¡No más nucleares! Cuando la codicia se hace radioactiva

Ron Jacobs

20/03/2011

Recientemente, Duke Energy y Progress Energy, dos de las empresas de energía más grandes del mundo, se fusionaron creando la empresa energética más grande de los Estados Unidos. Con ello, el poder de esta compañía se multiplicó por más de dos, quizá convirtiéndose en el más poderoso lobby de influencia en el poder legislativo a lo largo del sudeste de los EEUU y del Congreso norteamericano. El 12 de Marzo, no demasiadas semanas tras esta fusión, la planta nuclear nº1 de Fukushima en Japón explotó, causando por los menos una fusión parcial de su núcleo. No mucho después tras esta explosión en la planta nº1, otras plantas del complejo de Fukushima empezaron a plantear situaciones de emergencia, generando por lo menos otra fusión del reactor nuclear a partir de la ruptura de por lo menos una de las estructuras de contención y provocando la fuga de grandes cantidades de material radioactivo el día 15 de marzo.

Estos hechos aparentemente dispares están más relacionados de lo que el lector pueda pensar. Duke Energy ha estado intentando convencer a la Comisión Reguladora de la Energía Nuclear (NRC, en sus siglas en inglés), a legisladores de Carolina del Norte y del Sur y a otras agencias de que debía construir otra planta nuclear en la región. Convirtiéndose en la empresa de energía más grande de los EEUU, la probabilidad de que esta planta fuera construida aumentó paralelamente al aumento del poder lobista que el monolito energético Duke-Progress se construyó a su servicio. Simultáneamente, existen varios centenares de personas enroladas en una variedad de frentes (legal, lobby ciudadano, acciones directas) oponiéndose a la aprobación de la construcción de la planta. Su difícil batalla se ha convertido en aún más dura con la elección de una parlamento en Carolina del Norte dominado por los republicanos y compuesto de hombres y mujeres cuyos vínculos con las grandes compañías han conseguido que el anterior parlamento demócrata pareciera una asamblea de izquierdistas. Añádase a ello la preocupación actual por el fenómeno del peak oil, por los costes energéticos relacionados con la energía foránea y por los problemas ambientales asociados al petróleo y al carbón, para que al desvergonzado lobby de la energía nuclear le sea hoy más fácil que nunca vender su producto.

Ello podría haber cambiado a raíz del desastre de Fukushima. Con lo sucedido en esa planta, al mundo le fueron una vez más recordados gráficamente los peligros de la energía nuclear. La pregunta ahora es, ¿podemos nosotros ciudadanos del planeta movilizarnos contra los esfuerzos corporativos para imponer esta ineficiente, cara, peligrosa y finalmente mortífera forma de generar energía? El movimiento antinuclear de los años setenta y ochenta fue parcialmente exitoso desde ese punto de vista, si bien es cierto que lo fue considerablemente más en Europa que en los Estados Unidos. Los distintos niveles de éxito pueden ser atribuidos a una variedad de factores. Entre los más importantes debemos destacar la naturaleza de la organización y de las protestas en distintos países. Por ejemplo, en Francia o en la Alemania Federal, el movimiento fue bastante amplio, incluyendo campesinos, estudiantes, ambientalistas y población local mientras que en los EEUU, la mayor parte del movimiento eran estudiantes, ambientalistas y activistas contra la guerra. En Alemania, el ambiente general del país, tal y como ejemplificó el temprano movimiento verde allí surgido, estaba preocupado por los costes ambientales de su país, por la relación entre la energía y la guerra nuclear, y el control corporativo de la vida humana que representaba esa energía. En Francia, el movimiento tuvo de forma similar una base amplia pero existió sin el apoyo de ningún partido político y no fue ni mucho menos tan exitoso. En los Estados Unidos, el movimiento fue casi por completo extra-parlamentario, a pesar de que varios políticos progresistas como Jerry Brown intentaron subirse al carro del movimiento, fingiendo ser su aliado pero finalmente permitiendo a la industria energética construir sus plantas.

En términos de la protestas en sí mismas, las más militantes tuvieron lugar en Alemania. Quizá las más famosas fueron las protestas en un lugar cercano al pueblo de Whyl. El 18 de Febrero de 1975, la población local ocupó espontáneamente el lugar y la policía los desalojó dos días más tarde. La cobertura mediática mostrando a la policía llevándose a rastras a campesinos y a sus mujeres ayudó mucho a convertir la cuestión nuclear en un auténtico debate nacional. El apoyo llegó de la cercana universidad de la ciudad de Freiburg. Cinco días más tarde, 30.000 personas volvieron a ocupar Whyl y los planes para desalojarlos fueron cancelados. La planta no fue jamás construida y el lugar se convirtió en reserva natural. Este éxito y los éxitos de las protestas contra otras plantas alemanas inspiraron a los movimientos antinucleares de los EEUU y de otros lugares.

La mayoría de protestas en los EEUU fueron organizadas por alianzas comprometidas con la no violencia y mal coordinadas. La policía que protegía las plantas no se inspiraba de forma parecida en este principio pacifista y en protestas en Seabrook, New Hampshire, numerosos activistas fueron heridos. En conjunto, la estrategia de la no violencia, aunque loable, a veces tuvo preferencia sobre el propio objetivo de impedir la construcción de la planta.

La energía nuclear es la metáfora perfecta para la fase actual del capitalismo monopolista (neoliberalismo). Supone una concentración de poder (literal y empresarial) para llevar a cabo su objetivo y depende del gobierno para garantizarse seguridad militar para impedir que este poder caiga en malas manos. Además, gracias a leyes impulsadas por la propia industria de la energía, si un desastre ocurriera por algún tipo de accidente nuclear, el gobierno limita la responsabilidad de la compañía por cualquier daño o pérdida de vidas que pudiera ocurrir. Tal y como estableció en 1977 la "Declaración de Resistencia Nuclear" del grupo anti nuclear de New England, la Clamshell Alliance: "La energía nuclear es peligrosa para toda vida en el planeta y para su entorno natural. La industria nuclear está diseñada para concentrar las ganancias y el control de las fuentes de energía en las manos de unos pocos poderosos, incumpliendo principios básicos de la libertad humana. Una planta nuclear en Seabrook, New Hampshire, podría llevar a nuestra región hacia un camino suicida". (Declaración de Resistencia Nuclear Versión Revisada, adoptada en Noviembre de 1977, en el Congreso de Clamshell http://www.clamshellalliance.org/legacy/?p=314)). Esta afirmación, sencilla y directa, sigue siendo verdadera.

A pesar de las reclamaciones por estos antiguos activistas antinucleares como Stewart Brand, la energía nuclear es una peligrosa forma de producir energía. Es también increíblemente ineficiente si  uno compara sus costes de construcción y de seguridad y los problemas que generan los residuos nucleares comparado con la vida relativamente breve de las centrales nucleares y el aumento de los costes energéticos para el consumidor que estas plantas implican para una industria guiada por el beneficio. La energía nuclear no es una energía verde, contrariamente a lo que afirman los portavoces de la industria o gentes como Stewart Brand. El funcionamiento diario de las plantas nucleares cambia la ecología en su entorno inmediato, calentando el agua cerca de la zona donde se producen los vertidos y  liberando diferentes desechos del proceso en el aire. Si un accidente ocurre, la devastación ecológica es incalculable y continua durante generaciones. Además, una planta nuclear de 1000-MWe produce alrededor de 27 toneladas de combustible nuclear gastado (sin reprocesar) cada año. Los problemas asociados al combustible gastado depositado y a su almacenamiento son muy costosos y peligrosos (durante siglos).

Las razones medioambientales y de seguridad mencionadas brevemente aquí son razón suficiente para oponerse a la energía nuclear. También lo son los costes asociados con esta forma de producir energía. Parece más bien que otras formas alternativas más seguras de producir energía que no implican combustibles fósiles podrían ser desarrolladas y producidas por menos del total de los costes de la energía nuclear. Pero estas formas de producción como la solar o la eólica no reciben el mismo apoyo que la energía nuclear. ¿Porqué? ¿Quizá la industria energética teme la pérdida de  los beneficios extraordinarios que obtiene y del control centralizado que le garantiza si estas formas alternativas de producir salen adelante? Si uno no se opone a la energía nuclear por motivos de salud o de seguridad, pero se opone a la guerra y a la naturaleza del capitalismo neoliberal, entonces el hecho de que la historia de amor de la industria de la energía con el desarrollo de la energía nuclear esté basada en los esfuerzos empresariales por maximizar beneficios y resarciarse de las inversiones hechas en el pasado en lugar de cubrir nuestras necesidades energéticas reales, nos da otra razón de más para oponernos a la plantas nucleares. También nos ofrece otra razón de peso la relación directa entre las plantas y las armas nucleares. ¿De dónde creemos que sale toda esa munición de uranio empobrecido ? Efectivamente, el producto que desechan las plantas nucleares continua siendo un regalo. Pretender que la energía nuclear no es peligrosa, ineficiente y ridículamente cara ya no es viable. Los acontecimientos en Japón lo demuestran una vez más.

En los últimos meses, el movimiento antinuclear alemán ha vuelto ha ganar fuerza. Ello ha sucedido justo en el momento en que la Canciller Angela Merkel anunció que iba a ignorar un viejo acuerdo sobre el cierre de todas las nucleares en 2022. Este acuerdo fue el resultado del antes mencionado movimiento de los setenta y ochenta en Alemania contra la energía nuclear y fue considerado inviolable. Merkel, sin embargo, tiene conexiones con la industria nuclear y ha ido incluso tan lejos como para sugerir echar atrás los subsidios que se dan a los alemanes por consumir energía de origen verde como paneles solares o la eólica. Distintas protestas han tenido lugar desde que Merkel decidió sacar adelante su plan para mantener las plantas nucleares por lo menos otros cincuenta años más allá del apagón del 2022.

Aparentemente, sin embargo, incluso ella puede leer lo que pone en los muros tras el desastre de Japón. El pasado 12 de Marzo, echó atrás su plan, afirmando que los riesgos de seguridad son demasiado grandes en el caso de la nuclear. Mientras tanto unas 40.000 personas protestaron contra su plan en Stuttgart, en Alemania. A pesar del cambio de rumbo aparente de Merkel, un movimiento de base contra la energía nuclear es más necesario que nunca en Alemania y en cada nación. Tal y como los medios de comunicación de masas continúan enseñando en su cobertura del desastre de Japón, la industria tiene más que suficientes portavoces  y expertos en su bolsillo que harán lo que puedan para convencerle a usted de que una fusión del núcleo no es tan malo y que la energía nuclear es segura. Le dirán eso a pesar de lo que ve en televisión y lo que sabe su propio corazón.  La razón de ello no es que la energía nuclear sea segura.

La razón es que la industria nuclear está dirigida por el lucro y la codicia.

Ron Jacobs es autor de "The Way the Wind Blew: a History of the Weather Underground", que Verso ha vuelto a publicar. El ensayo de Jacobs sobre Big Bill Broonzy figura en la colección de música, arte y sexo de CounterPunch "Serpents in the Garden". Su primera novela, "Short Order Frame Up", fue publicada por Mainstay Press. Su libro más reciente es "Trippling Through the American Night", publicado como libro electrónico. De inminente aparición, en la primavera de 2011,  su novela titulada "The Co-Conspirator Tale".

Traducción para www.sinpermiso.info: Ernest Urtasun Domènech

Fuente:
Counterpunch, 17 marzo 2011

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