, o aun exceden, la inflación de la eurozona, mientas que los salarios de los países en apuros no crecen tan rápidamente, entonces eso contribuiría a a que estos últimos restauraran más rápidamente sus niveles de competitividad.

Este tipo de argumentos son los que Blanchard y otros han avanzado a favor de permitir una tasa de inflación algo más elevada. Pero al parlamentario alemán eso le traía sin cuidado, porque, de una u otra forma, él ya sabía que “la inflación nunca ha resuelto nada”.

Las políticas fundadas en asertos irreflexivos (dimanantes de enseñanzas de economuistas muertos hace mucho) serán tan destructivas hoy como lo fueron en la primera Gran Depresión. En Europa, diríase que este drama se está representando con el propósito de dañar realmente a Grecia. No ofrece duda: Grecia tiene que poner orden en su caos fiscal. (¿Hay alguna razón por la que nadie abogue ahora por un programa de amnistía fiscal como forma de reducir la deuda griega y mostrar que se va en serio en punto a terminar con la evasión fiscal global?) Sin embargo, se espera que equilibre su presupuesto precisamente en medio de la peor crisis de los últimos 70 años.

Lo mismo vale para Portugal, España y otras economías europeas en apuros. Políticas de tipos contractivo en esos países lo único que harán será empeorar su crisis y, de hecho, empeorar también las perspectivas de los países financieramente saneados. Menos importaciones españolas y griegas significan menos exportaciones alemanas y francesas. Por lo demás, una presión bajista lo suficientemente intensa sobre esas economías traerá verosímilmente consigo en algún momento una reestructuración de la deuda. La carga de la deuda crece, a medida que las economías encogen, y tal parece ser el plan que se ha trazado el centro económico de Europa.

Podría haber cierta justicia en el hecho de que los planes de austeridad diseñados por Alemania terminen vengándose de ella, pero sería mucho mejor ver a los alemanes concibiendo políticas económicas racionales. Tal hubiera alguna excusa en los años 30 para las malas políticas económicas; después de todo, Keynes no había publicado todavía la Teoría general (que apareció en 1937). Pero no hay la menor excusa ne nuestros días: las ideas de Keynes se conocen desde hace mucho y se han difundido ampliamente. Es una tragedia y un ultraje que las gentes que toman decisiones de política económica se limiten a repetir, tan gratuita como irreflexivamente, trasnochados clichés, en vez de poner empeño en diseñar políticas capaces de hacer frente a la crisis que está desarrollándose ante nuestras narices.

Dean Baker es codirector del Center for Economic and Policy Research (CEPR). Es autor de Plunder and Blunder: The Rise and Fall of the Bubble Economy y False Profits: Recoverying From the Bubble Economy. 

Traducción para www.sinpermiso.info: Mínima Estrella

Fuente:
The Guardian, 5 mayo 2010

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