Guerra de clases en Wisconsin

Jeffrey Sommers

27/02/2011

Presentamos al gobernador Scott Walker. Al mes de haber asumido el cargo ya estaba dispuesto a establecerse como el nuevo sheriff en la ciudad, repitiendo en el Estado de Wisconsin, las fórmulas de la presidencia de Ronald Reagan. Siguiendo el guión a la letra, Scott Walker emuló a Reagan en su primer ataque, enfrentándose a los trabajadores. Pero el momento cumbre de Walker (al quebrar la resistencia del sindicato de controladores de tránsito aéreo) ha demostrado haber sido un exceso. Walker, quien se presenta como un personaje sacado de un reparto de Frank Capra, se encontró con  que las recetas de Reagan producen resultados diferentes en la actualidad. Después de 30 años de declive económico, los trabajadores de los Estados Unidos reconocen la quiebra de estas políticas, y se están defendiendo.

Todos hemos visto las cifras. Mientras que la economía estadounidense ha crecido en los últimos tres decenios, la mano de obra ha sido golpeada en la barbilla. Al mismo tiempo, los gerentes de corporaciones y los de los sectores FIRE han visto crecer sus ingresos por múltiplos, a menudo subsidiados por los contribuyentes, aun cuando sus acciones irresponsables dejaron un caos económico a su paso. Todo el tiempo, los trabajadores han sido sermoneado sobre cómo son los responsables de la crisis económica del país y cómo los ricos deben seguir capturando más y más rentas para que la economía prospere. Incluso si no les gusta, les dicen a los trabajadores, invocando a Margaret Thatcher, "no hay alternativa."

La semana pasada, sin embargo, los trabajadores públicos sorprendieron a todos, incluso a sí mismos y a sus dirigentes sindicales al tomar la iniciativa en estas manifestaciones y obligar  al  liderazgo del sindicato de maestros a seguirles. El pasado martes, los maestros de la capital anunciaron su intención de salir a la calle y llevar a sus estudiantes consigo. En Milwaukee, la ciudad más grande de Wisconsin, los profesores desafiaron las invocaciones de los administradores de escuelas y sus propios sindicatos de permanecer en el trabajo. El miércoles pasado marcharon en Madison, en tal número que su dirigencia sindical se vio obligada a unírseles. Así, 35 distritos escolares tuvieron que cerrar, a medida que miles de maestros y otros trabajadores del sector público caminaban hacia el centro de la ciudad.

Francamente, la mayoría de las protestas de las últimas décadas, si bien organizadas por personas bien intencionadas, han sido muy aburridas. Salimos a la calle por causas buenas, sí, pero prefiriendo estar en otro lugar; y hemos puesto en duda la eficacia de todo el ejercicio, por lo general secretamente, pero a veces abiertamente. Esta vez es diferente. Para los veteranos de las protestas en las últimas décadas, esta vez había un ambiente totalmente diferente. La escena ha sido, al mismo tiempo,  creativa, de buen humor, alegre y pacífica, pero también, enojada. Este movimiento no tuvo portavoces: la gente se organizó, tomó decisiones sobre el terreno, y actuó consecuentemente, y sus acciones e instintos dieron resultado, si vemos los acontecimientos posteriores.

El alcance del movimiento es amplio. A los estudiantes y profesores y otros empleados públicos se les se unieron bomberos y policías, cuyos derechos de negociación colectiva no están bajo amenaza inmediata y que, por lo tanto, se hicieron presentes en demostración de una notable solidaridad. Juntos, han adoptado una nueva alianza y han puesto de lado una historia de antagonismo que data de los años 1960. En este nuevo mundo, los policías ofrecen comida y café a manifestantes estudiantiles sentados en el suelo de la rotonda del Capitolio. Los bomberos, que llegan vestidos con sus trajes oscurecidos por el hollín o en faldas escocesas, tocan sus gaitas en apoyo a sus hermanos empleados públicos y estudiantes. Envolverse en la bandera -¿quien más puede hacerlo sin verse cínico o tonto?- los bomberos han devuelto este poderoso símbolo a la clase obrera organizada.

Ya el sábado, el número de manifestantes se había incrementado a más de 60.000, mientras que los adherentes del Tea Party del gobernador pudieron reunir apenas unos cuantos miles. Esto a pesar de contar con el apoyo de financeros multimillonarios como los hermanos Koch que crearon gigantescas páginas web, como "Stand for Walker", implorando a los wisconsineses a salir a las calles para apoyar al gobernador.

Pero, a pesar de toda esta buena energía y del éxito obtenido, no todo está bien. Los trabajadores están seriamente divididos. La derecha política ha hecho grandes inversiones para poner a los empleados del sector privado en contra de sus contrapartes del sector público. Y lo han logrado. Después de tres décadas de guerra contra los sindicatos del sector privado, sólo el 7% de los trabajadores no públicos están protegidos. Como era de esperar, esto se ha traducido en una erosión casi completa de los programas de salud, anteriormente en manos y planes de pensiones de los que alguna vez disfrutaron.

Y como resultado, los trabajadores del sector privado estadounidense se han visto forzados a aceptar horarios de trabajo al estilo japonés. Sus planes de salud les brindan atención de calidad inferior, a menudo teniendo que navegar por soporíferas burocracias, sólo para que les digan  "cobertura denegada". Sus empleadores ya no pagan las pensiones. La mayoría está por su propia cuenta a la hora de la jubilación. O si tienen suerte, pueden tener un empleador generoso que aporta la mitad hacia un plan 401k [sistema de ahorro para la jubilación. N. de la R.] que sólo alimenta a los operadores de Wall Street, mientras que nunca obtiene rendimiento suficiente para financiar su jubilación.

En resumen, es otra vez la temporada de caza. Brevemente, en 2008, esta frustración se dirigió contra los republicanos. Sin embargo, los demócratas no sacaron ningún beneficio tangible para los trabajadores desde que asumieron el poder y, ahora, la derecha ha sabido desviar la ira de la clase trabajadora, de Wall Street hacia los profesores y los empleados públicos. Hábilmente ejecutada, la táctica ha llevado a los trabajadores del sector privado sin beneficios a culpar a todo aquel que sí tiene beneficios como la causa de su privación. En lugar de ver las ganancias que ofrecen los sindicatos, los trabajadores del sector privado se han tragado la noción de que estos beneficios, de alguna manera, fueron obtenidos a costa suya – al mismo tiempo que hacen caso omiso del engorde que continúa sin disminuir en Wall Street.

La nueva guerra de clases, como de hecho es percibido este conflicto, no es entre los trabajadores y el capital, sino entre los trabajadores del sector público y los del sector privado,  éstos últimos azuzados  por multimillonarios derechistas como los hermanos Koch. Uno puede incluso imaginarse al señor Burns, de Los Simpsons, tramando algo así, en su caricaturesca representación del capital; pero esto es la vida real, y pocos parecen reconocer la ironía.

El feriado del lunes fue quizás la última de las grandes protestas de esta semana, ya que, cuando convocan a decenas de miles de personas, no son sostenibles. Los trabajadores públicos están bajo la presión de sus empleadores y los sindicatos de maestros, para regresar a trabajar. Si el Gobernador Walker se niega a transigir, la única arma que queda en el arsenal de los trabajadores es una huelga general y no se sabe si existe suficiente decisión para poner en marcha una. Este movimiento se inició por las acciones de Scott Walker y probablemente terminará por ellas. El siguiente paso hacia una huelga general dependerá de sus decisiones en los próximos días y si va en busca de un compromiso o de inflamar aún más a los trabajadores, al atacar su derecho democrático a organizarse

Walker, hijo de un predicador, siempre ha sido ciego a las sombras de gris. Sus acciones pasadas sugieren un camino fundamentalista por delante.

Jeffrey Sommers es codirector del Baltic Research Group en el ISLET y profesor visitante en la Stockhol School of Economics de Riga.

Traducción para www.sinpermiso.info: Antonio Zighelboim

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Fuente:
Counterpunch.org, 23 de febrero de 2011

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