Pachamamismo ventrílocuo

Pablo Stefanoni

30/05/2010

Saludablemente, con enojo o sin él, se abrió un debate necesario sobre el pachamamismo, que movilizó argumentos y dejó en evidencia la consistencia o falta de ella de ciertos planteos. Lamentablemente, la mayoría de las respuestas pachamámicas a las dos columnas anteriores ("¿A dónde nos lleva el pachamamismo?", "Indianismo y pachamamismo") se proponen “ir más allᔠdel tema en sí, con lo que no responden a ninguna de las cuestiones puntuales allí propuestas y se vuelven generalidades sobre el pensamiento cartesiano y otras cuestiones que no tienen nada que ver con la discusión.

Otras se dedican, simplemente, a cuestionar mi "posición de sujeto" etnocéntrica, eurocéntrica, racista, monopensante e incluso –y sorprendentemente– cientificista (lo que no deja de resultar llamativo proviniendo de catedráticos universitarios, incluso de universidades de EE.UU.).

Pero más sintomático aún es que, para legitimarse, la mayoría de ellos hablen en nombre de los indígenas y subalternos del mundo entero, en una operación de ventrilocuismo a gran escala. Supongo que en ciertos espacios moderno-occidentales hablar en nombre de los indios es una buena fuente de capital simbólico. El periódico indianista Pukara ya puso en evidencia cómo muchos análisis sobre los indígenas como buenos ecologistas reproducen con otros términos las visiones coloniales del buen salvaje. Y el film Avatar, elogiado por varios de quienes me acusaron de racista, reproduce también bastante de eso, con el héroe blanco-americano salvando a unos desorientados (e ingenuos) indios na’vis.

Insisto, aunque seguramente algunos seguirán ignorando deshonestamente anteriores aclaraciones: cuando hablé de pachamamismo no me refería ni me refiero a los indígenas, ni a una corriente ideológica o intelectual definida, sino a un discurso difuso y vacío (proveniente de algunos, no todos, decoloniales, subalternistas y autonomistas, además de adherentes a otras corrientes postmodernas) sobre la Pachamama y una supuesta epistemología antimoderna, que construye una cosmovisión andina de salón, y ventrilocuea a los indígenas realmente existentes de quienes se atribuye su representación. En ninguna de las columnas me burlé de las ceremonias indígenas, que se imbrican –también hay que decirlo– en un catolicismo popular que permea el mundo indígena y que convive en tensión con masivas conversiones al evangelismo pentecostal, todo lo cual es demasiado empirista y/o descriptivista para los pachamámicos. Tampoco mi texto era una descalificación de la contracumbre de Tiquipaya sino acerca de los pasos en falso que el discurso pachamámico hueco nos llevará a dar si no discutimos sus contenidos. No vamos a enfrentar en serio a Copenhague con eso. Y los propios errores de Evo no son ajenos a cierta influencia de esa "corriente".

Por ejemplo Melanie Belanger me acusa de no entender nada de “la cosmovisión autóctona de la Pachamama” y dice que quiero ridiculizarla al mencionar que –según algunos– los derechos de las hormigas son más importante que los derechos humanos… al parecer no se enteró que esa es una cita literal del canciller David Choquehuanca, a quien la autora quizás nunca escuchó. Otras críticas (Hugo Blanco) apuntan a que sí hay luchas por el “vivir bien”, por ejemplo, frente a la minería tóxica. Y es cierto, pero también es cierto que en Argentina esas masivas y combativas luchas contra las transnacionales y el modelo extractivista son protagonizadas también por comunidades modernas y occidentales que no quieren que sus pueblos sean envenenados con cianuro.

El viceministro Raúl Prada responde con frases del estilo: “Desde esta perspectiva habría que acercarse a la cosmovisión de la pacha, al complejo configurativo de la alajpacha, espacio tiempo del pluriverso, de la acapacha, espacio-tiempo del lugar, del aquí y ahora, de la mancapacha, del espacio-tiempo interior, que puede también ser el subsuelo. Todas estas configuraciones se interrelacionan, interactúan y son interdependientes en el takpacha, la totalidad de los espacio-tiempos. Dependiendo desde donde se haga circular estas figuraciones, parece que el titi, el felino que cruza los puentes de los mundos, juega un papel simbólico de articulación, de tránsito, de movimiento”.

Hace unos años, Prada escribía en “La fuerza del acontecimiento” (Tiempos de rebelión, autores varios, Comuna, 2001): “Lo que en la tradición filosófica occidental se llama ser corresponde en el canto de los astros al sol, en los símbolos-animales fabulosos al león alado, lo que correspondería en los símbolos-animales terrestres al león normal, que también puede ser el águila, o en otras geografías culturales, al toro y al pavo real. Estas simbolizaciones corresponden musicalmente al sonido del fa”. Lo que recibió una larga respuesta de la antropóloga Alison Spedding:

“[Todo] esto quizás pasaría como aporte de un panfleto de los rosacrucianos, pero me es difícil entender qué tiene que ver con una 'Ontología originaria', título del acápite donde figura. Pero al menos Prada habría leído a Hegel y a otros filósofos occidentales, mientras que cuando se pone a hablar de 'la huella del Pacha' sin entender ni jota de idiomas nativos se llega más allá de la ridiculez.

[Escribe Prada] ‘La vinculación de pacha no se reduce a su connotación espacial sino también al tiempo: Nayra-pacha, jichha-pacha, kuna-pacha. Por otra parte, tiene una tercera connotación, también conocida, como dualidad, esto se hace evidente por su vinculación con paya, que implica al número dos... Quizás el sentido más pleno de pacha... es diferencia, en tanto y en cuanto se entienda diferencia como diferimiento y separación... una vez que se anuncia paya, rápidamente nos hace pensar en una relación de fuerzas, que sería Pa-ch'ama, como dos fuerzas haciendo la totalidad-Pacha’.

No consta --prosigue Spedding-- si Prada está hablando de aymara o quechua, dado que pacha en el (supuesto) sentido de tiempo-y-espacio figura en ambos, y de hecho en quechua tiene sólo ese significado (kay pacha como 'este mundo', ñawpa pacha 'el mundo de antes', el 'mundo antiguo', etc.) mientras que en aymara tiene varios homónimos. Por ejemplo, la frase kuna pacha en aymara sería entendido como la pregunta kunapachasa? ¿qué puede ser? (por ejemplo al escucharse un ruido súbito sin saber qué lo ha provocado), en este caso pacha proviene del tiempo verbal indiferencial y no tiene nada que ver con el sustantivo pacha. Los comentarios de Prada se dirigen aparentemente sólo a este último, entonces corresponderían más al quechua que al aymara, pero en quechua paya significa "mujer vieja, anciana" y no el número dos que es (no implica) paya en aymara.

Fonéticamente, el ch simple de pacha es totalmente distinto al glotalizado de ch'ama (fuerza, esfuerzo) y de ninguna manera podrían llegar a ser homónimos o derivados el uno del otro. Y de todos modos, incluso si el autor supiera de qué está hablando ¿qué tienen los conceptos de la naturaleza reproductora, la alteridad y el undsoweiter con el "nuevo levantamiento popular" con el que comienza su ensayo?".

Casualmente nadie respondió a los exabruptos sobre los ímpetus educativos de la Pachamama en Haití…

En fin, el pachamamismo es un buen negocio y es comprensible que muchos lo defiendan como tal. Incluso quienes pasaron con el mismo dogmatismo de Trostky o Mao a la filosofía new age / pachamámica, que -insisto- confunde todo, impide discutir/cuestionar seriamente el desarrollismo y no nos dice nada sobre el nuevo Estado, el nuevo modelo económico ni cómo mejorar, efectivamente, la vida de los históricamente excluidos y marginados. También oculta que los avances en ese sentido en Bolivia se vinculan más a ciertas políticas keynesianas/socialdemócratas/nacional-populares que a la aplicación de estos enredados juegos del lenguaje que aburrirían en dos minutos a cualquier indígena del Altiplano, los valles o la amazonía bolivianos.

Hay muchas y valiosas corrientes ecologistas, ecosocialistas, indianistas, alterglobalizadoras, ambientalistas consistentes a las que estos discursos le quitan cualquier seriedad si no se logra hacer la distinción.

Pablo Stefanoni es director de Le Monde Diplomatique en Bolivia y corresponsal en La Paz del diario argentino Clarín.

Fuente:
Rebelón, 28 mayo 2010

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