“Los sindicatos tenemos que pasar a la ofensiva en toda Europa”. Entrevista.

Hans-Jürgen Urban

05/09/2010

Tom Strohschneider entrevistó para Freitag a Hans Jürgen Urban, miembro de la directiva de IG Metall sobre el otoño caliente de la DGB, la necesidad de una reconversión social y ecológica y de encontrar una mayoría social para ello.

Der Freitag: Los griegos van a la huelga, los franceses salen a la calle, en España se paralizarán los puestos de trabajo. Como sindicalista alemán debe usted de estar celoso.

Hans-Jürgen Urban: Para nada. También aquí, aunque reine la calma en medio de un ambiente enrarecido, la imagen de tranquilidad absoluta no es más que un espejismo. En las empresas y entre los parados, entre los trabajadores en precario y las familias, se extiende la convicción de que la política les ha sacrificado como primeras víctimas en su "superación de la crisis". En lo que se refiere a los sindicatos, en toda la DGB (Deutsche Gewerkschaftbund, Federación alemana de sindicatos) estamos preparando acciones para este otoño. Y serán algo más que una manifestación el sábado por la tarde.   

¿Pero por qué en otoño?

Todavía domina la inseguridad sobre las posibilidades de éxito de la protesta. Todavía han de explicarse con mayor claridad las desastrosas consecuencias de la política del gobierno y discutir sobre las estrategias más adecuadas a oponerle. Se trata del paquete de recortes planeado por el gobierno general, de la escandalosa política de regulación y distribución del pago sanitario del ministro de sanidad [Philipp] Rösler [que desplaza los costes del empresario al trabajador, N.T.], pero también de conservar los puestos de trabajo y los salarios. La crisis todavía no ha terminado.

IG Metall puede estar satisfecha con su política hasta la fecha: las recompensas a los destructores de empleo y los empleadores a tiempo parcial se encuentran entre sus objetivos principales. ¿Cree que con este telón de fondo puede que haya quien decida pasarse al otro bando? 

 

La fuerza de la crisis ha dejado a muchos agentes sociales en estado de shock. Los sindicatos intentaron al comienzo no permitir la infracción de los contratos y convenios y el deterioro de la producción en las empresas hasta su desplome. Han habido oportunidades de cooperación de las federaciones empresariales con el gobierno federal que hemos aprovechado para ello. Se podría hablar de un nuevo corporativismo de la crisis, que ya ha demostrado de sobra su éxito. Lo que deberíamos preguntarnos es no obstante algo mucho más intrigante: ¿es bueno este modelo para un cambio de ciclo como en el que nos encontramos?  

¿Y usted que respondería?

 

Tengo serias dudas al respecto. Es claro que no se superarán los problemas y obstáculos presentes con una estrategia puramente defensiva. Las posibilidades de influir de los sindicatos son por lo demás frágiles, en la medida en que dependen de su poder de negociación y capacidad de movilización. Dicho de otro modo: tenemos que pasar a la ofensiva. 

El filósofo Oskar Negt ha comentado recientemente que los sindicatos necesitan "de nuevo una utopía fuerte". ¿La echa usted en falta?

 

El significado de utopía ha sido muy castigado a lo largo de la historia. Pero lo cierto es que cuando se encuentran a la defensiva, los sindicatos tienden en ocasiones a tomar un punto de vista pragmático. O echan mano de acusaciones morales hacia los excesos del capitalismo financiero. Se excoria a los directivos por su avaricia, se apela a las reglas de los empresarios decentes. Todo esto es comprensible, pero cae muy rápido en saco roto. Los mercados financieros y el desvergonzado sistema de enriquecimiento funciona con otros parámetros morales. No se puede alcanzar a los beneficiarios de él con apelaciones a la moral y a la decencia. En mi opinión, aún más necesario que un debate moral es –lo mismo para los sindicatos que para la izquierda en general– un debate estratégico orientado políticamente: análisis bien fundamentados de los orígenes económicos y políticos de la crisis, formulaciones de alternativas estratégicas, una evaluación realista de las resistencias que se esperan y del trabajo para otro modelo de desarrollo social y económico, los puntos fundamentales para la orientación de la política del día a día. De lo contrario, si nos limitamos a criticar el capitalismo financiero con argumentos morales, no importa lo buenos que sean, entonces fracasaremos aplicando una política de paños calientes que deja intactos los privilegios y las estructuras de poder.    

Habla de alternativas. ¿En qué está pensando?

En mi opinión hay un tres vértices en la solución al problema, en los que se encuentran tres cuestiones clave. Primero: la cuestión de la democracia. El capitalismo de mercado financiero nos ha conducido a un evidente déficit democrático. Los actores de mercado se manejan a los gobiernos electos como se conduce al ganado, y en las empresas siguen en pie los derechos de co-decisión formalmente intactos, pero la fuerza de la racionalización orientada al beneficio socava las posibilidades reales de influencia de los trabajadores mientras Europa se dirige hacia un régimen de deuda en el que el Diktat del ahorro obligatorio constriñe cada vez más el espacio para maniobrar. ¡Un desarrollo fatal!     

¿Más regulación entonces? Eso pertenece ya casi a las demandas habituales en el campo de la política.

Me refiero a una variante mucho más ofensiva. No se trata únicamente de la estabilización de los mercados financieros. Eso es necesario, pero no suficiente. Se trata de recobrar la primacía de lo político en relación a los mercados financieros y con ello, del terreno de juego de la democracia. Y se trata de cuestiones relativas a la democracia económica dentro de la economía real. Sin una redistribución real del poder en la economía, fracasaremos. Esto también es válido en relación a otro de los dos problemas clave: la sostenibilidad ecológica. El actual modelo de desarrollo fosilizado ya no es consistente con una relación sostenible con la naturaleza. Se trata de la ecologización de la economía, del consumo y –y esto lo digo como empleado del sector metalúrgico con pleno convencimiento– del modelo industrial de creación y agregación de valor. Eso significa para los sectores claves como la industria del automóvil una profunda reconversión.      

No le habrán obsequiado, pues, precisamente con aplausos en IG Metall por afirmaciones como ésa.

Lo formularé de otro modo: continuamos, pese a todo. A comienzos de los años noventa IG Metall tenía un concepto del automóvil y del medio ambiente que, leído hoy, resulta sorprendentemente visionario. Se trata de la reconversión de la la industria del automóvil a partir de un concepto fundamentalmente nuevo de movilidad. Así volvemos al mismo punto. Debemos repetir una y otra vez por qué, razonablemente, sin una renovación ecológica de la crisis estructural –palabra clave: sobreproducción– no conseguiremos nunca superarla. Y esta idea ha de abrirse paso a través de los intereses a corto plazo de los accionistas, una tarea condenadamente complicada. 

La ayuda pública a la compra de automóviles exigida por la IG Metall más bien parece andar por el viejo camino…

En conjunto, las estrategias del pasado reciente que demandaban una reconversión ecológica no han sido justas. Pero eso puede explicarse.

¿Qué quiere decir?

Una política industrial de reconversión ecológica y social del modelo industrial, controlada políticamente, debe demostrar a las personas a las que concierne las perspectivas para el mantenimiento de la ocupación y los salarios. ¡Tienen el derecho a conocerlo y se les ha privado de ese mismo derecho! Y con esto llegaríamos al al tercer problema clave: una estrategia de desprecarización del trabajo y de la económica, no solamente en lo que se refiere a la reconversión ecológica. A ello pertenecen: un salario mínimo establecido por ley [que no existe en Alemania, N.T.], una seguridad básica orientada a la demanda, pero también una protección efectiva de los desempleados contra la obligación, cada vez más represiva, de aceptar trabajos cada vez peores. Igualmente, se trata de un nuevo modelo de trabajo, de respetar los proyectos de vida individuales y de satisfacer las demandas de paridad de género. En pocas palabras, se trata de una nueva mezcla de un estilo de vida soberano en lo individual y de seguridad en lo social. 

Si lo entendemos como el esbozo de una nueva idea rectora, debería usted de conseguir una mayoría en el campo sindical. Y aún algo todavía más difícil: una alternativa como ésta debe ser aceptada en la sociedad, si es que nunca llega a tomar cuerpo.  

Eso está fuera de toda duda: nos queda todavía por delante mucho trabajo por hacer. Pero en relación a los sindicatos soy resolutamente optimista. Un proyecto que esté vinculado a la modernización ecológica desde una perspectiva social encontrará el apoyo de la mayoría de miembros de la DGB. Primero está el querer, luego está el poder. Y eso quiere decir que los sindicatos tienen que recobrar el poder de organización y negociación, y hacerlo reforzando la organización y la lucha sindical. Porque la realización de los tres vértices que he mencionado antes o después conduce al conflicto con los intereses económicos y políticos de las élites. ¿Y llegados a este punto qué hacer?

¿Tiene usted una respuesta?

Sólo conozco una manera históricamente probada de que los intereses de la mayoría se abran paso hasta establecerse: ¡la democracia! Y ésta es imposible sin la autoridad necesaria de un estado democrático, que para los propietarios debería dejar de ser un tabú. La democracia es imposible sin una nueva mayoría en la sociedad y en la política. A este respecto, se le ha exigido mucho únicamente a los sindicatos.

Se trata también de las coaliciones. Usted ha propuesto recientemente el concepto de "izquierda mosaico". ¿A quién apunta esta idea?

Un mosaico es algo construido, algo que no surge de la nada ni por sí mismo, algo en lo que se debe trabajar. Un mosaico se compone de muchas piedras diferentes y desarrolla toda su fuerza solamente como obra conjunta. La metáfora apunta también a una nueva forma de cooperación política que abarque desde los partidos y los movimientos sociales hasta otros actores de la sociedad civil y que respete diferentes orígenes, tradiciones y culturas. Para los sindicatos significa alcanzar a otros actores en la sociedad e introducir la prospectiva de conseguir una mayoría conjunta para una reorientación radical tanto en la sociedad como en la arena parlamentaria. 

¿Piensa en una coalición rojo-rojo-verde [SPD, LINKE y Los Verdes, N.T.]?

No veo en el horizonte próximo ninguna otra constelación capaz de introducir al menos la oportunidad de profundas reformas estructurales. Más allá de esta opción no hay por el momento nada más. Dicho lo cual, tampoco hay, de momento, un proyecto sólido para la formación de una coalición rojo-rojo-verde. Y hasta ahora algunos se dedican abiertamente más al cruce de acusaciones y el tacticismo más torticero que a elaborar un proyecto político común. Algo del todo punto irresponsable.    

En la Baja Sajonia tuvo lugar recientemente un encuentro entre representantes del SPD, los Verdes y DIE LINKE al que fue invitado la sección regional de la DGB. ¿No deberían tener los sindicatos un papel mayor que el de moderador? ¿O ésta no ocurre debido a la tradicional vinculación con el SPD? Los años de colaboración privilegiada con el SPD son cosa del pasado. La política de la Agenda 2010 fue el hachazo con el que la socialdemocracia cortó el cordón que la unía a los sindicatos. Pero también sería una ilusión creer que otro partido podría ocupar su lugar como socio privilegiado de los sindicatos, ya sean los Verdes o DIE LINKE. Debemos seguir siendo sindicatos unitarios e independientes de todo partido político para tener las oportunidades de abrir nuevos espacios en los que se trabaje para una nueva mayoría política y social. 

Hans-Jürgen Urban es miembro de la directiva de IG Metall y fundador del Institut Solidarische Moderne para la formación de una mayoría social de izquierdas en la República Federal Alemana.

Traducción para www.sinpermiso.info: Àngel Ferrero

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Fuente:
Freitag, 5 agosto 2010

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