Moralidad, derecho penal y negocios empresariales. Entrevista

William K. Black

20/06/2010

William Black es profesor asociado de economía y derecho en la Universidad de Missouri-Kansas City. Ha sido director ejecutivo del Instituto para la Prevención del Fraude entre 2005 y 2007. Bill realiza una crítica muy directa de la actividad de nuestros reguladores, del sector bancario y de los cabecillas del mundo de los negocios. Seguramente ustedes habrán tenido noticia de él a través del Bill Moyer’s Journal o con motivo de su comparecencia en el Congreso de Estados Unidos, en la que puso en evidencia graves problemas relacionados con la rendición de cuentas y con la resistencia de las elites a responsabilizarse de sus acciones.  

Recientemente asistí a una reunión sobre procesos de decisión institucional y comportamiento de grupos. Diversos académicos presentaron resultados experimentales y modelos matemáticos para explicar cómo tomamos malas decisiones. Cuando pregunté acerca del papel que juega la moralidad en el proceso de toma de decisiones individuales se me dijo que sobre este asunto se había investigado poco y que por lo tanto poco podía decirse sobre el particular. 

De modo que me decidí a llamar a Bill Black. Pude reunirme con él en el curso de una conferencia organizada por el Gruter Institute for Law and Biology.

Brooke Allen: Acuñaste el término “fraude derivado del control”. ¿Nos podrías aclarar su significado? 

Bill: Sí, el fraude derivado del control ocurre cuando la gente que controla una entidad aparentemente legitimada, ya sea ésta privada, sin ánimo de lucro o gubernamental, la utiliza como instrumento para defraudar.  

Brooke: Parece que es algo muy común. 

Bill: En efecto, es algo abrumadoramente común. Resulta que el FBI acaba de anunciar que los delitos contra la propiedad han disminuido a cifras históricas, y una de las razones tiene que ver con que se contabilizan mal los delitos de cuello blanco. No se tiene en cuenta ninguna de las fechorías que causan pérdidas masivas. Cuando algo no se contabiliza al final acaba por no existir (al menos en lo que a las acciones que deberían emprenderse en su contra se refiere).  

Brooke: Hace poco estuve con un soldado que acababa de regresar de Afganistán; un chico inteligente de 20 años. Le pregunté: “¿Qué has aprendido?”. A lo que él respondió: “He aprendido a pedir disculpas y a dejar a un lado las excusas. Si tu fusil se atasca por haber descuidado su limpieza y matan a tu compañero porque no le has podido cubrir, lo que debes hacer es pedir disculpas a su viuda, no decir que el fusil atascado ha sido la causa de su muerte”. También me dijo: “Ahora veo a mi país como una nación incapaz de pedir disculpas, sólo veo excusas que se hacen pasar por razones”.

¿Cómo podemos creernos que podemos aducir excusas por el mero hecho de que, puesto que no hemos modelado matemáticamente la moralidad, entonces no podemos saber nada acerca de la misma? Este joven sabe algunas cosas importantes sobre moralidad. 

Bill: El general de brigada S.L.A. Marshall descubrió que la clave radicaba en la cohesión de las unidades pequeñas. En pro de tu pequeño grupo puedes llegar a realizar actos de una valentía asombrosa, e incluso puedes hacerlo por miembros de tu grupo a los que en realidad odias. Y lo mismo harán ellos por ti.

Lo que podemos observar en nuestras elites es una absoluta falta de voluntad para asumir responsabilidad alguna. Al hilo de la frase del soldado, lo cierto es que cuando alguien pide disculpas en serio no está diciendo: “Lamento que usted haya interpretado mis comentarios de un modo que le hayan podido molestar”, que es la no-disculpa típica que la gente suele utilizar hoy en día; algún problema previo debes tener si te sientes ofendida por el hecho de que tu marido haya sido abatido porque mi fusil se haya atascado. 

Brooke: Cursé  un master en finanzas y asistí a clases de ética que consistían básicamente en hablar de lo que es legal y no lo que es ético. Me quedé muy impresionado durante un curso sobre gestión del comportamiento organizativo en el que tratamos el asunto de los experimentos de Milgram. (Los experimentos realizados por Stanley Milgram en la Universidad de Yale mostraron que la mayoría de la gente sería capaz de someter a otras personas a una descarga eléctrica absoluta e indubitadamente letal cuando ejecuta esa acción a partir de las instrucciones recibidas por alguien investido con la autoridad apropiada en ese contexto).

En clase se realizaron simulaciones de los experimentos basadas en el supuesto de que sería  algo que no podría repetirse. Se nos obligaba a hablar de los experimentos pero se nos decía que no debíamos preocuparnos, puesto que no podríamos repetirlos. Pero, dándole vueltas al asunto uno se pregunta si no se trata en realidad de un experimento que se repite una y otra vez en el mundo real. Durante algún tiempo tuve dificultades para conciliar el sueño al acostarme: no podía evitar pensar en el comportamiento que había observado en todos nosotros. Me di cuenta de que los que cometieron atrocidades en la Segunda Guerra Mundial no eran alemanes en Alemania, sino humanos como nosotros, y que nosotros éramos capaces de hacer lo mismo. Esto, combinado con la cohesión de las unidades pequeñas (luchas por tus compañeros, no por tu causa) da lugar a una combinación increíblemente poderosa y aterradora a la vez, ¿no crees? 

Bill: Resulta extraño, pero tuve exactamente la misma experiencia. Se trata de la situación más pavorosa que haya vivido jamás y eso que, huelga decirlo, en la vida real he podido ver con todo detalle cosas mucho más horripilantes y violentas; al fin y al cabo sólo se trataba de un experimento. Mi miedo era: dios santo, ¿qué demonios habría sido capaz de hacer? Tengo claro lo que me gustaría hacer en esa situación pero cuando observas la filmación no puedes evitar hacerte esta pregunta. (Aquí Bill continuó hablándome de unos experimentos en la prisión de Stanford) Es por esto por lo que debemos autoimponernos enormes restricciones para evitar abusar de la gente a la que se le ha quitado poder, puesto que es humano incurrir en atropellos contra los débiles.

Puede que actualmente los psicólogos consideren poco ético realizar los experimentos de Milgram, pero parece que esto no es lo que piensan los productores de televisión. En 2006, un canal de televisión británico emitió un programa de entretenimiento llamado The Heist [“El atraco”] en el que un ilusionista, Darren Brown, empezaba con 13 hombre y mujeres de negocios y era capaz de, en sólo dos semanas, persuadir a cuatro de ellos para cometer lo que creían que era un auténtico robo a mano armada. Como parte del espectáculo resucitaron el experimento de Milgram a modo de examen para identificar a los cuatro participantes más obedientes a la autoridad. Darren obtuvo los mismos resultados que Milgram en el año 1963: más de un 50% de los sujetos administraron descargas que consideraban absolutamente letales por el simple motivo de que un hombre vestido con bata blanca se lo indicaba. Puede verse aquí un reportaje sobre el programa televisivo. [Milgram recogió sus experimentos en el volumen Obediencia a la autoridad: un punto de vista experimental, n. del t.]. 

Brooke: Yendo más allá,  ¿consideras que las escuelas de negocios enseñan bien ética? 

Bill: Cuando me puede la desazón suelo referirme a ellas como “fábricas de fraude”. Actualmente hacen un trabajo sencillamente miserable. Disponemos de datos empíricos que revelan que la gente que entra en las escuelas de negocios y se inscribe en programas de economía empresarial es materialmente menos altruista que la media de la población y que cuando obtiene el título esta tendencia aún está más acentuada (véase el artículo científico de Gintis and Khurana.) Así, mediante procesos de autoselección, formación y socialización entre iguales estamos produciendo personas a las que les resulta más fácil engañar a otras personas que hacerse cargo de ellas. De modo que sí, les enseñamos ética, esto no puede negarse, pero en realidad debería llamarse “anti-ética”. 

Brooke: Entonces, si quieres recibir una buena educación en ética debes tomar notas de forma diligente y luego hacer lo contrario de lo que te hayan contado. 

Bill: Sí, hay que poner un prefijo negativo a casi todo para definir lo que realmente ocurre. 

Luego le cuento a Bill que en una conversación que tuve con el profesor Mintzberg de la Universidad McGill, éste sostuvo que aunque haya la obligación moral de poner en evidencia la mala educación de los propios compañeros en modo alguno existe una obligación legal de hacerlo. Bill y yo continuamos debatiendo acerca de si una obligación moral es razón suficiente para rechazar realizar algo que es incorrecto y si puede decidirse sin siquiera someterlo a discusión. 

Bill: Así es. Se hace, y punto. No importa que sea o no plato de buen gusto, ni las excusas que uno pueda aducir, se hace y no hay más que hablar. Si no es ético no es una opción a considerar. 

Bill reflexiona sobre el hecho de que nuestras reglas sociales más elementales evitan que nos engañemos los unos a los otros: 

Bill: ¿Qué ocurre si me dices que mi trabajo tiene como fin maximizar los beneficios de los accionistas y que, si algo no es ilegal y en cambio es provechoso a corto plazo, entonces se supone que debo hacerlo incluso aun cuando sea inmoral? Bueno, pues si la regla a seguir es ésta, entonces habrás desarrollado una norma que destruirá los Estados Unidos de Norteamérica. 

Brooke: Una amiga mía psicóloga me cuenta que muchos de sus pacientes no tienen problemas psicológicos; lo que tienen son problemas morales. Quieren sentirse bien consigo mismos mientras engañan a sus esposas, fastidian a sus socios empresariales o roban a sus clientes, y que si ella no puede ayudarles mediante terapia oral quieren que les recete algún tipo de medicamento. Me dice: “No tienen problemas emocionales. El problema es que sus emociones funcionan perfectamente bien”. 

Bill: Exactamente. El problema es que no escuchan lo que les dice su cuerpo. Hay algo en su sistema que les está diciendo que lo que desean está muy mal. 

Brooke: Un tipo presenta una solicitud para trabajar conmigo y yo le pregunto si tiene algún inconveniente en que, si le contrato, yo pueda mandar a alguien para que solicite el puesto de trabajo que él abandonaría, y lo justifico diciéndole que estoy a favor de que haya cuanto más empleo mejor y que cuando contrato a alguien que ya estaba trabajando en otro sitio en realidad no estoy haciendo disminuir el desempleo sino que le estoy trasladando el problema a su anterior jefe. Y me contesta: “Jamás recomendaría a nadie para realizar mi anterior trabajo puesto que allí me pedían realizar cosas inmorales”. Entonces yo le pregunto por qué no había dejado ese trabajo. A lo que responde: “¿De qué está usted hablando? Necesito un trabajo”. Y yo le digo: “A ver si lo he entendido bien. Dices que estás haciendo algo inmoral y consideras que nadie de este planeta debería hacerlo, pero tú si estás dispuesto a hacerlo”. ¿Cómo funciona esto? Cómo puedo enseñarle a alguien que si piensa así la consecuencia es que tiene que dejar el trabajo de inmediato y que no importa si le pagaban por ello; ¿tiene que dejarlo? 

Bill no paraba de sonreír: ¿Lo hizo después de hablar contigo? 

Brooke: Lo que acaso conseguí  es que regresara a su casa con un montón de dilemas en su cabeza, puesto que al principio sólo consideraba la posibilidad de que el que estaba en el origen de su problema era su jefe y que la solución era que Brooke le contratara. Le dije: “Si yo hago algo inmoral –lo cual no es improbable, y me aterroriza que así sea– siento la necesidad de contarte que estoy haciendo algo incorrecto. Y si no me hago responsable de estos actos deleznables tú debes contárselo a mi jefe y a quien corresponda, y si la organización no se hiciera responsable de lo sucedido, entonces debes abandonar tu trabajo y acudir a los reguladores”. Debo hacerlo porque no creo que sea inmune a lo que nos mostró Milgram.

Bill: Lo que me cuentas en un problema ético en el que ese individuo tuvo que construirse una coraza interna para precisamente poder evitar representárselo en términos éticos. Lo único que puede hacerse con alguien así es decirle directamente a la cara, sin afeites, por qué está actuando de forma inmoral, y lo que tú hiciste fue evidenciarle las consecuencias de su falta de voluntad para adoptar consecuentemente una perspectiva moral.

Del mismo modo, cuando alguien que está  a tu cargo no se comporta de forma ética y decides despedirle, entonces debes tomarte en serio la posibilidad de que lo más justo sea redactarle una carta de recomendación negativa. Si la gente no merece nuestra confianza, como sociedad debemos protegernos.

Hay que empezar con algo tan simple como enseñar ética por la vía del ejemplo en el trato con nuestros hijos o con los hijos de nuestros amigos. Como padres siempre debemos estar atentos a las situaciones en las que nuestra actitud pueda resultar didáctica. Por ejemplo, surge una situación propicia cuando alguien me devuelve inadvertidamente más cambio del correcto en presencia de mis hijos; en este caso debo asegurarme de que me oigan cuando aviso a mi interlocutor de su error y sobre todo de que prestan la atención debida cuando le devuelvo lo que no me corresponde. 

Brooke: No hace mucho viajaba en tren sentado al lado de una mujer que desde hacía un par de semanas trabajaba para una empresa que realizaba actividades de dudosa moralidad (en realidad, una gran empresa que operaba en Wall Street). Voy y le pregunto: “¿Qué haría usted si le pidieran hacer algo éticamente censurable?”. “¿De qué me está usted hablando? Todas las cosas tienen dos caras”, me responde. Yo insisto: “¿Pero qué ocurre cuando usted se encuentra en el lado incorrecto? ¿Ha asistido alguna vez a una clase de ética?”. A lo que ella responde: “Pues claro que sí. Era un requisito para acceder a este trabajo. Pero éste es precisamente el problema que hay con la gente mayor como usted y con la forma en la que han sido educados; en nuestras clases discutimos acerca de todos los posibles enfoques de un asunto, y cada cual tiene derecho a que se le respete su punto de vista”. ¿Te parece que es ésta una buena forma de plantear una clase de ética?

Bill: Puedo contarte el caso de una joven que trabajaba para un bufete de abogados que me dijo: “Lo que más me gusta de mi empresa es que tiene un comportamiento ético intachable”. No es habitual escuchar algo así, de modo que me interesé por los detalles: “Vaya, esto es estupendo. ¿Cómo has sabido que tu empresa se preocupa tanto por este aspecto?”. Y ella respondió: “Pues tengo muy claro que mi empresa jamás actuaría en contra de los intereses de Israel”. 

Los dos soltamos una carcajada. Aunque esto probablemente disguste a los que apoyan a Israel, hay que decir que tanto Bill como yo sabemos que no puede aseverarse por adelantado que Israel estará siempre en el lado correcto en todos los asuntos. 
 
Bill: Me quedé estupefacto. Francamente, de inmediato decidí que mis poderes de persuasión serían insuficientes para lidiar con alguien así. La definición que algunas personas hacen de la ética a veces resulta completamente estrambótica.

Esa joven fue educada en la idea de que la ética desaparece cuando los asuntos se vuelven complejos, de modo que nunca hay una respuesta y no estamos obligados a buscarla. 
 
Brooke: Muchos de los que acuden nosotros en http://www.noshortageofwork.com/ viven en el área de Nueva York, trabajan en el sector financiero y actualmente están sin empleo. Una de las cosas que trato de enseñar, que acaso sea uno de los aspectos más útiles de la teoría económica, es el concepto de “coste de oportunidad” [el coste de no haber elegido una opción alternativa y excluyente de la actual, n. del t.]. Les digo que cuando estás sin trabajo la gran ventaja que tienes es que tu coste de oportunidad es cero. Debes luchar por conseguir que la gente aumente el precio que está dispuesto a pagar por ti, de modo que es una buena idea tratar de hacer cosas que tengan valor para los demás. Si no estás trabajando en una empresa poco ética porque estás desempleado, entonces estás en una situación en la que nadie te está pidiendo que vulneres tus principios éticos. No tienes que decirte a ti mismo: “Dios mío, si no hago esto perderé mi trabajo y no dispondré del dinero que me hace falta para que mis hijos vayan a la universidad a tomar clases de ética”. Puede que si estás en la calle sin trabajo tengas tiempo para reflexionar sobre este tipo de cosas.

Bill: Esta es la cuestión: reflexionar. Tomarse tiempo para leer. Y para educar bien a tus hijos. 

[Bill Black recomienda ver la película Matar un ruiseñor [To Kill a Mockingbird, título original de la cinta dirigida en 1962 por Robert Mulligan, n. del t.]]. 

William Black es profesor asociado de economía y derecho en la Universidad de Missouri-Kansas City. Ha sido director ejecutivo del Instituto para la Prevención del Fraude entre 2005 y 2007. 

Traducción para www.sinpermiso.info: Jordi Mundó

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Fuente:
New Economic Perspectives, 13 junio 2010

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