Tecnoguerra: donde el dinero habla y las contramedidas marchan

Franklin "Chuck" Spinney

31/10/2010

Cuando yo trabajaba en el Pentágono, una de nuestras críticas de “reforma” del encaprichamiento siempre en alza del Complejo Militar-Industrial y del Congreso (CMIC) con el campo de batalla electrónico de elevado coste –a saber, la idea de emparejar sistemas de vigilancia que todo lo ven y todo lo saben con reglas computerizadas para la toma de decisiones destinadas a apuntar y controlar las llamadas armas guiadas con precisión— era que en realidad le estábamos facilitando a nuestros adversarios el engañarnos con simples contramedidas.

Esto sucede debido a que cualquier sistema de inteligencia artificial, sensor/guía debe filtrar mecánicamente cantidades ingentes de datos para construir alguna clase de patrón a partir de toda la plétora que nos devuelven los sensores (ruidosas señales como manchas de radares, manchas térmicas, manchas acústicas, señales de comunicación, pinchazos de teléfonos móviles, informaciones de inteligencia, imágenes de televisión). Este filtro debe hacerse a gran velocidad y entraña necesariamente alguna clase de plantilla diseñada previamente para realizar una determinación probabilística respecto a si ese patrón de manchas es un blanco legítimo, y hacer uso de tan finas distinciones luego para guiar a un arma hasta ese blanco. Esto resulta el equivalente de afirmar que sabemos a priori qué aspecto tendrá el enemigo, o dicho de otro modo, que el enemigo será siempre predecible. Poner a seres humanos al frente de las pantallas de control (como se ha puesto de moda actualmente en la guerra de los aviones no tripulados o drones) es simplemente una variación sobre esta vieja idea mecánica. 

La razón básica por la que debelar esta clase de sistema de toma de decisiones resulta en realidad más fácil reside en el hecho central de que estas tecnologías de sensor/guía aumentan la “distancia” y añaden un intermediario de hardware/software entre las capacidades intuitivas de la mente humana y los sutiles y cambiantes matices del campo de batalla. Al reducir la íntima conexión del guerrero con su entorno, estas tecnologías desplazan el juicio intuitivo que es tan importante para la toma de decisiones en una fracción de segundo y convierte el ciclo de decisión o lazo OODA [1] en algo más dependiente de estériles procedimientos analíticos predefinidos. Dicho de otro modo, nuestra creciente dependencia de la toma de decisiones basada en plantillas nos hace más predecibles, a la vez que le volvemos más fácil a nuestro adversario actuar de modo impredecible. En términos de ciclos de decisión en competencia, este tipo de asimetría es de lo más tonto que hay. Sin embargo, es la doctrina que justifica los exorbitantes costes de la tecnoguerra. Para ver por qué resulta tan tonto, considérese, ejem, por favor, lo siguiente:

Uno de los matices más antiguos y evidentes en un campo de batalla consiste en esconderse del adversario o confundirle mediante camuflaje, engaño o siendo ambiguos. Pero nuestro concepto de toma de decisiones del campo de batalla electrónico hace realmente más fácil para nuestro adversario crear estos efectos. Así por ejemplo, los radares de un Indicador de Blanco Móvil (IBM) dependen del efecto Doppler [2] para poder operar. Todo lo que le hace falta a un defensor es crear un generador Doppler sencillo y barato (¿acaso un molinete de metal que gire en el aire o un sencillo simulador electrónico Doppler?) para amañar o inundar las señales del IBM. Podría añadir luego falsas señales de comunicación y crear de la nada algo parecido a un regimiento blindado a efectos de una plantilla de toma de decisiones. Un defensor puede minar sistemas complejos con plantillas de sensores reordenando simplemente el patrón de manchas (electrónicas, térmicas o de televisión, etc.) y de ese modo manipular las reglas de toma de decisiones en la plantilla creando falsos patrones de blancos, añadiendo ruido blanco y ocultando blancos reales. Por supuesto, siempre se pueden producir ruidos de fuerza bruta  -- como humo, interferencias eléctricas, destellos térmicos y toda clase de emisiones electrónicas de pega, sin descartar el sencillo recurso de realizar gran número de llamadas falsas y engañosas desde teléfonos móviles, enviar desertores con informaciones falsas, etc. 

Cuando suscitábamos esta clase de crítica en las reuniones del Pentágono, los promotores de estas tecnologías desechaban invariablemente nuestros argumentos con la misma respuesta: a saber, que nuestros adversarios no querrían o no podrían realizar esta clase de esfuerzo necesario para utilizar contramedidas con la que contrarrestar sus programas. Esta respuesta es el equivalente intelectual de decir que tu adversario es o bien demasiado perezoso o demasiado estúpido para hacer el esfuerzo de esquivarte si le estás disparando. En apariencia, los modernos tecnocómplices del Pentágono se habían olvidado o no les importaba que en la Segunda Guerra Mundial el Ejército de los EE. UU. llevara a cabo ingentes esfuerzos para crear un grupo de ejército de pega en torno al general Patton (con su ejército y todo de tanques y aviones inflables y un sistema de señales de mentira) a fin de confundir a los alemanes para que creyeran que íbamos a invadir el Paso de Calais, en lugar de Normandía. Los alemanes consideraron muy correctamente que Patton representaba la amenaza más peligrosa a la que se enfrentaban en el Oeste, y esta mezcla de engaño y ambigüedad siguió distrayendo a los alemanes por breve plazo todavía después de que el Día D revelara que el esfuerzo principal se centraba en Normandia.

Sin embargo, pese a nuestros argumentos, los defensores del botón automático y la guerra robótica ganaban siempre los debates internos respecto a si las contramedidas podían anular la efectividad de sus tecnosueños. La razón era sencilla: el dinero estaba de su parte, y estos debates se referían realmente al dinero o, para ser más precisos, a no interrumpir el flujo de dinero al CMIC aplicando restricciones de sentido común a su tecnoentusiasmo por probar (de hecho, las pruebas operativas evitaban siempre como la peste examinar los efectos de contramedidas innovadoras).  

A este respecto, la guerra de Kosovo debería haber sido una llamada de alerta. Quedó bien sentado en los informes posteriores a la acción y por parte de los observadores sobre el terreno que el ejército serbio utilizó sencillos señuelos para hacer desbaratar nuestros ataques de “precisión” hasta el extremo de que nuestras fuerzas destruyeron una cantidad minúscula, militarmente insignificante de armas y equipos de apoyo, pese a la prioridad de la OTAN de tomar como blanco esos equipos. Una de las contramedidas serbias más imaginativas, por ejemplo, consistió en utilizar hornos de microondas, bien baratos, para atraer a nuestros carísimos misiles antirradiación (misiles destinados a dirigirse hacia los radares enemigos). Pero los serbios disponían de muchas otras contramedidas efectivas: también crearon tanques falsos, puentes falsos y hasta falsas carreteras que bombardeamos obligadamente con costosas armas de precisión. Hasta confundimos con cuarteles militares las señales térmicas que nos devolvía la mierda de pollo de los gallineros (lo que aparentemente resultó una contramedida digna de un feliz azar que llevó a la destrucción de numerosos gallineros).[3] Que las contramedidas serbias funcionaron a las mil maravillas quedó demostrado cuando el ejército serbio se retiró de Kosovo; era mayor de lo estimado, sus soldados ansiaban entrar en combate y su armamento y sus tanques continuaban en buen orden. Desde luego, sabemos por las fuentes de inteligencia que los generales serbios querían luchar y les sentó a cuerno quemado la decisión de Slobodan Milosovic de abandonar, lo que consideraron una liquidación. 

Estamos ya en 2010 y nada ha cambiado. 

Si se leen de la BBC como ésta [4], se verá que la eficacia de los señuelos baratos no les ha pasado inadvertida a los rusos (nunca se les pasó por alto, desde luego). Los rusos están construyendo señuelos inflables baratos: tanques, estaciones de radar, aeroplanos, misiles para defensa aérea, etc., junto con la capacidad de simular misiones electrónicas y fuentes de calor y (aunque no se mencionen) probablemente también un despliegue de falsas redes de comunicación. La BBC informa de estos descubrimientos casi sin salir de su asombro como si se tratara de un cambio novedoso y sorprendente. Por supuesto, en el improbable caso de que se interrogara a los tecnoguerreros del Pentágono sobre esta evolución, sostendrían de nuevo que estas primitivas contramedidas no funcionarían en su emergente campo de batalla electrónico, porque tenemos tecnologías nuevas y más caras para neutralizar estas contramedidas probadas y, además, nuestros adversarios del Hindu Kush son demasiado idiotas como para copiarlas o comprárselas a los rusos en los mercados negros de Asia Central.  

Hay una cosa, sin embargo, que no dirán los tecnoguerreros: a saber, que después de gastar miles de millones para contrarrestar minas terrestres y bombas trampa (que el Pentágono ha denominado pomposamente Improvised Explosive Devices -- o IEDs -- [Ingenios Explosivos Improvisados], como si fueran un fenómeno nuevo e inesperado) en Irak y Afganistán, han contrarrestado con éxito una amenaza totalmente predecible. A quienes afirman que estas minas terrestres y bombas trampa constituyeron toda una sorpresa, les pediría que me nombraran una guerra de guerrillas en la que no se utilizaran minas terrestres y bombas trampa (o señuelos y simple contramedidas) para insuflar fricción al invasor y aterrorizar a aquella parte de la población que le presta apoyo.   

Por otro lado, contrarrestar la amenaza de Ios IED a posteriori es simplemente una cuestión de tecnología, tiempo y sobre todo dinero, porque en ese Salón de los Espejos que es Versalles sobre el Potomac, proteger y ensanchar el flujo de dinero a largo plazo es el nombre que recibe siempre el juego.   

NOTAS T.: [1] El denominado lazo OODA [OODA loop], siglas de observar, orientar, decidir y actuar, constituye un concepto originalmente aplicado al proceso de operaciones de combate, a menudo en un plano estratégico. Hoy se aplica con frecuencia para comprender operaciones comerciales y procesos de aprendizaje. El concepto lo desarrolló John Boyd, estratega militar y coronel de la fuerza aérea norteamericana (información de Wikipedia).  [2] El efecto Doppler, descrito por el austriaco Christian Andreas Doppler, se refiere al aparente cambio de frecuencia de una onda producido por el movimiento relativo entre la fuente, el emisor y/o el medio (información de Wikipedia). [3] Recuérdese que ya durante la guerra de Vietnam, el Vietcong utilizaba bueyes a los que hacía atravesar sus túneles de comunicación cuando  sospechaba que en ellos había instalados sensores de calor de los empleados por el ejército norteamericano para detectar su presencia. El bombardeo consiguiente caía así sobre los animales y no sobre sus soldados. [4] "Russia inflates its military with blow-up weapons" ["Rusia hincha su ejército con armas infladas"], Steve Rosenberg, BBC News, Moscú, 11 de octubre de 2010, http://www.bbc.co.uk/news/world-europe-11511886

Franklin "Chuck" Spinney es un antiguo analista militar del Pentágono que se hizo famoso en los 80 por lo que llegó a llamarse el Informe Spinney, en donde se criticaba la búsqueda implacable, por parte del Pentágono, de complejos y costosos sistemas armamentísticos sin atender a consideraciones presupuestarias. A pesar de los intentos de sus superiores por enterrar el controvertido informe, logró exponerlo ante una sesión de la Comisión Presupuestaria de Defensa del Senado de los EEUU y convertirlo en portada del Time Magazine en marzo de 1983. Cuando Chuck Spinney se retiró del Pentágono tras 33 años de servicio, la entrevista que con ocasión de su retiro le hizo Bill Moyers logró el premio Emmy al mejor programa informativo de 2003. Actualmente, vive a bordo de un barco velero en el Mediterráneo.  

Fuente:
Counterpunch, 20 octubre 2010

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