Una representación de “La ópera de tres centavos” de Brecht: éxito y efecto

Rudolf Mast

17/05/2010

En el Hamburger Schauspielhaus se representa "La ópera de cuatro cuartos" de Berthold Brecht. Al final ,los espectadores se marchan entretenidos. ¿Pero era ése el objetivo de la obra?

La primera representación de La ópera de cuatro cuartos, de Bertolt Brecht y con música de Kurt Weil, fue en 1928 y cosechó un éxito abrumador del que hasta hoy la pieza no se ha recuperado, porque asfixió el esperado efecto que buscaban sus autores. Conociendo el problema, el Hamburger Schauspielhaus anunció el estreno del sábado pasado como el «intento por devolver a la obra su contenido» y de hecho aseguraba que lo haría de un «modo originalmente brechtiano: el extrañamiento (Verfremdung)». Esta intención no puede sorprender demasiado, porque sin esta serie de técnicas del teatro épico la pieza es impensable.

"Extrañamiento", dice la palabra, y una primera pista de ello la encontramos desde el comienzo: sobre  el proscenio tapizado de amarillo hay un pavimento de piedra, una asociación, para quien todavía se acuerde, de la consigna «bajo las pavesas, la playa» de la década de los setenta y que encuentra su confirmación cuando se abre el telón, porque todo el escenario es igual. Sobre él, apenas distinguibles del color del subsuelo, comparecen los actores. Vestidos de negro, alrededor de ellos los músicos interpretan "La balada de Mackie Messer", cantada por un niño que lleva una máscara de zorro (¿o era un ciervo?). El tiburón del que habla el discurso de la canción no estaba allí, así que se puede valorar la escena como extrañamiento. 

Rápidamente tiene uno la impresión como si la lista de efectos de extrañamiento en una tarde.  Ejemplos de ello se encuentran por todas partes, empezando por el vestuario (Heide Kastler), que consiste en lo esencial en un maquillaje colorista y un cinturón de seguridad que los actores llevan alrededor de la pelvis. Vestidos del mismo modo unisex, las figuras se distinguen solamente mediante matices como una pechera o un vestido de tul como el que se pone por encima Polly Peachum (Katja Danowski) en la boda con el gángster Mackie Messer (Tim Grobe). Así comienza la compleja historia que termina al final con Mackie como honorable miembro de la sociedad en lugar de en el patíbulo. Esta acción se presenta como si Brecht la hubiera escrito y hubiera vuelto con una revisión a la tarde siguiente. Si la obra pretende con ello «devolver de nuevo su contenido», entonces debe ponerse en cuestión teniendo en cuenta lo difícil que es descubrirlo en la dirección de actores. Las canciones que se interpretan se convierten en artísticas. En la escena tampoco el carácter seductor de la escenografía de Jarg Pataki se encuentra demasiado lejos.    

Un intento de distanciamiento lo representa no obstante claramente el andamio de la construcción en medio del escenario, situado entre dos pilones a modo de torre, que estabiliza la cabina de un ascensor (escenografía: Anna Börnsen). Muy apropiado para el acto de clemencia real que salva a Mackie de la horca, el ascensor eleva a toda la compañía al piso volante.

El valor de los actores a la hora de exponerse a esta ascensión merece respeto. En la imagen cuesta reconocer el vínculo con los misterios medievales del que habla el programa de mano, porque en las dos horas previas la construcción solamente sirve para trepar por ella. No se ha ganado nada en contenido, y si se ganó algo en los efectos, no fueron precisamente de extrañamiento, y al final de la tarde acaba convirtiéndose en aquello que no quería ser: un entretenimiento. Si le deparará el éxito o no es algo que veremos. Con los efectos de extrañamiento, en cualquier caso, no cabe contar.  

Rudolf Mast es crítico teatral en el semanario Freitag.

                                    Traducción para www.sinpermiso.info: Àngel Ferrero

Fuente:
Freitag, 3 de mayo de 2010

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